La balcanización de México tiene, desde hace mucho tiempo, una profunda huella en la disparidad de México. Hoy, el recuerdo triste de Sarajevo, desde sus diferencias obvias, tiene un espejo en Sinaloa.
Nuestro Sarajevo en Culiacán
La balcanización de México tiene, desde hace mucho tiempo, una profunda huella en la disparidad de México. Hoy, el recuerdo triste de Sarajevo, desde sus diferencias obvias, tiene un espejo en Sinaloa.
Texto de Juan-Pablo Calderón Patiño 10/12/24
La metralla está escondida, recóndita, aparentemente ausente, llega de manera mortífera al azar de la vida que es estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. ¿Cómo se vive la vida entre la sorpresa del fuego, la mira del francotirador y el miedo que se respira en las calles? Cenar en un restaurante se torna en melancolía por lo que fue, tomar un café bajo las sombrillas se convierte en un anhelo de lo que ya no puede ser. La vida se hizo intramuros, entre barricadas de varios bandos y la complacencia de esos mandos uniformados con bandera nacional. Salir por víveres al supermercado es una odisea, un volado donde regresar sin ser baleado es suerte divina. Conducir un automóvil y ser un objetivo al que le preguntan con gentil oración: “¿Tiene seguro su vehículo?” ¿Quién mentiría con un AK-47 apuntándole a la cabeza? Despavoridos, salen del vehículo para, inmediatamente, verlo convertirse en parte de la barricada de fuego.
Ahora así es Culiacán, capital del estado granero de México que combina el luminoso amanecer del Pacífico y su contraparte más despiadada: el fuego asesino. No obstante, la vida sigue. El literato se conecta al mundo para impartir un taller de novela, los músicos ensayan en bodegas prestadas, en los salones de hotel sellados al fuego del exterior. La banda sinaloense toca a todo pulmón frente a la catedral para pedir armisticio al enemigo invisible, camuflado a veces, otras como el caballero escocés Johnnie Walker, campante y seguro de que nadie le dirá nada. Culiacán es el epicentro de una batalla que tiene sitiados a sus hombres y mujeres de bien. Los educandos ponen a prueba los simulacros en el aula ante el zumbido de las balas.
🤠 “Soy del mero Sinaloa, donde se rompen las olas”
— El Universal (@El_Universal_Mx) November 22, 2024
🥁🎺 En medio de música de banda, comida y fiesta cientos de personas se concentraron en las inmediaciones de la catedral de Culiacán, para consumir más de una tonelada de aguachile de camarón y ayudar a 800 familias de músicos… pic.twitter.com/1akytXLdLm
Todos tienen miedo de estar entre la escaramuza asesina de uniformados y diversos bandos del mayor cártel en la historia. Si Medellín, Colombia, duró en esplendor una década, Sinaloa lleva décadas como la “trasnacional de México”. Las líneas de Elmer Mendoza y Pérez Reverte, por cierto, de grandes diálogos en territorio culichi, se quedan cortas frente al terror de la realidad. Todo ocurre bajo la mirada de los que se atreven a defender el “humanismo mexicano” y los abrazos… a la muerte.
Los habitantes de Culiacán no están bajo el acecho de una limpieza étnica, pero sí de los traidores del enemigo descabezado, el otro Leviatán de mil cabezas. No tienen en sus cielos aviones de la OTAN para defenderlos, pero sí aeroplanos que lanzan advertencias al bando contrario, incluyendo a un gobierno manchado de credibilidad, quien aceptó sin más que se tiene que sentar con el dragón que todo lo toca. Los culichis no tienen la montaña que rodea a Sarajevo con francotiradores apostados que tiran a todo y a todos, tienen miedo de ser confundidos, alcanzados por el proyectil o el bazucazo que lo mismo mata. Los culichis aún no tienen a su Miss Sarajevo, pero les pertenece la dignidad de resistir ante la mirada irresponsable de una democracia que vocifera que no existe la guerra.
🚨Continúa y escala la violencia en #Sinaloa…
— Eunice Rendón (@EuniceRendon) December 3, 2024
En #Culiacán, alumnos de primaria se protegen ante la balacera en un negocio de comida cercano. Además hubo 21 asesinatos el pasado fin de semana (viernes, sábado y domingo).
El gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha Moya minimizó la… pic.twitter.com/sYXacctzzi
El terror de lo cotidiano, la faceta cruel de una realidad que es negada por el poder un día sí y otro también. Los habitantes de Culiacán, ante tanta incertidumbre y meses de sitio, con el Jesús en la boca, están solos, ni siquiera tienen unos Cascos Azules entre las líneas de fuego. El aberrante realismo de una lucha sin cuartel ubica a Culiacán como el Sarajevo mexicano. Ni qué decir del drama de la desintegración yugoslava, esa quimera sin respuesta de lo que fue un gran Estado, que cobró en su enredo armado aproximadamente 200 mil muertes, las mismas del sexenio de las mañaneras donde desde el púlpito del poder se renunció a que el Estado fuera Estado con su primera responsabilidad: defender la vida humana. La balcanización de México tiene, desde hace mucho tiempo, una profunda huella en la disparidad de México, y en su oportunidad productiva y de desarrollo. Hoy, el recuerdo triste de Sarajevo, desde sus diferencias obvias, tiene un espejo en Sinaloa. La herida de Culiacán es la herida de México. EP
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