¿Es posible hablar de readaptación social al salir de la cárcel? Algunos apuntes

Heriberto Paredes reflexiona sobre los sistemas penitenciarios en nuestro país y sobre la necesidad de crear condiciones adecuadas para una plena readaptación y reinserción social de quienes se encuentran en situación carcelaria.

Texto de 24/02/25

Cárcel

Heriberto Paredes reflexiona sobre los sistemas penitenciarios en nuestro país y sobre la necesidad de crear condiciones adecuadas para una plena readaptación y reinserción social de quienes se encuentran en situación carcelaria.

Array

A Miguel Ángel le costó varias semanas volver a conciliar el sueño y tener la posibilidad de salir a la calle. Pasó poco más de cinco meses recluido en el penal de San José el Alto, Querétaro y su proceso de readaptación social atravesó varias etapas antes de tener buenos resultados. Aquí, mi labor no es abordar los motivos por los cuales Miguel o las personas entrevistadas se convirtieron por un periodo de tiempo en internos de algún centro penitenciario; mi intención es traer a colación algunas de sus reflexiones sobre el proceso de reclusión y, ante todo, sobre las posibilidades o no de la reinserción en una sociedad tan compleja y diversa como la mexicana.

“Es común que, tras un periodo de reclusión, las personas que consiguen su libertad tengan pesadillas…”

Es común que, tras un periodo de reclusión, las personas que consiguen su libertad tengan pesadillas o se despierten abruptamente a mitad de la noche reviviendo alguna mala experiencia. Lo que le ocurrió a Miguel Ángel, a Omar y a decenas de miles de hombres y mujeres al salir de la cárcel es un síntoma de estrés postraumático, que en el mejor de los casos es comprendido por el entorno familiar, pero que en muchas ocasiones arrastra otros síntomas y puede convertirse en el motor de la reinserción.

Esto le pasará a las 233,277 personas que, estima el INEGI, están en algún centro de reclusión, de las cuales 94.3 % son hombres y el 5.7 % restante mujeres. Entrar es relativamente sencillo en México; salir, sin embargo, es un proceso difícil y complejo. Además, aún no están claras las opciones reales que tienen las personas al salir, más allá de los discursos y buenas intenciones de las instituciones o los ejemplos concretos que ciertos funcionarios logran poner en práctica.

¿Se puede hablar de readaptación social luego de la experiencia carcelaria?

Por definición lingüística, ‘readaptar’ significa volver o regresar a la normalidad después de una lesión o de una situación que haya provocado un cambio en la vida de una persona. En términos médicos, se trata de un proceso para volver a preparar a nuestro cuerpo, o a la zona afectada por dicha lesión, a la actividad a la que estaba acostumbrada antes de lesionarse. Tal vez es un “regreso a la luz”, luego de haberse adentrado en las oscuridades. Oficialmente, este es el concepto que corona la estrategia que promete el Estado mexicano para restablecer la vida de las personas que atravesaron por una experiencia carcelaria, sean dos o cinco meses, o bien 30 años. No hay una distinción clara de los mecanismos para abordar las necesidades diferenciadas de estas personas.

En los 331 centros penitenciarios o centros de readaptación social, estatales o federales, con mejores o peores condiciones higiénicas, de sobrepoblación, de violencia y de seguridad, existen programas para estudiar, realizar deportes, desempeñar alguna actividad cultural o un trabajo, desde las artesanías hasta la elaboración de bancas y faroles del alumbrado público. Pero quienes están en situación de cárcel saben que dar clases, hacer deporte, tejer bolsas o portarse bien no necesariamente son el camino a la libertad; hacen falta otros componentes y es necesario ir más allá de la culpa, del estigma interno.

“Uno está ahí porque cometió una falla, un delito. Este delito fue juzgado y en consecuencia la persona está ahí, pero antes de ese delito está toda su historia y ahí es donde yo creo que se encuentra la carnita para poder implementar un proceso de readaptación o de reinserción social efectivo, contundente”, explica Miguel Ángel recordando su experiencia.

A pesar de que muchas personas logran comprender que es necesario salir del proceso de culpabilización y empezar a trabajar sobre esta historia personal, también hay que considerar que las instituciones penitenciarias mexicanas —aunque podríamos hablar de muchas en todo el mundo— no han dado buenos resultados. Al menos así ha sido para Omar, quien tras su experiencia canera nos dice lo siguiente:

“No hay mecanismos en ninguna cárcel, ni ninguna cárcel le da los mecanismos al interno para que se readapte a la sociedad, mediante la educación, mediante el deporte; todo es escaparate. No te da la cárcel estos mecanismos. Es más lo que te chinga la cárcel que lo que te puede beneficiar o aportar”.

