Cuidar la vida

En el 2024 será fundamental poner en el centro de la discusión pública el bienestar de las personas, de las comunidades y de la naturaleza. El Estado, el mercado, los hombres y las mujeres por igual, son corresponsables de sostener y cuidar la vida.

Texto de 22/01/24

Cuidar la vida

En el 2024 será fundamental poner en el centro de la discusión pública el bienestar de las personas, de las comunidades y de la naturaleza. El Estado, el mercado, los hombres y las mujeres por igual, son corresponsables de sostener y cuidar la vida.

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Si tuviera que elegir un solo propósito para este año, este sexenio, este siglo, sería que nos dediquemos a pensar cómo honrar el simple mandato de “cuidar la vida”. Anuncio desde este momento que no se trata de una agenda antiaborto. Cuidar la vida no significa impedir que las mujeres elijan libremente su destino reproductivo. Cuidar la vida es poner el bienestar de las personas, las comunidades y la naturaleza en el centro de todas nuestras decisiones públicas y dejar de asumir que el bienestar implica un juego de suma cero.

Varias candidatas a distintos puestos de elección popular en México han hablado sobre la creación de un sistema de cuidados, ese que pudo haber sido en esta administración pero que no fue. La reforma constitucional que no ocurrió dejó en el limbo de la estrategia todos aquellos sueños de grandes discusiones nacionales sobre el tema para hacer que toda la sociedad sea corresponsable de los cuidados. En cambio, en los estados se avanzó. En los municipios también. Es mucho lo que hay en México, me decía una funcionaria colombiana. Mucho depende de cuál es el tamaño de la necesidad. En este inmenso país, por desgracia, unos cuantos ― valiosos― ejemplos de servicios de cuidado no hacen la primavera.

“Necesitamos con urgencia que los cuidados sean el centro de las campañas electorales de 2024.”

Necesitamos con urgencia que los cuidados sean el centro de las campañas electorales de 2024. Necesitamos ideas, promesas, propuestas y planes de cómo diseñar esos sistemas y de cómo financiarlos. Oxfam México ha invertido tiempo y energía en pensar, instrumentar y evaluar propuestas de generación de información, de los tipos de servicios que se requieren, de mecanismos de coordinación y de soluciones fiscales vinculadas con los cuidados. 

Cuidar y recibir cuidados es un derecho. El 2023 fue el año en que las agencias de Naciones Unidas y el Consejo de Derechos Humanos lo dijeron con todas sus letras. Ya no se trata de verlo como un tema secundario: los cuidados para el sostenimiento de la vida son centrales en todas las sociedades y las mujeres no tienen la función biológica de proveerlos. Pueden hacerlo, si así lo desean, y debe compartirse la responsabilidad con el Estado, el mercado y con los hombres dentro y fuera de los hogares.

Un sistema de cuidados vigoroso, amplio, diverso, que permita incorporar la gran variedad de formas, deseos y prioridades que hay en las distintas familias, comunidades y territorios es a lo que debemos aspirar. En el centro del diseño tiene que estar consultar e incorporar las necesidades de las personas usuarias de esos servicios en toda su diversidad.

Además, se necesita revisar cómo se detona la discusión sobre la sustentabilidad económica de un sistema de esa naturaleza. No es legítimo argumentar que no alcanzan las actuales finanzas públicas: si no lo pagan los impuestos de quienes más tienen, lo pagan —con su dinero, tiempo y renuncia a oportunidades— las mujeres, las más pobres, las más racializadas; o lo pagan las personas con discapacidad que, por falta de apoyos no pueden aspirar a una vida autónoma. Siempre cuesta. Solo hay que determinar quién lo paga. Eso que llaman amor es trabajo no pagado, dicen las economistas feministas. Eso que llaman amor puede ser amor si es libre, si es voluntario y si no implica renunciar a todo lo demás. Eso que llaman amor también lo pueden dar (y sentir) los hombres.

“Eso que llaman amor es trabajo no pagado, dicen las economistas feministas. Eso que llaman amor puede ser amor si es libre, si es voluntario…”

La tarea de los cuidados como política pública no es una tarea sencilla. Es un fino balance entre transformar los patrones socioculturales del machismo sin aplastar los deseos y aspiraciones más íntimos de personas, familias y comunidades. También es un entramado complejo de leyes, políticas, fuentes de financiamiento y mecanismos de evaluación que requiere de inteligencia y creatividad, de esas que sólo aparecen cuando se construyen procesos colectivos.

Pero cuidar la vida es más que uno (o varios) sistemas de cuidados. Es cuidar, también,  la naturaleza, cuidar la salud y cuidar la alimentación. Esta es una reivindicación de pueblos y comunidades indígenas que ponen el cuerpo y los cuerpos en la defensa del territorio. Es un reclamo histórico y creciente, en un sistema económico orientado más a extraer que a mantener, a generar valor monetario que a preservar el valor real de las cosas. Ocurre que las tierras habitadas por estos pueblos son las mejores conservadas del planeta y, por ello, de las más atractivas para ser ahora explotadas, para continuar con ese ciclo de extracción y destrucción. Ocurre, además, que los esfuerzos de las comunidades por organizarse para ser productivas enfrentan innumerables barreras de acceso al crédito y a los mercados, así como amenazas constantes de distintos intermediarios.

La dolorosa intersección entre el crimen organizado, los proyectos extractivos y los territorios cuidados de manera ancestral por personas defensoras de la tierra causan no sólo grandes estragos de orden natural, sino el asesinato de personas que cuidaban la vida, como Patricia Rivera Reyes ―abogada y activista de los derechos de las comunidades indígenas asesinada en Tijuana en 2022―, entre otras. Muchas otras.

Es un sistema que premia injustamente a quienes tienen más y califica a las personas según su poder adquisitivo. Desde hace muchos años, las instituciones del Estado han sido más defensoras de la propiedad privada que habilitadoras de los bienes públicos. Han sido más gestoras del conflicto que pacificadoras. Ese rol tergiversado del Estado ha generado una profunda desconfianza, un quiebre con la ciudadanía. Para corregirlo, se ha ido en sentido contrario del deseable: se ha adelgazado aún más su estructura y capacidades, privándolo de los medios necesarios para que haga bien su trabajo.

¿Cómo puede enfrentar la captura e influencia de los ultrarricos un Estado disminuido en presupuesto y capacidades? ¿Cómo seremos capaces de articular un verdadero proyecto de nación si la sociedad está constantemente amedrentada por la captura y por la violencia?

El cuidado de las personas como una actividad sutil y privada no tiene en este momento ningún valor monetario porque no se lo hemos asignado. En el futuro más inmediato podemos y debemos hacerlo pues las cuidadoras necesitan poder cuantificar lo que hacen y recibir una remuneración digna y justa por ello. Pero no solo se debe cuantificar económicamente. La vida es lo más preciado que tenemos. Sin agua, sin aire limpio, sin relaciones familiares de afecto y solidaridad, los seres humanos no hubiéramos prosperado como especie. Hoy día, esa misma prosperidad es nuestra mayor amenaza existencial.

Volvamos a la base que nos da certeza: cuando cuidar a las personas y cuidar a la naturaleza son los principios más fundamentales de un emprendimiento humano, no nos equivocamos. Que a eso se dedique el Estado. A cuidar la vida. EP

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