El techo de cristal: las mujeres en la curaduría y la gestión

El arte está avanzando hacia la equidad: las artistas empujan con fuerza el techo de cristal: ¿existe este tope invisible para las mujeres que “curan”, que “gestan”?

Texto de 24/05/21

El arte está avanzando hacia la equidad: las artistas empujan con fuerza el techo de cristal: ¿existe este tope invisible para las mujeres que “curan”, que “gestan”?

Tiempo de lectura: 10 minutos

Cuando oigo la expresión “techo de cristal” pienso en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro en Madrid. Tengo en la memoria también algún relato en el que hay una construcción de cristal, quizá una iglesia, que flota en un lago que luego se convierte en río, porque no encuentra terreno parejo en el que estar, y sigue flotando a la espera de mejor puerto.

El Palacio de Cristal forma parte del Museo Reina Sofía y desde 1990  acoge exposiciones de arte contemporáneo. Su construcción en el siglo XIX respondió a la necesidad de albergar la exhibición de las Islas Filipinas y fue inspirado en otro palacio de cristal que se levantó en Londres para una muestra industrial que finalmente fue consumido por el fuego. Las edificaciones de cristal son frágiles, quizá de ahí su belleza; su transparencia asoma la realidad. La ventaja de su naturaleza es que se pueden destruir relativamente fácil. Si bien el truco, su fortaleza, radica en que aparentan no estar. 

El término techo de cristal describe los obstáculos a los que se enfrentan las mujeres en diferentes campos profesionales que impiden que obtengan los mayores logros. Es de cristal como metáfora, es invisible pero ahí están los impedimentos para que las mujeres ocupen altos cargos y tengan sueldos acordes con su trabajo. En tiempos más recientes también se habla de techo de bambú refiriéndose a la población asiático oriental en Estados Unidos, y techo de concreto para las mujeres de color en ese mismo país. Al parecer no existe de manera clara alguna nominación para la población femenina de origen mexicano, una especie de techo de maíz, por llamarlo de algún modo. Es inquietante que el sector pase inadvertido y no aparezca como parte de la problemática; existe el término “brown ceiling” pero no tiene una connotación específica hacia las hispanas. Al no nombrarse, al no encararse, se corre el riesgo de que los prejuicios sean ignorados y escondidos y en consecuencia perpetuados. 

Sin ir más lejos, en México el techo de cristal para las mujeres pertenecientes a los pueblos originarios sin duda tiene una equivalencia al techo de concreto y se enfrentan con mayores obstáculos para lograr insertarse en el mundo laboral con reconocimiento y remuneración equitativa. Los impedimentos estructurales son tan intrincados que imaginar y desear lo posible en un mundo blanco, difícilmente logra trascender el terreno de la ficción dentro de ese sector. 

Desde hace unos años, romper el techo de cristal es un tema pendiente, una cuestión urgente en el mundo. En el medio del arte ha habido cambios importantes en poco tiempo; de un año a otro a partir del 2017, quizá antes, las galerías comenzaron a incorporar con prisa a mujeres a sus listas de artistas representados, a inaugurar exposiciones, a mover la obra de ellas. A través de las galerías, los booths en las ferias de arte comenzaron a estar dominados por las artistas, al igual que las comisiones y curadurías. Si bien en el mercado del arte las obras de artistas mujeres excepcionalmente llegan a lo que cotizan los varones (que vocablo tan anacrónico varón, que viene de la raíz latina vir: virtud). La escalera se acorta; actualmente los índices de crecimiento favorecen a las mujeres artistas. Las grandes colecciones, al día de hoy, se siguen dedicando a hacer revisiones, a cubrir las lagunas históricas y a estar atentos para que las nuevas adquisiciones sean incluyentes. Los museos lograron encontrar a esas mujeres artistas que no existían antes, descubrir el talento inexistente (caray qué bien, qué arteros); las deudas históricas con las artistas modernistas se siguen saldando: los solo shows son para ellas y en las colectivas por lo menos se busca la paridad. 

“Sin ir más lejos, en México el techo de cristal para las mujeres pertenecientes a los pueblos originarios sin duda tiene una equivalencia al techo de concreto y se enfrentan con mayores obstáculos para lograr insertarse en el mundo laboral con reconocimiento y remuneración equitativa.”