“Durante la reinserción, en el terreno de lo personal, lo que me costó mucho fue el buscar romper con el estigma, con esta condición de condenado. Reinstalarte en tus actividades, regresar a la universidad; hubo quien me brindó su apoyo y me seguía dando la mano y otros que me colocaron en esta posición de condenado. Sin embargo, tuve unos soportes familiares y afectivos muy firmes, de otra manera hubiera sido muy distinto”.

Aquí es donde la complejidad apremia: quienes antes de ingresar a un centro penitenciario llevaron una vida con posibilidades educativas y laborales no necesariamente comparten la misma postura que quienes tuvieron un entorno social en el que nunca se adaptaron, del que fueron rechazados siempre. Tal es lo que escribió en su autobiografía Nazario Moreno, fundador de los Caballeros Templarios, uno de los criminales más complejos de la historia reciente del crimen organizado en México: “Nosotros, los que nacimos con el santo al revés, o sea, lo que nacimos pobres, sufrimos y batallamos mucho y en infinidad de ocasiones expusimos nuestras vidas para ganar dinero, aún en forma ilícita, y aunque reconozco que estábamos fuera de la ley, no teníamos otro camino, pues todas las puertas se nos cerraban debido a nuestra misma ignorancia y falta  de oficio por estar vedadas las escuelas y la cultura para nosotros; también porque no les importábamos ni un comino al gobierno ni a nadie [el resaltado es mío].

¿De qué manera el Estado mexicano pretende readaptar socialmente a las personas en situación de cárcel cuando recuperan su libertad si antes no estaban adaptadas por sus condiciones económicas, familiares y hasta políticas? Me pregunto esto sin afán de generalizar, pero al mismo tiempo Miguel Ángel también lo hace en la conversación telefónica que tuvimos:

“Si hablamos de readaptación o de reinserción, al menos semánticamente, readaptación significa volver a adaptarte, reinserción significa volver a insertarte, pero hay gente en una cárcel que escucha esto y dice: ‘Me estás hablando de un proceso de readaptación, solo dime cuándo la sociedad me dio la oportunidad de adaptarme, me estás hablando de reinserción, y yo te pregunto cuándo la sociedad me dio la oportunidad de ser inserto’; eso me decían muchos”.

Dignidad y confianza

El ingeniero Juan José Pedraza tiene un timbre de voz tranquilo cuando habla de su experiencia laboral al frente de la Dirección de Readaptación Social de la Comisión Estatal del Sistema Penitenciario de Querétaro entre 2009 y 2014. No fue su formación profesional la que lo llevó a ser elegido para este cargo precisamente, aunque sí fueron los valores que alimentó a partir de su ingreso en el Pentatlón Deportivo Universitario Militarizado, del cual fue comandante a partir de 1979.

Especialmente, fue la disciplina y su valor lo que le reconocieron en el gobierno del estado. Gracias a este perfil ocupó un cargo tan crucial en el mundo carcelario. “Yo apliqué algunos principios del Pentatlón y comencé a confiar en las personas internas, eso fue lo que hizo la diferencia. Existe el principio 31 del Ideario Penta que dice: ‘Nunca te avergüences de haber creído en la dignidad de alguien desprovisto de ella, pues el perverso y el irredento absoluto solo existen en patología’. De aquí saqué mi primera conclusión: voy a creer en ellos, voy a confiar en ellos”.

En esta declaración se habla también de la dignidad, otro de los valores que el ingeniero Pedraza aplicó con las personas en situación de cárcel con quienes convivió durante sus funciones. A todo mundo sorprendió cuando no usó protección personal durante sus estadías en los 5 centros penitenciarios de la entidad. Asombró a los demás funcionarios cuando llevó a un equipo de fútbol compuesto por personas internas a una final del balompié que se desarrolló en el estadio Corregidora; y no les pidió que no se escaparan, sino que jugaran limpio, que se divirtieran y que lo dieran todo en el campo. Es decir, no le tenía miedo a sus internos, sino confianza y respeto, algo que casi ningún funcionario de este sector tiene actualmente.

