Un bosque de historias amerindias

Josefa Sánchez Contreras nos ofrece una reseña de Historias amerindias contemporáneas (SB Editorial, 2024) de María Isabel Martínez.

Texto de 27/03/25

Josefa Sánchez Contreras nos ofrece una reseña de Historias amerindias contemporáneas (SB Editorial, 2024) de María Isabel Martínez.

Me genera sentido reseñar el libro Historias amerindias contemporáneas (SB Editorial, 2024) de Isabel Martínez Ramírez en tanto que escribe desde la antropología y la historia. Antes, sin embargo, creo que es honesto hacer una declaración personal debido a que mi lectura está atravesada por mi experiencia: confieso que en más de una ocasión he fantaseado con un mundo poscolonial donde la antropología es abolida junto con la maquinaria académica que, durante largo tiempo, ha legitimado la dominación colonial, incluso en tiempos de Estados proclamados independientes.

La incomodidad que me provoca leer relatos etnográficos de los siglos XX y XXI hunde sus raíces en la experiencia que tuve con esos artefactos investigativos durante mi infancia y después en mi paso por la universidad. Pertenezco al pueblo angpøn de Chimalapa, en el remoto sur oaxaqueño. Como en muchos pueblos indígenas de nuestro país, ahí han llegado etnógrafos, lingüistas, etnohistoriadores, etnobotánicos, nacionales y extranjeros, todos en busca de “interpretar” esa gran otredad a la que nos han confinado a una diversidad de pueblos y naciones.

Siempre me pregunté qué era lo que buscaban aquellos yøkis. Los veía hablar con ancianos. Solían llevar una cámara fotográfica para atrapar quizá lo inconmensurable que se le revelaba nuestro mundo; tiempo después supe que ese lente proyectaba una alteridad extrema. Junto con los antropólogos llegaban las políticas indigenistas de Estado. Me tocó crecer entre las que fueron aplicadas durante la década de los noventa, y producto de la castellanización habito una lengua angpøn rota. En términos de mi colega Mito Reyes, me declaro una “deslenguada”; a ojos de la antropología podría ser tipificada como “no lo suficientemente indígena”. Y es que, tiempo después, cuando empecé a transitar por los escabrosos terrenos universitarios, pude mirarme a través del lente que durante décadas había edificado la antropología mexicana. En realidad, ahí comenzó mi desencuentro y es precisamente en ese lugar deforestado donde cobra sentido reseñar el libro Historias amerindias contemporáneas.

El libro nace de un experimento investigativo y colaborativo que Isabel sostiene con el pueblo Rarámuri de la región de Norogachi. Más que interpretar la cosmovisión del pueblo indígena, Isabel nos muestra la fricción entre el entendimiento Rarámuri y la domesticación nacional. Por tanto, no hace la clásica interpretación de la historia de un pueblo y, más que escudriñar la otredad y representarla de forma lejana, la autora subvierte la mirada antropológica e interpela los mitos de la sociedad a la que pertenece, la sociedad “mexicana” que se ve a sí misma como mestiza.

Y es que ese lente “mexicanista” que han conjurado la Historia —esa “Historia” con mayúscula— y la antropología se ha erigido como una maquinaria de captura. Se trata de una producción de conocimiento académico que ha soslayado la multiplicidad de narrativas, relatos y voces. En el terreno de la historiografía nacionalista la autora nos instala en la fricción, y antes de dictar y definir la historia de los pueblos amerindios, Isabel interpela a los suyos: ¿por qué nuestras historias son historicidas?

Para indagar en las historias amerindias la autora sugiere: “Una vez que renunciamos a nuestro papel de jueces ontológicos y a los deseos de censurar hasta borrar los registros y las memorias de otros pueblos y naciones, entonces podemos comenzar a cartografiar otros mundos históricos”.

Precisamente en estos tiempos cuando la Historia se edifica como un monolito petrificado en el pasado, el libro de Isabel Martínez irrumpe como una bifurcación en la Historia lineal y progresista. Se escabulle del nacionalismo y nos lleva por veredas metodológicas de co-creación para llevarnos a imaginar bosques de historias; nos evoca múltiples relatos en escenarios desérticos y en campos áridos, deforestados por la narrativita única e indivisible del Estado nación. Sin embargo, Isabel no escribe una historia a contrapelo y ni de cerca escribe desde un antagonismo que disputa viejas hegemonías, pues definitivamente no es un programa político, ni un manual para escribir la otra Historia.

