Nicaragua: ¿Quién cambió? Nadie

Luis Zambrano, investigador de la UNAM, escribe sobre la situación política y social de Nicaragua frente a la evolución de los gobiernos de izquierda.

Texto de 16/03/23

Luis Zambrano, investigador de la UNAM, escribe sobre la situación política y social de Nicaragua frente a la evolución de los gobiernos de izquierda.

Tiempo de lectura: 10 minutos

En mi niñez y temprana adolescencia cantaba las canciones del disco Guitarra Armada de Carlos Mejía Godoy celebrando la revolución nicaragüense. Eran los últimos años de la década de los setenta cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) derrocaba a Somoza y las canciones de Mejía Godoy llenaban mis ansias revolucionarias. Revisitándolas, me di cuenta de que esas canciones que yo entonaba con tanto gusto como “El Garand” o “Carabina M1” son una apología a las armas que sería el orgullo de la norteamericana NRA (National Rifle Association). 

Apoyaba al FSLN en el derrocamiento de la dictadura de Somoza en 1979, porque me significaba en gran medida la instauración de un régimen democrático, plural y libre. Un régimen como el que se merecían Nicaragua y todos los países centroamericanos. Después del derrocamiento, vinieron años difíciles, pues comenzó un largo proceso de inestabilidad política que yo seguí con interés. Una parte de la inestabilidad venía de problemas internos y la otra parte debido a la Guerra Fría. El destino de muchas naciones del sur global está ligado a los conflictos y deseos de países del norte que los utilizan como monedas de cambio estratégicas para sus fines.

“Nicaragua entonces era el campo de batalla de las dos superpotencias en una guerra, fría para ellos, pero caliente en Centroamérica”.

Durante los siglos XX y XXI, las naciones europeas y Norteamérica han visto en los países africanos, centroamericanos y sudamericanos áreas donde poder pelear sus intereses sin afectar a sus ciudadanos. En el caso de Nicaragua, los “contras” financiados ilegalmente por Estados Unidos buscaron destruir al gobierno sandinista. Por su parte, los sandinistas se apoyaban en los gobiernos soviético y cubano. Nicaragua entonces era el campo de batalla de las dos superpotencias en una guerra, fría para ellos, pero caliente en Centroamérica. En esta maraña de inestabilidad, privaban las violaciones a los derechos humanos generadas por ambos bandos. En medio de esta guerra, a mediados de los ochenta, Daniel Ortega convocó a elecciones y ganó sin problemas. 

El ring entre potencias en el que se había convertido Nicaragua duró una década, y terminó con la reducción de apoyo de los países socialistas al caer el muro de Berlín. Esto provocó una crisis económica, y obligó a Ortega a llamar a elecciones en 1990. Mi lógica indicaba que la sociedad escogería democráticamente ese mismo gobierno que tanto había luchado para cambiar el régimen y mejorar la calidad de vida. Diez años de educación, salud y justicia deberían haber generado una masa crítica que buscara mantener el régimen: los que menos tenían podían escoger realmente.

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El golpe duro para Daniel Ortega fue la derrota contra Violeta Chamorro, propuesta por una alianza nacional contra el poder sandinista. Una alianza que surgió del cansancio de los despropósitos de ese gobierno, por ello incluía hasta gente de izquierda. Fue la primera vez que pensé que algo no estaba funcionando bien en mi imagen posrevolucionaria y que me estaba perdiendo algo de lo que sucedía ahí.

Pasaron más de 15 años hasta que en 2006 Ortega volvió a ganar las elecciones. Sin embargo, sus actitudes no parecían similares a las de los primeros años. En su rostro y sus discursos se notaba que el esfuerzo estaba únicamente en recuperar el poder. Muy lejos estaba mejorar las condiciones de los habitantes en una nación tan desigual. La prioridad era mantener el poder y, esta vez, por muchos años. Y así fue, durante estos años el gobierno se ha ido convirtiendo en lo que había derrocado décadas atrás: en una dictadura. En la Nicaragua actual los que piensan diferente son expulsados, asesinados o encarcelados. No existe libertad de expresión y no hay forma de discutir y evaluar cualquier decisión del dictador o su esposa.

