La doble cara de las utopías: entrevista con Federico Guzmán Rubio

Conversamos con el autor de «Sí hay tal lugar» (Taurus, 2025), un libro que replantea la crónica de viajes como aventura a la historia de las ideas.

Texto de and 10/04/25

Prueba para folleto, "Las plantaciones de la Compañía Ford Industrial do Brasil", alrededor de 1937

Conversamos con el autor de «Sí hay tal lugar» (Taurus, 2025), un libro que replantea la crónica de viajes como aventura a la historia de las ideas.

En Sí hay tal lugar, Federico Guzmán Rubio se lanza a la búsqueda de las utopías latinoamericanas no como meras fantasías del pensamiento, sino como territorios que dejaron huellas visibles en el paisaje y en la historia. La siguiente entrevista se mueve entre las paradojas propias del concepto: ¿cómo se escribe sobre lo que por definición no existe? ¿Qué ocurre cuando el sueño se vuelve realidad y, con ello, también excluyente? En esta conversación, Guzmán Rubio comparte las razones que lo llevaron a emprender este recorrido —físico y literario— por las ruinas de las utopías latinoamericanas y sus reflexiones sobre las implicaciones ideológicas de los imaginarios utópicos.

Este País: ¿Cómo surgió la idea de viajar a las utopías latinoamericanas y de escribir un libro sobre esos viajes?

Federico Guzmán Rubio: Siempre me ha interesado muchísimo la crónica en general, y, en particular, la crónica de viajes. Es un género que me gusta, desde los modernistas hasta la época actual, con representantes como Villoro, Guerriero o  Caparrós. Sin embargo, es un género que, creo, está en una inmensa crisis, porque antes tenía una función periodística y literaria muy clara —consistía en ir a un lugar y contarle al público lector cómo era dicho lugar—; ahora, con los medios audiovisuales en la etapa del turismo, hacer lo mismo es completamente redundante e innecesario. Parece que es un género muerto, dado que ya no tiene utilidad. Sin embargo, creo que existe otra forma de abordarla y se trataría de plantear una especie de viajes abstractos. Por ejemplo, viajar a la historia de las utopías, de las ideas. Claro, podría parecer algo imposible puesto que las ideas son abstractas; y aunque lo son, las utopías también son concretas, reales, tangibles. Entonces, para la renovación inevitable del género de crónica de viajes, necesitamos replantear lo que significa viajar. Yo considero que viajar todavía representa una posibilidad de descubrimiento, a pesar de la aparente saturación de rutas. De ahí viene la inquietud de buscar nuevas formas de dirigir la crónica de viajes.

EP: ¿Cuál es la historia detrás del título del libro, Sí hay tal lugar?

FGR: Al leer Quevedo en el siglo XVI la Utopía de Tomás Moro quedó fascinado. La mandó a traducir y la prologó. Él tradujo el término ‘utopía’ del griego al español como ‘no hay tal lugar’. Yo retomo la traducción de Quevedo, pero sugiero que “sí hay tal lugar”. Quevedo y Tomás Moro plantean que la utopía es imposible, que tal lugar no existe; sin embargo, el libro demuestra que en Latinoamérica sí han existido esos lugares, esas utopías concretas. Entonces, de manera lúdica, el título es una refutación a Quevedo.

EP: ¿Qué lugar ocupa Latinoamérica dentro del panorama de las ideas utópicas?

FGR: Latinoamérica es un territorio en donde se han ensayado muchas utopías y me parece que responde a dos factores o momentos. Primero, cuando los europeos colonizan y conquistan Latinoamérica, es decir, cuando llegan del Viejo al Nuevo Mundo, se vieron en la necesidad de construirlo e imaginarlo. En un nuevo mundo todos los proyectos son posibles, con toda la carga colonialista que implica, como si antes de la llegada de los europeos no hubiera pasado nada en estos territorios. De alguna manera, desgraciadamente, Latinoamérica sigue siendo un territorio donde pueden fundar sus ideas frente a una Europa completamente decadente y arruinada.

En un segundo momento, en el siglo XIX cuando se independizan las colonias, los latinoamericanos heredamos ese imaginario de renovación. Ante un país nuevo, surgió nuevamente la necesidad de construirlo e imaginarlo con base en un modelo que representara el mejor de los mundos posibles. Las independencias, en mayor o menor medida, tienen de manera inevitable un inmenso propósito utópico. Por esos dos factores, en Latinoamérica seguimos inmersos en este imaginario utópico que, como todo, tiene ciertas cuestiones positivas y ciertas cuestiones aterradoras.

EP: Una utopía implica la idea de un mejor lugar, pero parece que cuando se han llevado a la realidad, éstas esconden un rostro totalitario o excluyente. ¿Detrás de toda utopía hay una ideología?

