“No tenía ni para los pañales de mi hija”. Entrevista con Saúl “Canelo” Álvarez

Aníbal Santiago recupera esta entrevista realizada al legendario boxeador mexicano Saúl “Canelo” Álvarez.

Texto de 31/01/22

Aníbal Santiago recupera esta entrevista realizada al legendario boxeador mexicano Saúl “Canelo” Álvarez.

Tiempo de lectura: 9 minutos

Cuando baja por la escalera de caracol de su blanca residencia en Zapopan —recién duchado, gargantilla de oro, diamante en el lóbulo y Armani negra que estruja su torso macizo de minotauro más que de boxeador—, el “Canelo” es tan dueño del escenario como si lo que ahora pisara fuera un ring, y no su sala minimalista. Delante suyo hay un batallón de mujeres.

Saúl Álvarez, el peleador más popular del país, el jalisciense invicto, se traslada en su casa repartiendo besos a su manager comercial, a dos maquillistas, a la vestuarista, a una periodista tapatía y a la asistente de foto. 

Sereno, avanza hasta un largo y mullido sillón. Arriba suyo hay una enorme pintura: una mujer retoza desnuda. Sobre el lienzo, un sistema de iluminación irradia en la joven una luz roja, mismo color de cojines, esculturas, taburetes y cada uno de los objetos de su hogar de soltero en Valle Real, bunker de hermosas casas entre plantas, palmas y flores, un Beverly Hills en Valle de Atemajac.

“En mis peleas, el 80 % son mujeres y en la calle se me quedan viendo, me abrazan, me jalan, me quieren besar, me agarran las ‘nachas’. Me hacen de todo. Mira…”, sonríe señalando a las chicas que oyen atentas que por unos días se olvidará del box: “La próxima semana voy de aquí a Puerto Vallarta en cuatrimotos y racers. Se hacen dos días. Con mis amigos y mis hermanos vamos a pasar ríos, lodo. Descansas y paras en el cerro o llegas a un pueblito y te quedas en un hotel por ahí”.

—¿Aún te queda algo de una vida sencilla?

—Es lo mejor que hay. Voy de cacería a Tecolotlán, pongo un comal y me preparo carne y frijoles.

—¿Cómo eras de niño en Juanacatlán, tu pueblo?

—Con mis amigos, bastante vago: salía de la casa a la mañana y no llegaba hasta la noche. Me peleaba mucho en la calle: buscaba pretextos, cualquier cosita para pelearme y hacerle el paro a mis amigos. Desde que iba en el kinder me peleaba y hasta contra tres. Siempre fui hábil para eso. Una vez que me peleé contra dos, ellos me tiraban, luego yo me quitaba y les pegaba. 

—¿En la escuela fue un problema que te gustaran los golpes?

—Me sacaban de la escuela. Pero en la secundaria mis maestros me hicieron el paro. Nunca reprobé. Y era bueno y la armaba en Dibujo.

—¿A qué jugabas en la infancia?

—El Atlas me quería llevar pero el futbol no me gustaba al 100 %. También salía con escopeta a cazar liebres y tlacuaches. Y siempre me han gustado los caballos: iba al Rancho de Los Cortés o al cerro de la Presa del Encino, agarraba caballos sueltos y los traía en friega por todo el pueblo.  

—¿Cómo empiezas en el box?

—Mi hermano Rigoberto boxeaba y vivía en Tijuana. Cuando regresó trajo un juego de guantes: fui de volada por mis amigos para usarlos. Empecé a ponerme diario esos guantes, a manoplear y luego a pegarle a los costales que colocamos en la cochera. A los dos meses fui a pelear, gané y fui a una eliminatoria para el Campeonato Nacional (Juvenil Sinaloa 2004). Gané, fui al Nacional y gané medalla de plata. De regreso, mi hermano me llevó a entrenar con José “Chepo” Reynoso y Eddy (su hijo). Fui a la siguiente Olimpiada (Juvenil 2005) y gané medalla de oro. Como (los mánagers de su hermano) traían al campeón mundial Óscar “Chololo” Larios, de regreso fui su sparring antes de defender su campeonato mundial.

