Desafíos ineludibles de la política exterior de México hacia América Latina

El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.

Texto de 19/02/25

El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.

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Si bien los mayores desafíos de política exterior que enfrenta el gobierno de Claudia Sheinbaum provienen de Norteamérica ante el arribo de un segundo mandato de Donald Trump, más proteccionista y demandante en materia migratoria y de seguridad fronteriza, los primeros 6 meses de su gobierno se perfilan igualmente retadores en lo que se refiere a las relaciones con América Latina y el Caribe. México enfrentará tiempos de definiciones estratégicas ineludibles en una región marcada por la polarización política entre izquierdas y derechas, el estancamiento económico crónico, el malestar social, la erosión de las instituciones democráticas, la expansión del crimen organizado y el debilitamiento de los mecanismos de concertación e integración regional.

El primer viaje internacional de la presidenta Sheinbaum para participar en la Cumbre de Líderes del G-20, en Río de Janeiro, y el anuncio de una próxima visita a Brasil, apuntan hacia una reactivación de la diplomacia presidencial de la mano de Latinoamérica. Sin embargo, a 80 días de su toma de posesión, no se observan cambios ni iniciativas, sino una posición cautelosa y de bajo perfil, hasta pasiva, con la negativa a participar en lo que queda de la dupla mediadora brasileño-colombiana frente a la crisis política en Venezuela o a pronunciarse sobre el acoso a la embajada de Argentina en ese país, donde se encuentran asilados miembros de la oposición. La única acción concreta han sido los envíos “humanitarios” de petróleo y ayuda a Cuba por su crisis energética, una posición solidaria que contrasta con el silencio indiferente frente al agravamiento de la situación humanitaria en Haití. Ambos países caribeños son parte de la tercera frontera de México, pero reciben una atención diferenciada.

Más pronto que tarde, la propia realidad latinoamericana, con su alto grado de volatilidad e incertidumbre, rebasará la apuesta por la continuidad y obligará a la presidenta Sheinbaum a hacer los ajustes necesarios a la diplomacia latinoamericana ambivalente, oscilante y selectiva que heredó de su predecesor. El compás de espera terminará el 10 de enero de 2025, cuando se decante quién asumirá el poder en Venezuela, Nicolás Maduro o Edmundo González Urrutia, con cuánta legitimidad y con qué apoyos o sanciones internacionales. No habrá espacio para la indefinición ni la ambigüedad.

La política exterior y de seguridad del próximo gobierno de Trump estará a cargo de un núcleo duro de halcones, los exsenadores republicanos conservadores de Florida Marco Rubio y Mike Waltz, que ya cuentan con redes en Latinoamérica. Esta nueva configuración de actores augura una mayor interconexión y articulación entre el tablero bilateral con México y el tablero regional con América Latina, similar a la que existió en la década de 1980 con Ronald Reagan, lo que obligará al gobierno mexicano a construir canales de interlocución y de confianza con Estados Unidos en temas latinoamericanos.

El primer gran desafío que enfrenta el nuevo gobierno mexicano es hacer un diagnóstico actualizado y preciso del contexto regional sin lentes ideológicos. Esto pasa por revisar los aciertos y los desaciertos del sexenio anterior. Varios datos abonan a la necesidad de ajustar y de adecuar la política exterior a la fluidez de la situación latinoamericana y a los impactos indirectos que el retorno de Trump tendrá sobre algunas de las relaciones bilaterales de México, en especial con Cuba, Venezuela y los países centroamericanos. El primer dato duro es el desdibujamiento de la proyección regional e internacional de México, que se ve reflejado en el desgaste de la calidad y el nivel de interlocución y de representación diplomática en la región. De las veinticuatro embajadas mexicanas en Latinoamérica, cuatro no tienen embajador (Brasil, Haití, Panamá y Perú), solo ocho tienen a embajadores de carrera, una está cerrada indefinidamente (Ecuador) y la mayoría (once) son nombramientos políticos sin experiencia diplomática ni conocimiento de la región. Las serias crisis diplomáticas con Ecuador y Perú se mantienen abiertas.

El segundo desafío será fortalecer, ampliar y elevar la capacidad de interlocución bilateral y multilateral con la región, al margen de empatías ideológicas y en un contexto en el que toda la atención estará puesta en la demandante agenda comercial y migratoria con Estados Unidos. Un involucramiento directo, constante y regular con la región por parte del nuevo Canciller, además de la diplomacia presidencial, serán clave en este periodo de turbulencia e incertidumbre.

Habrá que fijar prioridades. Por la importancia de la agenda migratoria y de seguridad, se requerirá de una atención cooperativa, profesional y de alto nivel para conducir la vecindad con Centroamérica y el Caribe. Y, en segundo lugar, profundizar y dotar de contenido el acercamiento con Brasil.

A la volatilidad regional, se suma el previsible endurecimiento de la política estadounidense hacia la región en materia comercial, migratoria y de seguridad, lo que estrecha los espacios y los márgenes de maniobra para México, a menos que haya un ajuste necesario en la diplomacia regional del Movimiento Regeneración Nacional (Morena), hasta ahora más reactiva, discursiva e ideológica que estratégica, eficaz y profesional. México adolece, hasta ahora, de un planteamiento estratégico hacia América Latina y el Caribe que dote de contenido programático a los lemas generales de “volver a los principios constitucionales” y “mirar al sur”. Para avanzar en esta dirección, se requiere articular una lectura propia y actualizada de la situación regional y de los intereses nacionales en juego, una tarea imposible sin cuadros profesionales y sin una discusión amplia y plural con académicos, empresarios y actores de la sociedad civil con vínculos, conocimiento e intereses en la región.

