
En busca de consuelo, de Michael Ignatieff, es un libro imprescindible para quienes buscan una enseñanza vital frente a la desesperanza.
En busca de consuelo, de Michael Ignatieff, es un libro imprescindible para quienes buscan una enseñanza vital frente a la desesperanza.
Texto de Ignacio Guzmán Burbano 07/03/25
En busca de consuelo, de Michael Ignatieff, es un libro imprescindible para quienes buscan una enseñanza vital frente a la desesperanza.
Michael Ignatieff. En busca de consuelo. Vivir con esperanza en tiempos oscuros. México, Taurus, 2023
¿Qué significa exactamente ser consolado? ¿Por qué escribir ahora un libro sobre el consuelo? ¿Cómo mantener la fe en la experiencia humana ante el sufrimiento, la pérdida y la muerte? ¿En qué consuelos podemos seguir creyendo?
Estas preguntas son las que Michael Ignatieff se hizo a sí mismo y también las que le hicieron sus amigos y colegas cuando se embarcó en el proyecto de escribir sobre la consolación. El libro se publicó por primera vez bajo el sello Metropolitan Books en el 2021 con el título de On Consolation: Finding Solace in Dark Times, y dos años después apareció la traducción al español gracias al grupo editorial Penguin Random House.
Michael Ignatieff nació en 1947, en Toronto, Canadá; es un ensayista, académico y expolítico que representó a la circunscripción de Etobicoke-Lakeshore en la Cámara de los Comunes canadiense y se desempeñó como líder del Partido liberal entre 2008 y 2011. Su trayectoria se ha destacado por la defensa de un liberalismo cosmopolita, que aboga por la reconciliación de las diferencias étnicas y religiosas en la búsqueda de aquello que nos es común como humanidad. Recientemente, en 2024, Ignatieff fue merecedor del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.
El origen de En busca de consuelo se remonta al 2017, cuando el autor fue invitado a dar una charla sobre la justicia y la política en el Libro de los salmos, en la ciudad de Utrecht, un evento en el que varios coros interpretaron versiones de los salmos. “Fui a pronunciar una conferencia sobre justicia y política”, escribe el autor en el prólogo, “pero encontré consuelo: en las palabras, la música y las lágrimas de reconocimiento del público.” “¿Cómo era posible que el antiguo lenguaje religioso nos hubiera hechizado de tal modo, en especial a un no creyente como yo?”.
Consolar, proviene del latín consolor, “encontrar alivio juntos”. Nos consolamos cuando compartimos o intentamos compartir “el sufrimiento de los demás o pretendemos aliviar el nuestro” para poder “seguir adelante” y “recuperar la fe en que la vida vale la pena.” Ignatieff afirma que “el consuelo sólo es posible si lo es la esperanza, y la esperanza sólo es posible si la vida tiene sentido para nosotros”. Seguramente este principio resuena en cada uno de nosotros.
Bajo las anteriores premisas nació un proyecto profundamente personal que finalmente adoptó la forma de retratos de hombres y mujeres de la historia que se afanaron por encontrar consuelo. Para ello, el texto realiza un recorrido por el pensamiento y la filosofía en Occidente, cuando la consolación todavía constituía un tema filosófico, como nos recuerda Ignatieff.
De hecho, la consolación era un género en sí mismo en las tradiciones estoicas. Séneca escribió tres famosas cartas para consolar a las viudas afligidas. El emperador romano Marco Aurelio escribió sus Meditaciones esencialmente para consolarse. Boecio escribió La consolación de la filosofía mientras esperaba que se cumpliera su sentencia de muerte. Aunque estos textos aún se comentan entre los estudiantes universitarios de letras o humanidades, el quehacer filosófico de la posmodernidad los ha dejado de lado.
Los retratos que presenta Ignatieff aparecen ordenados históricamente. Cada uno trata de una persona que, hallándose en una situación extrema y desesperada, se refugió en las tradiciones que había heredado en busca de consuelo.