“no están claras las opciones reales que tienen las personas al salir, más allá de los discursos y buenas intenciones de las instituciones…”

“Acostumbré a los internos a que yo no llevaba protección, y cuando me preguntaban si no les tenía miedo yo les decía que no, que yo no los había puesto en la cárcel y que mi labor era que salieran de ahí siendo mejores personas. ‘Te metieron tus decisiones y la decisión de un juez, no la mía”, les decía”.

Su estrategia siempre estuvo basada en las enseñanzas que expresaban hechos concretos, cambios en el trato y la consideración de las personas recluidas, y sobre todo en la creencia de que las personas pueden cambiar el rumbo de su historia personal. Para el ingeniero, “readaptar es un proceso de rescate de la dignidad humana que muchas veces se puede lograr gracias al ambiente que se viva, pero que se puede perder gracias al ambiente al que regresan”. Sin embargo, a pesar de que en sus funciones se encargó de que este ambiente cambiara, la bolita decisiva siempre estuvo del lado de la sociedad, la cual a veces no es tan comprensiva.

“Si dejamos de creer en el ser humano, puedes meter los programas que quieras, pero no van a funcionar. Tienes que dignificar tu vida para salir con la frente en alto y ver a los ojos a las personas sin importar la historia de la reclusión”, concluye Miguel Ángel, quien estuvo recluido mientras Pedraza estuvo en funciones.

La vida misma del teatro y otras ideas incendiarias

Hasta ahora hemos dado por hecho que la existencia de la cárcel es normal y que forma parte de las instituciones que una sociedad debe tener. Mejorar su funcionamiento para readaptar a las personas internas y prepararlas para salir de nuevo a las calles. De esto platico con Omar quien, como yo, sabe “que la cárcel es una micro realidad de todas estas sociedades que somos, y donde pongas la mirada estamos muy engranados en la cultura del castigo, es un sistema punitivo en el que vivimos, desde la escuela hasta la familia”. Honestamente, comparto su visión: estamos muy acostumbrados a castigar; a vigilar y castigar, como diría Foucault.

Tal vez exista la posibilidad de abolir las cárceles, aunque primero sería primordial reflexionar sobre las transformaciones radicales —sí, radicales— que tenemos que experimentar en la sociedad en que vivimos, la cual, sin mucho misterio, se basa en la explotación del ser humano y en la destrucción de la naturaleza como motor del progreso. Mientras tanto, lo que tenemos es el resultado de este tipo de sociedad donde “llegan los cuerpos enfermos a la cárcel, previamente una ausencia de todo, la gente que busca una salida en matar al otro, en robar, las más de las veces responde a la precarización de la vida, que este mismo sistema social genera”.

Afortunadamente, existe el teatro, un espejo donde podemos vernos, reconocernos y tratar de cambiar la historia, tratar de dignificarla. Muchas experiencias de teatro canero han existido y existirán, pero me remito a la tradición que construyó Jorge Correa, el padre del teatro penitenciario, porque a través de sus esfuerzos es posible pensar en una posibilidad real no solo de lograr la libertad, sino de hacerlo en beneficio de la sociedad del individuo. Es necesario pensar en lo colectivo y en lo individual como dos esferas del proceso de vida en libertad, y dejar atrás la normalidad de la cárcel, que no deja de ser una mera herramienta de dominación.

Concluye Jorge Correa, hablando frente a una pequeña compañía teatral del Sistema Teatral de Readaptación y Asistencia Preventiva (STRAP) en las Islas Marías, en el video Expediente 46664, un largo camino hacia la libertad:

“La disciplina teatral no es una disciplina castrense ni militar; es más canija, porque es de carácter, de tamaños, de corazón, de espíritu, de amor. El teatro, se los remarco una vez más, es el único medio donde tú te confrontas y asumes y reconoces que la regaste, pero también vas a enmendar un camino nuevo. Para mí no son criminales, ni son delincuentes, ni son maña, ni son nada, somos seres humanos, y esta obra nos permite dignificarnos y eso no es un trabajo fácil”.

“estamos muy acostumbrados a castigar; a vigilar y castigar…”

La libertad, conseguida a través del teatro o de la constancia es y será un acto de rebeldía, porque se necesita ser rebelde para imaginar un mundo sin prisiones, sin miseria y sin explotación, y animarse a vivir en él. Y es también un acto de amor. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V