Tener una postura: sentencia de muerte para periodistas en México

A propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa, Alejandra Ibarra escribe una reflexión sobre la importancia de la libertad de expresión en el ejercicio del periodismo.

Texto de 03/05/22

A propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa, Alejandra Ibarra escribe una reflexión sobre la importancia de la libertad de expresión en el ejercicio del periodismo.

Tiempo de lectura: 8 minutos

La columna empieza describiendo a uno de los narcos más reconocidos que ha tenido la región de Eldorado, en Sinaloa: “La gente recuerda a Dámaso López Núñez, el ’Lic’ o el ’Licenciado’, por esa generosidad propia de los capos viejos”, escribió Javier Valdez Cárdenas, reconocido periodista, co-fundador del semanario Ríodoce y autor sinaloense, en su columna Dámaso y la escuela del gran dador publicada el 7 de mayo de 2017. 

Ese preámbulo, el del capo generoso, era la entrada para el tema en el que se centraría el resto del texto: Dámaso López Serrano, el hijo del Lic, “el Minilic, narco de corridos por encargo y pistolero de utilería”, en palabras del periodista. El Minilic, como lo describió, era un narco junior que, lejos de procurar a la comunidad como lo había hecho su padre, se enfocaba en las fiestas, en gastar dinero, en las armas ostentosas, en las cachas de aparador, en el oro.  

Ocho días después de la publicación de Dámaso y la escuela del gran dador, el 15 de mayo de 2017, tres hombres armados emboscaron al periodista saliendo de la redacción de Ríodoce y lo mataron a balazos

El caso de Javier no es uno aislado. En México, 153 periodistas han sido asesinados desde el año 2000 y 23 más están desaparecidos, según cifras de la organización internacional Artículo 19. Pero el caso de Javier sí es paradigmático por tener un proceso que resultó de la investigación y el juicio contra los asesinos materiales del periodista.

Cinco años después del homicidio de Valdez Cárdenas, en mayo de 2021, concluyó el juicio contra Juan Francisco Picos Barrueta, alias “El Quillo”, el último asesino material vivo del periodista y el culpable de jalar el gatillo ese 15 de mayo de 2017. 

Este juicio, con sus 58 testigos, es clave para entender lo que está pasando en México. Una parte esencial del desahogo de pruebas fue el análisis de contexto realizado por un experto que estudió todas las publicaciones de Ríodoce de 2017, año en que además del asesinato del periodista, la lucha por la sucesión del liderazgo del Cártel de Sinaloa entre ”Los Chapitos” y el Minilic estaba en uno de sus puntos más álgidos tras la extradición del Chapo y el Licenciado, a los Estados Unidos. “El experto concluyó que el motivo del homicidio fue la nota Dámaso y la escuela del gran dador”, escribió el periodista Alejandro Monjardín sobre el veredicto de culpabilidad del Quillo para Ríodoce.

El caso de Javier Valdez Cárdenas dilucida que, a veces, los ataques contra periodistas no son el resultado de exponer la verdad, sino de interpretarla, de analizarla, de atreverse a proponer un punto de vista en lugares dominados por dueños de las versiones oficiales de la realidad. Este emblemático caso confirmó que además de la labor periodística —el reporteo, la investigación, la recopilación de información—, lo que es realmente peligroso es participar en la conversación pública mediante la expresión de reflexiones, descripciones y opiniones. Esto evidenció que, en México, existe una amenaza subyacente a aquella contra el ejercicio periodístico: la amenaza contra la libertad de expresión. Javier Valdez Cárdenas no investigó a Dámaso López Serrano; pero sí recogió las opiniones de los pobladores, seguramente también la propia, y lo cronicó describiendo las diferencias entre esta nueva generación de narcos y la previa.

“Quedó muy claro para el juez que este individuo asesinó a Javier por órdenes de Dámaso López Serrano, el Minilic, no queda la menor duda de que a Javier lo asesinaron por órdenes de este sujeto, por coraje, por odio, porque no le gustó la publicación […]”, explicó Ricardo Sánchez Pérez del Pozo, titular de la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión, sobre el móvil del crimen. 

Por coraje. Por odio. Porque no le gustó la publicación. 

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Hay una larga tradición de cine estadounidense que cuenta las historias de periodistas de investigación y los atentados de homicidio de los que son víctimas cuando el poder los intenta silenciar. 

