Huesera: huir de la maternidad

Mariana Ortiz analiza Huesera, la reciente película de Michelle Garza Cervera, en relación con el relato contemporáneo de maternidad.

Texto de 12/04/23

Mariana Ortiz analiza Huesera, la reciente película de Michelle Garza Cervera, en relación con el relato contemporáneo de maternidad.

Tiempo de lectura: 7 minutos

Algunos libros de reciente publicación han encontrado en la maternidad una forma de realizarse: una especie de vocación renovada. Si bien se problematiza, se cuestiona y se politiza, un avance para el cuento de hadas que pintan ciertas posturas, a final de cuentas, se lleva a cabo. Esta mirada ha sido una constante en la narrativa en torno a la decisión de ser madre; el deseo profundo de gestar, a pesar de las complicaciones que esto pueda generar —no poder embarazarse sino a través de la fertilización artificial— o de las incertidumbres que pueda desatar —no sentirse ni emocional ni económicamente preparada para engendrar—, es suficiente para sobrellevar lo que venga. No un cuento de hadas, pero sí un cuento con final feliz.

En Huesera, que no es un libro sino una película coescrita y dirigida por Michelle Garza Cervera estrenada en cines el pasado mes de febrero, sucede lo contrario: el deseo de ser madre se convierte en maldición, se rompe y, al final, se abandona. Valeria (Natalia Solián) tiene la ilusión de criar un bebé con Raúl (Alfonso Dosal), su pareja, en un departamento de alguna colonia clasemediera en la Ciudad de México. Este deseo queda asentado desde la primera escena, en la que se observa a Valeria visitar un monumento a la Vírgen María junto con su madre (Aída López) y su tía (Mercedes Hernández) para pedirle el “milagrito”; y se refuerza en la siguiente cuando, después de coger, Valeria alza las piernas bajo la creencia de que eso ayudará a que la fecundación del óvulo en efecto suceda.

“La maternidad como locura, como pérdida del ser, se presenta ante Valeria durante los nueve meses siguientes y le da una razón para temer convertirse en madre, así como para huir de quien había aspirado a ser al menos durante los últimos años de su vida”. 

Al enterarse de que está embarazada, la felicidad y emoción de la noticia se difuminan muy pronto para abrirle paso al miedo de saber que alguien desconocido crece dentro —y se apodera— de ella. Somos testigos de cómo su personalidad se va desacomodando en tanto una figura sombría la persigue. La maternidad como locura, como pérdida del ser, se presenta ante Valeria durante los nueve meses siguientes y le da una razón para temer convertirse en madre, así como para huir de quien había aspirado a ser al menos durante los últimos años de su vida. Me pregunto ¿por qué elegir la maternidad, y no el aborto como se suele hacer, para construir un relato sobre lo diabólico, lo oscuro, lo terrorífico?, ¿por qué la maternidad de Valeria sirve para mostrar una desigualdad social?, ¿cuáles son los límites del horror?

En un café al norte de la CDMX, mientras el atardecer cubría las mismas calles chilangas en las que sucede la película, me encontré con Michelle Garza Cervera. Ella estaba leyendo un libro cuyo título no alcancé a descifrar; yo iba tarde y apenada, pero la directora esperó con la paciencia de quien conoce el tránsito de la ciudad. Después de los saludos protocolarios , surgió una charla amena entre la directora y yo en la que desmenuzamos algunos elementos de la película.

Michelle me contó que la propuesta estética de Huesera tenía mucho que ver con la personalidad de Valeria pues, como diseñadora industrial, debía pertenecer a un mundo de colores primarios, muy armonioso en apariencia pero que resulta bastante funcionalista —la máxima de Mies Van der Rohe: “menos es más”—. Con esto en mente, tiene sentido que conforme la película se va desarrollando, veamos planos que encierran a Valeria en su realidad (en apariencia) elegida, que la muestran en recuadros de los que ya no puede salir. 

“Quisimos ir construyendo una sensación de una red que la va atrapando a lo largo de la película, eso definió mucho la elección de locaciones, de vestuario, de diseño y producción, hasta de la luz o del sonido”, me dijo Garza Cervera. Un ingrediente elemental en Huesera es la sensación de que el embarazo y, por consiguiente, la maternidad es un encierro que te quiebra poco a poco. Por eso, un elemento que sobresale es el ruido de los huesos al tronar, el cuerpo humano quebrándose y transformándose mientras esa maldición va tomando forma. También me contó que está muy influenciada “por las formas de trabajo de Lucrecia Martel y Lynne Ramsay, justo ellas dos proponen un diseño sonoro que parte de lo que rodea al personaje. Todo parte del mundo doméstico de Valeria, de su edificio, de su calle, de la ciudad y justo eso es lo que ayuda en el tipo de horror que construye Huesera”.

