Adam Liptak: una conversación sobre la cobertura de la Corte Suprema de EUA

Ibrain Hernández Rangel conversó con Adam Liptak, corresponsal de The New York Times para la Corte Suprema de Estados Unidos.

Texto de 18/12/24

Ibrain Hernández Rangel conversó con Adam Liptak, corresponsal de The New York Times para la Corte Suprema de Estados Unidos.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Hasta 2008, Adam Liptak era un abogado de despacho que litigaba casos relacionados con el derecho a la libertad de expresión. En esta conversación, nos comparte el camino que recorrió para perseguir su verdadera vocación: el periodismo. Como corresponsal de The New York Times para la Corte Suprema de Estados Unidos, Liptak reflexiona sobre los retos que enfrenta el periodismo judicial hoy en día y sobre el legado del ministro en retiro Stephen Breyer. 

Sé que estudiaste Derecho y ejerciste tu profesión por un tiempo, pero ¿cómo te convertiste en periodista?

La verdad, siempre quise ser periodista. Primero, escribí en el periódico de la universidad de Yale y después conseguí un espacio en The New York Times. En realidad, era un puesto muy pequeño, yo era el que sacaba las copias y traía el café. Pero en ese momento yo creía que era la clase de trabajo que, con entusiasmo y energía, podía impulsarme para que la gente me reconociera y me ayudará a crecer. Desafortunadamente, no fue así.

Después de un año, decidí regresar a estudiar Derecho en la universidad de Yale y durante ese tiempo, mantuve la idea de regresar al periodismo de alguna manera. Durante el verano de mi primer año de la carrera, trabajé en el departamento jurídico de The New York Times y en mi segundo verano,  trabajé en un despacho jurídico que atendía casos relacionados con la Primera Enmienda de la Constitución.

Al graduarme, trabajé en ese despacho por cuatro años. A pesar de que no hacía periodismo, estaba cerca del periodismo porque ayudaba a periodistas a ejercer su derecho a la libertad de expresión. Después, trabajé como abogado corporativo por 10 años. Es decir, ejercí la profesión de abogado por 14 años consecutivos y justo cuando estaba a punto de darme por vencido a la idea de hacer periodismo, tuve la oportunidad de asesorar a un editor de The New York Times, a quien le conté mi historia.

Esta persona me invitó a ser periodista jurídico y yo no sabía si tomar el puesto porque nunca había hecho coberturas a nivel nacional de manera formal, pero acepté. Al principio, era increíble: hacía la cobertura legal de The New York Times y después empecé a escribir una columna. Esto duró 6 años, hasta que la corresponsal para la Corte Suprema, Linda Greenhouse, decidió retirarse después de 30 años de carrera. Me ofrecieron el puesto y, otra vez, no estaba seguro porque yo vivía en Nueva York y no quería mudarme a Washington D.C. Además, me sentía inseguro al posicionarse en el puesto de una periodista tan destacada como Greenhouse. Sin embargo, lo que más me daba miedo era el cambio de poder elegir mis propias historias de lo que ocurría en el país para cubrir los casos que nueve personas con toga habían decidido que eran importantes, aunado a que un grupo muy talentoso de periodistas cubriría esos mismos casos de manera similar.

A pesar de todas estas inseguridades, no pude encontrar la manera de rechazar el trabajo y desde 2008 cubro la Corte Suprema de Estados Unidos para The New York Times.

Me pareció interesante que mencionaras que tus colegas cubren los casos de manera similar. ¿Cómo ha cambiado eso con el tiempo?

Ha cambiado en diferentes dimensiones, pero esto ha afectado a todas y todos de la misma manera. En primer lugar, hay que distinguir entre la prensa que cubrimos la Corte Suprema como un trabajo de tiempo completo, estamos hablando de las mismas personas que tenemos credenciales para acceder a las audiencias orales de la Corte y somos alrededor de 25 personas. Por otro lado, están las personas que cubren lo que ocurre en la Corte, acompañándolo con sus opiniones. Algunas de estas personas realizan periodismo de investigación, aumentando el escrutinio al Poder Judicial como se ha hecho con el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.

Este tipo de periodismo es importante porque no solo los actos públicos de la Corte deben ser iluminados, también debemos analizar lo que ocurre detrás de escena. En ese sentido, la manera de cubrir la Corte Suprema ha cambiado en los últimos años.

También ha cambiado la velocidad con la que trabajamos. Anteriormente, se publicaba una sentencia y uno podía leerla de manera detenida en su totalidad, incluso podíamos consultarla con otros abogados y escribir una nota. Ahora, todo se debe publicar en cuestión de minutos y eso puede llegar a ser frustrante porque debes editar constantemente la nota.

