Siqueiros documentado, de Irene Herner: la otra cara del muralista

Lourdes Arizpe Schlosser comenta Siqueiros documentado, de Irene Herner, obra que revela una faceta menos conocida del artista mexicano. A través de su pintura de caballete, se despliega una experimentación intensa con el movimiento, el cuerpo y la técnica.

Texto de 16/07/25

Lourdes Arizpe Schlosser comenta Siqueiros documentado, de Irene Herner, obra que revela una faceta menos conocida del artista mexicano. A través de su pintura de caballete, se despliega una experimentación intensa con el movimiento, el cuerpo y la técnica.

El muralismo mexicano ayudó a forjar la iconografía histórica y las imágenes de identidades culturales en México. Este gran movimiento artístico, audaz y transformador hizo posible llevar el arte a las calles, a la arquitectura, a que resistiera o se deslavara filtrándose en las plasticidades y texturas de la cultura política y social de los mexicanos. Precisamente, al contrario de otros países en los que el arte quedó confinado a residencias y museos, el muralismo permitió una mirada compartida frente a las diversidades. Sin ir más lejos, en Tepoztlán hoy en día es posible encontrar en sus sinuosas calles, un repertorio extraordinario de la imaginación de los artistas jóvenes. 

En este vasto campo de mirada distante, sin embargo, se reconoce poco la centralidad de la experimentación que realizan los artistas en la pintura de caballete. Por ello, es preciso celebrar la edición del libro-monumento recién publicado, Siqueiros documentado (INBAL, 2024), que se encarga de demostrar la enorme riqueza que esconde la producción artística en cuadros de menores dimensiones. Irene Herner (Ciudad de México, 1942), haciendo alarde de paciencia, dedicación y un amplio conocimiento social y político, nos ofrece una obra de investigación original y de edición tan minuciosa como sorprendente por los años que le tomó reunir tantos materiales. 

Siqueiros documentado, en una edición sumamente cuidadosa y completa del Instituto Nacional de Bellas Artes, muestra lo que ni siquiera sospechábamos: Siqueiros profundizó tanto en la experimentación plástica como en tratar de revelar el secreto del movimiento del cuerpo y de los cuerpos humanos y hasta de los ciclones y las flores, ofreciendo en sus murales un mundo palpable

Si su convicción política de ferviente comunista internacionalista le creó parámetros rígidos en sus ideas políticas, esta rigidez se disolvía a través de su profunda curiosidad sobre cómo captar el tiempo, las escalas, el movimiento y, en especial, las acciones colectivas. “No es la mía, decía Siqueiros, una expresión uniforme […] sino un desorganizado torrente de imágenes, a veces como un juego de tintas y en otras, como un equilibrio entre el color y la forma” (Herner, 2025:45). Lo notable es que en este libro tan valioso y documentado es donde saltan, de la manera más nítida, las ambigüedades, opciones y limitantes a las que se enfrenta un artista arrastrado por “un torrente de imágenes”. Sus autorretratos, por ejemplo, dice Irene, exploran todos los “modos de representación”. Dos de ellos sobresalen. El primero, de 1939, inicia con una mirada en alto de su cuerpo, su cabeza de cabello ensortijado y va descendiendo hasta sus manos cerradas en puños, todo bañado en un color ocre, en el cuadro titulado Postrado pero no vencido.

Autorretrato con espejo, al contrario, lleva hacia una búsqueda interior. Como bien afirma Irene Herner, es un tesoro, hace que el espectador indague los múltiples planos de quién soy yo, frente a la mirada de quien observa, en el reflejo del espejo y en los múltiples planos que se centran en un solo ojo perfilado en la penumbra. Tiene este autorretrato, además, una historia. Estuvo perdido durante 80 años. Irene encontró la fotocopia de una fotografía en 1994 y la hallaron colgada en un pasillo del nieto de George Gershwin, quien fue gran amigo de Siqueiros cuando vivió en Estados Unidos en los años treinta del siglo pasado.

Durante aquella estancia en Nueva York y por sus lecturas —entre ellas, las de Walter Benjamin y otros autores de la Escuela de Frankfurt—, Siqueiros escribió: “Aprendí que la marcha de la técnica pictórica y de la técnica en general es la premisa fundamental de toda la producción plástica trascendental. Aprendí que las herramientas y los procesos de producción plástica tenían un valor genérico que fertilizaban a su propia expresión estética” (Herner, 2025:55). Por ello, se interesó tanto en los procesos industriales, en sus nuevas técnicas y materiales, que lo llevaron a plasmar nuevas formas de percepción, metálicas, ciclópeas, en los nuevos paisajes tecnológicos.

Después de aquella estancia en Nueva York, su regreso a México fue un desastre porque lo encarcelaron por sus actividades políticas. ¿Qué hace un hombre con esa fuerza imaginativa encerrado cuatro años entre cuatro muros? Produce más de 400 bosquejos, acrílicos y cartulinas que Irene fue persiguiendo durante décadas para documentarlos. Así, califica sus creaciones de esa época como “un cinetismo tanto realista como expresionista”. Desesperado por no poder pintar murales, se las ingenió para realizar sus escenografías como biombos construidos de varios paneles unidos por bisagras.

A la vez, Paolo Uccello realizó “instantáneas del movimiento” como nuevas maneras de representar el tiempo, lo que lo llevó tiempo después a definir el realismo con un nuevo sentido. Escribió: “Para representar un pie corriendo pinto sobre formas, utilizo el concepto de la instantánea fotográfica” (Herner, 2025:75).

También hace notar Irene Herner que “la presencia del artista dentro del cuadro aparece continuamente como personaje identificado con las víctimas de la injusticia social” (Herner, 2025:45). Se reproduce en el libro una escena escalofriante en la pintura titulada Basura en la que Siqueiros muestra un basurero en colores deslavados grises, sepia y ocres que incluye a dos niñitas plasmadas con los mismos colores del desecho y el desamor. Esta pintura, realizada en 1963, cuando el “milagro mexicano” de los cincuenta no daba señales de distribuir las nuevas riquezas del desarrollo entre todos los mexicanos, Siqueiros evidencia el sentimiento de injusticia y protesta que subyace a toda su obra monumental posterior.

En 1967, Siqueiros, ante el comentario de Alejo Carpentier de que el barroco “renueva el espíritu de nuestra cultura mestiza”, definió su estilo como “pos-barroco” en el que, dice Irene Herner, “el montaje de elementos culturales genera poderosas imágenes identitarias”. En la Fantasía y realidades, Siqueiros, al final de su vida, renueva las superposiciones al mismo tiempo que recupera las equivalencias que halló en algunas máscaras precolombinas que representan mitad vida, mitad muerte. EP

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