Esto lo puedo decir de primera mano. Mi experiencia estuvo lejos de lo que están sufriendo muchos nicaragüenses, pero vi unas pequeñas pinceladas de esa incipiente dictadura. Visité Nicaragua en 2014 invitado por un colega nicaragüense, que vive en los Estados Unidos, para hacer una evaluación integral sobre el canal que Ortega quiere construir para competir con el Canal de Panamá. Expertos ecólogos, sociólogos, economistas e ingenieros nos reunimos en Managua para hacer un estudio, y terminamos publicando un informe y un artículo.

“El proyecto está detenido no por este informe: el dueño de la constructora china está enfrentando cargos por fraude”.

En ambos indicamos que el proyecto iba a destruir gran parte de los ecosistemas selváticos y dulceacuícolas; para que fuera redituable era necesario que duplicara la demanda que tenía el canal de Panamá —el cual estaba por inaugurar un segundo canal para barcos más grandes—. Concluimos que iba a ser un elefante blanco destructor de ecosistemas. El proyecto está detenido no por este informe: el dueño de la constructora china —que no se dedicaba a la construcción, sino a las comunicaciones— está enfrentando cargos por fraude. De hecho, China es otro país del norte global que ahora utiliza a países del sur para establecer sus estrategias económicas y políticas.

Muchos de los argumentos esgrimidos por expertos para este canal se pueden aplicar al proyecto transístmico y al Tren Maya de la actual administración mexicana. El primero es que el costo ambiental es altísimo y el segundo es que no va a ser económicamente redituable. No obstante, en ambos países se ha prestado en especulación de terrenos, que a su vez generan más destrucción ambiental y desigualdad.

Terminamos el taller, y de regreso en el aeropuerto de Managua un militar revisó mi pasaporte. Al meter mi nombre en la base de datos cambió su rostro y comenzó a preguntarme agresivamente qué había ido a hacer, exactamente dónde había estado y dónde me había hospedado. Era la primera vez que me sentía intimidado por un militar en un país extranjero —incluyendo las cosas que me han pasado al entrar a los Estados Unidos—.

Después del trago amargo de ese filtro, mientras esperaba el avión en la sala de espera, viendo la silueta gigante de Sandino que adorna todo el lugar me pregunté: ¿quién cambió?, ¿cambié yo porque no entiendo lo que la verdadera revolución significa?, ¿la profecía que tanto se repetía en mi adolescencia se hizo realidad? Aunque no tenga un adoquín del muro de Berlín, como canta Joaquín Sabina, ¿me convertí en un cerdo capitalista?, o bien, ¿cambiaron ellos que pasaron de buscar libertades a instaurar una nueva dictadura?

Ahora después de varios años, me respondo: 

En el fondo, nadie cambió.

Matizo, sí ha habido cambios en percepciones particulares y en la utilidad de los métodos. Por ejemplo, cambió mi percepción sobre las armas aunada a la efectividad en las revoluciones latinoamericanas del siglo pasado que surgieron como respuesta en contra de los gobiernos opresores. Gobiernos que vivían de la desigualdad, que se beneficiaban de crear pobres —es muy barato dar esas dádivas— para tenerlos controlados. Gobiernos encabezados y apoyados por los Estados Unidos porque las instituciones democráticas eran muy débiles en esos países —incluyendo México, en cuyo caso las elecciones las organizaba el mismo gobierno—. En aquellos tiempos, se pensaba que la única salida era la revolución.

En esos años, viéndolo desde afuera, el fenómeno estaba adornado con acciones heroicas de grandes revolucionarios que dieron su vida por un cambio por y para los pobres. Sin embargo, en esta imagen está oculto el sufrimiento y muerte de muchas personas involucradas voluntaria o involuntariamente en el conflicto. Las revoluciones tienen un alto costo, sufrimiento humano y social; la factura la pagan más los más pobres. Los beneficios son, si existiesen y en el mejor de los casos, magros. 

