Cuerpo lector (aún ahora)

La lectura no es una obligación, es un encuentro, un juego de imágenes, una coreografía de sentidos. Nos desplaza, nos transforma, nos invita a recorrer el mundo desde el cuerpo y la palabra.

Texto de 31/01/25

La lectura no es una obligación, es un encuentro, un juego de imágenes, una coreografía de sentidos. Nos desplaza, nos transforma, nos invita a recorrer el mundo desde el cuerpo y la palabra.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Creo que la frase lectura obligatoria” es un contrasentido, La lectura no debe ser obligatoria…La lectura debe ser una de las formas de la felicidad. 

De este modo respondía Jorge Luis Borges a una de las preguntas en la entrevista, “Borges para millones”, realizada  en la Biblioteca Nacional de la República Argentina en 1979.

Un día, leyendo, algo funciona por primera vez. Una sensación, un movimiento, una frase aparece y vuelve a aparecer, acompaña el desierto. 

Liliana Heer

Alguien lee y construye una coreografía. Otros lectores van creando, también, sus propias y nuevas coreografías. Ya sean lectores solitarios o acompañados, en la escena de la lectura, se está creando —además de las muchísimas creaciones que se hacen al leer— un baile.

No es lo mismo leer solo; leerle a otro; ser leído; leer en grupo. Leer poesía en un inmenso estadio o plaza o club como sucede desde hace años, por ejemplo, en el festival de poesía de Medellín, Colombia. No es lo mismo leer de pie que sentado o acostado. Leer es una actividad de movimiento continuo y son múltiples las posiciones lectoras, como se percibe en Para mirarte mejor, un tributo al libro y los lectores. 

Además del esfuerzo inmenso y nunca automático del ir “tragando” letras, además de devorar historias y ser devorado por ellas, incluso de ir “tomándolas” con calma, hay todo un movimiento de cada parte del cuerpo; algo espacial sucede.  Cada músculo se tensa o se aquieta. 

Pierre Etaix, un director de cine y actor, muestra en su cortometraje Insomnio a un lector que, consumido por el cansancio, desea seguir leyendo y cómo los personajes de los libros se mueven, hacen su danza, según el movimiento de los ojos. 

La palabra leer viene del latín legere que significó, en principio, “escoger”. De eso se trata leer: seleccionar, elegir, decidir. Y esto nos implica desde el inmenso esfuerzo de aprender a deletrear hasta comprender luego esa lectura. 

No hay hábito alguno en el hecho de leer. Cada vez es una acción nueva, nunca rutinaria. Cada vez, el cuerpo se pone en juego de otro modo, recorre tiempos y espacios. A la vez se está en “este tiempo” y en un lugar, el cuerpo entero en la silla, en la cama, en el suelo y cada parte haciendo su esfuerzo: la mano que se abre y se cierra, que mueve las páginas, a veces los dedos siguen los renglones; se lleva el bolígrafo sobre un renglón, se subraya y luego ese mismo bolígrafo va a la boca, ayudando a sostener la acción y la emoción.  Así, mientras estamos en un lugar, mientras leemos, recorremos el mundo con esa parte del cuerpo que nos entrega un capital simbólico.

Repercute de tal modo en nosotros que nos lleva a preguntarnos sobre nuestra propia vida, nos impacta en nuestras experiencias y puede, aún, hacernos cambiar lo que el futuro nos depara.

Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura 2006, escribe en La vida nueva:

Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado. Pero, a pesar de tener la sensación de que mi cuerpo se alejaba de mí, era como si más que nunca estuviera ante la mesa y en la silla con todo mi cuerpo y todo lo que era mío y el influjo del libro no sólo se mostrara en mi espíritu sino en todo lo que me hacía ser yo. Era aquél un influjo tan poderoso que creí que de las páginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillantísima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hacía refulgir. En aquella luz sentí las sombras de una vida que conocería y con la que me identificaría más tarde.

En la lectura, las imágenes en nosotros se sublevan, se subvierten, nos inquietan y las palabras alcanzan un “don de vuelo”.  Las palabras se vuelven imprevisibles (“¿hacer imprevisible la palabra no es acaso un ejercicio de libertad?” nos cuestiona Gastón Bachelard en Poética del espacio).  Creemos que con la imaginación ampliada, también se vuelve libre el cuerpo del lenguaje.

Constante emanación de signos, deriva que nos modifica los cuerpos. En esta emanación y deriva el sujeto que lee es todo el sujeto, así como en una palabra están todas las palabras.  

En “La escritura de Dios”, Borges escribe: “Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra.”

Los lectores somos “citadores”, vamos recordando frases, tenemos “citas continuas”.  También visitas y somos visitados por ese universo que se nos presenta una y otra vez. Como el soñante que se despierta y quiere compartir su sueño, el lector quiere compartir esos mundos que va descubriendo y que, tal vez, otros encuentren en ese mismo relato significados diversos. 

Hasta aquí se podría decir que hablamos de la lectura “silenciosa”, en voz baja, donde a veces se murmura, a veces se mueven los labios o se produce un mecerse del cuerpo. Sin embargo, también existe la lectura grupal, la lectura en voz alta. Leer con otros. Leer para otros. Escuchar. Y allí tal vez suceda que, cuando ante una frase que nos “toque”, podamos sentirnos en una fuerte reunión con los demás.  

El que lee es un descifrador, un descubridor, alguien que aprende a ver las múltiples capas que el mundo ofrece. Es percibir más hondo, más cerca y más lejos. Como afirma María Teresa Andruetto: Un libro es capaz de mover una conciencia”. 

En estos tiempos de ruptura con la realidad, de pérdida de la historia, leer nos ayuda a no quedar excluidos. Nos recuerda que somos parte de una comunidad.  

La lectura es, entonces, un hecho de creación y especialmente de discernimiento para hacer/ser con uno y con los otros, más libres, más felices por comprender mejor el camino que vamos transitando. Y los lectores, —bailarines y equilibristas— vamos dando vuelta las páginas del libro. EP

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