Cachemira: una oportunidad para la diplomacia

Nathan Wolf, amigo del Grupo México en el Mundo, examina la nueva escalada entre India y Pakistán en Cachemira, sus riesgos globales y la urgencia de recuperar la vía diplomática.

Texto de 12/05/25

Nathan Wolf, amigo del Grupo México en el Mundo, examina la nueva escalada entre India y Pakistán en Cachemira, sus riesgos globales y la urgencia de recuperar la vía diplomática.

El pasado 22 de abril de 2025, en la pradera de Baisaran, cerca de la turística ciudad de Pahalgam, en la región de Cachemira administrada por India, un ataque armado cobró la vida de 26 turistas hindúes y dejó al menos 17 heridos. Los agresores, vestidos con uniformes militares, abrieron fuego de forma indiscriminada antes de desaparecer entre los bosques. Este atentado, el más letal contra civiles indios desde los ataques de Bombay en 2008, fue atribuido al grupo insurgente The Resistance Front (TRF), con presuntos vínculos con Lashkar-e-Taiba y respaldo de servicios pakistaníes, según el gobierno indio.

Tres semanas después, el 6 de mayo, India respondió con una operación aérea denominada Sindoor, lanzando misiles sobre presuntas instalaciones terroristas en la Cachemira paquistaní y en la ciudad de Bahawalpur. Aunque Nueva Delhi afirma haber atacado blancos estratégicos no militares, Islamabad denuncia daños en infraestructura civil y la muerte de al menos ocho personas. Como en cada episodio de esta larga disputa, la línea entre la represalia legítima y la provocación estratégica es confusa. Esta vez, sin embargo, el mundo observa con mayor inquietud: ambas potencias poseen armas nucleares, liderazgos nacionalistas y discursos polarizados.

Cachemira: el conflicto no resuelto

La región de Cachemira es, desde 1947, un símbolo irresuelto de la partición del Imperio Británico. Con mayoría musulmana pero un maharajá hindú, el entonces principado de Jammu y Cachemira fue anexado a India. Este acto detonó la primera guerra indo-pakistaní, seguida por otras en 1965 y 1999. Actualmente, el territorio se encuentra dividido entre India, Pakistán y China.

Desde entonces, Pakistán ha exigido la realización de un referéndum para la autodeterminación de los cachemires, como lo ordenó en su momento la ONU. India, por su parte, afirma que Cachemira es parte integral de su territorio. Las tensiones se agravaron en 2019, cuando el gobierno de Narendra Modi revocó el estatus de autonomía constitucional del estado de Jammu y Cachemira, lo que fue interpretado como una anexión unilateral. Desde entonces, la represión, la censura y las restricciones militares se han intensificado.

Una respuesta distinta a 2008

El contraste entre lo que ocurrió en 2008 y la reacción actual del gobierno indio es revelador. Tras los ataques de Mumbai, que causaron 166 muertos y fueron ejecutados por militantes entrenados en Pakistán, el entonces primer ministro Manmohan Singh optó por no escalar el conflicto militarmente. En lugar de ello, India recurrió a canales diplomáticos, presión internacional y cooperación en seguridad.

Hoy, el escenario es distinto. El gobierno nacionalista del Bharatiya Janata Party (BJP) ha promovido una doctrina de disuasión activa, en la que los ataques transfronterizos son respondidos con represalias inmediatas. En lugar de la contención, Modi ha apostado por la demostración de fuerza.

Este giro no solo obedece a razones ideológicas. También se inscribe en un cambio sistémico global: el debilitamiento de las instituciones multilaterales, el retroceso del orden liberal pos-Guerra Fría y una creciente permisividad internacional hacia el uso de la fuerza cuando se enmarca como lucha contra el terrorismo. El Consejo de Seguridad de la ONU, la SAARC, la OMC o incluso la OCS —organismos que alguna vez canalizaron tensión entre Delhi e Islamabad— hoy tienen escasa o nula influencia real sobre estos actores.

El rol ambivalente de China

Otro factor crítico es el papel de China, actor silencioso pero fundamental en el tablero. Pekín controla el territorio de Aksai Chin, una parte de Cachemira que India reclama como propia, y mantiene una alianza estratégica con Pakistán. Al mismo tiempo, India y China mantienen una relación comercial profunda, aunque cada vez más tensa.

Pekín ha evitado tomar partido abiertamente, pero su influencia regional es clara. Cualquier escalada militar en Cachemira afecta intereses chinos: económicos, de seguridad fronteriza y de equilibrio regional. Sin embargo, China también se beneficia de una India desgastada, dividida diplomáticamente y enfrentada a Pakistán. Su rol es calculado.