FGR: Cada ideología es, en último término, una utopía: un imaginario de cómo es el mundo mejor. Pero lo que para mí es un mundo perfecto, para otra persona es una pesadilla. Y sí, muchas utopías tienen un costado completamente excluyente: “¿Cómo va a ser posible que no quieras habitar mi mundo perfecto?” o, “Para construir mi mundo perfecto, hay muchas personas que sobran, que son prescindibles.” El nazismo en Alemania —así como la utopía nazi de Paraguay que relato en el libro— es una utopía, un mundo perfecto pensado para los arios. “Hay que eliminar a toda la demás población que no es aria”, y esto el nazismo lo llevó al pie de la letra. En el comunismo del siglo XX, en la Unión Soviética, existieron los gulags para todas esas personas que estorbaban a la realización de la utopía comunista; había que eliminarlas y, efectivamente, se eliminaron a 20 millones de personas. En el libro planteo que el neoliberalismo, la ideología en la que estamos inmersos, es una ideología utópica que también considera una buena parte de la población prescindible y que opera mediante el sistema de la meritocracia, una parte de la población a la que no busca integrar bajo el supuesto de que no se lo merecen. Entonces, casi siempre, en las ideas utópicas hay un costado excluyente peligrosísimo. Esto no siempre se cumple, por supuesto. Quizás mi utopía preferida del libro es la utopía anarquista, la utopía del amor libre, la utopía de la abolición de la propiedad privada. En el amor libre y en el poliamor cabemos todos, ¿no?

EP: ¿Cómo organizaste las crónicas de libro, conforme visitabas las ruinas utópicas o con base en qué criterio?

FGR: La estructura más previsible era una estructura cronológica, pero eso hubiera dotado al libro de un aspecto de progreso, de ir de utopía en utopía hasta llegar a la buena. Contrariamente, todas las utopías se consideran el fin de la historia. El neoliberalismo literalmente se consideró como el fin de la historia. No es esa la idea del libro. No hay una progresión ni una regresión en las utopías. Están un poco aisladas unas de otras. El libro tiene una estructura en que decidí primar lo estético, por llamarlo de alguna forma. Hay algunas crónicas que son fragmentarias y hay otras que son continuas. Decidí intercalar una continua y una fragmentaria a lo largo del libro para hacer una lectura, desde ese punto de vista, equilibrada; más desde el aspecto formal que del contenido.

EP: ¿Cómo fue el proceso de escritura?

FGR: El libro es muy ensayístico. Es más, se dice por ahí que es un “ensayo nómada”. Primero, dediqué un año de investigación bibliográfica para identificar estas utopías, muchas de las cuales ni sabía que existían. Hubo otro año en que se llevaron a cabo los viajes. Obviamente no de forma continua: primero uno y, cuando se podía, otro. Luego, un año de escritura. En los viajes tomaba algunas notas, pero como periodista sería un pésimo periodista, porque no tomé notas de voz ni grabaciones y, es más, necesité que pasara cierto tiempo después del viaje antes de la escritura para que adquiriera cierto aspecto indefinido, onírico, que, a lo mejor, me siento obligado a reconstruir, traicionándome a mí mismo. Necesito que pase un tiempo para que yo mismo empiece a dudar de lo que vi. La reconstrucción se basa en la memoria y en ciertas notas, pero también en la literatura que leí y un poco en la ficción, a la que está condenada toda memoria. No solo me resigno a eso, sino que lo reivindico.

EP: Me parece que la literatura ha acompañado a los viajes y los viajes a la literatura. ¿Qué libros te acompañaron en tus viajes?

FGR: En este proyecto el viaje es una excusa para la escritura y la escritura es una excusa para el viaje. Busco que las dos se justifiquen, una a otra. Los libros que me acompañaron fueron algo completamente aleatorio. A veces entraron en el libro, por ejemplo, en la utopía anarquista brasileña de la que hablábamos: iba leyendo a Eugénio de Andrade, Macunaíma, la gran novela vanguardista brasileña que, en realidad, no tiene nada que ver con la utopía, pero me gusta pensar que quizás, el tono del libro, completamente juguetón, irreverente, lúdico, muy divertido, contaminó, en el mejor de los sentidos, la crónica. Las lecturas fueron, en realidad, arbitrarias y respondieron a lo que fui encontrando durante el viaje.

EP: Además de la compañía de los libros, ¿hiciste los viajes en compañía de alguien más o fuiste en solitario?

FGR: Tengo un libro anterior de crónicas; esos viajes los hice con mi familia, mi esposa y mi hijo. Ahí me burlo mucho de la figura del gran cronista que siempre va solo como un explorador y que, después de investigar un poco, resulta que nunca fue solo, que iba en todo un “tour” preparado o con la amante a escondidas… en fin. En ese libro yo acepto que se trata de un viaje familiar, pero en el caso de este libro en particular hubo algunos viajes familiares, pero ahora ni mi esposa ni mi hijo aparecen. Hubo otros viajes que sí lleve a cabo en solitario. Pero, vamos, rehúyo de ese cronista que parece que va descubriendo el mundo por sí mismo de forma muy aventurera. Eso ya no existe.