En el fondo nadie cambió. Durante mucho tiempo pensé que teníamos el mismo objetivo, pero muchas personas que estábamos atentas a las revoluciones latinoamericanas teníamos objetivos muy diferentes. Para explicarlo me valgo de una canción de esos tiempos.

Por la época del primer gobierno sandinista, Silvio Rodríguez compuso “Canción Urgente Para Nicaragua” que ayuda a comprender los sentimientos de muchos. La canción enfoca la mayoría de las estrofas en cómo “El Águila” mantiene oprimidos a los pueblos y ahora sufre porque le arrebataron uno de sus países. Los beneficios de la revolución están mencionados marginalmente: “ahora el águila tiene su dolencia mayor, Nicaragua le duele pues le duele el amor, y le duele que el niño, vaya sano a la escuela, porque de esa manera, de justicia y cariño, no se afila su espuela”.

Los beneficios para la sociedad son importantes porque hacen sufrir al enemigo. Sólo al final la canción habla de que Nicaragua irá a la gloria gracias a “la sangre sabia que hizo su historia”, “te lo dice un cubano, te lo dice un amigo”; sangre sabia como la cubana, nacionalidad del cantautor —un poco de arrogancia no le hace daño a nadie—. Primero está la alegría que causa que el enemigo haya perdido y luego, la gloria. 

Me detengo en el concepto de “la gloria” señalada en la canción para encontrar la diferencia en los objetivos. ¿Qué es la gloria? Mi idea de gloria no ha cambiado. Desde un principio he pensado que significa justicia, democracia y pluralidad. El naciente gobierno posrevolucionario nicaragüense buscaba copiar los esfuerzos de la Cuba de aquella época para mejorar la salud y educación en todo el país. En mi haber está que la mejora de una sociedad se encuentra en la salud, la educación, la vivienda y la alimentación, que es a lo que se debía la revolución, pero el beneficio no debería terminar ahí. Esto es solo el trampolín que establece las bases de equidad para que se pueda contar con justicia y democracia dentro de una pluralidad socialmente sana. La educación promueve la pluralidad de pensamientos, y si es buena, ejercita una buena argumentación detrás de ellos. La salud y el bienestar promueven una reducción en la inequidad en el acceso al poder que toma las decisiones.

La pluralidad es uno de los factores más importantes en la toma de decisiones de una sociedad. Aun cuando cada uno de nosotros cree tener la razón sobre cómo llevar las riendas de un país, es claro que hay diversos puntos de opinión. El problema es cómo sentar las bases para discutir ideas civilizadas, democráticas y reducir la inequidad en cada toma de decisiones. Para ello, se requiere de instituciones fuertes, plurales e independientes del poder que provean de equitatividad. La pluralidad se puede ver como amenaza o como oportunidad. Yo opté por lo segundo: vivo en un país que es mucho más conservador y religioso de lo que yo quisiera, y en un sistema económico que no me gusta, pero que la mayoría de mis paisanos ve con buenos ojos. No me gustan las decisiones que hemos tomado como sociedad y creo que deberíamos ir por rumbos completamente diferentes. Pero entiendo que en muchas cosas soy minoría, no porque los demás no entiendan, tengan intereses oscuros o estén enajenados por los medios de comunicación, sino simplemente porque piensan diferente.

“Por eso admiro los movimientos de las mujeres y de la comunidad LGTB+, que han logrado posicionar parte de sus propias visiones para cambiar el concepto de la sociedad frente al aborto y el respeto a la sexualidad no binaria”.

Se puede cambiar la percepción de la mayoría de la gente frente a un fenómeno. Es posible cambiar las visiones de la sociedad a partir de la discusión pública e informada. No es fácil, pero se logra. Por eso admiro los movimientos de las mujeres y de la comunidad LGTB+, que han logrado posicionar parte de sus propias visiones para cambiar el concepto de la sociedad frente al aborto y el respeto a la sexualidad no binaria. Estos cambios surgen de la diversidad de pensamiento y el respeto por el que piensa diferente. La pluralidad es la que nos hace más resilientes. 

