Mariana Yampolsky: la mirada que dignificó lo cotidiano 

Sara Benítez, investigadora de la Universidad Iberoamericana, explora en este texto la mirada ética y poética de Mariana Yampolsky, en el marco del centenario de la fotógrafa que retrató la dignidad y la belleza de lo cotidiano en México.

Texto de 21/10/25

Sara Benítez, investigadora de la Universidad Iberoamericana, explora en este texto la mirada ética y poética de Mariana Yampolsky, en el marco del centenario de la fotógrafa que retrató la dignidad y la belleza de lo cotidiano en México.

El pasado 6 de septiembre se cumplieron cien años del nacimiento de Mariana Yampolsky Urbach, una fotógrafa, artista en grabado y editora nacida en Chicago, pero naturalizada mexicana. Su obra encontró en este país un hogar y fue el motivo profundo de su trabajo: comunidades campesinas, oficios, fiestas populares y la vida cotidiana de los pueblos originarios que muchas veces permanecen invisibilizados en relatos oficiales. Por ello, su obra ha sido reconocida como patrimonio documental de México por la UNESCO. 

Antes de dedicarse de lleno a la fotografía, Mariana participó en el Taller de Gráfica Popular, donde se vinculó con una tradición artística que estaba comprometida con las causas sociales. Sus amigos Leopoldo Méndez y Pablo O’Higgins la hicieron dar cuenta de la vida en el campo de los pueblos originarios; también se hizo de una muy notable colección de arte popular de la México. 

Como editora, impulsó libros que hoy son clave para comprender la riqueza visual de México. Por ejemplo, en Lo efímero y lo eterno del arte popular mexicano reunió textos y fotografías de arte popular mexicano. Este libro fue medular en su obra: abrió un horizonte en su práctica fotográfica para más tarde comenzar a hacer fotografías de arquitectura rural, vernácula mexicana, techos, muros, elementos arquitectónicos construidos con materiales tradicionales.

Aunque Mariana exploró el mundo de la ilustración y el grabado, la fotografía fue donde encontró su voz más importante. A diferencia de otros fotógrafos que dieron más importancia a lo monumental o lo pintoresco, ella enfocó su mirada en los detalles: niños jugando en patios, mujeres con sus hijos, muros de adobe, senderos de entrada de algunos pueblos… 

Mariana, como sobrina de Franz Boas, fue muy respetuosa en su práctica fotográfica, con un ojo casi antropológico. Su maestra Dolores Álvarez Bravo le enseñó a desarrollar su propio sello, combinando un equilibrio entre lo compositivo y la ternura. La luz, los contrastes entre claridad y sombra, la textura, todo ello dio elementos para que sus fotografías se pudieran quedar en un aire atemporal. 

Hoy es posible admirar gran parte de su práctica fotografía gracias al Archivo Fotográfico de su obra que se encuentra en la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero de la Universidad Iberoamericana. Este acervo refleja el compromiso de la institución con la preservación de la memoria cultural y el acceso a fuentes que permiten a investigadores de la Historia y la Historia del Arte, así como estudiantes y público en general acercarse a un México profundo, diverso y en transformación. 

Mariana Yampolsky estuvo preocupada por la globalización con sus últimas fotografías. En ellas se puede ver la reflexión y preocupación latente sobre cómo la cultura de masas podría homogeneizar a las culturas y las tradiciones de los pueblos originarios. Por ello, su obra nos recuerda la importancia de valorar lo local, lo comunitario, lo propio. 

En las imágenes de Yampolsky no hay exotismo o estereotipos, sino dignidad, cercanía y respeto: supo cómo admirar a México desde su interior, no como extranjera fascinada por lo diferente, sino como alguien que se sentía parte de una cotidianidad. Esta sensibilidad le permitió retratar la belleza arquitectónica de algunos lugares recónditos de la República, así como la intimidad de las comunidades rurales. 

Aunque Mariana falleció en 2002, muchos investigadores e historiadores han procurado que su obra siga viva. Sus fotografías se pueden admirar en colecciones internacionales, nacionales y en exposiciones. Además, sus libros circulan como testimonio de su sensibilidad única. Más allá del ámbito artístico, su legado conecta hoy con debates sobre identidad, diversidad cultural y patrimonio. 

Mariana Yampolsky se interesó particularmente por incluir y construir narrativas inclusivas y de valorar voces heterogéneas y marginadas. Hoy, su obra es pertinente, pues supo desde hace décadas que se debía mirar con respeto a las comunidades de pueblos originarios y mostrar que existía en ese lugar una riqueza cultural invaluable. 

Finalmente, hablar de Mariana Yampolsky es hablar sobre una mujer que hizo que México se convirtiera en su casa, su país e hizo de su cámara un instrumento de memoria. Una mujer que no solo se conformó con tomar fotografías de cosas bellas, sino de entender y transmitir sentidos más allá de las palabras, sino con imágenes. 

Las fotografías de Yampolsky hoy se pueden observar en los libros editados por la Universidad Iberoamericana. En ellos, se abren las puertas a experiencias humanistas y estéticas. Cada página permite reconocer la importancia del patrimonio cultural, admirar con atención todo aquello que nos rodea, valorar la dignidad de los pueblos originarios y reconocer que la Historia no está únicamente en los grandes relatos, sino en los gestos cotidianos. 

En su fotografía y sus grabados, nos enseña que la riqueza de México está en la heterogeneidad del pueblo de México. Su gente y sus tradiciones tienen en sus manos la capacidad de transformar algo sencillo en algo profundamente bello y significativo. Este es el legado que hoy la Universidad Iberoamericana mediante el archivo de Mariana Yampolsky y la Biblioteca Francisco Xavier Clavijero comparten en comunidad con el público en general, invitándonos a leer, mirar y pensar la obra de una artista que supo hacer de la fotografía un puente entre memoria y futuro. 

Mariana logró abrirse un camino propio no solo por su talento, sino por su ojo casi antropológico. Durante el siglo XX, la fotografía estaba asociada a grandes nombres como Héctor García, Nacho López o Manuel Álvarez Bravo. Ella, con sus imágenes, pudo colocarse a la par de estos nombres. Sus imágenes de pueblos originarios, su colección de arte popular, su complicidad y respeto por quienes fueron vistos y retratados por ella hoy son parte de un archivo visual donde aparecen como sujetos activos de la Historia y no como simples acompañantes de paisajes rurales. Promover los libros de Yampolsky en la Ibero significa abrir las puertas a una experiencia estética; cada página es una invitación a mirar con muchísima atención lo que nos rodea. En sus fotos entramos en diálogo con la memoria de México y a través de su mirada entramos a un ciclo de eternidad y fruición estética. EP

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