Jesús te ama, pero ¿tus padres?

En esta crónica, Laura Morgan relata su experiencia personal en torno a su sexualidad y su relación con la religión. #VisibleEnEstePaís🌈

Texto de 30/07/21

En esta crónica, Laura Morgan relata su experiencia personal en torno a su sexualidad y su relación con la religión. #VisibleEnEstePaís🌈

Tiempo de lectura: 5 minutos

“¿Sufres por tener deseos sexuales impuros? ¿Sientes vergüenza, te sientes traicionado o culpable por tu conducta sexual del pasado? Podemos ayudarte con nuestro mensaje de salvación y pureza. Contacta a Ministerios del Deseo Puro hoy”.

Esto decía el volante que mis padres habían escondido para mí en el baño. Estaba debajo de mi lavabo y cuando buscaba un jabón, lo encontré. Según ellos, según la iglesia de la que somos miembros, ser gay es un pecado grave. Es imperativo que yo rece y me arrepienta; con su ayuda, puedo cambiar, puedo convertirme en la niña cristiana buena que ellos desean que sea. Si quisiera, yo podría tener una vida normal, grandes romances con hombres y, eventualmente, una boda. Todo dentro de nuestra iglesia, por supuesto. Es difícil adivinar cómo sería mi relación con mis padres hoy, si fuera heterosexual. Podríamos hablar de otras cosas más allá del clima y de deportes. Ahora es como si no existiera la posibilidad de tener una vida romántica y, al mismo tiempo, es como si aún tuviera planes de salir con hombres. Mi futura boda es un tema de discusión esporádico. 

La terapia de conversión “voluntaria”, como anuncia mi volante, es todavía —pese al uso del lenguaje amigable— terapia de conversión. Es completamente legal en 26 estados de EUA. Hasta un 7 % de personas LGBTQ se ha sometido a una terapia de conversión; dentro de este grupo sabemos que es dos veces más probable que lleguen a concretar un suicidio. Resulta imposible discutir el asunto de la terapia de conversión sin darle crédito a la cultura puritana. Las iglesias más conservadoras consideran que ser LGBTQ es un pecado abominable, y quieren eliminar a la comunidad de cualquier manera posible. Ellos ven la terapia de conversión como un esfuerzo para “salvar” y “mejorar la vida”; aunque, en realidad, se trata de tortura mental. La iglesia evangélica como institución tiene muchísima influencia en la política de EUA y, por consecuencia, en la cultura y las leyes de nuestra sociedad. No quiero pintar a todas las iglesias con el mismo pincel: sé bien que hay muchas iglesias y muchos creyentes que apoyan a la comunidad LGBTQ. Pero para el resto, creo que es muy relevante que haya una grave desconexión entre las enseñas de Jesús y las prácticas de estos cristianos. 

“La homofobia en mi vida resulta más insidiosa que violenta.”

Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. — Juan 15:12

Este, en mi opinión, es el versículo más importante de toda de la Biblia. Es la lección fundamental de un discípulo de Jesús y un cristiano. No creo que se pueda ser un cristiano verdadero si se es homofóbico. El amor que Jesús tenía por todos se extiende a mí y a mis hermanas, hermanos y hermanxs de la comunidad. Se extiende también a los homofóbicos, pero este hecho se pone en duda.

Requiere mucha energía ignorar las palabras de mis padres y los versículos de la Biblia lanzados sin contexto, sin oportunidad de explicar el malentendido de la traducción. Mi mamá estaba tan alterada cuando salí del clóset que escribió una carta y la puso en los parabrisas de los coches en el estacionamiento de mi escuela secundaria. En la carta, le preguntaba a los otros padres si también sentían que la escuela estaba “arreglando” a sus hijos para ser gays o hipersexuales, o si los padres pensaban que sus hijos ya estaban “dañados”; les pidió que contactaran al director de la escuela con sus muchas preocupaciones. En general, fue muy efectiva. A veces, cuando no podía olvidarlo, me confrontaba. Adquirí más fuerza, poco a poco, siendo insolente. Mi obstinada rebelión era mi manera de sobrevivir; pero en ese momento aún me faltaba fuerza. Era una carga demasiado grande para que yo permaneciera estoica, para actuar como si el ser llamada “dañada” no me afectara nada. 

Recuerdo la primera vez que sentí algo por otra niña. En ese momento, no me sentía dañada. Su nombre era Lauren; tenía diez años cuando yo tenía siete. Íbamos a la misma primaria. Lo que recuerdo con más claridad es su pelo: largo y castaño. Ella era muy bonita, más bonita que ninguna otra niña que yo hubiera visto jamás. Estaba enamorada. Nunca hablamos, nuestros caminos nunca se cruzaron, pero aun así, me encantaba. Cuando se graduó de la primaria, yo estaba triste, secretamente, muy triste. No le dije nada a nadie de lo que sentía. No tenía razón para decir nada y, además, no podía explicarme. Entonces, Lauren se fue con mi corazoncito y mi vida continuó… Hasta que llegué a la secundaria, cuando me encontré con Ashley. Tenía una sonrisa bonita, un sentido del humor como el mío y, desafortunadamente, pelo castaño largo. No quería enfocarme en ella ni pensar en las sensaciones nuevas que me producía: el cosquilleo, los celos inexplicables cuando empezó a salir con un niño, el calor en mi cara cuando estábamos juntas y nos quitábamos la ropa para la clase de educación física. Creía que todas las niñas pensaban siempre en sus amigas como yo pensaba en Ashley. 

No fue sino hasta la secundaria en mi encuentro con una niña de mi equipo de basquetbol que me di cuenta de la realidad. Ella tenía ojos marrones grandes y —claro, lo adivinaron— pelo castaño. Siempre nos reíamos juntas. Un día le confesé cómo me sentía, y ella me respondió: “lo siento”. Pero no me importó: la experiencia fue lo que necesitaba para admitir que soy diferente y que tenía sentimientos por otra niña. Cuando le hablé de mis emociones, me sentí muy grande y fue muy importante para mí, aunque también estaba aterrada. Finalmente, acepté que soy gay.

Unos años después, mi primera novia y yo empezamos a salir. La amaba mucho; por eso fue tan difícil cuando mis padres me dijeron que yo era una pervertida, que estaba bajo la influencia del diablo, que debía tener la suficiente fuerza de voluntad para resistir las tentaciones.  El diablo y sus trabajadores están en todas partes, esperando a las niñas como yo.  Para mí, las diablas aparecen con pelo castaño y ojos marrones. Ojos marrones grandes. Y —tengo que admitir— que me corrompa una de ellas, es una experiencia muy agradable. 

“la experiencia fue lo que necesitaba para admitir que soy diferente y que tenía sentimientos por otra niña.”

“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”. Génesis 1:27

No puedo convencer a mis padres de que siempre he sido gay, de que nací gay, de que vivo una vida gay y moriré siendo gay. Dios no habría creado a una persona con errores. Mi sexualidad no es un error, ni es una fase; es parte fundamental de mi existencia. Yo creo que tengo el mismo amor por las mujeres que Adán tenía por Eva. Nunca van a entender que soy como soy por alguna razón. En palabras de la Biblia, Dios me hizo a su imagen y semejanza.  Si creen que hay un plan más grande, tienen que entender que Dios tiene un plan para mí, uno que involucra mujeres y arcoíris y, eventualmente, la luz del sol. La homofobia en mi vida resulta más insidiosa que violenta. De muchas maneras, soy afortunada.  Me dicen: “Te amamos, siempre vamos a amarte”. Pero, aun así, ¿qué es el amor sin apoyo? Jesús no estaría de acuerdo. EP

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