El asunto es que nosotras, las curadoras, las directoras y gestoras –como parte de una sociedad  patriarcal– atendemos/atendíamos a las masculinidades normativas. Al compás de un son. 

Si bien podríamos decir que dentro del gueto del arte se está avanzando hacia la equidad y que las artistas empujan con fuerza el techo de cristal, la pregunta entonces, y lo que motiva este texto, es saber qué pasa con el techo de cristal en el campo de la curaduría y la gestión: ¿existe este tope invisible para las mujeres que “curan”, que “gestan”? Es interesante pensar que estos dos conceptos, este par de oficios, tienen una relación con el ámbito de lo femenino: el cuidado, el curar y el gestar que lleva la misma raíz que gestación. 

Me pareció importante, para tener una visión más completa y más objetiva acerca de la existencia o no del techo de cristal y sus manifestaciones, conocer las experiencias de otras compañeras. Envié un correo dirigido a siete mujeres con preguntas acerca de su percepción y experiencia personal sobre este fenómeno y sus diferentes aristas. Obtuve respuestas de tres de las siete profesionistas del arte. Tengo para mí que el tema choca, fastidia y causa incomodidad tanto por afrontar la posibilidad de estar participando en un juego taimado, como por ser en parte responsables del mismo, y en tercer lugar por la loable negativa a asumirse como víctima y tomar un rol como tal.  

Dorothée Dupis es editora y curadora, francesa de origen, y vive hace años en México. Dorothée comentó lo siguiente sobre el tema: 

El techo de cristal es estructural, es reflejo de una sociedad patriarcal hetero-normativa que encasilla a las mujeres en ciertos papeles y a los hombres en otros. Creo que en el mundo del arte hay una desigualdad, porque el papel de la curadora –el que sea mujer– les parece más natural a todos porque la curadora es la que cuida; entonces, muchas veces los espacios que son más pequeños o con condiciones más difíciles, por ejemplo de presupuesto, en Francia, se los dejan a las mujeres; en cambio, los grandes museos son dirigidos por hombres. Creo que las mujeres que han logrado puestos altos en el campo, o han tenido que sacrificar su vida personal –seguir caminos distintos– o tienen ayuda con las tareas de la vida, parejas conscientes que apoyan. 

En cuanto a las desigualdades del mercado del arte, éstas se están absorbiendo porque hay una conciencia y una vigilancia de la sociedad que busca integrar a más mujeres. En las exposiciones se están interesando más en perfiles de artistas, de recién egresadas, pero cambia lento y las galerías muchas veces trabajan con hombres que manejan precios más altos, porque les conviene; es parte de un sistema más amplio. 

Por otro lado, yo creo que la generación arriba de mí, tal vez al tener que sacrificar su vida personal, se ha endurecido y ha obligado a ciertas mujeres a adoptar formas de comportamiento del patriarcado, a ser más duras. Siento que esto justo está cambiando, que hay mucha gente que a medida que sube en jerarquía está buscando cambiar las estructuras de poder, es decir, que organiza formas de trabajo más horizontales, contrata a diferentes perfiles de personas que quieren cambiar el paisaje, más diversidad de género en las exposiciones, entre otros. 

A nivel institucional, veo que hay un cambio en camino. Creo que todas las discusiones que hay alrededor de la idea de depatriarcalizar el museo son muy importantes, que también tienen que ver con la interseccionalidad, es decir, con manejar el museo, la institución desde un punto de vista interseccional feminista y decolonial, favorecer la inclusión de perfiles más diversos; esa es una tarea de todes; es muy importante que mujeres y minorías sigan empujando su papel. Hay que liderear la batalla desde una mayor visibilidad. Como decía Sheryl Sandberg, CEO de Google: “Hay que sentarse en la mesa y saber rodearse de aliados”. No hay que temer hablar, alzar la voz, organizar vigilancias cuando vemos comportamientos poco éticos y denunciarlos, subrayarlos sin entrar en un sistema de cancelación, sino más bien estar conscientes de la forma en la que trabajamos y ser irreprochables, dar el ejemplo. El ejemplo a veces es no buscar el poder a cualquier precio, darse cuenta que justo estos centros de arte más chiquitos, estos museos menos visibles, también a un nivel local son importantes, potentes agentes de cambio; hay que llevarlos con orgullo y con una ética muy fuerte. Poco a poco se van a ir deshaciendo estos centros de poder que justamente promueven una visión de sociedad que ya no queremos y creo que es lo que estás intentando hacer tú en el MAZ junto con otras muchas colegas, confiando en otres practicantes que sean mujeres o perfiles distintos, y poco a poco las cosas cambiarán; sabemos que en la sociedad los cambios no suceden en ratico, pero la verdad tengo fe. Voilá