Hago una pausa porque las redes sociales que promueven noticias falsas también son capaces de modificar percepciones sociales en ciertos sectores, y su peligro es creciente. Como ejemplo, ahí está el movimiento antivacunas. Muchas de las técnicas utilizadas para generar noticias falsas y desviar la conversación de problemas reales surgen de estrategias de los países del norte, fundamentalmente Estados Unidos, China y Rusia. 

La Guerra Fría generó en un sector de la sociedad una división que en un momento parecía ideológica, izquierda vs. derecha. Pero también fue una incubadora de líderes —entre los que están los revolucionarios— que en el poder se han convertido en jefes autoritarios y hasta dictadores. 

Por eso, defino “la gloria” de manera diferente a la visión posrevolucionaria de Daniel Ortega e incluso de muchos amigos y colegas de mi generación. Ortega ha sido un producto de esa incubadora, y ahora no busca la pluralidad sino la imposición de una visión social: la suya. La opresión que generó la revolución —y en el caso de México, “la transformación”— propició rencores que parecen estar por encima de todo. Es fácil quedarse en el rencor en lugar de buscar soluciones en un mundo cada vez más complejo que ya no cabe en un adjetivo de izquierda o derecha.  

Este cambio de un liderazgo de izquierda bien definida a un autoritarismo ha borrado las fronteras en la ideología. En la actualidad, la brújula de varios gobiernos que se consideran de izquierda en América Latina —incluido México— está perdida e incluso es contradictoria a sus principios.

Gage Skidmore | Flickr

Los liderazgos autoritarios y dictatoriales basan sus decisiones en una identidad de grupo donde son menos importantes las visiones de país que el grupo al que se pertenece. Esto se puede ver en la carta que envió AMLO al dictador Ortega hace unas semanas; por un lado, ofrece asilo a una de las expulsadas por el dictador, pero en otra parte indica: “También le expreso que en ningún momento nos prestaríamos a ser usados en una campaña contra Nicaragua y su gobierno, alentada por intereses ajenos a los de nuestros pueblos…”. Cuando se le preguntó sobre el tema en la mañanera, él reconoció: “…en el caso de los sandinistas, es un asunto para nosotros muy complicado”. Esta visión no es exclusiva de la gente que se considera de izquierda, es utilizada de la misma manera por gente de derecha. El ejemplo más claro está en los Estados Unidos con los grupos pro-Trump. 

Poner a la identidad de grupo sobre los objetivos que debería tener un gobierno evita la toma de decisiones de manera plural y equitativa. De hecho, se promueve la polarización y como resultado busca la humillación del que piensa diferente. Sólo hay un camino correcto, que puede estar encarnado en un líder, o estar configurado en las publicaciones más beligerantes de las redes sociales como Facebook o WhatsApp —por supuesto, basado en noticias falsas—. La identidad de grupo basa su comunicación en agredir sin considerar los hechos. Los logros se presumen siempre y cuando estén aderezados con la alegría que provoca la desgracia del otro grupo.

Por eso cuando me pregunto: ¿quién cambió? Digo que, en realidad, ninguno. En los setenta, la necesidad de cambio de un régimen que ahogaba a los nicaragüenses estaba en todos; la meta de un mundo mejor sin los opresores también. Pero en esta necesidad imperiosa de quitarse la opresión de encima no permitió sentarse a discutir la hoja de ruta y el objetivo final. Unos se quedaron en la guerra y buscan seguir peleando desde su trinchera, aun cuando estén ocupando el poder, como Daniel Ortega que utiliza a Somoza y los Estados Unidos como parapeto para sustentar su dictadura. Otros buscamos la pluralidad y la equidad como símbolo de un avance social.

Creo que Carlos Mejía Godoy tampoco cambió. Él también tenía la ilusión de reformar a su país, y por ello sus canciones apoyaron la revolución sandinista; me imagino que su ilusión estaba alejada de lo que es hoy Ortega. Este cantautor nicaragüense, más conocido por su canción “Son tus perjúmenes, mujer”, tuvo que huir de su país natal en 2018 temiendo por su vida al hacer canciones en favor de las protestas ciudadanas, buscando la paz nicaragüense. EP

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