“…la maternidad sustituye al aborto en los discursos tradicionales o conservadores y nos obliga a verla en su totalidad asfixiante: algunas madres deciden no serlo, incluso cuando ya lo fueron”.

Tanto el sonido como la decisión de que fuera un cuerpo femenino el que se transforma —a través de un embarazo deseado— dota a la película de un tono que, de cierta manera, pretende desafiar lo impuesto en el género. En otra entrevista, Michelle Garza Cervera ya había dicho que “existe algo instalado en el  horror que tiene todo que ver con conceptos que existen de las mujeres, de lo que es ser una buena o una mala mujer, una buena o mala madre”. Y más que eso, lo que sucede con el horror de Huesera es que funciona también para retratar problemáticas sociales, estirarlas (volverlas metáfora, incluso) hasta que escapar de ellas sea casi imposible, así la maternidad sustituye al aborto en los discursos tradicionales o conservadores y nos obliga a verla en su totalidad asfixiante: algunas madres deciden no serlo, incluso cuando ya lo fueron.

De hecho, “el tema no es el amor de madre a hija, sino más bien es lo que ella quiere, que es no ser madre al final”, me confesó la directora. En Huesera se muestra una realidad artificial: por un lado, está la vida “perfecta”, privilegiada y blanqueada a la que aspira en compañía de Raúl; por otro, están los padres de Valeria, por ejemplo, quienes pertenecen a una clase social baja, viven en un barrio del que su hija reniega y parece querer huir cada vez que lo visita. Valeria piensa que su futuro está junto a Raúl en su departamento, en esa vida citadina lejos de la periferia, por eso cuando los observa a través del espejo retrovisor del coche anuncia “nunca seremos como ellos”, sin embargo —y quizá esto es uno de los encantos del cine— se puede leer la leyenda Los objetos en el reflejo están más cerca de lo que parecen que refuta esa sentencia que lanza la protagonista.

Sobre ese contexto, Michelle Garza Cervera cuenta que Valeria no pertenece a un mundo en donde todo tendría que estar bien [ese mundo lleno de privilegios] y que, precisamente, el horror es la herramienta que permite mostrar esas emociones: no encajo, quiero salir corriendo, no me gusta estar aquí. “Eso no se lo podría decir a nadie porque todo el mundo va a decir, ¿por qué?, ¿estás loca? Todo en tu vida está bien”. Tal vez esa también es la razón por la cual Huesera tiene espectros de un pasado a contracorriente.

Los cassettes, fanzines, estampas y demás parafernalia que adorna la habitación de Valeria o de Octavia (Mayra Batalla), son rastros del mundo que alguna vez creó Michelle Garza Cervera para encajar y no salir corriendo. “Crecí en la escena punk, la canción de ‘No me gusta la domesticación’ es una canción de una de mis bandas. Creo que es bastante ingenuo pensar que hay muchas ideas radicales o sensaciones de comunidad o de colectividad que se construyen en esos mundos, que eventualmente pueden estar enclosetadas dentro de una”. Creo que más allá de lo que pueda significar para la trama, esto es lo que Garza Cervera quiso dejar como una marca personal.

“Cuando esto sucede, al término de la ceremonia y al momento de sujetar de nuevo en brazos a su hija, Valeria sabe que el abandono, la huída, es lo único que queda por hacer”.

Por supuesto, también hay otros elementos que denotan el toque antisistema que buscaba la directora en el filme. Las curanderas, que recuerdan a lo dicho por Silvia Federici —quien, dicho sea de paso, es parte de las inspiraciones de Garza Cervera— en su libro Brujas, caza de brujas y mujeres: “La racionalización del mundo natural ―la precondición de una disciplina de trabajo más reglamentada y de la revolución científica― pasaba por la destrucción de la bruja”, son una figura interesante pues ante el horror de La Huesera solo queda recurrir a mujeres en la periferia para librarse de su maldición. Cuando esto sucede, al término de la ceremonia y al momento de sujetar de nuevo en brazos a su hija, Valeria sabe que el abandono, la huída, la elección de la independencia, es lo único que queda por hacer. 

Vale la pena preguntarse hasta qué punto estamos tan acostumbradas a que la maternidad sea el camino preconcebido que disentir de ese deseo solo puede ser parte de un relato de horror, ¿no es acaso en esa huída, en ese abandono, en donde nos encontramos de frente con nuestra propia realidad?, ¿no es ahí en donde podemos concebir lo que verdaderamente somos? 

Nuestra charla en aquel café terminó cuando el sol se estaba poniendo, más porque debíamos atender otros compromisos que porque quisiéramos irnos. Pero la sensación de que ni Michelle Garza Cervera ni yo somos madres porque hemos decidido no serlo perduró al menos durante mi trayecto de vuelta a casa. Huesera es una manera de cuestionar el instinto maternal que se ha impuesto durante toda nuestra vida, temer ser madre —más que el aborto— debería estar en la conversación. Qué bueno que lo empieza a estar. EP

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