Un recorrido por la arquitectura religiosa del Centro Histórico de Coyoacán

Hagamos pues un recorrido, al menos virtual, por la arquitectura religiosa del Centro Histórico de Coyoacán para recuperar un poco del espíritu de estos días y recordar algunos de los ejemplos más emblemáticos del barroco novohispano en el sur de la Ciudad de México.

Texto de 27/03/20

Hagamos pues un recorrido, al menos virtual, por la arquitectura religiosa del Centro Histórico de Coyoacán para recuperar un poco del espíritu de estos días y recordar algunos de los ejemplos más emblemáticos del barroco novohispano en el sur de la Ciudad de México.

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Se acerca la Semana Santa, pero la contingencia sanitaria interrumpirá las procesiones, fiestas y ferias que usualmente la acompañan. En Coyoacán, se agradece que eso afortunadamente significará también un cese de cuetes y pirotecnia (o uno esperaría), afición de gran arraigo en los diversos pueblos y barrios originarios que rodean su centro histórico; por otro lado, perderemos la oportunidad de apreciar atrios decorados con palmas y papel picado, o retablos barrocos resplandeciendo con su hoja de oro en los pocos días del año que todos los templos abren sus puertas. Hagamos pues un recorrido, al menos virtual, por la arquitectura religiosa del Centro Histórico de Coyoacán para recuperar un poco del espíritu de estos días y recordar algunos de los ejemplos más emblemáticos del barroco novohispano en el sur de la Ciudad de México.

Para comenzar nuestro paseo sugiero darnos cita en la esquina de las avenidas Francisco Sosa y Universidad, a las orillas del Río Magdalena. Ahí se erige una pequeña iglesia dedicada a San Antonio de Padua, pero que es conocida con el apodo de Panzacola. Ya en este blog se ha hablado largo y tendido sobre los misterios que rodean su construcción, basados en leyendas urbanas que se han transmitido a lo largo de los siglos en la oralidad del barrio, así que hoy me saltaré esos detalles pues el tema que nos ocupa es la arquitectura. A pesar de sus orígenes dudosos, sabemos que se trata de un templo construido en el siglo XVIII, momento de esplendor barroco que aquí se hace patente con elementos como el frontón partido, los roleos, las ventanas a manera de óculos y los arcos mixtilíneos que rodean los vanos, de una clara influencia mudéjar, o morisca. A pesar de presentarse aquí de una manera un poco austera, estas formas ondulantes, que juegan con líneas cóncavas y convexas, son un claro ejemplo del legado barroco que aún perdura en Coyoacán. En la zona se encuentra otro maravilloso ejemplo de arquitectura religiosa, la Iglesia de San José del Altillo de Félix Candela, pero esa la guardaremos para un recorrido de arquitectura moderna. 

Francisco Sosa es la avenida perfecta para continuar disfrutando de la arquitectura religiosa del barroco novohispano en Coyoacán, pues incluso nos permite trazar un eje que, uniendo Avenida Hidalgo y luego Héroes del 47, nos llevará hasta el antiquísimo pueblo de San Mateo Churubusco con su iglesia del siglo XVII, a la que José Juan Tablada le dedicó algunos haikús. Si iniciamos en Panzacola, la siguiente parada es la Plaza de Santa Catarina, la cual hasta la década de 1930, y como consecuencia de la Guerra Cristera, fue el atrio de una capilla abierta erigida poco después de la llegada de los primeros franciscanos a las recién conquistadas tierras del Nuevo Mundo. Al fondo de este atrio de piedra volcánica – oriunda de la zona –, podemos ver un sencillo templo de cuyo programa arquitectónico destaca la triple arcada de su fachada; es precisamente esta característica la que nos señala que se trata de una capilla abierta, una innovación surgida de las necesidades evangelizadores de aquellos primeros frailes. Estas capillas debían estar abiertas hacia el atrio, por lo que hay que imaginar que originalmente los dos ventanales que flanquean la puerta no tenían vidrio ni herrería, pues su función era permitir que el culto se llevara a cabo al aire libre; el sacerdote que oficiaba la misa se ubicaba dentro de la capilla y el pueblo indígena permanecía afuera, para así lograr una transición entre el rito prehispánico, que sucedía a la intemperie, y el católico. Conforme se fue sustituyendo un culto por otro, ya no fue necesario seguir construyendo capillas abiertas, de manera que esta característica es la que nos indica que cuando visitamos Santa Catarina nos encontramos frente a un templo del siglo XVI y, por lo tanto, uno de los más antiguos de la zona.

El siguiente punto del recorrido es, naturalmente, el mero Centro Histórico de Coyoacán. Hoy es difícil de imaginar, pero al atravesar los arcos que coronan la calle de Francisco Sosa, estamos entrando al atrio de la Parroquia de San Juan Bautista, iglesia que, de acuerdo a la tradición popular, fue edificada por instrucción del mismísimo Hernán Cortés. Hoy dividido en dos y reconvertido en los jardines Centenario e Hidalgo, sus grandes dimensiones nos hablan de la presencia de una numerosa población indígena en la zona a la llegada de los frailes que lideraron la evangelización en las primeras décadas tras la Conquista. La historia de la Parroquia de San Juan Bautista merece un artículo propio, pero repasemos algunos detalles de su arquitectura, que, al fin, eso es lo que nos tiene reunidos aquí el día de hoy. 

