Polarización: el gatillo

En la actualidad, la polarización goza de mala fama porque, entre otras cosas, plantea serios problemas de gobernabilidad. En este ensayo, Federico Reyes Heroles hace una inteligente crítica al concepto.

Texto de 01/12/22

En la actualidad, la polarización goza de mala fama porque, entre otras cosas, plantea serios problemas de gobernabilidad. En este ensayo, Federico Reyes Heroles hace una inteligente crítica al concepto.

Tiempo de lectura: 7 minutos
1. De utopías y absolutos

Una de las grandes batallas éticas del siglo XX, sobre todo del pensamiento liberal, fue el combate a los absolutos. Las palabras pueden ayudar al entendimiento o confundir. Las certidumbres son populares, de ahí el poder de las religiones. No así la incertidumbre, resultado de la racionalidad. Las palabras ideal e idealismo gozan de un gran crédito. Un idealista es alguien que, de seguro, quiere un mundo mejor, descendiente directo del Quijote, alguien que se sacrifica por el futuro. Pero pensar en una sociedad ideal fue lo que condujo a generar las utopías, u-topos, el lugar que no existe, literalmente. El simple ejercicio de imaginar lugares, mundos mejores, pareciera una noble labor. De hecho, ha sido muy popular.

Conservo un bello libro, The Dictionary of Imaginary Places, de Alberto Manguel y Gianni Guadalupe, que en ocasiones saco para recordar el largo desfile de creaciones imaginarias. Bellísimas y peligrosas. En el texto no sólo hay palabras, también habitan ahí múltiples ilustraciones de cómo ciertas personas imaginaron esos posibles paraísos. Lo plasmaron en dibujos y bocetos. Es conocido que Charles Fourier, uno de los grandes utopistas de la Ilustración, llegó a trazar planos de lo que debía ser su Falansterio. Metro a metro, con las vocaciones de los lugares, todo con gran precisión. Fourier se suma a una larga lista de utopistas. Era —¿es? — una forma de pensamiento.

Esa fama de nobleza de las utopías que cobró vuelo varios siglos antes, cuando Tomás Moro publicara su célebre texto Utopía en 1516. Pero esa engañosa y poderosa idea viene de muchos más lejos, es longeva. Pero por fortuna, en el siglo XX, tropezó con dos filósofos mayores: Isaiah Berlin y Karl Popper. La “gran zorra”, así denominaban a Berlin por su espléndido ensayo “El erizo y la zorra”, escribió otra pieza célebre: “La decadencia de las ideas utópicas en Occidente”. Allí, en muy pocas páginas, se plasma una acérrima crítica al marxismo y su utopía: el socialismo. La postguerra obligó a la reflexión, algo estaba —¿está? — muy podrido en la cultura occidental. Antes que él, Karl Popper, matemático y físico, llegó a la misma conclusión, pero por otro camino.

En su libro La sociedad abierta y sus enemigos, el autor de origen austriaco, se remitió hasta Platón, después puso la mira en Hegel y, finalmente, en Marx. El demoledor texto le abrió a la voluntad su debido espacio frente a los determinismos que han ahogado al ser humano. Popper razona desde La lógica de la investigación científica, una de sus primeras obras, publicada antes de la Segunda Guerra. Sus argumentos provienen de la epistemología. Las grandes construcciones teóricas, utópicas, deben ser refutadas. La falsabilidad es un instrumento eficaz para ello. Así las utopías y su fama ancestral entran en crisis.

2. ¿Armonía o sano disenso?  

¿Qué tiene que ver la polarización con todo esto? Veámoslo así, al contrario de lo que ocurre con las utopías, que en el fondo buscan una armonía imposible, inexistente y no deseable, la idea de polarización tiene mala fama y no sin motivo. Pero hay matices importantes. La palabra tiene su origen en la energía electromagnética, la cual es una propiedad muy interesante. Pero aplicado a las sociedades su significado es muy diferente. El término se utiliza como un grado más extremo —¿será acaso el último? — de la división de una sociedad. Vamos despacio.

En todas las sociedades hay divisiones de distinta índole: religiosas, políticas, educativas, económicas, etc. Hablar de una sociedad sin divisiones es una… utopía. La armonía ha sido el sueño de los dictadores, del conservadurismo radical. La división suena peligrosa y es la salud misma de la democracia. La polarización llama a un descubrimiento de la historia vetada.  

