En este ensayo, Mariana Roca se acerca a uno de los libros más conocidos de Terry Tempest Williams para ahondar en la memoria, las voces y los silencios de las mujeres.
Pájaros que me hablan al oído
En este ensayo, Mariana Roca se acerca a uno de los libros más conocidos de Terry Tempest Williams para ahondar en la memoria, las voces y los silencios de las mujeres.
Texto de Mariana Roca C. 19/03/21
La literatura ha sido el vehículo a través del cual he podido explicarme todo lo que nadie me explicó. Fue, por ejemplo, la literatura la que me hizo reconocerme feminista. Ha sido gracias a mis lecturas que voy entendiendo mis miedos y la manera en que me relaciono con el mundo.
Hace poco más de siete años que soy mamá y más de cuarenta y dos que soy hija. Y ha sido hasta ahora, en medio de estos días raros, pandémicos y llenos de incertidumbre, que empecé a reflexionar también sobre eso a través de la literatura.
Pensar sobre lo que significa para mí ser mamá de un niño en este contexto ha sido a ratos muy abrumador, y siempre ha sido complejo ser la hija de mi madre. Me explico: ella es la mujer más generosa que conozco, pero también es una mujer de muchos silencios. Creo que, por eso, Cuando las mujeres fueron pájaros, de Terry Tempest Williams, me habla tan de cerca. Conforme mis hermanas y yo nos hemos hecho mayores, mi mamá ha ido abriendo un poco más ese cofre de secretos que es su memoria. También al crecer he comprendido que ella, como todas, tiene derecho a decidir lo que comparte.
“Lo que no puede ser nombrado es una perturbación”, dice Terry Tempest Willliams en esta especie de diario en que visita el poder de la voz de las aves, de su madre, de una abuela que teme perder el oído, su propia voz, la de las mujeres kenianas, la de las mujeres que abortan, las que callan y un enorme etcétera.
“Cincuenta y cuatro variaciones sobre la voz” y cincuenta y cuatro años de edad: la misma que tenía su madre al morir. Solamente quien perdió a una madre tan joven puede comprender las implicaciones de llegar a esa edad. Entre las herencias encontrará todo tipo de cosas, las que se nombran en testamentos, las que se nombran de palabra, las que habrá de encontrar en un armario. A Tempest Williams su madre le dejó sus diarios: esos diarios que toda mujer mormona debe llevar, al parecer, para honrar su pasado. Es habitual que las madres mormonas hereden sus diarios a sus hijas, pues con ellos, a través de la autobiografía, la observación y la experiencia, les regalan sabiduría. Sin embargo, la madre de Tempest Williams le ha heredado una colección de cuadernos en blanco. Y es en torno a ese silencio estruendoso que giran las cincuenta y cuatro variaciones. Los diarios en blanco como una transgresión: ser mujer mormona es, entre otras cosas, ser una madre que escribe diarios. Esos son dos de sus mandatos, y no cumplir con cualquiera de ellos es dejar de honrar su pasado y su futuro.
Los pájaros usan su voz para reconocerse, para manifestarse, para encontrar un compañero, para defenderse. Las mujeres también. Algunas han encontrado la posibilidad de hablar para evitar que otras mujeres sufran lo que ellas han sufrido. Sus voces levantadas se contraponen con la violencia del silencio. Decidir cómo y para qué usamos la voz —no sólo el don del habla, sino todas las formas de expresión— es defender lo que amamos. La voz del amor y la de la furia pueden ser una, pero esta es una revelación que logramos comprender una vez que conocemos el código. El amor que nos enfurece, el dolor que nace del apego.
La voz de la enfermedad crece en un cuerpo y se expande por toda una familia: “Habla o muere”, es el llamado que escucha Tempest cada vez que el cáncer ha mutilado los cuerpos de las mujeres de su familia. Habla o muere: una invitación que suena a amenaza, un designio, dos opciones entre las cuales no parece haber una sencilla, por todo lo que puede significar hablar en muchas de nuestras sociedades siendo mujer. Si no hacemos uso de nuestra voz, ¿entonces no merecemos estar vivas? ¿Y qué pasa cuando por siglos nos han mandado callar tácita o explícitamente?
