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El ensayista Pablo Duarte escribe sobre los fanzines en un mundo voraz, y reflexiona sobre la autoridad de quien hace estos materiales.

Texto de 28/02/23

El ensayista Pablo Duarte escribe sobre los fanzines en un mundo voraz, y reflexiona sobre la autoridad de quien hace estos materiales.

Tiempo de lectura: 6 minutos

Este iba a ser un fanzine. 

Iba a ser una carta de amor. Doblada varias veces. Sobre papel rayado. Escrita e ilustrada. Con tinta azul, de una Bic mediana y una Bic fina. Porque así escribía las cartas de amor, las de desamor, las cartas que no quería enviar, y las que no podía evitar escribir. 

Pero también este fanzine iba a ser una oportunidad para dudar. 

Este debió haber sido un fanzine sobre esa duda. 

Uno que intente poner en cuestión su autoridad. O que haga el intento. 

Esa es mi fascinación personal con el fanzine. Me fascina que la autoridad del acto está, en un mismo momento, en un mismo objeto, puesta en práctica y puesta en duda. Quizá por eso sea tan adictivo. Porque existe la posibilidad de que todo colapse. Y quizá también por eso es tan complicado escribir algo, cualquier cosa, sobre este fenómeno. Porque existe la posibilidad de que el texto colapse. 

Un texto colapsa por muchas razones y una de ellas tiene que ver con el quiebre del pilar de la autoridad. Y en este caso, ¿de qué hablamos cuando hablamos de autoridad? En este, en el caso de los fanzines, una posibilidad es que la autoridad sea la de quien actúa. La autoridad del acto y de quien lo lleva a cabo. La autoridad de quien los hace. 

Entre las lecturas para escribir esta carta de amor para una forma de publicación particular, encontré el texto que querría haber escrito. Lo escribió Didi Gutiérrez, y lo publicó en Gatopardo. Es un texto muy generoso y muy convincente. Lean a Didí aquí. Además, ella tiene autoridad: es parte del dúo que hace el singularísimo fanzine Pinche Chica Chic que lleva más de 20 números desde hace años. La periodicidad es variable, como buen fanzine, años con varios números, años sin número. Materiales usuales e inusuales; impresiones usuales e inusuales; contenidos siempre una fiesta. Autoridad de quien hace fanzines. 

El texto de Didí es muy esclarecedor sobre los orígenes, y ofrece, además, una breve lista de recomendaciones de fanzines y fanzinerxs, entre ellas Juana Belén Gutiérrez, protofanzinera mexicana en 1901. Insisto, lean a Didi, porque ese texto sabe de lo que habla. 

*

Este iba a ser un fanzine en proceso de saber de lo que habla. 

Cada texto que leí propone una definición de lo que es un fanzine. El ya mencionado de Didí propone: “A caballo entre la carta y la revista, pasando por el folleto, el tríptico y la hoja volante, está el fanzine. Una hoja doblada por la mitad, con letras o dibujos a mano o impresos, es el principio.” Luego cita a Stephen Duncombe, el académico y conocedor de los zines, autor de Notes from the Underground: Zines and the Politics of Alternative Culture.  En ese noventero texto, comprometido y crítico, hay una buena cantidad: “las zines vagan y cambian de dirección, giran a un lado y luego a otro, fluyendo hacia donde sea que el interés de la persona editora las lleve”; “son la grieta en el muro aparentemente impenetrable del sistema; una cultura que engendra la nueva ola de resistencia significativa”. En otro libro, Punk, Fanzines and DIY Cultures in a Global World, hallé la que más me gustó: “desprofesionalizadas, descapitalizadas y desinstitucionalizadas”. 

“Paradójicos, aporísticos, son la materialización de esos pensamientos filosóficos que se nutren de las imposibilidades, de sostener una idea y su contrario”.

Ocupan un lugar difícil de asir, los fanzines. Están en el peligroso sitio de la subversión y el cuestionamiento, del desmadre y la postura. Paradójicos, aporísticos, son la materialización de esos pensamientos filosóficos que se nutren de las imposibilidades, de sostener una idea y su contrario. La subversión, pues, requiere un adversario. O muchos. Y la disidencia, pues, plantea un discurso respondón. 

Este iba a ser un fanzine que hablara justamente del momento y la situación en la que una serie de materiales se transforman en un fanzine. El momento y la situación en el que adquieren esa particular denominación. O quizá, también podría haber sido un fanzine que pusiera al frente los momentos y las situaciones en las que la condición de fanzine se ve amenazada. Algo así como un pequeño drama en hojas dobladas varias veces y engrapadas por en medio. ¿Quienes pueden ser los enemigos del fanzine? ¿La Institución? ¿La Industria? ¿El Capital? ¿La Uniformidad? ¿La Tendencia? ¿El Mainstream? ¿La Legibilidad? ¿La Mercadotecnia? ¿La Fama? Supongo que la respuesta, como a tantas otras cosas es, depende.

Pero.

Pero. 

Pero en medio de todo eso, al centro, está el principio más vital, el menos refrenable, el que no obstante cuánto cambie el contexto, la época y las intenciones, continúa ahí vigente: el hacer las cosas unx mismx. 

Esa autogestión es crucial y es quizá lo que identifica al fanzine más con un acto que con un objeto. Se ha informado que el punk es una actitud, no una serie de objetos. Se ha analizado el vínculo entre la cultura musical y la evolución de los fanzines. Se ha colegido que la cultura de hacer las cosas por cuenta propia es quizá la herencia más duradera de una subversión que es, antes que todo, impaciente con el estado de cosas y voraz en su apetito de transformación. 