Trazos de una agenda regional compleja

La agenda latinoamericana que enfrenta la diplomacia mexicana entre el último trimestre de 2024 y el primero de 2025 es particularmente compleja y apremiante. Hay una multiplicidad de focos rojos en Latinoamérica frente a los cuales México tendrá que tomar posiciones claras, asumir responsabilidades y definir con qué países alinearse y construir coaliciones que le permitan mejorar su capacidad de negociación frente a Estados Unidos y su proyección internacional. Entre los temas puntuales más visibles destacan los siguientes: 

  1. Las consecuencias regionales y bilaterales que derivarán del aumento de las medidas de contención migratoria y la externalización de controles fronterizos en Estados Unidos y México. Los desafíos inmediatos para la diplomacia son enormes, más no insalvables. México requiere apuntalar el eje de su política de protección a los mexicanos en Estados Unidos fortaleciendo su autoridad moral hacia el sur con un trato equivalente a los migrantes, transmigrantes y refugiados de terceros países; coadyuvar a construir y fortalecer un marco de gobernanza regional de movilidad humana; diseñar una estrategia de defensa jurídica a nivel continental que invoque los antecedentes normativos y las resoluciones del sistema interamericano de derechos humanos que prohíben las deportaciones masivas, y, por último, forjar alianzas con países latinoamericanos clave ya sea para equilibrar el diálogo con Estados Unidos y avanzar esquemas de gestión migratoria que protejan los derechos humanos de los migrantes con soluciones de mediano y largo plazo para su integración.
  2. La espiral de violencia criminal en Haití, con sus secuelas migratorias y de seguridad, pondrá a prueba las menguadas capacidades regionales y nacionales en materia de asistencia humanitaria y operaciones de mantenimiento de la paz. Habrá que definir el papel de México en Haití con un enfoque multilateral, además de contener los costos humanitarios, migratorios y de seguridad.
  3. La crítica situación interna en Venezuela, similar a la de 2019, por el conflicto postelectoral y el disputado cambio de gobierno en enero de 2025, cuyo desenlace definirá el rumbo democrático o autoritario del país, así como su estabilidad política y económica con fuertes repercusiones para la región en su conjunto. Un ángulo adicional del mayor interés para México es el posible escalamiento de las tensiones bilaterales y regionales en torno al derecho de asilo y la inviolabilidad de la embajada de Argentina, hoy bajo acoso por parte del régimen de Maduro. México tuvo un papel constructivo, aunque menor, en los diálogos de Barbados y deberá sopesar si está en condiciones de coadyuvar en la negociación para dar salida a la situación de los asilados en la embajada de Argentina. Nicaragua y Venezuela pondrán a prueba la credibilidad del compromiso del gobierno de la “cuarta transformación” con la democracia y los derechos humanos. Por ser el asunto más divisivo en la región, México tendrá que decidir si fortalece su capacidad diplomática para tender puentes y articular iniciativas constructivas en foros multilaterales como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Organización de los Estados Americanos (OEA), o si se sube a la previsible ola la polarización regional.
  4. La celebración de procesos electorales clave en Ecuador, Bolivia, Argentina, Honduras y Chile podría desembocar en el avance de la extrema derecha radical impulsada por el triunfo de Trump o en escenarios de conflicto postelectoral e inestabilidad democrática. En particular, para México, las próximas elecciones presidenciales en Ecuador son importantes por los impactos que pudieran tener sobre el diferendo diplomático y jurídico entre los dos países. 
  5. El inminente endurecimiento de la política de Estados Unidos hacia Cuba bajo la conducción de Rubio en el Departamento de Estado amenaza con agravar la crisis económica, energética y de derechos humanos en la isla, así como las presiones migratorias sobre México. Este escenario requerirá tejer finos equilibrios y diálogos fluidos entre el triángulo Cuba, Estados Unidos y México, algo que la diplomacia mexicana realizó con éxito en el pasado.

Por último, se perfilan algunas oportunidades para el despliegue de una diplomacia regional activa y constructiva por parte de México. El proceso de elección del próximo secretario general de la OEA, en marzo 2025, será clave para reconducir los trabajos de la Organización, aunque también conlleva el riesgo de ahondar la división ideológica en la región. El traspaso de la presidencia pro tempore de la CELAC a Colombia mejora las condiciones para concretar la agenda de cooperación sanitaria, alimentaria, aeroespacial y técnica, lo que requiere de un esfuerzo deliberado por no politizar el mecanismo. Otro ámbito promisorio son las consultas intrarregionales y los preparativos multilaterales para la celebración de la COP-30 sobre cambio climático en Belém do Pará, Brasil. También se podría aprovechar el 25 aniversario de la Convención de la Organización de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada para reposicionarse como un líder mundial y propositivo en la reforma del paradigma punitivo contra las drogas, con una fina diplomacia multilateral anclada en Latinoamérica similar a la que desplegó en 2016. Estos temas podrían vincularse al fortalecimiento de los mecanismos de control del tráfico de armas de fuego para demandar mayor responsabilidad de los actores privados.

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