—¿Veías box en la tv?

—Me entusiasmó el boxeo cuando mi hermano Rigo debutó profesionalmente (el 1 de febrero del 2000). Después iba a verlo, pero no tuve ídolos ni vi box en mi infancia. 

Con insistencia, el “Canelo” desliza las manos sobre el frente de su cabellera cobre empapada en gel. 

—¿Le ponemos algo a tu pelo?—, pregunta la peinadora

—Sí, que se levante más—, responde.

El monarca del Consejo Mundial de Boxeo logra su cometido y ahora se apoya en un muro. “Díganme si estoy bien”, pide de brazos cruzados. “Perfecto”, dice el fotógrafo. Para el “Canelo” la respuesta es un banderazo. Hechizado por su propia imagen improvisa una pose y otra y otra. 

—¿Lees lo que dicen los medios sobre ti?

—Cuando estoy viendo la tele y sale. Pero no me preocupa lo que dicen de mí, ni estoy pendiente de mis entrevistas. Críticas siempre habrá aunque seas el mejor mundo: yo siempre trato de cambiar mi técnica.

Camisa abierta al pecho, insinúa una sonrisa, yergue la espalda, inclina la cara, mira de reojo. Su comodidad ante la lente es más de un modelo de Nueva York que de un púgil con origen en el humilde pueblo michoacano de Tocumbo, cuna de las paletas. “Todos éramos paleteros de La Michoacana y hasta la fecha mi papá y mi madrina tienen paleterías y neverías”.

“Camisa abierta al pecho, insinúa una sonrisa, yergue la espalda, inclina la cara, mira de reojo. Su comodidad ante la lente es más de un modelo de Nueva York que de un púgil con origen en el humilde pueblo michoacano de Tocumbo, cuna de las paletas”.

—¿Cómo es tu rutina deportiva? 

—En la mañana corro al aire libre y en la tarde voy hasta tres horas al Gimnasio Julián Magdaleno, el mismo al que voy desde chiquito y donde inicio mi preparación para las peleas.

—¿Qué extrañas de tu vida anterior?

—Salir tranquilo. Ya es imposible. A veces con una gorra, pero con uno que me vea ya…

—¿Cómo fue tu primera pelea amateur?

—Fue pelear por pelear, porque sólo había entrenado una semana. Esa pelea —yo de 11 años y mi rival de 16— la empaté. Pero la siguiente semana me volvieron a poner al mismo y le gané. Ya había algo especial en mí. Mi hermano se emocionó: había derrotado a un muchacho con mucha experiencia. Fue en el Cerro del Cuatro, un gimnasio donde la gente se sentaba en banquitas.

—¿Cómo era ese pequeño boxeador?

—Yo era de tirar y tirar golpes, no me importaba recibir: cansaba a los rivales y ganaba. En una ocasión, cuando tenía 13 años, peleé en el Sutaj (Sindicato Único de Trabajadores Automovilistas de Jalisco) con un boxeador de 20 años. Nos estábamos dando bien los dos, pero yo no tiraba al 100%. Entonces me dijo mi hermano: “¿Por qué no tiras?”. Le dije: “Espérame, estoy guardando todo para lo último”. “Pues acábalo”, me respondió. Salí en el tercero y lo noqueé. 

—¿Ya te veía aptitudes tu manager “Chepo” Reynoso? 

— Sí, aprendía rápido y hacía lo que él quería. Siempre me gustó la disciplina: de niño iba al gimnasio pese a que viajaba ida y vuelta entre Juanacatlán y Guadalajara. Como amateur ya casi no tenía peleas y estaba enfadado. Me dijo mi entrenador: “Vas a debutar profesional”. Debuté profesional a los 15 y ya me salí de la secundaria para meterme a esto de lleno.

—¿En qué usaste tu primera bolsa importante?

