
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
Texto de Isidro Morales 19/02/25
El grupo México en el Mundo presenta una serie de textos que abordan los desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.
Durante el primer mandato de Donald Trump (2017-2021), el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) se negoció bajo un ambiente que rompió con la promesa de lo que fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de estimular el “libre comercio” y defender la “simetría de trato” entre las partes. Trump mostró, además, que puede imponer gravámenes unilaterales, sanciones o ambas a sus socios regionales, no solo para imponer sus preferencias comerciales, sino como arma de presión para obtener concesiones no comerciales, como cuando amenazó con imponer un arancel del 5% a México si su gobierno no frenaba la entrada de migrantes centroamericanos en la frontera con Guatemala. Esta amenaza echó por tierra uno de los motivos fundamentales por los que México se adhirió a la alianza trilateral desde 1994, que era asegurar el acceso al mercado estadounidense mediante un tratado que evitara su contaminación con otros temas sensibles de la relación bilateral.
El regreso de Trump a la Casa Blanca amenaza ahora con enterrar otra de las razones por las que México se integró a Norteamérica, a saber, en convertirse en plataforma de entrada a la región de insumos provenientes tanto de Asia, Europa y Latinoamérica. Esta fue una estrategia seguida también por Canadá y Estados Unidos en una época en que todos apostaron por la “globalización” de las cadenas de valor de las principales empresas transnacionales manufactureras, con el fin de mejorar lo que entonces se conoció como su “ventaja competitiva”.
La expansión de lo que se podría llamar la “proveeduría global” de las empresas exportadoras ubicadas en México se constituyó así en un activo para poder competir en el mercado norteamericano. La sorpresa de este proceso fue la emergencia de China como el cuarto socio de Norteamérica. Su éxito no puede explicarse solo por su ingreso, en 2021, a la Organización Mundial del Comercio, sino también al gran desempeño económico que ha tenido desde la década de 1990. Su rápida transformación de una economía cerrada y centralizada, a una global de primer orden, debe explicarse por la forma en que sus empresas estatales compiten por mercados y recursos mundiales, y por una visión y objetivos fijados con precisión por su élite política.
Sin embargo, en productos primarios, salvo en la pesca, China no ha sido por ahora una competencia para México y para otros socios tradicionales de Estados Unidos. Como se muestra en el Cuadro 1, China compite en el mercado estadounidense en textiles y confección, y en productos de mayor intensidad tecnológica, como equipo eléctrico, electrónicos y de cómputo, cuya participación es apabullante. A pesar de que muchos de los insumos chinos han sido importantes para elevar la competitividad de Estados Unidos, durante el gobierno de Joseph R. Biden, algunos de ellos se consideraron sensibles por razones estratégicas y de seguridad, por lo que Washington se lanzó a una estrategia de relocalización cercana (nearshoring) de cadenas, concretamente en microprocesadores, fabricación de baterías y elaboración de automóviles eléctricos, hacia países cercanos o socios que se beneficiaban con un acuerdo comercial, lo que en México se ha visto con mucho optimismo.
En el rubro de equipo de transporte, sin embargo, el posicionamiento de México en el mercado estadounidense es indiscutible, ya que provee 34% de sus importaciones totales. China solo provee 4% del total. Si bien los aranceles que Estados Unidos ha impuesto a China abarcan varios rubros, desde el primer gobierno de Trump y durante el de Biden, Washington ha castigado las importaciones de automóviles y de autopartes chinas, a pesar de que no han tenido una presencia significativa en el mercado estadounidense. En el fondo de este conflicto, lo que está en juego es más bien la capacidad de innovación tecnológica y económica del dragón asiático, capaz de superar a la estadounidense y a la de los países de la Unión Europea, con las consecuencias geopolíticas que esto conlleva, en un mundo ya convulso por la invasión de Rusia a Ucrania y las guerras asimétricas en el Medio Oriente.
En este contexto, el regreso de Trump se anuncia más amenazador para México. Aún sin haber llegado a la Casa Blanca, ya amagó con imponer un arancel del 25% tanto a las importaciones canadienses como mexicanas desde el primer día de su gobierno si sus vecinos no resolvían el problema de la migración ilegal y el tráfico de fentanilo. Haber amenazado a sus dos socios por igual, tuvo el efecto esperado de dividirlos. Mientras que en México el gobierno mexicano se ha empeñado en mostrar los costos que una medida de esta magnitud tendría para la economía de la región, el primer ministro canadiense Justin Trudeau no dudó en trasladarse a Mar-a-Lago para reunirse con Trump, y subrayar las diferencias entre la frontera canadiense y la mexicana. Dicha reunión se realizó después de que los ministros de las provincias de Alberta y Ontario hubieran hecho públicas sus preferencias por que el gobierno federal negocie mejor un acuerdo bilateral con Estados Unidos, en el que México quede fuera. El argumento dado es que China estaba usando a México para inundar al resto de Norteamérica en detrimento de su competitividad.
A pesar de que el gobierno mexicano ha anunciado ya una estrategia de “substitución” de importaciones chinas, y reiterado la importancia del T-MEC para el país, es muy probable que durante 2025, México se convierta en blanco de los aranceles y las presiones provenientes de Washington, tanto con fines de política interna como en el marco de su confrontación con el gigante asiático. Si México quiere reducir los costos de convertirse en el chivo expiatorio de los golpes propinados por Trump, tendrá que tejer fino una estrategia que integre los intereses propios con los de Washington y Ottawa y la relación comercial trilateral con Beijing. Moverse hacia una unión aduanera con el dragón asiático podría ser una manera de lograrlo, aunque encierra el riesgo de estar sujeta a los caprichos y rabietas de Trump, quien dictaría el alcance y el ritmo de los aranceles comunes. Una salida intermedia sería que los tres países se pusieran de acuerdo en definir las fracciones arancelarias, consideradas de seguridad nacional, susceptibles de ser armonizadas. Esto no impide que México tenga que seguir cultivando una relación diplomática, cultural y comercial con el dragón asiático.
En suma, 2025 será decisivo para que el gobierno mexicano muestre que tiene la fortaleza y los recursos necesarios para enfrentar los costos de las amenazas y los daños ocasionados por la política comercial de Trump. Dependiendo del éxito de la estrategia desplegada, el gobierno preparará el camino para enfrentar la primera revisión del T-MEC, programada para mediados de 2026. Para entonces, México tiene que asegurar que el acuerdo, con las enmiendas que se le puedan agregar, sigue siendo un instrumento común de entendimiento y de cooperación para los tres países. Esto le permitirá al país seguir apostando por el nearshoring, el ancla de la política industrial del gobierno de Claudia Sheinbaum.
Lee y descarga el documento Desafíos para la política exterior de México al inicio de la nueva era Trump.