En memoria del profesor Román López Villacaña
El conflicto en el Medio Oriente parece presagiar el más funesto de los desenlaces posibles. Después de más de 625 días, la guerra impuesta por Israel contra los palestinos para cobrar venganza por los ataques del 7 de octubre de 2023 y eliminar a Hamas continúa con una catastrófica trayectoria genocida. Las trágicas secuencias de la ocupación, las decenas de miles de muertos y heridos, la imposición de castigos colectivos, desplazamientos forzados, bloqueos de ayuda humanitaria y la imposición del hambre como armas, junto con la sistemática destrucción de escuelas, mezquitas, hospitales y plantas potabilizadoras de agua, sigue extendiéndose en medio de una confrontación abierta con las agencias de Naciones Unidas.
La guerra ha ido mucho más allá de la devastada franja de Gaza para alcanzar varios frentes, sin que nada la contenga, ni ninguna instancia internacional sea capaz de ponerle un alto. Confluyen después de 20 meses la reocupación violenta, por la fuerza, de territorios en Cisjordania, en el Líbano y en Siria, una guerra expansiva de baja intensidad, con ataques recurrentes sobre objetivos y milicias en Irak, que han hecho que los escenarios de conflicto lleguen hasta el mar Rojo, el golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz. Un largo incendio que, debido a Trump, está por propagarse incontenible.
La ahora penúltima escalada, de nuevo provocada por Israel, otra vez en contra de Irán, arguyendo su derecho a defenderse ha consistido en intensos ataques directos, oleadas de bombardeos aéreos, lanzamientos diarios de misiles balísticos y drones, eliminación sistemática desde el aire de más de una treintena de comandantes militares y científicos nucleares, dio inicio la madrugada del viernes 13 de junio, en contra de importantes objetivos estratégicos y civiles iraníes. Esta ofensiva apunta precisamente al objetivo último que Benjamín Netanyahu y el liderazgo conservador israelí siempre han ambicionado conseguir: acabar de una vez por todas con la presunta amenaza del programa nuclear iraní.
Como parte de la guerra de desinformación e información, sigue difundiéndose una extendida narrativa, justificando la agresión, que señala que el país enemigo jurado de Israel y de Occidente amenaza la existencia de aquel al estar a semanas de poder producir material fisionable y concretar la fabricación de una o varias armas atómicas. Situación intolerable, de acuerdo con una poderosa maquinaria de propaganda. Esta falsa narrativa alienta y presupone una explicación y una amplia reverberación en los medios de comunicación que especulan que, solamente con la ayuda incondicional y el involucramiento directo de los Estados Unidos, Israel conseguiría también destruir las instalaciones nucleares subterráneas de Fordow, acabar con la capacidad de producción de misiles balísticos y contribuir, hasta donde sea posible, a terminar con el régimen teocrático que gobierna la República islámica de Irán desde 1979.
La escalada constituyó un peligrosísimo punto de inflexión en un conflicto que, como se ha señalado, se sabe cuándo dio inicio, no cuándo terminará. Sobre todo, después de que días antes el Organismo Internacional de Energía Atómica aprobara una resolución, motivada políticamente, en la que se señalaba que la cooperación de Irán era insatisfactoria sobre todo en facilitar el monitoreo, dejando entrever así un posible avance en el enriquecimiento de uranio, que según una filtración difundida podría estar acercándose el 60 %, un porcentaje muy por encima de los compromisos contraídos por Irán en el acuerdo de 2015 con las grandes potencias y que Trump rechazó en 2018 en su primer mandato. Todo lo anterior, en el contexto de una ronda de conversaciones y negociaciones directas entre Estados e Irán, facilitadas por la mediación de Omán, las cuales debían haber tenido su sexta reunión en Mascate el domingo 15 de junio.
Al trascender las noticias relacionadas con estas negociaciones bilaterales y la mencionada resolución del OIEA, se vendría a saber de un ultimátum de 60 días establecido por el presidente Trump, acorde con su actuación como un mandatario y negociador en jefe dispuesto a imponer la paz por la fuerza, que sin embargo ha sido incapaz de poner fin a la invasión y la guerra de Rusia contra Ucrania. Asimismo, se conocería el rechazo expreso de los negociadores iraníes a poner sobre la mesa de negociaciones, como prerrequisito, la cancelación del proceso de enriquecimiento de uranio.
Este conjunto de sucesivos acontecimientos y circunstancias abrió una ventana estratégica que el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu supo aprovechar para lanzar de manera unilateral y en forma ilegal, no como una operación limitada, como se dijo al inicio de los ataques, sino como una campaña militar en toda forma que seguramente se extenderá varias semanas o meses. Cabe aquí destacar que no obstante las diferencias de visión y de objetivos estratégicos entre Israel y Estados Unidos, lo cierto es que desde hace meses las diferencias que existían entre las instancias militares en Tel Aviv y Washington ya habían sido enmendadas. Sobre todo, después de la salida del gabinete del ministro de defensa Yoav Gallant, puesto que, no obstante, el desastroso curso seguido en la guerra en Gaza se ha reforzado la alianza militar y la coordinación política entre ambos países, para dejar en claro que ni Israel es al agente de Estados Unidos en el Medio Oriente, ni la superpotencia lo es del Estado de Israel, pero actuarán en cualquier caso de consuno. Como es bien sabido —aunque no siempre reconocido— desde hace varias décadas la política exterior estadounidense para el Medio Oriente la determina Israel contando para ello tanto con el apoyo bipartidista de demócratas y republicanos en el Congreso y en la Casa Blanca como con el poderoso respaldo del influyente y eficaz lobby judío que en modo alguno se limita a Washington.