A diferencia de la mayoría de las iglesias coyoacanenses, ésta ha sido remodelada en múltiples ocasiones, pero conserva aún muchas características originales, a diferencia del interior que fue completamente modificado en el siglo XIX. Entre los elementos del siglo XVI que aún perduran, este templo tiene algunos ejemplos interesantes de lo que los historiadores del arte llamamos arte tequitqui o indocristiano, es decir, manifestaciones artísticas de los primeros años del virreinato en las que se aprecia una fusión de la iconografía europea con elementos formales del arte prehispánico. En el caso de la Parroquia de San Juan Bautista y sus ya mencionados arcos, por ejemplo, las vides parecen mazorcas de maíz y las rosas son flores de cuatro pétalos. Éstas últimas las vemos en las columnas de la capilla abierta que se encuentra frente a la entrada del convento. Del lado izquierdo de la fachada, a un costado de la torre – la cual data del siglo XVIII –, se encuentra un pequeño arco cuyos relieves también muestran un estilo tequitqui. La fachada, por el contrario, es muy austera, incluso ha perdido ya todas las figuras que debieron existir en sus nichos. A pesar de esta sencillez, aún quedan elementos interesantes, como los contrafuertes, que probablemente daten también del siglo XVI, pues tras la Conquista eran muy comunes las construcciones a manera de fortaleza (durante años se creyó que esto se debía al miedo de los españoles de una posible sublevación indígena, pero en realidad es más probable que fueran elementos decorativos que aludían a la Jerusalén Celeste). También resalta el friso de la portada que lee “NONESTHICALIDNISIDOMVSDEIETPORTACOELI. GE. 28”, o sea “No está aquí algo distinto, sino la casa de Dios y la Puerta del Cielo. Génesis 28”, y la fecha “A. S. D I Abril Año 1582”, la cual probablemente refiere a la dedicación del templo, aunque la mayoría de las fuentes datan su terminación en la década de 1550. 

Antes de continuar por Avenida Hidalgo, recomiendo hacer una desviación hacia la Plaza de la Conchita por Higuera, a espaldas de la parroquia. Hoy convertido en una especie de corredor gastronómico, este callejón es un ejemplo de la traza original de la antigua Villa de Coyoacán, que aún pervive a pesar de la nula protección de su patrimonio arquitectónico. Al final del callejón, la famosa Casa Colorada anuncia nuestra llegada a La Concepción; conocida popularmente como la Casa de la Malinche, es una de las pocas huellas de la presencia de Cortés en este barrio. No sabemos realmente si la casa fue habitada por Doña Marina, pero lo cierto es que la historia de la Conchita está íntimamente ligada a la vida del conquistador. Tras la derrota mexica de 1521, Cortés y sus huestes se establecieron en Coyoacán y fue precisamente en los terrenos de este barrio donde el propio conquistador construiría su casa. Así comienza la historia de la iglesia de la Concepción, considerada una de las primeras de la Nueva España, pero ese es tema para otro texto. En cuanto a su arquitectura, este pequeño templo es un interesante ejemplo del barroco novohispano pues a pesar de no ser una iglesia de grandes dimensiones, su fachada está ricamente ornamentada. Lo que más destaca son los decorados en estuco, con un patrón de rombos de clara influencia morisca, la cual también se aprecia en el arco mixtilíneo que remata el vano de la entrada. Ésta es enmarcada por dos elementos típicos de la arquitectura barroca: las columnas en estípite, que además nos hablan de la llegada del estilo churrigueresco a los pueblos del sur de la Ciudad de México. Entre la decoración de la portada resaltan también dos círculos, casi como medallones, que podrían ser representaciones del sol y la luna. Los motivos orgánicos plasmados en el estuco y el trabajo de sus relieves siempre me han hecho pensar en un textil, como si la iglesia de la Conchita estuviera cubierta por un tapiz.   

Para terminar nuestro recorrido, hay que regresar a Avenida Hidalgo, ya sea por Vallarta o Fernández Leal, calles que nos hablan de otros momentos en la historia arquitectónica de Coyoacán, con sus muros de ladrillo porfiriano y casas neocoloniales. Al cruzar División del Norte, Hidalgo se convierte en Héroes del 47, avenida que con su nombre rinde homenaje a los soldados que perdieron la vida defendiendo al país de la invasión norteamericana de 1847 en la Batalla de Churubusco. Antes de aquel trágico incidente, se fundó aquí el pueblo de San Mateo Churubusco, en lo que antes fue Huitzilopochco, y cuya vida social y religiosa se centraba en la iglesia de San Mateo Apóstol. Sus orígenes se remontan a la edificación de un convento dedicado a San Mateo por los primeros misioneros, pero la iglesia que vemos hoy fue construida en el siglo XVII por franciscanos. Su arquitectura es de una sencillez casi moderna y de su sobria fachada destacan cuatro nichos en forma de concha, conocidos como veneras. Un elemento que destaca de su arquitectura (aunque no sé si para bien) es un pequeño arco con una campana y rematado con una cruz que se encuentra adosado a la torre; seguramente fue añadido en el siglo XIX o XX para ser utilizado en las fiestas de Independencia, uso que aún se le da hoy en día, como lo demuestra la bandera que ha sido pintada en la trabe de madera que sostiene la campana. Además de los festejos

patrios, San Mateo es un pueblo famoso por su fiesta patronal, celebrada el 21 de septiembre con castillos de pirotecnia y abundantes puestos de comida.

Hemos llegado ya al fin de este breve paseo por la arquitectura religiosa del barroco coyoacanense, pero aún quedan muchas otras joyas escondidas entre sus calles que espero pronto podamos recorrer. Esta es solo una ruta propuesta por una vecina de Coyoacán interesada en el rescate de su patrimonio arquitectónico. EP

NOTA: Para conocer más de Coyoacán y ver otros textos de Veka Duncan, puedes entrar a https://www.amigoscoyoacan.com/

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