Abaseh Mirvali, ex directora del Museo Jumex y del Museo de Arte Contemporáneo de Santa Bárbara, es una mujer norteamericana de origen iraní que ha establecido la Ciudad de México como base entre sus distintas comisiones internacionales: 

Los números nos favorecen, es verdad, en cuanto a la presencia de las mujeres en direcciones de museos y como curadoras, no sólo en México sino en la mayoría de los países, aunque depende la situación en cada sitio. Por ejemplo, en Estados Unidos en los patronatos de los museos, de donde viene el poder, sigue siendo muy masculino y aunque esto ha ido cambiando, de donde viene el dinero sigue siendo muy masculino. En términos de direcciones, definitivamente los números nos favorecen, en cuestión de poder real, y eso es algo que se puede discutir, que cada país tiene sus diferencias; por ejemplo, en el sistema mexicano público, habría que preguntarse si el poder realmente está en las manos de quien dirige, teniendo en cuenta la forma desde las cúpulas culturales de dar o no dar presupuesto. En Estados Unidos, como directora, tienes la mano muy atada con tu patronato, pero en el día a día, el llevar el museo está en tus manos; entonces, el poder es real en algunas cosas y en otras no. En México, si no me equivoco, la mayoría de las direcciones museísticas están a cargo de mujeres. 

En cuanto a la participación equitativa, en los puestos con mayor jerarquía, recientemente (2017) se dio un giro muy importante al elegir por primera vez a una mujer como directora de las galerías del Tate, pero las direcciones de los museos grandes, siguen estando en manos de los hombres y siguen siendo ellos los que pueden recaudar más fondos en países como Estados Unidos.

Más allá de los números, me parece fundamental preguntarnos acerca de los “mentorships”, es decir, a quiénes estamos preparando las mujeres para continuar el camino, cómo trabajamos con otras mujeres, de qué sirve llegar arriba si adoptamos las conductas del patriarcado, si perpetuamos una competitividad destructiva y falta de solidaridad. Hay que crear escuela, hacer un nuevo camino. 

Para dar algo de contexto van algunos datos: de acuerdo al Art Curator Grid Blog y al National Museum of Women in the Arts, tres de los museos más visitados en el mundo –el British Museum, el Louvre, el Metropolitan y yo agregaría el Museo del Prado– nunca han tenido directoras mujeres. En cuanto a lo local, en la actualidad en México, de los doce museos del INABAL, seis están dirigidos por hombres y seis por mujeres; de estos, cuatro tienen la categoría de nacional y también hay paridad en sus direcciones. El primer museo fundado en el país y para muchos el más representativo, el Museo Nacional de Antropología, desde su fundación en 1825 a la fecha ha tenido dos mujeres directoras. En el Instituto Cultural Cabañas, otrora Hospicio Cabañas, uno de los espacios más notables en Jalisco en términos de su patrimonio inmueble, murales y colección, sus últimas tres directoras han sido mujeres.  

Si bien el equilibrio y equidad en México parecería algo alentador, me parece que puede haber una problemática más honda y menos visible que no refleja la realidad en cuanto al acceso de las mujeres a los espacios de poder. En síntesis, esto tiene que ver con que la cultura y el arte en México están infravaloradas, por lo que básicamente no importa, no es trascendente si dirige o no una mujer; los presupuestos para la cultura y el arte son tan exiguos que representan un porcentaje irrisorio dentro de los presupuestos generales, los de los temas serios –heteronormativos–, esos recursos sí se destinan a las “cosas verdaderamente importantes” que por regla, salvo excepciones, hacen los hombres. 

