
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
Texto de Carlos A. Pérez Ricart 12/02/25
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
En su penúltima edición de 2024, la revista Rolling Stone publicó un reportaje titulado “El equipo de Trump debate: ¿qué tanto deberíamos invadir México?”. El texto, basado en una serie de entrevistas a media docena de asesores del próximo Presidente de Estados Unidos, ofrecía luz sobre el tipo de discusiones que se escuchaban en Mar-a-Lago durante el periodo de transición. Según el reportaje, la cuestión no era si era conveniente o no “invadir México”, sino la magnitud del ataque. El debate iba sobre la dimensión, no la posibilidad.1
“Según el reportaje, la cuestión no era si era conveniente o no “invadir México”, sino la magnitud del ataque.”
El párrafo anterior (aunque solo fuera por la posibilidad que anuncia) es suficiente para nutrir la hipótesis de trabajo de este texto. Versa así: en lo que se refiere al tema de seguridad, 2025 es el año más complejo que ha enfrentado México en su relación con Estados Unidos en mucho tiempo. No hay precedente histórico que se compare con la incertidumbre que hoy enfrenta la Cancillería mexicana ante el desafío que supone el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Este breve texto analiza la proporción del reto en cuanto a seguridad que se impone sobre México y propone una serie de estrategias para, en el mejor de los casos, amortiguar el desafío.
Sin duda, 2024 presentó retos mayúsculos. Las elecciones presidenciales en México y en Estados Unidos fueron un factor de amenaza constante para la relación bilateral.
La tarea de la Cancillería durante los 366 días de 2024 (fue bisiesto) estribó en evitar que las tensiones propias de temas sensibles de la relación trascendieran a las campañas electorales. El desafío estaba en mantener los debates sobre seguridad y narcotráfico en sus cauces naturales.2 Me refiero a los Diálogos de Alto Nivel sobre Seguridad, reiniciados con el Entendimiento Bicentenario, y a los acuerdos transgubernamentales que mantienen las agencias de seguridad.
El objetivo no se logró. Trump utilizó la crisis de consumo de fentanilo en Estados Unidos para atacar a México y movilizar a su electorado. Nuestro país se convirtió en receptor de ataques continuos durante la campaña. En diversas ocasiones, el entonces candidato advirtió que, de ganar la elección presidencial, enviaría a las fuerzas federales a “terminar” directamente con los cárteles de la droga. La pasividad mexicana, decía, no le dejaba alternativa.
Como es obvio, una estrategia de este tipo supondría una agresión a la soberanía nacional e implicaría un problema político para la presidenta Claudia Sheinbaum. Abriría un nuevo capítulo en la relación bilateral con imponderables que, si bien son imposibles de dilucidar en este texto, se anuncian extremadamente riesgosos.
La idea de una intervención militar en México no es nueva. Mark Esper, exsecretario de Defensa durante el primer mandato de Trump, escribió en sus memorias publicadas en 2022 cómo, en dos ocasiones, el entonces expresidente le pidió diseñar un plan para enviar misiles a México y destruir laboratorios de drogas.3
A diferencia de lo que sucedía hace unos años, en la actualidad el tema no está en los bordes del debate político, sino en el corazón de este. Políticos como Vivek Ramaswamy y Ron DeSantis se han posicionado en favor de considerar diferentes tipos de intervención militar en México.
El riesgo mayor está, sin embargo, en los perfiles que ha seleccionado Trump para la toma de decisiones en esta agenda. Estas figuras, de manera pública, han hablado a favor de una opción militar en México: el próximo líder del Pentágono, Pete Hegseth, el futuro Consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, y el próximo “zar de la frontera”, Tom Homan.
La elección de Ronald D. Johnson como próximo embajador en México tampoco augura nada bueno. Johnson es un ex “boina verde” (nombre informal con el que se designa a los miembros del grupo de operaciones especiales del ejército estadounidense) con un largo historial contrainsurgente en Centroamérica. Tiene una experiencia limitada en el ámbito diplomático, pero amplia en cuanto al diseño y ejecución de operaciones subrepticias en el extranjero.4
Como lo dejó ver el reportaje de Rolling Stone, hay discusiones sobre el tipo de intervención militar que podría ejecutarse. El rango de posibilidades es amplio: desde incursiones encubiertas para asesinar a líderes de organizaciones criminales hasta ataques con drones y bombardeos a laboratorios de fentanilo. En cualquiera de los escenarios, el desafío para México es enorme.