—Fue la de la pelea de diciembre de 2009 (contra Lanardo Tyner) y me compré un Camaro 2010. Veo las carreras y hubiera querido ser corredor. Todos mis carros corren: el Audi R8 Spyder, el Mustang Cobra, el Nissan GT—R que me trajeron de Japón, el (Dodge) Challenger. Saco uno a la calle cada día. Con el Mustang compito en los arrancones de (la pista de) Toluquilla. Y uso Armani, no soy como los otros boxeadores.

—¿Tienes un ritual en el ring?

—Cuando todos se bajan me hinco en mi esquina 10 segundos: le pido a Dios que me cuide y haga lo que él quiera.

—¿El boxeador qué más te gusta?

Shane Mosley. Lo conozco, buena persona

—¿Cómo vive tu familia tu trabajo?

—Mi papá se pone nervioso: está callado y le sudan las manos. Pero mi mamá, desde que era chiquito, me grita: “¡Vamos, pártele su madre!”. Es el instinto de madre.

—¿Te acompaña la música en tu vida?

—Banda El Recodo, Espinoza Paz, Joan Sebastian.

Una vida tristona

El equipo de la sesión se mueve agitado, pero el “Canelo” lo hace en cámara lenta: extravía la mirada en la alberca de su terraza, habla poco y ríe menos. Pero al descubrir que Emily —su hija de cuatro años que acaba de despertar— lo espía por la escalinata, el “Canelo” se transforma. “Uy, mi amor, ¿ni una peinadita?”, le dice, y lanza un grito a su hermano Víctor para que la arregle. De vestido café, Emily baja. Ve sonriente a su hija, que toma el iPad de la maquillista: “Escribe la ‘S’ de tu papá Saúl”, le pide él.

—¿El golpe más fuerte que recibiste bajo el ring?

—A los 14 años empecé a vivir una vida tristona: mis papás se separaron. Yo trabajaba en una paletería con mi papá haciendo de todo, y recuerdo cuando llegaba solo a la casa, porque mis siete hermanos ya estaban casados. Justo se separaron cuando tenía esa edad, cuando vas viendo quién quieres ser o qué quieres hacer. Yo estaba solo siempre. Trabajaba e iba a entrenar, porque estaba enfocado en ser campeón del mundo. Fue difícil. A los 16 años tenía una novia y salió embarazada (Emily Cinnamon nació en 2007). Me junté para agarrar bien mi responsabilidad. Había veces que ni para leche tenía, ni para los pañales de mi hija, y en el boxeo no ganaba nada. A veces ni para el camión. Le decía al camionero: “Le doy los cinco pesos en la paletería”, y cuando me bajaba los iba a buscar. Trabajaba en la paletería y gracias a Dios comíamos al día, aunque no tenía para nada. Tenía que pedirle a mi madrina Olivia Barragán que me prestara. Y me los prestaba. Ella me apoyó siempre y le estoy muy agradecido. Después, cuando peleaba, yo le debía todo: ganaba 5 mil pesos y se los pagaba. Fue duro, pero esas cosas las pone Dios en el camino para madurar. A lo mejor, si no pasaba todo eso, no estuviera aquí—, explica. 

“A los 14 años empecé a vivir una vida tristona: mis papás se separaron. Yo trabajaba en una paletería con mi papá haciendo de todo, y recuerdo cuando llegaba solo a la casa, porque mis siete hermanos ya estaban casados. Justo se separaron cuando tenía esa edad, cuando vas viendo quién quieres ser o qué quieres hacer. Yo estaba solo siempre. Trabajaba e iba a entrenar, porque estaba enfocado en ser campeón del mundo. Fue difícil”.

—¿Cómo fue volverte padre tan joven?

—Siempre quise lo mejor para ellas. Cuando se alivió de la niña no quise que fuera en un hospital civil. Como pude conseguí dinero y se alivió en uno particular. Siempre me ha gustado dar lo mejor a la gente que quiero. Ella sabía que para comer íbamos a tener, porque de donde sea yo iba a sacar. 