La tercera mujer que compartió su experiencia es Lisbeth Bonilla, quien  es wixáríka, originaria de la comunidad de San Andrés Cohamiata, en Guadalajara. Estudió Administración de empresas en el ITESO como herramienta para gestionar proyectos culturales. En el gobierno vigente, en la Secretaría de Cultura de Jalisco, se creó una Coordinación de proyectos comunitarios y ella estaba a la cabeza. Al parecer la buena intención se fue debilitando, las condiciones dejaron de ser las óptimas, Bonilla dejó el cargo y entiendo que ahora la coordinación permanece sin titular. No transcribo textualmente sus comentarios porque, en este caso, la conversación fue por llamada de teléfono, por lo que reconstruyo aquí con mis notas y mi memoria. 

“El asunto es que nosotras, las curadoras, las directoras y gestoras –como parte de una sociedad  patriarcal– atendemos/atendíamos a las masculinidades normativas. Al compás de un son.”

En primer lugar, me explica cómo en su comunidad algunas artistas luchan por ser reconocidas como tales, pues para las piezas fundamentales, características de la cultura wixárika, las de gran formato, hechas con cera de Campeche y chaquira, se considera que su autoría es exclusivamente masculina. A pesar de que es común que las mujeres participen o las confecciones totalmente, es el artista hombre quien lleva el reconocimiento y firma la pieza; a ellos son los que se les piden las comisiones y a quienes se les otorgan premios. El ámbito de las piezas “chicas”, comúnmente de joyería, es el normalizado para el quehacer de las mujeres.  

El municipio al cual pertenece San Andrés Cohamiata es Mezquitic, el más grande y más pobre de Jalisco. Es un municipio cuya población mayoritariamente es wixárika y, sin embargo, sus funcionarios son mestizos; solamente ha habido un presidente municipal wixárika en toda su historia. En ese contexto racista, ser mujer conlleva mayor discriminación e injusticia. Lisbeth recuerda cómo en el ayuntamiento le negaban el trato para los proyectos culturales; tenía que encontrar estrategias, incluir a un hombre para que prosperara y ella permanecer atrás. “Tengo que insistir para que se me mire, que se me mire a los ojos, y más cuando eres joven. Tengo que hacer el doble de esfuerzo para conseguir lo que estoy buscando”.  Fue hasta que Lisbeth empezó a trabajar para la Secretaría de Cultura que literalmente la voltearon a ver, pero a pesar de que ella era la coordinadora encargada de los proyectos comunitarios, proyectos culturales y educativos con el Pueblo Wixárika, a su jefa mestiza fue a quien legitimaron los funcionarios en el ayuntamiento para suscribir los acuerdos.   

Las mujeres pertenecientes a los diversos pueblos originarios de México, a quienes llamaré indígenas como categoría política, tienen sobre su historia, su vida y demasiado cerca de su cabeza, un techo mucho más sólido, un techo que llamaré de maíz y que nos debe dar una enorme vergüenza como país. 

En el inicio del texto evocaba la imagen de una construcción de cristal, en específico del Palacio de Cristal en el Parque del Retiro. En este afortunado espacio, Gabriel Orozco tuvo una exposición individual en 2005. 

El Pabellón de Arte Contemporáneo que se pretende construir en el Bosque de Chapultepec, todo el proyecto en su conjunto, está bajo la dirección del artista Gabriel Orozco. Es el programa que más recursos ha recibido y más va a recibir en toda la administración vigente. En realidad, es el único proyecto al que se le están destinando recursos, quizá drenado de otros para poderlo solventar. 

Yo quisiera saber si esto podría estar ocurriendo si el artista del estado, el artista oficial, fuera una mujer en vez de un hombre. Una mujer indígena por ejemplo. Honestamente dudo que en este sistema patriarcal se le otorgara tal poder a una artista mujer. No me queda duda de que a estas alturas, la artista mujer habría valientemente renunciado a tal despropósito de poder centralista, heteronormativo. EP

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