El libro de Job y los Salmos inician el recorrido de la serie. En el primero, Dios, escuchando los malos consejos de Satán, el “Adversario”, decide poner a prueba la fe de Job. El Adversario, con el permiso de Dios, envía tribus nómadas que matan a su ganado y a sus hijos; después, infecta a Job con la peste. Los amigos de Job intentan consolarlo diciéndole que su fe está siendo probada, que acepte su destino. Job los escucha con amargura y escepticismo: el Dios en el que depositó su confianza, al que ama, le castiga sin motivo alguno. En lugar de lamentarse, le responden sus “consoladores”, Job debería alegrarse por sus sufrimientos: son el justo castigo a sus malas obras. Pero Job no acepta este consuelo y exige hablar con Dios. ”Quiero hablar con el Todopoderoso, deseo disputar con Dios” y Dios le responde desde la tormenta con una serie de preguntas retóricas. “¿Quién se atreve a desafiarme? ¿Cómo te atreves a acusarme de tu sufrimiento? ¿Te atreves a condenarme por salir tu absuelto?”. Job finalmente se humilla y reconoce lo que no puede comprender.
“En la historia de Job”, dice Ignatieff, “Dios exige una obediencia absoluta como condición para el consuelo, pero también exige ser fiel a la propia verdad. Job se niega a admitir su culpabilidad.” “Conserva la fe al exigir justicia. Exigir justicia es tener fe en que el mundo tiene el mínimo sentido necesario para permitir que exista la justicia y que Dios pueda otorgarla”.
De esta manera Michael Ignatieff aborda a los personajes y sus textos, dejándonos la pregunta y la propuesta. ¿Qué podemos aprender de esos hombres y mujeres que buscaron, hallándolo algunos —y otros no— el consuelo?
En busca de consuelo nos coloca después ante el salmo 23:
El señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas
Y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan…
Para Ignatieff, como para millones de seres humanos, estas son algunas de las palabras más consoladoras jamás escritas. En otra época, cuando los condenados subían al patíbulo, esas eran las últimas palabras que oían. Los salmos continúan hoy consolando a creyentes y ateos. ¿Cómo logran estas palabras transmitir un mensaje de esperanza? ¿Por qué creemos en ese mensaje?
La respuesta está en que los salmistas sabían lo que era sufrir el exilio, la pérdida y la muerte, pero también que lo peor de la desesperación es sentirse solo. Para Ignatieff, el consuelo que ofrecen los salmos es que “…nos dan la certeza de que otros han sentido lo mismo que nosotros”. Este es el ejercicio de solidaridad esencial que nos corresponde hacer: compartir lo que hemos sufrido para que otros sepan que no están solos.
A partir de este punto En Busca de Consuelo nos depara todavía muchos momentos para una reflexión honesta y profunda. Las ideas y la historia de personajes como Dante , Montaigne, David Hume, Condorcet, Abraham Lincoln, Gustav Mahler, Max Weber, Karl Marx, Anna Ajmátova, Primo Levi, Miklos Radnóti, Albert Camus, entre otros, forman parte esta serie de retratos y en cada uno de ellos podemos encontrar o reconocer nuestra propia búsqueda de consuelo.
Sabedor de la influencia de las filosofías y tradiciones de Asia (como el hinduismo, el budismo o el taoísmo) en Occidente, Ignatieff reconoce y justifica su ausencia en virtud de que éstas podrían conformar otro libro por completo. No obstante, quizá los dos más grandes ausentes en En Busca de consuelo son Ignacio de Loyola, que definió la desolación y la consolación como nadie lo ha hecho, y el propio Jesús, que en palabras de los evangelistas nos brinda otra puerta para encontrarnos en el consuelo: “En el mundo tendréis sufrimientos, pero no os preocupéis, yo he vencido al mundo”, anota el evangelio de Juan.
Tal como es En Busca de consuelo es un libro para que cualquier persona encuentre una enseñanza vital ante la adversidad y la pérdida, ante la falta de sentido, ante la desesperanza, un esfuerzo que se agradece en estos tiempos. EP