“La prima conservadora de la familia de las artes, la industria editorial –en particular la literatura– explora su vanguardia dentro del lenguaje, dentro de ciertas disposiciones en la página, en una revuelta temática, pero no tan frecuentemente sobre la forma y la gestión”.

No parece tan raro que la música sea el elemento, el fermento sobre el que estas publicaciones florecen. La industria musical, o los márgenes de la industria musical, y no digamos la industria editorial, o sus márgenes. No parece tan raro porque es perceptible que la industria editorial permanece a la saga en términos de subversión, de puesta en crisis. La prima conservadora de la familia de las artes, la industria editorial –en particular la literatura– explora su vanguardia dentro del lenguaje, dentro de ciertas disposiciones en la página, en una revuelta temática, pero no tan frecuentemente sobre la forma y la gestión. Alguien dirá: “¡sí hay! Ahí están las plaquettes de poesía”. Y sí. Aclaro: no es que no existan estos impulsos, no digo que no los haya; digo simplemente que son ejemplos más bien raros, valiosísimas marginalidades en un status quo afanosamente apegado a la tradición. (Échenle un ojo Ricos Jugos o fanzineologia en instagram; échenle un ojo a Piedra ediciones o a Pitzilein Books, por decir unos, unos poquitos, unos cuantos muy pocos de los muchos ejemplos más bien raros, valiosísimas marginalidades en un status quo afanosamente apegado a la tradición.) Y quizá todo regrese al tema de la autoridad. 

Los elementos para construir un codex al estilo de una publicación familiar para quien conoce libros y revistas, están ahí desde hace mucho tiempo; verbigracia, el fanzine. Pero para un entorno que se nutre de personas lectoras ha mantenido su distancia de estos impulsos. Ha sido por la vía del arte contemporáneo o, ya decía, de la música, por donde ha llegado esa vocación de subvertir la quietud del formato y la presencia de una figura tutelar: la editora, la curadora, el revisor, parecen ser tan dominantes, tan garantizadores de una figura. 

Hasta la palabra tiene un perfumillo negativo: 

Autopublicación. 

Autopublicación.

Autopublicación. 

Pregúntele a su escritora o escritor de confianza, ¿qué opina de la autopublicación? Esta es una encuesta interesante. No estoy pretendiendo ofrecer una predicción, porque, platicando con Angélica Olavarría y Didí de Pinche Chica Chic, ellas me señalaron que también hay que tomar en cuenta el tema de la edad. Y pensándolo con calma, me parece muy sensata la advertencia. Porque la gente más cascada como yo aún percibe esa desconfianza, esa reticencia y esa búsqueda ansiosa del cobijo de una editorial. Cobijo por el prestigio que otorga; arropo del símbolo y el estatus: la razón social como entronización del nombre propio. Otro sería el caso de gente más joven, que tal vez está mucho más cómoda en el ir y venir de la autopublicación. O quizá no sea comodidad, y más bien la vía editorial está vigilantes por cancerberos obtusos, por una puerta de goznes oxidados; quizá publicar se trate de un boleto dorado con probabilidades tan remotas de ser hallado que la autopublicación es el camino más corto hacia esa conversación silenciosa que ofrece la lectura. 

“La heterogeneidad y el manoseo, el intercambio de ideas y sobre todo de procesos es quizá una zona de necesaria aceleración para la industria editorial”.

La heterogeneidad y el manoseo, el intercambio de ideas y sobre todo de procesos es quizá una zona de necesaria aceleración para la industria editorial. Si el ecosistema cada vez ve cómo se extinguen proyectos de publicación periódica como revistas y suplementos, ¿no podría ser sano intentar la vía de la autopublicación? ¿No sería deseable aprender del desparpajo del impulso personal para decir y explorar eso que ya no encuentra espacios donde enunciarse? ¿No sería quizá momento de poner en práctica un estilo de edición y curaduría crítica que emerja de la lectura colectiva, del tumulto y no necesariamente del escritorio? Es decir, ante la crisis ecológica editorial –esta catástrofe mimética de la medioambiental con sus grandes consorcios que enrarecen el ambiente, que extinguen a especies más pequeñas, y canibalizan el entorno y pocas soluciones en el horizontes–, ¿no conviene repensar los modos de hacer? 

Quizá. Quizá no. Pero en el quizá, diría, está la posibilidad de un fanzine, de muchos. De incontables hojas dobladas y engrapadas, desprofesionalizadas, descapitalizadas y desinstitucionalizadas. 

*

Este iba a ser un fanzine que cobrara conciencia de que es un fanzine. 

O quizá, solo quizá, este es un fanzine que cobró conciencia de que lo es; que está repetido en diez casi idénticos números y que están guardados en un sobre manila dentro de un cajón de plástico en espera de que ser repartidos; o mejor, en espera de ser encontrados. Porque algo así dice Didí en su texto y sin saberlo, el fanzine coincide y suscribe su dicho: “ojalá todos hiciéramos fanzines y los dejáramos en la mesita de revistas del dentista, en la peluquería, en las paradas del trole, en las maquinistas, en los asientos del banco, en las bancas del parque, en el baño”. 

Ojalá no se los lleve el viento, y si se lo lleva, que atrapan el ojo de alguien que camine por la calle y los levante de entre el polvo; ojalá aguanten la lluvia, ojalá este fanzine que sabe que es fanzine y que pronto estará en las bancas de algún parque de una ciudad del centro del país, encuentre una mirada que lo convierta en lo que es. EP

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