Becarios de la Fundación para las Letras Mexicanas: El espectáculo del fin del mundo

Ulises Flores Hernández —becario de la Fundación para las Letras Mexicanas— nos ofrece un reflexivo y elocuente ensayo sobre el fin del mundo, un tema que suele despertar nuestro interés ante una realidad cada vez más incierta.

Texto de 14/03/25

Ulises Flores Hernández —becario de la Fundación para las Letras Mexicanas— nos ofrece un reflexivo y elocuente ensayo sobre el fin del mundo, un tema que suele despertar nuestro interés ante una realidad cada vez más incierta.

Array
No conozco con qué armas se librará 
la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta
 será con palos y piedras
Albert Einstein

Pasen, niñas y niños! ¡El espectáculo está por iniciar! ¡Traigan a sus padres, abuelos y mascotas! ¡Recuerden que nadie se lo puede perder… aunque quiera! Y es que la humanidad parece ignorar que el fin de los tiempos es una realidad. Nadie se librará de ello, por si usted tenía aspiraciones de salvación. Rod Serling, creador de La Dimensión Desconocida, planteaba una solución: “Para que la civilización sobreviva, la raza humana debe seguir siendo civilizada”. Esta idea, aunque benigna, parece señalar que aún somos incapaces de ponerla en práctica

“la humanidad parece ignorar que el fin de los tiempos es una realidad.”

Nos hemos quedado cortos ante un plan de salvación, pues las responsabilidades de la vida cotidiana consumen nuestra atención. El fin del mundo puede esperar, la renta no. Pareciera que estamos de acuerdo en aplicar la máxima de la vida: ¿de qué me preocupo, si a mí no me va a tocar? El consuelo de uno es la desesperación del otro. Aunque hoy día nadie haya averiguado cuándo será el famoso final, para nuestra mala suerte, el espectáculo va a iniciar. Y todos ocuparemos un asiento en la butaca de nuestra realidad.

El fin que nunca fue: reserve ahora para el apocalipsis (todo incluido)

La humanidad en el siglo XXI, por un momento, creyó estar viviendo el fin del mundo. Y no estaba exagerando. Enfrentamos una pandemia que modifico el curso de nuestra vida, el volcán Krakatoa, conocido por ser el más peligroso del mundo, hizo erupción, esparciendo el miedo entre la población de Indonesia, pues se mantenía inactivo desde el 28 de agosto de 1883; en su último despertar, acabó con la vida de treinta y seis mil personas, se destruyó a sí mismo y dio paso a una nueva isla volcánica. Eso sin contar los álgidos movimientos políticos en el mundo que empujan al Doomsday Clock a marcar 90 segundos para la medianoche en 2025. Pero aquí seguimos. El mundo no se acabó. Todavía venden twinkies en la tiendita de la esquina. Estos acontecimientos se añaden a la lista de “no es la primera vez que estamos cerca del fin”. Algo similar nos puede contar la comunidad de Leeds, en Inglaterra, la cual se hizo famosa en 1806 por averiguar el fin del mundo gracias a una gallina.

Mary Bateman, la propietaria del animal, comenzó a repartir entre la población los huevos que la gallina ponía, pues estos tenían rotulada en la cáscara la frase “Christ is coming”. El pueblo, absorto en su propia dimensión desconocida, no cuestionó la predicción. En cambio, aceptaron el regreso del hijo prometido a costa de vivir el fin del mundo; muy similar a la respuesta que los radioescuchas americanos tuvieron con la lectura de Orson Welles de La Guerra de los Mundos: aceptaron la invasión marciana sin cuestionar la ficción que había en la realidad. La mayor virtud de la transmisión lúdica de Orson no fue ejemplificar el dominio de los medios de comunicación sobre las masas (ves lo que yo quiero que veas), sino crear una ficción producto del ingenio que alterara, por un instante, la realidad.

Pero en Leeds, la ficción no fue producto del ingenio, sino de la maldad. Esta gallina, que poseía la habilidad de hablar inglés fluido por medio de sus huevos y que, además, era mensajera religiosa, fue un fraude, pues la dueña se encargaba de escribir la frase en el huevo, para después colocarlo dentro del animal. Su orquestado truco no duró mucho. Ella vio el fin mucho antes que nosotros, pues fue condenada a la horca en 1809 tras resultar culpable de envenenar a una pareja que había prometido curar.

El fin del mundo no conoce fronteras. Pareciera que, de un momento a otro, es rotativo. Como el mango en temporada. Entre las medallas que México puede presumir está la obtenida por promover “el más famoso y mejor fin de la historia”; la antigua civilización maya entendía el tiempo en un modelo cíclico que se repetía cada 52 años mayas, basándose en un sistema de cuenta larga para nombrar periodos de tiempo. Pero cuando un friso, ubicado en el sitio arqueológico de Tortuguero fue descubierto, y este no registraba más días después del 21 de diciembre de 2012, el caos fue el primero en aparecer.

Yucatán fue foco de atención no por sus ruinas arqueológicas, sino por promover paquetes turísticos para presenciar el fin de la humanidad. Para la gente era fascinante, sugerente, incluso atractivo que se acabara el mundo. Si esto sucedería, valdría estar en primera fila. ¡Bienvenidos a la sección vip del fin del mundo! Juan Villoro resumió esta locura en su cuento “Apocalipsis (todo incluido)”, en el que menciona:

Un guía de zonas arqueológicas sabe que todo es falso, pero se da cuenta de que es muy atractivo contar la catástrofe. Si en el recorrido dice “aquí no va a pasar nada”, a la gente no le interesa. Pero si dice: “¡cuidado!, estamos en los últimos días de la humanidad”, la gente se empieza a emocionar…

Y no se tome a broma esta aseveración, pues prometía ser un día épico: llegaría una invasión alienígena, presenciaríamos una reversión geomagnética, la galaxia se alinearía, haríamos contacto con el planeta Nibiru, mientras que la explosión de una supernova daría origen a una nueva era. Con un brazalete hotelero, tienes todo incluido. Hasta el fin del mundo.