Con el paso de los días, se ha vuelto más evidente la conducción oportunista y transaccional de la política exterior en manos de Trump, quien declarara el jueves 19 que Irán dispondría de sólo dos semanas para rendirse y sentarse a la mesa a negociar, mientras su gobierno sopesaría involucrarse de manera frontal, en apoyo de Israel, quien continuaría con sus ataques. Mientras tanto, Irán había dejado en claro que renunciar a sus capacidades para defenderse no era negociable por lo que continuaría ejerciendo su derecho a responder en legítima defensa. En la última sesión del Consejo de Seguridad, quedó de manifiesto que Irán no negociaría mientras Israel no cesara sus ataques, el cual, por su parte, aseguró que estos continuarían y se extenderían hasta conseguir sus objetivos.
Al momento de escribir estas líneas, en teoría, negociar una desescalada aún es posible, aunque los costos políticos y estratégicos para Teherán podrían ser descomunales, al darse por descontado que las exigencias de Trump y de Netanyahu serán el cese completo de enriquecimiento de uranio, junto con el desmantelamiento y la desarticulación de sus instalaciones nucleares para quedar sujetas a inspección estadounidense; además de una severa reducción de su arsenal y capacidad para fabricar misiles balísticos y drones. Incluso ambos podrían llegar a demandar el desmantelamiento o desactivación de las milicias proiraníes en Siria, Líbano y Yemen, todo lo cual es una quimera y constituiría una auténtica capitulación, a la que, por cierto, Trump se ha referido en varias ocasiones al afirmar que Irán debe proceder rápidamente a una rendición incondicional, antes de que sea demasiado tarde.
Expuesto lo anterior, podemos concluir que la escalada en curso es hoy el principal foco de inestabilidad regional y global con consecuencias incalculables, puesto que los mercados energéticos podrían tambalearse si llegara a ocurrir un posible bloqueo iraní del estrecho de Ormuz. China, el principal comprador de petróleo iraní, podría resultar el principal afectado. Si Israel ataca más instalaciones petroleras y gaseras y Estados Unidos se involucra más allá de los bombardeos lanzados el sábado 21 de junio, Irán podría atacar en represalia intereses norteamericanos como alguna de las bases militares estadounidenses en la región.
Por otra parte, la escalada ocurre cuando el sistema multilateral y las Naciones Unidas atraviesan por la peor crisis y han sido relegadas; el orden internacional basado en normas continúa desplomándose, sin que las grandes potencias tengan la voluntad y ni la capacidad de frenar las múltiples atrocidades
Israel no sólo va a necesitar el apoyo continuo e incondicional de Estados Unidos, del que ya dispone, sino también —y más importante— convencer a la comunidad internacional y a sus principales socios sobre los propósitos que persiguen sus acciones para justificar su cuestionada legitimidad. China y Rusia ya han condenado la agresión y están en contra de que se prolongue la escalada, al igual que los países del golfo, incluida Arabia Saudita principal antagonista y competidor de Irán. Recordemos que Israel ha fracasado en todos sus intentos de provocar cambios de régimen en la región. Hacerlo precisamente ahora es aún menos probable que tenga éxito.
Resulta verdaderamente difícil de creer y aceptar que la estabilidad regional y mundial dependa de manera determinante tanto de la conducta criminal y de la estrategia obsesiva de Netanyahu de sostener una guerra permanente en Medio Oriente, como de las veleidades internacionales y las conductas zigzagueantes e irresponsables de Trump que ciertamente no se han correspondido con su promesas de campaña como un presidente hacedor de la paz, que pondrá fin a la guerras cuando no ha conseguido detener la guerra en Ucrania ni ningún otro conflicto internacional, sino por el contrario ha logrado exacerbarlos.
Los ataques con bombarderos estadounidenses ordenados por Trump el sábado 21 en contra de las tres principales instalaciones nucleares de Irán seguramente cerrará la puerta estrechísima de una salida negociada por la vía diplomática, rindiéndose ante la ceguera política y la obstinación militar abriendo de par en par la puerta de la violencia que en tantísimas ocasiones se ha propagado como un incendio en la región.
La intervención directa y abierta de Estados Unidos en la confrontación entre Israel e Irán pone ahora al conjunto de la región en un nuevo escenario impredecible y al mundo en la antesala de un conflicto de alcance global.
No hay que mirar muy lejos hacia atrás en la historia del tiempo presente para recordar las devastadoras consecuencias de largo plazo para el Medio Oriente derivadas de los gravísimos errores cometidos por Estados Unidos con la invasión de Irak en 2003, cuyas secuelas están presentes hoy en día, o los sonoros fracasos de la invasión y retirada de Estados Unidos de Afganistán, que acabó por restablecer el régimen de los mismos talibanes. EP
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