Por último, ha surgido lo que algunos críticos llaman el “Shadow Docket”. Estos son casos que no siguen el procedimiento habitual y no tienen una sentencia en la que se argumenta la decisión.

¿Consideras que tu experiencia en un despacho te ha ayudado en el ámbito periodístico?

Me parece que hay dos perspectivas al respecto. Por un lado, me ayudó a tener una preparación jurídica, porque el Derecho va más allá de lo que se escribe en las sentencias. El Derecho tiene una textura y un carácter que solo se puede entender si has estado en contacto con la manera en la que opera, especialmente litigando.

Por otro lado, es importante mencionar que uno no tiene que estudiar Derecho necesariamente. Podemos tomar el ejemplo de Linda Greenhouse, quien no es abogada. Estudió una maestría en Yale por un año, pero ya tenía la experiencia de leer y analizar sentencias. Lo que quiero decir es que, a veces, el ser abogado puede ser peligroso porque, como periodista, no estás escribiendo para otros abogados o para los jueces; estás escribiendo para la ciudadanía y debes realizar un ejercicio de empatía para ponerse en sus zapatos y plasmar los argumentos principales de manera accesible y alejado de un lenguaje jurídico. Sin embargo, existen límites y hay artículos que serán difíciles de leer porque no hay manera de hacerlos más sencillos.

Durante los últimos años, se han publicado investigaciones periodísticas sobre casos de corrupción, conflicto de intereses e incluso filtraciones de sentencias en la Corte Suprema, ¿de qué manera han afectado estos esfuerzos al trabajo que realizas?

Mi trabajo cotidiano cubriendo la Corte no se ha visto afectado porque yo me enfoco en analizar los argumentos de las partes y las sentencias de cada caso. Pero existe otra clase de periodismo que se dedica a investigar la operación interna de la Corte y a cuestionar la ética de sus miembros.

En este sentido, creo que gracias a ese trabajo los lectores leen mi trabajo de manera diferente, porque se cuestionan si los argumentos que dieron las y los ministros provienen de la aplicación neutral de principios jurídicos en un régimen de Estado de Derecho o si fueron influenciados por otros factores.

En Estados Unidos existe una tendencia por parte de las y los ministros por escribir sus memorias, ¿considerss que esto es positivo para el debate público? 

Es una pregunta compleja. Por un lado, el trabajo de un periodista es brindar toda la información posible al público y dejar que éste juzgue por sí misma. Pero, al mismo tiempo, no considero que esto sea positivo. No culpo al periodismo, sino a las y los ministros por querer jugar a ser celebridades o querer ser reconocidos. Considero que hay una razón por la que visten togas negras, deberían ser prácticamente anónimos.

Cuando escriben sus memorias como la ministra Sotomayor, el ministro Thomas y, recientemente, las ministras Barrett y Jackson, se elevan en una posición que no es compatible con la idea de ser un juez. Esta es mi opinión y creo que es mejor tener más información, pero yo cuestiono si es adecuado que las y los ministros se lancen como celebridades y encuentren un balance con el rol de una persona juzgadora.

Hace unos meses tuve la oportunidad de conversar con el ministro Stephen Breyer, quien se retiró hace dos años, ¿cómo describirías su trabajo en la Corte Suprema?

El ministro Breyer es un juez de la vieja escuela, podríamos ubicarlo mejor bajo el modelo europeo. Es una persona que intentó balancear valores, pensar sobre las proporciones y no prestarle atención a reglas categóricas para utilizar lo que él llama “el instinto inicial” para decidir casos. Breyer no piensa únicamente en el texto de las normas y su significado público original, sino también en su objeto y sus consecuencias. Él diría que su trabajo como ministro es hacer que la democracia funcione para que un país con alrededor de 300 millones de ciudadanos puedan trabajar unidos a pesar de sus diferentes perspectivas, valores y creencias.

Breyer se presenta con mucho orgullo como un pragmático, lo cual no es inusual en la historia de los jueces y ministros de Estados Unidos. Sin embargo, es interesante porque mantuvo una buena relación con los ministros más conservadores. Por mucho tiempo, fue el ministro más joven de la Corte y desempeñó un papel importante en las discusiones internas entre ministros para generar consenso.

¿Consideras que esa capacidad de diálogo es su legado en la Corte?

Creo que primero tenemos que hablar sobre su contexto porque Breyer fue el ministro más joven de la Corte por un largo tiempo. He cubierto la Corte durante 17 años y probablemente ha habido siete u ocho nominaciones diferentes desde entonces, con casi un cambio constante. Pero antes de que John Roberts ingresara a la Corte en 2005, la composición había sido estable durante 11 años, el segundo período más largo en la historia de los Estados Unidos.