Isabel nos instala en el terreno del conflicto, de la disputa, y como ejemplo nos pone las pruebas nacionalistas que el Estado mexicano aplicó a los Rarámuris en el siglo XX, siendo uno de los objetivos de estas pruebas evaluar la transmisión de valores cívicos nacionalistas. La prueba estaba diseñada con recuadros de imágenes: en el primer recuadro aparece un Rarámuri saludando una bandera y otro Rarámuri omitiendo esta acción. En el segundo recuadro aparece un Rarámuri leyendo y otro a su derecha sosteniendo unas flechas y un arco. La prueba consistía en elegir una imagen de cada recuadro. Las respuestas correctas para los funcionarios del Estado eran las imágenes del Rarámuri rindiendo honores al símbolo patrio y el Rarámuri leyendo. En contraste, las respuestas de los mismos Rarámuris expresaban discrepancia en considerar ciertas prácticas nacionalistas como correctas. Desde la metodología de co-creación que Isabel experimenta, sugiere que “no sería posible describir una narrativa estatal escindida de una narrativa rarámuri, subordinar completamente la agencia de los Rarámuri a las acciones indigenistas o negar cualquier tipo de registro de su participación. Por el contrario, ambas narrativas sólo existen a través de las relaciones que han quedado inscritas en los documentos. Desde la perspectiva Rarámuri estas relaciones son el conflicto y la negociación”.

Así, las historias son territorios de disputas y son profundamente políticas. La condición de la Historia como máquina de captura, como una erigida sobre historicidios, se ve amenazada cuando se deja de interpelar, medir, escrudiñar al otro. Por eso Isabel nos instala en la pausa y el conflicto para preguntar a la sociedad mestiza: “¿Quién de nosotros no defendería aquello que otorga sentido a nuestra existencia? ¿Qué sería de mí y de quien conmigo es parte de un Estado si el Estado desapareciera? ¿Tendríamos acaso un pueblo adonde volver?”. La autora no nos evoca horizontes comunes y más bien conjura una alteridad simétrica y vuelve a la pregunta de quiénes somos nosotros desde esas otras experiencias históricas.

Sus preguntas son realmente sugerentes y movilizadoras, pero, para mí mala suerte, Isabel no sugiere abolir la antropología. Su apuesta es la reformulación de las herramientas metodológicas y la reevaluación de los principios epistémicos para un oficio histórico que “en lugar de ser una máquina de captura tenga la posibilidad de convertirse, parafraseando a Deleuze y Guattari, en una máquina de guerra” (Martínez, 2024).

Definitivamente, coincido con la autora en indagar en los registros amerindios, todos aquellos soterrados por la Historia nacionalista, salir de esa isla de la Historia y apostar por “un mar de historias-para interconectadas entre sí, cada una con su propia lógica, epistemología, ontología, preguntas, conceptos, temporalidades, historicidades y prácticas históricas”. Sin embargo, pregunto: ¿cómo pluralizar las historias amerindias sin caer en el relativismo absoluto? ¿Cómo escabullir de las capturas universalistas de la antropología y la Historia estando en el mismo desierto académico? Y, sobre todo, siguiendo a Andre Lorde, ¿es posible destruir la casa del amo con las mismas herramientas del amo? EP

Este País se fundó en 1991 con el propósito de analizar la realidad política, económica, social y cultural de México, desde un punto de vista plural e independiente. Entonces el país se abría a la democracia y a la libertad en los medios.

Con el inicio de la pandemia, Este País se volvió un medio 100% digital: todos nuestros contenidos se volvieron libres y abiertos.

Actualmente, México enfrenta retos urgentes que necesitan abordarse en un marco de libertades y respeto. Por ello, te pedimos apoyar nuestro trabajo para seguir abriendo espacios que fomenten el análisis y la crítica. Tu aportación nos permitirá seguir compartiendo contenido independiente y de calidad.

DOPSA, S.A. DE C.V