Los especialistas en encuestas hablan de “temas polarizantes”. Se refieren a aquellos en los cuales las sociedades se parten en dos, en mitades o casi. Son por ello de difícil digestión. Los políticos les huyen. Los principales son el aborto, la eutanasia, temas sobre la homosexualidad y otros. Pero en el resto de los asuntos, las sociedades siempre están divididas, pero no polarizadas. Cuando un tema logra un consenso superior el 55 o 60%, se le considera que tiene gran fortaleza en la opinión publica. Las críticas al llamado “Pensamiento único” —de nueva fama reciente, pero que procede del “pensamiento unidimensional” de Herbert Marcuse de los años sesenta— radican en mostrar las bondades de las interpretaciones múltiples. Unificar el pensamiento es buscar una armonía irreal. La pluralidad supone división, la expresión partido proviene de partición. Es decir, vivimos en una permanente y dinámica división que debe se administrable. Pero ¿y la polarización?

3. Unidimensional nada; plural siempre

Entonces, ¿por qué la polarización está estigmatizada, si expresa la división? Entremos por otro curso de razonamiento. Émile Durkheim, el gran sociólogo francés, elaboró un eje de interpretación que, a pesar de dos siglos, no ha podido ser descartado: la cohesión social, él la llamó “solidaridad orgánica”. Su tesis radica en que todas las sociedades requieren de un cierto grado de cohesión para enfrentar los dilemas y retos que las aquejan como conjunto. Durkheim fue más allá, logró establecer que la cohesión cruza por períodos. Por ejemplo, cuando las sociedades se sienten amenazadas —por una guerra, una pandemia o un desastre natural— la cohesión tiende a aumentar, debería hacerlo. No sólo es un acto de empatía, termino que proviene básicamente de Adam Smith en su Teoría de los valores morales, sino también de pragmatismo. La propia supervivencia depende, en buena medida, de qué ocurre con los otros. A la teoría de Durkheim se opone la versión del individualismo extremo que no necesita de la cohesión, algo insostenible.  

En una sociedad democrática, las diferencias y divisiones deben ser administradas en libertad a través de la aceptación y obediencia al pacto que da origen a una nación. El concepto nación proviene precisamente de la aceptación de esos valores comunes. No es estático, ni inmutable. Muchas sociedades han reelaborado su pacto nacional, huele rancio, pero que no ha podido ser descartado. Camboya, que sufrió el horror de los Khmer rojos, al terrible genocida de Pol Pot que aniquiló al 10% de la población de su país en sólo un año, resurgió fundando una monarquía que retomó los valores de esa gran civilización.

La constitución alemana posterior a la Segunda Guerra condenó palabras como comunismo o revolución. Los partidos que se acogieron a ella y que han gobernado ese país desde entonces tienen la obligación de fomentar la unidad alemana, incluso los dos principales partidos, el socialdemócrata (SPD) y la democracia cristiana (CDU), cuentan con recursos públicos para que sus fundaciones —Friedrich Ebert y Konrad Adenauer— fomenten la democracia, más allá de diferencias ideológicas. La España moderna se refundó como monarquía. Nunca veremos a una nación dar la vuelta a la esquina, pero existen.

En esta lectura el problema con la polarización es precisamente que —más allá de diferencias ideológicas o de creencias— jamás logra conciliación. Busca quebrar el pacto, eso garantiza un futuro problemático, con probabilidades de enfrentamientos y violencia. Imaginemos que, en Sudáfrica, ya habiendo enterrado el Apartheid, resurja el racismo, ese veneno que apenas está siendo digerido. Una nueva inyección tóxica puede ser muy grave. La polarización, provenga de la propia sociedad o de sus gobiernos, no se hace cargo del futuro. Por el contrario, deja un territorio minado para la convivencia.

La armonía no existe y no es deseable. Lo armónico tiende a la perfección y ya vimos a dónde conduce. El “pensamiento único” es otra cara de la misma trampa. Pero las sociedades necesitan un mínimo de cohesión. La polarización destruye ese cimiento de la gobernabilidad o gobernanza. Allí está el mayor problema: la pluralidad es necesaria para la convivencia y, en esencia, debe rechazar la ruptura social.

4.  ¿Conservar o romper?