¿Cuál debe ser la estrategia de México en seguridad pública ante el desafío que supone Trump? Tres líneas de acción inmediatas:
En primer lugar, abandonar, de forma definitiva, el discurso negacionista sobre el fentanilo y su producción en México. Las evidencias en contra son contundentes: en México se producen opioides sintéticos de manera masiva al menos desde hace 5 años. Así lo han señalado diversos estudios académicos y periodísticos.5
Poco favor hacen a la Cancillería los comentarios presidenciales que niegan esa realidad. Especialmente desafortunada resultó la disputa que, en diciembre de 2024, mantuvieron Palacio Nacional y The New York Times en torno a la verosimilitud de una fotografía en la que se veía a un presunto miembro del cártel de Sinaloa sintetizar fentanilo en una cocina rudimentaria.
Ese tipo de discusiones, además de erráticas, envían un mensaje de insensibilidad al problema de salud que supone el fentanilo. Como argumenté en 2024 en este mismo espacio, “la negación del problema es oxígeno para los discursos intervencionistas y da pie a la manifestación de teorías de la conspiración en Estados Unidos”.6
En segundo lugar, el gobierno federal debe administrar y presumir sus logros materiales en el combate al fentanilo y otras drogas. En ese renglón, el gobierno de Sheinbaum no lo ha hecho mal. En los primeros 2 meses y medio de gestión (del 1 de octubre al 15 de diciembre de 2024), las autoridades federales detuvieron a 6,745 “generadores de violencia”, una media de 89 al día. Es el doble de personas (44) que, en promedio, detuvieron las autoridades federales en el sexenio anterior.
Del mismo modo, en materia de confiscación de drogas, los primeros meses de gobierno de Sheinbaum marcan una diferencia con el pasado. A principios de diciembre de 2024, Omar García Harfuch, Secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, anunció la confiscación de una tonelada de fentanilo en Sinaloa, suficiente para producir unas 20 millones de dosis. Es la confiscación de opiáceos sintéticos más grande en la historia de México. Para dimensionar su tamaño, valga decir que ese solo golpe equivale al 12 % de todo el fentanilo asegurado en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
No guardo la certeza de que más personas en la cárcel y más kilogramos de droga decomisados sean una adecuada estrategia de pacificación (por el contrario, me inclino a pensar que no es así). De lo que no tengo duda es que ambas son buenas cartas de presentación en la mesa de negociación con Trump. México debe usarlas.
En tercer y último lugar, frente a la amenaza de “invasión suave” (en los términos recogidos por la revista Rolling Stone), el gobierno de México no puede mostrar debilidad. Ningún tipo de operación, por más indirecta, debe ser admitida como válida. En ese sentido, considero correcta la estrategia presidencial de rechazar tajantemente y de manera pública esa posibilidad.
México debe avanzar argumentos que subrayen la corresponsabilidad del problema de las drogas y el absurdo que supone pensar que una intervención militar resolvería el problema del narcotráfico. Como lo ha señalado el Cato Institute, con base en cifras oficiales, 80 % de las personas detenidas por cruzar fentanilo en la frontera entre 2019 y 2024 son ciudadanos estadounidenses.7 Si bien ese tipo de argumentos difícilmente harán cambiar de opinión a Trump, sí podrán ofrecer una primera línea de defensa frente a sus discursos intervencionistas.
Es difícil encontrar, en la historia reciente, ejemplos que nos ofrezcan coordenadas para entender y ordenar los tiempos que corren. Enfrentamos un contexto en el que el próximo presidente de Estados Unidos habla de anexar Groenlandia y recuperar el canal de Panamá por razones de “seguridad nacional”. Día sí y día también, Trump hace bromas sobre una eventual anexión de Canadá.
“80 % de las personas detenidas por cruzar fentanilo en la frontera entre 2019 y 2024 son ciudadanos estadounidenses.”
Es preciso entenderlo: a la Casa Blanca no llegó solo un turbio personaje; con Trump aterrizó una renovada forma de intervencionismo que se parece más a la del siglo XIX que a la del XX. Sin duda, 2025 es solo el comienzo de un futuro que se parece demasiado al pasado. ¿Está México listo para enfrentar uno de sus desafíos más complejos de su vida como país independiente? Lamentablemente no. EP