Análisis estratégico

Desde un punto de vista estratégico, la Operación Sindoor busca tres objetivos clave:

  1. Disuadir futuros ataques mostrando que India no tolerará la impunidad de los grupos insurgentes.
  2. Satisfacer a la opinión pública interna, fuertemente impactada por el atentado de Pahalgam, en un clima nacionalista y electoralmente sensible.
  3. Reconfigurar las reglas del juego con Pakistán, enviando el mensaje de que los costos de proteger o tolerar a grupos como Lashkar-e-Taiba serán cada vez más altos.

No obstante, este tipo de respuestas también conlleva riesgos importantes: errores de cálculo entre potencias nucleares, erosión de canales diplomáticos y oportunidades para que actores no estatales dinamicen aún más la violencia.

Escalada diplomática y militar

Pakistán denunció los ataques como una violación de su soberanía, reportó el derribo de dos aviones indios —hecho que Nueva Delhi niega— y movilizó tropas hacia la Línea de Control. La retórica se endureció. Islamabad prometió represalias “en tiempo y lugar” de su elección, y el primer ministro Shehbaz Sharif calificó la operación india como “acto de guerra”.

Ambas partes han expulsado diplomáticos, cancelado visas y roto mecanismos bilaterales de cooperación. En paralelo, se ha declarado la alerta máxima en las fuerzas armadas y se han intensificado los patrullajes aéreos. Lo que alguna vez fue una “guerra fría del sur de Asia” ahora se parece más a un conflicto abierto con líneas rojas borrosas.

¿Qué puede hacer el mundo?

En este contexto, la respuesta internacional ha sido tibia. Estados Unidos, bajo el liderazgo de Trump, ha pedido contención pero no ofrece mediación activa. Europa está distraída por sus propios retos internos. Rusia mantiene distancia. China llama a la calma sin condenar los ataques.

Este silencio es elocuente. En un sistema internacional desbalanceado, donde el uso de la fuerza es cada vez más tolerado si es presentado como defensa contra el terrorismo, India se siente en posición de actuar sin temor a sanciones ni aislamiento. Pakistán, por su parte, se sabe cada vez más dependiente de su alianza con China, que actúa con pragmatismo geopolítico más que con principios.

Frente a esto, el riesgo de una escalada fuera de control es real. No porque los actores quieran la guerra, sino porque los canales para evitarla están rotos. Una guerra limitada, provocada por un nuevo atentado o por un error táctico, puede transformarse en un conflicto regional que arrastre a potencias externas y amenace la estabilidad del sur de Asia.

En medio de este panorama sombrío, ha surgido una nueva voz que podría contribuir a descomprimir el escenario internacional. El recién electo Papa León XIV, en su primer mensaje público desde la logia central de San Pedro, dedicó sus primeras palabras a la paz global y dijo: “Ayúdennos también ustedes, y los unos a los otros, a construir puentes con el diálogo y el encuentro”. Aunque el Vaticano no es un actor diplomático con injerencia directa en Asia Meridional, su capital simbólico puede servir como plataforma ética para mediar y renovar los llamados a la moderación, el diálogo interreligioso y la reconciliación.

Prospectiva de resolución

Las salidas no son inmediatas, pero existen. A corto plazo, urge:

  • Restaurar canales militares directos (como los “hotlines” entre Nueva Delhi e Islamabad).
  • Reactivar foros diplomáticos regionales, como la SAARC o contactos multilaterales informales.
  • Redefinir la cooperación antiterrorista con observadores neutrales.

A mediano plazo, se requiere:

  • Reformas internas en la administración de Cachemira, con mayores libertades y garantías.
  • Un marco binacional o tripartito (India-Pakistán-China) que aborde no solo la seguridad, sino el desarrollo sostenible en la región.
  • Una mediación creíble, con participación de actores neutros, como Noruega, Qatar o incluso el Vaticano, con legitimidad internacional.
Conclusión

El conflicto entre India y Pakistán ya no es el mismo. Ha evolucionado en un contexto internacional donde los límites del uso de la fuerza se han desdibujado, y donde los organismos multilaterales han perdido capacidad de arbitraje dando como resultado una mayor permisividad internacional. Cachemira, más que una disputa territorial, es hoy el reflejo de un mundo menos ordenado, más frágil y peligrosamente permisivo.La diplomacia ya no es una opción: es una urgencia. Porque si algo enseña la historia reciente es que, en escenarios donde convergen nacionalismos, terrorismo y armas nucleares, basta un error —una bala, un misil, una provocación— para encender la chispa de una tragedia global. EP

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