EP: ¿Qué otras utopías se quedaron en el tintero o por visitar?

FGR: Una famosísima es la de las misiones que los jesuitas construyeron en la actual frontera entre Argentina, Paraguay y Brasil; fueron unas misiones de carácter muy utópico. Pero, a final de cuentas, el libro ya tenía la utopía cristiana de Vasco de Quiroga y hubiera sido un poco repetitivo. Quizás me hubiera gustado incluir una utopía a la que ya no pude ir. En el siglo XIX, existió una utopía en Topolobampo, al norte en el Pacífico. Allí llegó un gringo con un pensamiento supuestamente socialista, pero finalmente sus intenciones se revelaron completamente colonialistas. Habría sido interesante mostrar la fundación de esa utopía socialista donde un gringo compró, explotó el territorio y casi esclavizó a sus habitantes. Otra vez la doble cara de las utopías. Queda para el futuro.

EP: ¿Sentiste la tentación de salir de Latinoamérica y buscar utopías en, digamos, Estados Unidos?

FGR: Sí, en Estados Unidos hay muchas muy interesantes. Hay una que me fascina. Se llama New Harmony, pero no la conozco. La fundó un intelectual gringo, Owen. En la utopía había una biblioteca pública y educación básica gratuita. Paradójicamente, estas dos instituciones pasaron al resto de Estados Unidos, el país de la propiedad privada donde, es curioso, tienen una excelente red de bibliotecas públicas y una educación gratuita realmente nacional. Pues bien, estas instituciones las tomaron de New Harmony. Me encanta este ejemplo porque la utopía fracasó, pero dejó aspectos muy benéficos en la sociedad. Al final decidí que el libro fuera latinoamericano para señalar la condena de Latinoamérica. Ojalá un día llegue la utopía “buena” o logremos salir de esa condena de crear utopías persistentemente. Además, inevitablemente es un libro latinoamericano porque es mi campo de especialidad: es la literatura que más leo y a lo que me he dedicado toda mi vida.

EP: En la actualidad y muy específicamente en la Ciudad de México, hay unas utopías que han cobrado bastante visibilidad; me refiero a las utopías de Clara Brugada.

FGR: La cuarta transformación tiene, sin que sea una cuestión tremendamente extrema o radical, un imaginario utópico muy claro. Es el pueblo bueno el que está reconstruyendo la gran nación mexicana. Creo que es justamente ese carácter utópico lo que provoca que gran parte de la población se identifique con este proyecto frente a una derecha que no tiene ninguna utopía que ofrecer. No es nada casual que las utopías de Clara Brugada se llamen así, que además son proyectos que funcionan bastante bien. La 4T ha sabido manejar muy bien ese aspecto moderadamente utópico. No es que quieran eliminar a todas las personas que no sean consideradas pueblo, por supuesto que no. Al contrario, tiene un carácter utópico en el mejor sentido del término, con las mejores intenciones, pero también con algunos de los riesgos que entraña la utopía.

EP: ¿Se ha perdido la vocación de idear utopías y nombrarlas como tal?

FGR: Al contrario. Claro que si nos descuidamos las utopías se convierten en distopías, pero creo que el imaginario utópico está presente de una forma muy intensa. El neoliberalismo es una utopía y es, de hecho, la última crónica del libro, que yo la veo encarnada en Santa Fe. Esa utopía incluso nos avisó del fin de la historia, del mundo perfecto. El neoliberalismo es una sociedad dirigida por tecnócratas, con unas élites que eran tales porque se lo merecían. En fin, tiene muchas características de un mundo perfecto diseñado por estos tecnócratas. Me parece que estamos entrando a una nueva utopía en la que, por cierto, nosotros no estamos contemplados y que es peligrosísima. Una utopía compuesta por un tecno-utopismo futurista donde, supuestamente, la tecnología, la inteligencia artificial y los viajes a Marte de Elon Musk nos van a resolver mágicamente todos los problemas. Esto se combina con una inmensa nostalgia por una edad de oro conservadora que jamás existió, donde unos imaginan familias tradicionales y una población blanca que no estaba mezclada con las “razas inferiores”. “Make America Great Again” es eso. Ese pasado conservador, idealizado, inexistente, combinado con el tecnofuturismo, es un peligrosísimo cóctel utópico de manual. A eso atribuyo el éxito de Trump y de tantos movimientos europeos: tienen una utopía que ofrecer. ¿Quién no querría pertenecer al mundo perfecto? EP

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