Armonía y concordia tienen un tufo conservador. Vivir en armonía recuerda las raíces del pensamiento conservador francés que —en sus versiones más radicales— proponía que “la costumbre” debía ser respetada porque —seguramente— encerraba una sabiduría oculta que no alcanzábamos a entender. Por el otro lado, los liberales radicales, proponían cuestionarla por principio. La idea era encontrar siempre nuevas coordenadas. Los extremos dicen poco, es en los grises donde encontramos mayor riqueza. La polarización puede ser, no sólo inútil, sino reaccionaria. Si los dilemas que se plantea son irresolubles, lo que se logra es la frustración social, la idea de que el cambio es inaccesible, imposible, que la voluntad humana está castrada. De regreso a los determinismos.    

Por ejemplo, ¿tiene algún sentido que México reclame a España por la Conquista? Qué ganamos como nación cuando invocamos una pureza étnica de origen que coquetea con la superioridad, cuando la gran mayoría de los mexicanos se considera mestiza. Son bombas conceptuales que estallan en diferentes niveles. El más evidente es el diplomático, pero también se envenena la vida cotidiana. Si establecemos al color de la piel como la argamasa de la “nación verdadera”, vamos a provocar infinidad de conflictos y también una innecesaria tensión entre el norte y el sur del país. Es equivalente a proponer que la estatura se convierta en un parámetro de originalidad nacional. A mayor altura, más sangre externa. Buena parte de Yucatán no tendría problema para acreditar su originalidad. Pero en Quintana Roo, entidad vecina constituida por migraciones de toda la República, muchos habitantes serían vistos como potenciales traidores. Y qué decir de los altos habitantes del norte. El mestizaje es un sano anhelo civilizatorio.

La polarización destruye los puentes necesarios para una convivencia pacífica: destruye el necesario sentido de nación. La pregunta es: qué se gana o quién gana con la polarización. Con los casos recientes, Trump a la cabeza, queda claro que la polarización puede ser una eficaz arma de conquista política. El “supremacismo blanco” no es nuevo, tiene alrededor de un siglo. De hecho, hubo una película conocida, The Birth of a Nation, basada en el texto de D.W. Griffith’s y considerada como fundacional de esa posición. ¿Pueden los supremacistas ganar electoralmente ciertos condados o estados? Por supuesto. El problema es qué sigue, cómo se gobierna una sociedad polarizada.

5. ¿Y en medio?

Durante los años sesenta y setenta, varios teóricos, sobre todo estadounidenses, propusieron una tesis muy interesante: las clases medias como el gran amortiguador, cual muelle automotriz, de las sociedades. La Poliarquía de Robert Dahl, es un clásico al respecto de la pluralidad como vacuna. Las clases medias, por naturaleza, no pertenecen a las élites y tampoco a los desamparados. Son particularmente plurales por sus actividades e intereses diversos. Su nivel educativo es, no un garante —nunca se puede confiar en ello, recordemos a la Alemania educada que caminó al nazismo— pero sí un auxilio para salir de la simpleza. Se les veía como complejas. Conquistarlas obligaba a caminar hacia el centro y, como en una campana de Gauss, allí estaría la mayor porción de votantes. Eso —se pensó— ayudaba a la estabilidad. Los planteamientos extremos tendían que acudir al centro para conquistar el poder. ¿Qué ocurrió?, ¿por qué la polarización escala?, ¿por qué los nuevos extremismos brotan exitosamente como incontenibles burbujas?

Buena parte de la literatura reciente, por ejemplo, Sobre la Tiranía, de Timothy Snyder o Cómo funciona el fascismo, de Jason Stanley, o El liberalismo herido, de José María Lasalle y otros, apuntan a las nuevas formas de comunicación, las redes sociales en particular. La superficialidad es un campo fértil para el simplismo; la polarización es por naturaleza simplista. ¿Una raza superior, por qué no? Eso piensan muchos en la primera potencia científica del mundo.

6. El tiro por la culata

¿Se puede invertir la ecuación? ¿Puede la polarización servir para algo útil?

La Revolución Francesa polarizó: ¿monarquía, linajes o derechos ciudadanos, igualdad?

La Guerra de Secesión polarizó: ¿igualdad o razas?

La Independencia de México polarizó: ¿colonia o independencia?

La Revolución Mexicana polarizó: ¿dictadura o democracia?

2024:

¿Polarización o acuerdos nacionales?

¿Enconos e insultos o civilidad?

¿”Aspiracionismo” o estancamiento y resignación?

¿Democracia o autoritarismo?

El problema es jalar a tiempo el gatillo de un arma peligrosa. EP

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