
Conversamos con la escritora mexicana Antolina Ortiz Moore sobre novela más reciente, “El día que no paró de llover” (Tusquets, 2025).
Conversamos con la escritora mexicana Antolina Ortiz Moore sobre novela más reciente, “El día que no paró de llover” (Tusquets, 2025).
Texto de Gina Velázquez 09/10/25

Conversamos con la escritora mexicana Antolina Ortiz Moore sobre novela más reciente, “El día que no paró de llover” (Tusquets, 2025).
El día que no paró de llover (Tusquets, 2025) es una novela de la escritora mexicana Antolina Ortiz Moore. El libro nos transporta a la Ciudad de México en el año 1951, justo cuando una lluvia intensa y sin tregua sume a la ciudad en el caos. En medio de esta inundación, la historia se enfoca en las vidas de varias personas que viven en una vecindad del Centro histórico. A medida que la lluvia revela la miseria y el desorden social, se descubre un suceso que marca la trama: el hallazgo de cuerpos de mujeres asesinadas en el sistema de drenaje, lo que saca a la luz las graves problemáticas que enfrentaba la ciudad en ese momento.

Gina Velázquez (GV): Tu novela transcurre en 1951, año de una lluvia histórica que devastó la Ciudad de México. ¿Qué te llevó a elegir ese momento para contar una historia con temas que siguen siendo tan actuales —la violencia contra las mujeres, la desigualdad, la migración—? ¿Buscabas un paralelismo con el presente o fue algo que surgió naturalmente?
Antolina Ortiz Moore (AOM): Mi interés por esta novela empezó en varios puntos paralelos. Uno de ellos es que mi papá era niño en esa época, o medio adolescente. Yo me lo imaginaba de niño y me platicó varias cosas; por ejemplo, el perrito Rex era el perro de mi papá. Hay varios temas nostálgicos personales. También me llamaba mucho la atención que los años 50 fueron una bisagra en cuanto a muchísimos elementos que seguimos viviendo. Los seguimos viviendo aterradoramente parecidos: crisis de salud —en esa época la poliomielitis, ahora COVID—, temas de vacunas, reacciones sociales ante los movimientos de salud, violencia, homofobia… muchísimas cosas se vivieron en los 50.
Conforme avanzaba en la investigación, era impresionante ver que realmente somos esa misma sociedad. Para algunas personas será la época de sus abuelos, pero no es hace tanto tiempo. Yo creo que los temas de desigualdad a todos los niveles —no solo de género— estaban incluso más acentuados. Probablemente en los 50 había más ilusión y energía para hacer cambios que ahora, que nos sentimos un poquito sobrepasados y deprimidos.
Cada generación tiene sus conflictos, sus retos y sus herramientas para superarlos. Conforme avanzó la investigación, lo que quise trabajar fue la empatía: cómo podemos tener empatía unos hacia otros, no solo en el momento presente, sino históricamente. Ver cuál fue la evolución de los otros y la nuestra, para llegar a un punto en que resultemos mejores. La tormenta fue real, pero también es una metáfora: el agua la tenemos hasta el cuello, nos estamos hundiendo y si no hacemos algo, nos morimos. Es la metáfora de la emergencia: una situación que se sale de control, ante la que tenemos que actuar.
En esta vecindad en el centro de la Ciudad de México traté de colocar personas muy diferentes pero a la vez idénticas, porque somos seres humanos que sentimos, somos sociables, tenemos miedo, secretos y queremos salir de la crisis. Finalmente son personas muy normales, somos todos nosotros. Eso hace que la novela se vuelva universal.
GV: Elegiste situar la historia en una vecindad, un espacio donde la vida comunitaria se siente muy viva. ¿Qué te interesaba de ese microcosmos? ¿Por qué era importante para ti que los personajes convivieran tan cerca?
AOM: Tienes razón, pudo haber sido un edificio de departamentos, que tal vez hoy sería más común; pero lo que me encantó de la vecindad es que tiene los departamentos alrededor y en medio una zona común. Esa zona común es donde los universos se juntan: el migrante judío, el artista homosexual, el niño con polio que se sube a la azotea para ver los aviones. Todos se reúnen en una historia común, como si la casa fuera otro personaje: la casa que en realidad es el país que somos. Alguien le dio esa lectura, como una especie de arca donde los personajes flotan en medio de una crisis existencial muy fuerte.
GV: El personaje más joven, un niño con polio, parece encarnar la posibilidad del cambio, con el anhelo de volar pese a su cuerpo limitado. ¿Qué papel desempeñó para ti en la estructura simbólica de la novela?
