La hegemonía de Rusia en el Ártico

El exembajador Héctor Cárdenas, miembro del grupo México en el Mundo, analiza el auge de la disputa geopolítica en el Ártico, donde el deshielo ha desatado una carrera por recursos estratégicos y control territorial.

Texto de 07/05/25

El exembajador Héctor Cárdenas, miembro del grupo México en el Mundo, analiza el auge de la disputa geopolítica en el Ártico, donde el deshielo ha desatado una carrera por recursos estratégicos y control territorial.

El presidente Trump se propone adquirir la isla de Groenlandia, así como convertir a Canadá en un estado más de los Estados Unidos. Sus intenciones ostensiblemente desataron críticas y repudio por los países involucrados. Desde el punto de vista geoestratégico, para Norteamérica la expansión contemplada por Trump constituye la creación de un megaestado sin rival en el planeta. 

Los ministros de asuntos exteriores de los países miembros del Consejo Ártico se reunieron en mayo de 2021 en Reikiavik, Islandia, donde Rusia asumió la presidencia rotativa del organismo que reúne a siete miembros de la OTAN con el principal oponente de la alianza, Rusia. Este foro internacional, fundado en 1996 por las ocho naciones limítrofes del Ártico: Canadá, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y los Estados Unidos, tiene como objetivo debatir cuestiones de colaboración con la expresa exclusión, en sus debates, de los temas militares y de seguridad. Esto no fue obstáculo para que el Secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, expresara la preocupación de los países representados en la reunión por “algunas de las recientes actividades militares en el Ártico por parte de Rusia” en alusión a la ampliación de una base aérea rusa en la región. Moscú, por su parte, afirma que se trata de una ampliación legítima y necesaria de una instalación estratégica, en consonancia con sus proyectos en la región.

El Ártico alberga una tercera parte del petróleo y el gas que aún no se han descubierto en la Tierra. Por ello, se ha convertido en una zona de intensa competencia, no solo para los países árticos, sino para otros que pretenden participar en la exploración y mercantilización de dichos recursos, como es el caso de China, el Reino Unido y Francia.

Cabe destacar que la mayor parte del Círculo Polar Ártico está ocupada por el Océano Glacial Ártico, que permanece helado la mayor parte del año, en cuya cuenca algunos países poseen una parte importante de su territorio. Rusia cuenta con un litoral de 17200 kilómetros del total de los 45389 kilómetros que mide la costa ártica; Canadá, Dinamarca (Groenlandia), Estados Unidos de América (Alaska), Noruega, Suecia, Finlandia, colindan con el resto, e Islandia, con solo un kilómetro. En el Océano Glacial Ártico se ubican los mares que fluyen del Océano Pacífico al Atlántico. Cinco bañan las costas de Rusia; los de Chukotka, Siberia Oriental, Laptev, Kara y Barents, mientras que los de Groenlandia, de Lincoln y de Beaufort son ribereños de Norteamérica. 

Los vastos territorios rusos en la región han cobrado especial importancia en las últimas décadas en función de los escenarios geopolíticos que se avecinan, como consecuencia del constante deshielo de la masa polar, provocado por el calentamiento global, fenómeno que ha propiciado el interés de Rusia por reafirmar su hegemonía en la región. 

Desde la disolución de la URSS se produjo un cambio en ese espacio que pasó de ser un factor de confrontación entre las superpotencias a ser un símbolo de cooperación y reconciliación gracias al clima de distensión entre Rusia y Occidente que generó el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, en la actualidad la política del Kremlin hacia la región se ha vuelto más beligerante y agresiva con el fin de proyectar el poder militar y político y restaurar la imagen de Rusia como una potencia mundial. 

Es importante recordar que durante todo el siglo XX los ejércitos soviético y ruso eran, sin duda alguna, los amos del Ártico, pues la región es considerada de gran importancia estratégica para la seguridad del Estado, cuestión que siempre ha preocupado a Rusia, consciente de su vulnerabilidad y aislamiento. Sin embargo, sin negar que su país seguirá desarrollando su estructura militar en el Ártico, el Presidente Putin ha adoptado la “Estrategia de desarrollo de la región del Ártico”, una política que contempla llevar a cabo negociaciones internacionales con el fin de demarcar las fronteras de la región ártica mediante la presentación de una petición a las Comisiones de Naciones Unidas sobre los Límites de la Plataforma Continental, así como propugnar el reconocimiento y explotación de los recursos naturales, la protección del medio ambiente y de las comunidades indígenas de la zona, sin detrimento de la soberanía rusa sobre la región y las rutas marítimas del norte.    

Cabe señalar que este último aspecto es del mayor interés geopolítico, toda vez que el deshielo de la masa polar que, si bien ha creado problemas significativos para los países y ciudades costeras, ha abierto el camino para el establecimiento de rutas comerciales y el acceso a los recursos naturales de la zona, tales como petróleo, gas y numerosos minerales preciosos y estratégicos que significan para Rusia una nueva fuente de ingresos para hacer frente a la difícil situación económica por la que atraviesa, sobre todo por el desgaste económico y social que representa la guerra de Ucrania. Frente a esta situación los países ribereños —Estados Unidos, Canadá, Noruega y Dinamarca— han expresado su preocupación por las intenciones de Rusia de extender su plataforma continental más allá de las 200 millas que señala la legislación internacional sobre el Derecho del Mar, por considerar que el Ártico se convertiría inexorablemente en un enclave ruso.

Rusia se propone establecer una vía marítima a través del Ártico conocida como la Ruta del Mar del Norte que reduciría considerablemente el tiempo de navegación, sin necesidad de recurrir a rompehielos. Si —como es de esperar— los americanos y los iraníes logran llegar a un acuerdo sobre este particular, estaríamos frente a una nueva realidad en el Medio Oriente. Un panorama que podría traer estabilidad y desarrollo en esa zona de conflicto a cambio de la emergencia de Irán como la gran potencia regional. En efecto, el presidente Hassan Rouhani no tardó en declarar que “el acuerdo demuestra que el diálogo constructivo funciona. Una vez resuelta esta crisis innecesaria, emergen nuevos horizontes para centrarnos en desafíos compartidos”. Estas declaraciones revelan el interés iraní por retomar el camino de la cooperación con Occidente después de haber padecido durante varias décadas los efectos del aislamiento y de las sanciones que han obstaculizado su desarrollo económico. 

Por su parte, Obama, con el fin de apaciguar a sus detractores, hizo hincapié en que cualquier violación del acuerdo por parte de Irán traería consigo el retorno de las sanciones. En su discurso, cuando se dieron a conocer los resultados de las negociaciones, Obama dejó claro que el acuerdo con Irán no pretende un cambio de régimen, ni la solución de cualquier problema que pueda endilgarse a Irán, ni eliminar todas sus nefarias actividades alrededor del planeta. El acuerdo, agregó, tiene como objetivo impedir que Irán llegue a poseer armas nucleares, un 30 % más corto que la ruta a través del Canal de Suez. Para el efecto, construye las infraestructuras necesarias y procede al equipamiento y modernización de su abrumadora presencia militar.

No debe sorprender, por ende, que la importancia geopolítica de la estabilidad y desarrollo del Ártico haya influido en el cambio paradigmático de la relación ruso-norteamericana que, desde la visión de Washington contempla un acercamiento pragmático, en aras de un entendimiento sobre los temas de cooperación, seguridad y protección del medio ambiente. EP

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