Hay voces que se escuchan sin necesidad de imponerse. Hay otras que necesitan hacerse oír. “¿Tienes voz?” le pregunta una mujer a otra, empujándola a utilizarla, pero, cuando lo hace, nadie la oye:
Había estado leyendo Ladronas del lenguaje, de la escritora francesa Claudine Herrmann. Se enfoca en el verbo francés voler, que significa “volar” o “robar”, los dos caminos normalmente disponibles para las mujeres cuando hablamos. O escapamos y desaparecemos o robamos, adoptamos y nos adaptamos al lenguaje masculino dominante, a menudo pagando el costo de hacerlo. Herrmann ofrece otra ruta, la de la “lengua materna”, la voz del dialecto auténtico que surge de nuestras experiencias, feroz y compasiva al mismo tiempo; la voz como un cuchillo que puede rebanar, tallar y cortar, moldear, esculpir o apuñalar (Tempest Williams, 2020: 176).
La lengua materna es ese espacio privado, creado entre madres e hijas. Hace falta poner mucha atención, reflexionar y escuchar incluso los silencios para comprender ese código, lleno de gestos generosos en medio de la furia de una madre. Es un código que se crea con mucho esfuerzo, no es uno que se genere de manera gratuita. Por eso, para Tempest, los diarios de su madre son un silencio ininteligible. Hubo cartas y espacios de profunda comunicación e intimidad. Pero también hay unos diarios en blanco que dejan cientos de preguntas que ya nadie va a responder. Mi cabeza gira. Me aterra la certeza de que llegará el día en que muchas de mis preguntas se queden sin respuesta.
Ese código que se genera entre madres e hijas es un ensayo para el que más adelante se formará con otras mujeres. Es una combinación de reflexión y sabiduría. Tempest habla del Nushu, ese código escrito exclusivo de las mujeres en la hoy famosa provincia de Hunan que se empleó durante siglos. Se trata de una caligrafía fina que semeja huellitas de pájaro:
El Nushu echó raíces en el lenguaje de las mujeres iletradas, mujeres a las que no se les permitía asistir al colegio incluso hasta el siglo veinte. Estas escrituras susurrantes eran transmitidas de madre a hija y entre amigas cercanas, “hermanas por juramento”, y cuidadosamente resguardadas entre los dobleces de abanicos de papel bordadas en pañuelos o escritas discretamente dentro de los zapatos que sujetaban sus pies (Tempest Williams, 2020: 208).
Pero este lenguaje secreto, exclusivo de las mujeres, inspira temor. ¿Qué clase de secretos podrían estarse transmitiendo? ¿De qué hablan las mujeres cuando están solas? ¿En qué piensa una mujer cuando permanece en silencio? Ellas intercambiaban mensajes y se regalaban a sí mismas a través de biografías, experiencias, temas más simples o más profundos, que eran sólo suyos. Los invasores japoneses temieron que aquello fuera un intercambio de planes de insurrección y lo prohibieron durante su invasión.
Escribimos porque necesitamos escucharnos a nosotras mismas. Escribimos en códigos personales para que nadie pueda descifrar nuestras confesiones. Escribimos en códigos esas cosas que son sólo nuestras y para aquellas que hemos elegido. Escribimos para que el mundo nos escuche.
No siempre se busca la mejor palabra, sino la oportunidad de liberar un pensamiento. Tempest Williams dice que escribe una oración sobre otra en un mismo renglón, ocultando palabra tras palabra aquello que no quiere que se descifre, en la misma medida en que su madre optó por dejar páginas en blanco. La voz es un don que se usa con generosidad. Pero como todas las otras generosidades, cada persona la tiene en mayor o menor medida. Sabiamente, Tempest Williams parece haberlo dicho todo, pero confiesa que hay detalles que omitió para cuidar a otros. Eso también es generoso.
Cuando las mujeres fueron pájaros me ha hecho reflexionar sobre mi maternidad, sobre quién soy como hija y la forma en que los silencios de mi madre marcan todo lo que soy. También invita a pensar en otros espacios de intimidad, los que se comparten con una pareja y los que no pueden compartirse con nadie, como el momento de enfrentar la propia muerte y descubrir que se acerca por donde no la esperas, por donde más temes que llegue. En el caso de una escritora, ¿qué puede ser más aterrador que la pérdida del lenguaje, de su voz? Ese miedo, una vez que aparece, se convierte en un estado continuo. Es un párrafo que se cuenta en tiempo presente, porque es un miedo que no se ha ido.
En su cualidad de íntimo, este texto difícil de definir significará cosas desiguales a cada madre, a cada hija, a cada escritora, a cada observadora de pájaros. Yo sé que volveré a él más de una vez y que cada lectura me dejará con un mensaje nuevo. EP
Bibliografía
Terry Tempest Williams (traducción de Isabel Zapata)Cuando las mujeres fueron pájaros. Cincuenta y cuatro variaciones sobre la voz. Ciudad de México: Ediciones Antílope, 2020