En 1993, Denzel Washington interpretó a un reportero en El informe pelícano. Ahí, el periodista es contactado por un abogado que quiere darle información; tenía pruebas de que la compañía para la que trabajaba había contaminado un área natural vertiendo desperdicios y contaminantes, matando pelícanos, peces y arruinando la calidad del agua de maneras irreparables. Las pruebas que tenía el abogado corroboraban que los directivos de la compañía sabían que ocasionarían ese daño y habían elegido ignorarlo. En la película, los responsables de la contaminación intentan asesinar a todas las personas que saben sobre el incidente —no sólo al reportero una vez que obtiene la información— de tal manera que nadie pueda dar a conocer esa información para señalarlos como culpables. 

“La película trata, en buena medida, sobre cómo intentan asesinar al personaje del periodista. Sin embargo, no se trata de una cuestión de libertad de expresión tanto como se trata de control informativo”.

La película trata, en buena medida, sobre cómo intentan asesinar al personaje del periodista. Sin embargo, no se trata de una cuestión de libertad de expresión tanto como se trata de control informativo. Los directivos de la compañía terminan ordenando también el asesinato de jueces y abogados, entre ellos el informante que contactó originalmente al periodista.

Esta es la misma premisa de la película La sombra del poder, de 2009, donde Russell Crowe y Rachel McAdams interpretan a dos periodistas que investigan el asesinato de la amante de un congresista en Estados Unidos. El caso se vuelve más complicado cuando encuentran información sobre la esposa del congresista, quien resulta tener conflictos de interés con una compañía que vendía armamento al gobierno. A lo largo de la película, alguien intenta asesinar al personaje de Crowe, quien ha estado preguntando demasiado del caso. Nuevamente, los asesinatos no están motivados por desaparecer ciertas opiniones o perspectivas, sino por contener la fuga de información comprometedora muy específica.

Incluso en la aclamada serie de la serie de Netflix, House of Cards, el personaje de la reportera Zoe Barns, interpretada por Kate Mara, pasa por algo similar. La reportera hace un trato con un político: publicar la información que él le proporciona con un acceso privilegiado. Pero la reportera decide empezar a investigar el asesinato de un político, ligado al hombre con quien había hecho el trato, y terminan asesinándola. No es tanto el acto de expresarse como la censura de información delicada lo que está en juego. 

A pesar de las narrativas en la ficción estadounidense, el número de periodistas asesinados en ese país desde 1992 es pequeño: son 15 los reporteros asesinados, incluyendo aquellos asesinados por poderes que buscaban ocultar información, así como los que murieron en ataques terroristas y otros eventos en los que ellos no eran el blanco del crimen, según datos del Comité de Protección a Periodistas. 

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Nevith Condés Jaramillo no hacía investigaciones tratando de descubrir información oculta. Nevith publicaba para su medio de comunicación multimedia, El Observatorio del Sur, sobre la vida en la comunidad de Tejupilco de Hidalgo. A veces publicaba videos pidiendo coperachas de dinero entre vecinos para apoyar a un hombre con cáncer; otras, invitaba a su audiencia a ayudar en el trabajo de saneamiento de un camino comunal. Cubría las inauguraciones de negocios locales y entrevistaba a ganaderos y empresarios de la región. Avisaba cuándo había operativos policiales o si se realizaban obras públicas. Nevith no cubría crimen organizado, ni violencia, ni escribía de los capos locales ni contaba lo que hacía la Familia Michoacana en la región mexiquense de la Tierra Caliente donde vivía. 

En la vida cotidiana de los tejupilquenses, Nevith cubría también lo que los aquejaba: una escuela a medio construir —atorada en perenne estatus de elefante blanco— donde los niños tenían que tomar clases entre escombros y vidrios rotos; el hospital regional donde no había ni omeoprazol para los pacientes y el viacrucis de los familiares viajando de rancherías cercanas para dormir envueltos en zarapes sobre la banqueta; el caso de un helicóptero derribado a balazos por la policía estatal sobre de una comunidad celebrando el día del padre. 

En un pueblo como Tejupilco, de 62547 personas, estas historias eran conocidas para la mayoría de los pobladores incluso antes de que un periodista las publicara. Nevith visibilizaba problemas viejos entre sus decenas de miles de seguidores en redes sociales y, a través de su periodismo, denunciaba, reclamaba, señalaba lo que estaba mal.

A diferencia del caso de Javier Valdez Cárdenas, a dos años y medio del asesinato de Nevith no hay sospechosos, ni detenidos, ni juicios, ni respuestas. No hay un proceso formal mediante el cual se haya determinado el móvil del crimen.