Existen roles asignados al juez más joven y Breyer tuvo ese papel durante 11 años. Entre ellos, están las reuniones privadas de las y los ministros, en las nadie tiene permitido entrar a la sala. Así que si alguien olvida sus gafas para leer o quiere una taza de café y alguien toca a la puerta, el juez más joven debe levantarse y abrir. Además, el juez más joven toma notas de la conferencia, las cuales son importantes, ya que deben ser precisas y entregadas a las y los secretarios para informar lo que está sucediendo. También el juez más joven está en el comité de la cafetería. Así que el ministro Breyer asumió todos esos roles.

En este sentido, estoy de acuerdo con tu sugerencia de que fue muy popular en la Corte. Estableció un tono agradable porque siempre era optimista y estaba dispuesto a escuchar. Solía decir: “Cuanto más escuchas, más probable es que encuentres un punto de acuerdo”. Y nunca se daba por vencido, incluso en la Corte en estos días, que puede estar marcadamente dividida en una línea de seis a tres. Además, trabajó arduamente, en el caso Dobbs, para poder convencer a sus colegas de formar un consenso y no terminar con el precedente de Roe v. Wade.

Era popular entre sus colegas. Cuando tuvo su última aparición en el tribunal del Supremo, el presidente de la Corte, John Roberts, leyó un homenaje hacia él y se emocionó un poco, incluso con lágrimas, porque ambos eran buenos amigos.

Hablemos sobre el contexto político bajo el que el ministro Breyer se retiró, tengo entendido que en Estados Unidos es poco común que un ministro de la Corte Suprema se retire.

Ciertamente, muchas personas de izquierda consideraban muy importante que él se retirara bajo un presidente demócrata y fuera reemplazado por un nominado de un presidente demócrata. De hecho, estaban ansiosos porque se retirara el período anterior, ya que habían aprendido una dura lección de Ruth Bader Ginsburg, quien pudo haberse retirado bajo Obama, pero no lo hizo. Luego intentó mantenerse en el cargo el tiempo suficiente esperando lo que pensaba sería una administración de Hillary Clinton, pero no lo logró, y terminó permitiendo que Donald Trump la reemplazara, cambiando la Corte de una composición de 5-4 a una de 6-3 con la llegada de la ministra Barrett.

Pero déjame hablar del panorama general porque creo que has dado en el clavo. Estados Unidos es excepcional en no imponer edades obligatorias de jubilación ni límites de mandato a sus ministros de la Corte Suprema. Esto permite que la política entre en juego en la parte final del proceso. Por supuesto, hay política en la parte inicial: el presidente, un político, nomina; y políticos, en el Senado, confirman. Pero luego se supone que debe haber independencia y que los jueces puedan dictaminar como deseen. Sin embargo, el proceso establece un elemento político al final, donde se permite que intenten programar su jubilación bajo un presidente cuyas políticas les agraden.

No creo que la mayoría de los académicos legales consideren que esta sea una idea particularmente saludable. De hecho, la mayoría de los académicos legales y la mayoría de los estadounidenses piensan que algo como límites de mandato sería mejor.

La Corte Suprema de Estados Unidos revisa alrededor de 60 casos o menos al año ¿Considerás que podría tener un flujo de trabajo más eficiente?

Creo que muchas personas piensan que la Corte podría manejar más casos. En estos días, el número es más cercano a 65 sentencias firmadas en casos argumentados, tal vez menos, lo cual es el nivel más bajo al menos desde la Guerra Civil. En ese sentido, no es una Corte particularmente trabajadora.

El problema más grande, en términos estructurales, es doble. Primero, la Corte decide qué casos escuchará, lo que le da un papel mucho más orientado a la formulación de políticas. Cuando decides qué vas a decidir, te pareces un poco menos a un tribunal.

Segundo, incluso cuando deciden escuchar un caso, no abordan el caso completo. Se enfocan en una o dos cuestiones jurídicas específicas dentro del caso. Esto también es diferente de casi cualquier otro tribunal, donde, cuando alguien apela  un fallo de un tribunal de primera instancia, el tribunal de apelaciones revisa todos los argumentos del caso. La Corte Suprema, en cambio, solo decide revisar una o dos cuestiones en específico.

En México y algunas partes del mundo, el periodismo es una profesión peligrosa y poco popular. ¿Cuál es tu parte favorita de ser un periodista y cubrir la Corte Suprema de tu país?

Mi parte favorita de mi trabajo actual es que es un reto intelectual. Me enfrento todos los días a casos fascinantes, argumentados por abogados excelentes y que tienen implicaciones muy importantes para el país. He tenido oportunidad de tener trabajos jurídicos importantes, pero ser periodista es mucho más divertido, pues tiene un mayor impacto en la sociedad y es mucho más dinámico. Sin embargo, me temo que tienes razón: no somos tan populares como solíamos ser. EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V