AOM: Fabi tiene el cuerpo deformado, y muchos hombres también han sufrido deformaciones por la cultura en la que crecieron. No es necesariamente que decidan ser así; culturalmente hombres y mujeres somos de esa manera, y debe haber un crecimiento social. Aunque muchos factores son parecidos, hay diferencias: el sufragio universal de los 50 nos trajo un movimiento muy fuerte contemporáneo. Fabi, deformado por una enfermedad que también puede entenderse como el machismo, quiere volar. Habla sobre las posibilidades que los jóvenes hombres pueden tener, igual que las mujeres. México es un país joven que es viejo: increíblemente rico, pero pobre. Lleno de contradicciones que duelen, pero permiten avanzar.
GV: Recreas una Ciudad de México de mediados del siglo XX que se siente muy viva, casi palpable. ¿Cómo fue el proceso para reconstruir esa atmósfera sin apoyarte en imágenes visuales, solo desde la palabra?
AOM: Yo nací en medio, entre los 50 y ahora. Todavía me tocaron cosas como escuchar radionovelas. En provincia la radio era muy común. Ahora mis hijos tienen Netflix y series: es lo mismo, el imaginario colectivo que se sostiene de contarnos historias. Hice muchísima investigación. Hay muchas radionovelas conservadas en YouTube. A través de la investigación y la imaginación pude hacer el puente entre épocas. No era mi intención comparar, pero al releer la novela me impresionó ver las diferencias: el ritmo de vida, las relaciones humanas. Quería insistir en la empatía que tal vez hemos perdido. Tenemos mucha más información y menos comunicación entre nosotros. Es impactante y peligrosísimo.
GV: Tu novela aborda temas duros —la violencia, el feminicidio, la pérdida—, pero también está llena de ternura y esperanza. ¿Cómo encontraste ese equilibrio? ¿Fue una decisión consciente o una necesidad de la historia?
AOM: Siempre que escribo sobre el tema de los feminicidios me cuesta mucho trabajo, por respeto a las familias de las víctimas. Es una herida muy sensible. En los años 50 el feminicidio estaba presente en todo: películas, música. Era una violencia constante hacia la mujer. No tiene que haber mil víctimas; con una basta. Antes se sabía menos, se publicaba menos. Ahora estamos inundados de información, doblegados de dolor, pero es mejor saber. Me costó trabajo decidir cómo tocar el tema. Decidí convertir a las mujeres, a cada individuo, en algo general. Esa violencia ciega se vuelve casi onírica y pesadillesca. Vivo en Canadá y le digo a la gente que en México vivimos una guerra. Me dicen que no, pero la cantidad de muertos equivale a la de guerras en otros países. Es difícil determinar quién es el bueno o el malo. En la novela, esa confusión se convierte en un personaje: las sirenas, el agua que circula por debajo de todo. No hay un malo absoluto, porque también hay responsabilidad civil; todos tenemos cierta responsabilidad.
GV: Vives fuera de México y escribes sobre él. ¿Cómo influye la distancia en tu mirada como narradora?, ¿cómo sientes este momento de tu vida creativa? ¿Qué lugar ocupa la literatura para ti hoy?
AOM: Como muchas personas que tenemos hijos, soy mamá sola. No siempre pude dedicarme de lleno a la literatura. Ahora mis hijos son mayores y puedo dedicarle más tiempo a mi pasión: la escritura. Es mi trinchera, desde donde puedo decir las cosas. Antes de saber escribir ya estaba escribiendo; es mi forma de ser en el mundo. Tengo muchas novelas anteriores en las que ya exploraba la empatía y lo universal del ser humano. Esta es la primera que publico con una editorial grande, Tusquets, lo cual es una ayuda inmensa para mi carrera. Vivo en Canadá y escribo en español, así que en Canadá nadie me puede leer, y en México no tengo presencia porque no vivo allá. Es casi un suicidio literario, pero también me enriquece. Soy parte de un fenómeno histórico contemporáneo: cada vez hay más migrantes escribiendo en otros idiomas.
GV: ¿Hay algo que no te hayan preguntado sobre esta novela y que te gustaría compartir? Algo que sientas que completa la lectura o el sentido del libro.
AOM: Podría añadir que me gusta mucho el tema generacional: están todas las generaciones. Me gusta que la novela se basa en la Ciudad de México, pero también tiene momentos fuera de ella. México sigue siendo muy centralizado: sales de la ciudad y parece otro país, con vocabulario y costumbres diferentes. Viví siete años en Coatepec, Veracruz, y me fue más difícil migrar ahí que a Canadá. Pensamos muy diferente entre algunos lugares de provincia y la capital. Quise retratar eso. Migrar no es solo salir del país, también dentro de él. La realidad mexicana es muy compleja porque somos muchas realidades dentro del país. Se dice “mexicano”, pero es un término muy abstracto. Hay que enfatizar que somos el otro para poder encontrar un terreno medio donde dialogar y hallar soluciones. EP