La última publicación de Nevith en El Observatorio del Sur es un video grabado en vivo donde el periodista entrevista a los vecinos de una comunidad cuya principal ruta de acceso tiene un hoyo enorme al centro. La gente se quejaba porque el bache llevaba días así, creciendo, ensanchándose, y el ayuntamiento —según sus testimonios— se rehúsa a repararlo. El periodista, visiblemente indignado, dice a cuadro que eso no es justo, señalando la responsabilidad del gobierno municipal.

“El caso de Nevith parece similar al de Javier Valdez Cárdenas en lo visceral ante publicaciones que no necesariamente contenían información previamente desconocida”.

Esa misma madrugada, después de que denunciara la inoperancia de la alcaldía para reparar un bache, el cuerpo sin vida de Nevith Condés Jaramillo fue encontrado en un cerro. Su muerte, causada por múltiples heridas de arma blanca, no fue una ejecución rápida. El caso de Nevith parece similar al de Javier Valdez Cárdenas en lo visceral ante publicaciones que no necesariamente contenían información previamente desconocida.

Por coraje. Por odio. Porque no le gustó la publicación. 

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A pesar de que Hollywood tiene una versión idealizada  de los periodistas investigativos, los asesinatos contra periodistas en Estados Unidos siguen el mismo patrón de violencia informado por un intento de ocultar cierta información comprometedora. En junio de 2018, cinco reporteros y reporteras del diario local The Capital Gazette en Maryland murieron asesinados en un ataque perpetrado por un hombre que abrió fuego con una escopeta en la redacción del periódico. 

En la investigación policiaca que le siguió a este multihomicidio se determinó que seis años antes de la balacera letal, el asesino Jarrod Ramos demandó al periódico por una nota del veredicto de un juicio que encontraba a Ramos culpable de acoso. Sin embargo, la demanda no prosperó ya que la jueza dictaminó que la historia de The Capital Gazette se basaba en un documento público, donde la corte había determinado que sí era un acosador, y publicarlo no implicaba difamación ni calumnia. Los reporteros de The Capital Gazette no habían hecho una investigación sobre cómo Ramos acosaba a sus víctimas; no estaban descubriendo información sobre eventos ocultos o conspiraciones secretas. Pero sí estaban dando a conocer un documento que, sin el periódico, hubiera sido leído por un número mínimo de personas en Maryland que, difícilmente hubiera afectado la reputación de Ramos públicamente. 

De fondo, los homicidios de The Capital Gazette son retaliación por dar a conocer un pedazo de información delicada que el homicida quería ocultar. Los periodistas no compilaron documentos que probarían actos criminales por parte de una corporación millonaria para contaminar el medio ambiente, ni expusieronuna conspiración entre poderes políticos e intereses armamentistas ni descubrieron que un congresista nacional había estado detrás del asesinato de su adversario político para llegar a una secretaría de Estado, como los personajes hollywoodenses. Pero sí publicaron un documento incriminatorio que determinaba que Ramos era un acosador. Pero el asesino no los mató por tomar una postura ni por dar a conocer sus percepciones sobre el caso de Ramos.  

En el artículo que se determinó como el motivo para quitarle la vida, Javier Valdez Cárdenas había descrito y recolectado las opiniones desfavorables de un capo local en el contexto de la lucha de sucesión de poder del Cártel de Sinaloa. Nevith Condés Jaramillo le había dado visibilidad a problemas viejos y conocidos del municipio, agregándoles lo que muchos sentían y sabían: el calificativo de que vivir así era injusto. 

El móvil, en muchos casos de periodistas mexicanos asesinados, no es el control de información previamente desconocida, como en las películas y los casos estadounidenses, sino reacciones viscerales a cosas que no gustaron. 

“Pensemos en la libertad de expresión como el último eslabón en el proceso periodístico. La libertad de expresión es ese megáfono que garantiza la publicación de la entrevista, crónica, columna de opinión”.

Pensemos en la libertad de expresión como el último eslabón en el proceso periodístico. La libertad de expresión es ese megáfono que garantiza la publicación de la entrevista, crónica, columna de opinión. Puede haber libertad de expresión sin periodismo (una persona diciendo que no le gusta el servicio de un restaurante, por ejemplo), pero nunca puede haber periodismo sin libertad de expresión. Y donde no hay periodismo, es muy probable que tampoco exista una garantía a la libertad de expresión para el resto de los habitantes. En el caso de Nevith, su amigo Chuchín, lo explica en el corrido que le compuso:

Les traigo este corridito, desde mi región sureña, donde el pueblo es calladito, pero hay una voz que sueña gritando fuerte muy fuerte. […] Andaba en su motoneta; periodista era mi compa, hablando siempre la neta con valor nunca con miedo. […] Solo pedía que se oyeran nuestras quejas, sentimientos, la voz del pueblo […]. EP

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