Entre 2006 y 2008 peleó un promedio de ocho veces al año, en combates que le dejaban de 5 a 10 mil pesos, lo justo para vivir. Su primer gran romance acabó tras dos años y medio juntos. 

—Empezó la vida de soltero… 

—Se hacía duro llegar a la casa, estar solo y pensar en Emily. Era la época en que hacía sus gracias, me decía “papá “, me abrazaba. Pero la decisión resultó: en un año crecí como boxeador y ya era el “Canelo”. Y ahora a mi hija le doy lo mejor, y me gusta una relación bien con una mujer seria que me quiera—, aclara (el 15 de mayo de este año se casó con Fernanda Gómez). 

En la mañana de Zapopan habla de su nueva vida: “Con la empresa que tengo desde hace dos años, Canelo Promotions, represento 25 boxeadores. Y me acomodo con amigos en el ramo de la construcción”.

—¿Te importa la ropa?

— Uso Armani. No soy como los otros boxeadores. 

—Cuando sales del vestidor, pese a las ovaciones, te mantienes con una seriedad de hierro.

—Estoy visualizando lo que hice en la preparación, voy concentrado para aplicarlo sobre el ring. Pienso: “Si él hace esto haré lo otro”. Pero cuando salgo del vestidor se me enchina la piel y por eso agradezco a la gente su apoyo. Es único e inexplicable lo que siento.

Subimos la escalera. Rigoberto Álvarez “El Español” ve videos en un plasma en medio de una sala naranja. Fue él quien llevó de niño a su hermano “Canelo” hasta el gimnasio tapatío Julián Magdaleno. Desde hace una década, Saúl ha forjado ahí su carrera.

En una mesita reposa un libro ilustrado sobre un antiguo reino asiático: “The Art of Champa”. Y centímetros arriba dos figuras de piedra penden de la pared: imágenes de Shiva, deidad de la India. 

Al lado, el cuarto del “Canelo” es todo rojo: su edredón, los burós, un sillón y la estantería, a la que me acerco: veo una foto donde Saúl sonríe en la montaña rusa Thunder Dolphin, de Tokio. El “Canelo” se recuesta y descalzo deja que la cámara lo envuelva. El fotógrafo se anima a preguntarle si de chico sufría bullying por pelirrojo. “A lo güey –dice—. Por eso los agarraba a madrazos”.

En la entrada de su casa, delante de una enorme foto en la que Saúl grita un triunfo sobre el ring, una vitrina exhibe varios cinturones del multicampeón. En el box, esa voraz grúa que arranca estrellas de los lugares olvidados, pocas trayectorias más veloces que la de Saúl: el chavo que en 2008 aún preparaba paletas en “La Michoacana” es el welter número uno del mundo, el peleador con más rating del país con un invicto de 39 peleas en seis años, e imagen de trasnacionales como Gatorade. Apenas tiene 21 años. 

—¿El golpe más duro sobre el ring?

—Nunca, siempre he sido listo para esquivar. Pero me han golpeado en el hígado, que son los golpes que más duelen. Dura hasta cuatro rounds que se te quite. En Las Vegas, el 1 de mayo (del 2010) contra José Miguel Cotto, en el primer round me agarró un golpe que me puso mal, me entumió las piernitas.

—¿El golpe más duro que has dado?

—A Jefferson Gonçalo, en paz descanse, le di un golpe demasiado fuerte. Si no lo agarra el réferi a lo mejor se golpea en la nuca y muere. Festejé cuando lo vi, pero luego sentí feo: no se paraba.

—¿Serás el mejor mexicano de la historia? ¿Mejor que Julio César Chávez?

—Claro que sí: a los 21 años los mejores del mundo no eran lo que soy yo. Estoy madurando. Y voy a serlo. EP

+ Acortada, esta entrevista se publicó originalmente en la versión impresa de la revista Quién en octubre de 2011.

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