Juan-Pablo Calderón Patiño escribe sobre el reciente fallecimiento de Jimmy Carter, el expresidente estadounidense más longevo, y recuerda los momentos más memorables de su mandato al frente de la Unión americana.
Jimmy Carter: el fin de un ciclo de política profesional
Juan-Pablo Calderón Patiño escribe sobre el reciente fallecimiento de Jimmy Carter, el expresidente estadounidense más longevo, y recuerda los momentos más memorables de su mandato al frente de la Unión americana.
Texto de Juan-Pablo Calderón Patiño 30/12/24
Con su fallecimiento a los 100 años, Jimmy Carter acaba de convertirse en el expresidente estadounidense más longevo de la historia. Su lamentable muerte cierra un círculo de la política profesional en Washington y, sin exagerar, una parte de la madurez institucional de un ciclo de poder que ha sido arrebatado al olvido por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Él, hijo de un productor de cacahuates de Georgia, dejó la presidencia de Estados Unidos en 1981 después del escándalo de los rehenes estadounidenses en Irán y dela crisis energética que azotó a Occidente. En plena Guerra Fría, Jimmy Carter fue uno de los pocos presidentes que no pudo reelegirse y el fin de su mandato inició la ola neoconservadora republicana. Sin ser parte de la alta burocracia federal, Carter supo conjuntar a su favor el desdén al partido republicano que no se reponía del enigmático caso Watergate y que forzó la renuncia de la presidencia a Richard Nixon.
Miembro de la marina de su país, Carter se decidió por la carrera política y, antes de ingresar a la Casa Blanca, fue senador estatal en Georgia y gobernador de su estado. Supo entender que uno de los sostenes que hacen potencia a su país no podía tener más grietas en los Derechos Humanos. Atlanta, capital de Georgia, rebasó ser sede de varias marcas icónicas del capitalismo para convertirse en epicentro de la lucha contra la discriminación racial. También ciudad de Martin Luther King, Atlanta fue uno de los laboratorios de Carter para que, desde el gobierno estatal, incorporara políticas de inclusión, además de un mayor número de afroamericanos en puestos públicos. La eliminación de la pena de muerte en Georgia fue una meta que naufragó en su presidencia, pero señal de su compromiso en la materia.
La presidencia de Carter contribuyó a tomar una de las últimas grandes decisiones de Washington en América Latina. El regreso a la soberanía panameña del Canal de Panamá bajo el mando del Gral. Omar Torrijos fue emblemático. Junto con el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba en el gobierno de Barack Obama, ha sido de las últimas e históricas acciones de Estados Unidos en Latinoamérica.
El mirador en el Medio Oriente y en la antigua Persia tuvo un sabor agridulce. Los Acuerdos de Campo David reconocieron la paz entre Egipto e Israel que venían de una guerra fugaz. El asedio geopolítico de la región podía encenderse de nuevo. Aún con los vericuetos de la paz, Carter defendió el proceso de paz como un proceso para toda la región, más que ser el punto final de la negociación. Su consejero en seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, fue también un personaje clave en la apertura de relaciones diplomáticas con Pekín, mismo que constituyó un esfuerzo de continuidad de Estado que habían emprendido Richard Nixon y Henry Kissinger.
Sin imaginarlo, el fin de su período estuvo marcado por la defensa al régimen del Sha de Irán y el embrollo de los rehenes de la embajada de la potencia estadounidense en Teherán. México tuvo una parte en el juego perverso: la figura itinerante de un Sha condenado por el cáncer pasó por Cuernavaca y Acapulco. Fue el entonces mandatario mexicano, José López Portillo, quien en uno de los discursos en la visita de Carter a México, le dijo “Entre vecinos permanentes y no ocasionales, el engaño o abuso repentino son frutos venenosos que tarde o temprano revierten” (El País, 15 febrero, 1979). Fiel a su convicción por los Derechos Humanos, el demócrata de Georgia reconoció la importancia de la reforma política y la Ley de Amnistía que emprendió el gobierno mexicano, además resaltó la gesta del Tratado de Tlatelolco que impulsó México para la desnuclearización de América Latina firmado en 1967.
Para Estados Unidos, sin la autosuficiencia energética de hoy en día, la defensa del Sha era la defensa del suministro petrolero a sus reservas energéticas. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) creada en 1960, el quiebre de la guerra entre El Cairo y Tel Aviv, y el mayor requerimiento energético de Occidente, fue la combinación perfecta para una crisis energética con graves consecuencias. Una de ellas, en el sector automotriz estadounidense, inició una marcada competencia frente a marcas automotrices japonesas y alemanas, cuyos vehículos gozaban de mayor eficiencia energética que los automotores de las tradicionales marcas de Detroit. El alcance de esa crisis, aún con la autosuficiencia petrolera estadounidense en el siglo XXI, estriba en la necesidad de una transición energética que el presidente Biden impulsó, misma que estará a prueba durante el periodo de Donald Trump.
Sin ver a los rehenes libres, Carter abandonó la Casa Blanca sin pena ni gloria. Quedará la interrogante de si los revolucionarios islámicos del Ayatollah Khomeini negociaron un acuerdo con Ronald Reagan para liberar a los rehenes después del mandato de Carter.
A unos días del regreso de Trump a la Casa Blanca no deja de sorprender la ignorancia que arrancó el aplauso de muchos estadounidenses cuando el magnate neoyorquino dijo sin indirectas que Panamá tendrá que devolver el Canal a la soberanía estadounidense. Carter supo entender que los tratados con Torrijos eran la mejor base para una nueva relación con Panamá y la región. El político de Atlanta pidió en vida votar por Kamala Harris y defender la democracia de su país, hoy murió ante el desconsuelo de una nueva mayoría que está afianzando la mayor incertidumbre democrática de Estados Unidos. El legado de hombres como Carter deberá ser una reserva para el debate sobre cómo impedir que el péndulo oscile de la democracia presidencialista a la autocracia trumpista.
La misión de Carter como defensor de los Derechos Humanos, la salud pública y la democracia fue una cara del poder suave que el propio Washington supo utilizar para misiones delicadas en Cuba, América Central, Los Balcanes, Medio Oriente, África y Corea del Norte. No es casual que Carter haya ganado el Nobel de la Paz en el 2002, más por su misión fuera de la presidencia que en la oficina Oval, desde donde insistió que el poder militar no debería ser la primera opción para su país, sino la última. Se extrañará al bonachón que fue inquilino de la Casa Blanca, pero más al hombre de acción del Carter Center en Atlanta. EP
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