Permanencia (in)voluntaria: ¡se agotaron los boletos del fin del mundo!
—Quítate, quítate, Marcelo, que vengo muy agüinado.
—Oye, ¿pero por qué?
—[...] pues un charro que me estaba discutiendo que dizque iba a tronar la bomba atómica en México… 
"Prenda su veladora"
Tin Tan y su carnal Marcelo

En 1967, Knud Weikin logró que sus seguidores edificaran un bunker para él. La razón: podía comunicarse con Orthon, una entidad astral que le informaba sobre una inminente guerra nuclear que sucedería la Navidad de ese año. El líder danés, al igual que nosotros, sigue esperando su llegada, si es que antes no nos alcanza un nuevo escenario apocalíptico. Las opciones son pocas y Orthon lo sabe: para que el mundo sea apocalíptico hasta la médula, el colapso social es inevitable.

Consideremos que el mundo se extinguió. Y si corriste con suerte y esconderte bajo el colchón ayudó, debemos estar preparados para entrar en un nuevo panorama llamado postapocalíptico: la supervivencia en un mundo que ha dejado de existir. El escenario más popular es la invasión extraterrestre. El motivo: esclavizarnos para obtener nuestros recursos; si no te gusta la idea de recibir latigazos de los colonizadores interespaciales, puedes estar tranquilo, pues en la cultura popular su virtud es fungir como alegorías. Rod Serling fue un gran defensor de la libertad de expresión en medios televisivos al descubrir que en su Dimensión Desconocida “estaba bien que los marcianos dijeran cosas que los demócratas y los republicanos nunca podrían decir”. El nazismo y el terrorismo, sin que lo supiéramos, venía con antenitas verdes.

La rebelión de las máquinas es otra posibilidad de aniquilación, de la cual, por difícil que parezca, ya nos hemos librado; en los primeros minutos del siglo XXI las computadoras estaban listas para causar catástrofes globales debido al problema del año 2000: un error de software, provocado por omitir la centuria en el año para el guardado de las fechas, ponía en peligro las máquinas que controlaban las ojivas nucleares en el mundo. Gracias a una atención temprana, el error no fue más allá de que algunos servicios electrónicos iniciaran enero en 1900.

La inteligencia artificial, no obstante, avivó el peligro que corre la sociedad de diezmarse ante las máquinas. Isaac Asimov lo resumió con el complejo de Frankenstein: las fuerzas que el hombre utiliza para controlar lo terminarán controlando a él. Quizá ya empezó y aún no nos damos cuenta. Amamos cuando el cajero automático nos entrega nuestro dinero, y el celular recuerda la contraseña de Gmail, pero estamos indefensos cuando nos clonan la tarjeta de crédito y cualquier aplicación quiere conocer nuestra ubicación. Mientras pedimos nuestras deliciosas pizzas de pepperoni con extra queso por internet, la sutil venganza de las máquinas sigue: el problema del año 2038 es su nueva apuesta; por una complicación informática del Tiempo Unix, el 19 de enero de 2038 los celulares dejarán de funcionar, al igual que las computadoras que controlan las ojivas nucleares en el mundo. La persistencia es la jugada segura de las máquinas.

El botón de la aniquilación puede provenir de una mano de carne y hueso. El epítome de la lista es una hecatombe nuclear. El fantasma de Hiroshima y Nagasaki abrió la caja de Pandora. El mal solo se erradica provocando un mal mayor. Pasando por la Guerra Fría, hasta la Crisis de los Misiles en Cuba, la destrucción masiva por un despliegue militar a escala nuclear ha sido una realidad de la que, hasta el momento, nos hemos librado. Pareciera que los gobiernos del mundo sienten debilidad por emplear el arma de destrucción ideal: por tierra, mar y aire, la bomba nuclear puede liberarse, al igual que en el espacio y el subsuelo. Las consecuencias para la flora y fauna son irreversibles. Una vez liberada, no hay marcha atrás. Las armas medievales, las botas negras y los cráneos humanos como hombreras serán tendencia en el mundo de la moda. “Prendan su veladora, señores, su veladora, que la bomba va a tronar […] Los más grandotes se harán chiquitos, los más chiquitos, pues se harán polvito…“, cantaba Tin Tan con especial júbilo. ¿Le gustará esta canción a Orthon? Habría que preguntarle cuando llegue [el fin del mundo].

El inicio del fin que nos espera: ¡si usted lo vive, no olvide contarme su experiencia!
Cada final en la historia contiene    
necesariamente un nuevo comienzo
Teoría política
Hannah Arendt

La maquinaria del fin del mundo no se detiene. Se mantiene girando, como un sistema de engranajes bien engrasado. Aunque las predicciones que se han hecho resulten falsas, otras inciertas y el resto sea incomprobable, no estamos a salvo. La ley natural es la responsable de colocar el último clavo en nuestro ataúd. Y nosotros no podemos hacer nada para evitarlo.

La segunda ley de la termodinámica nos advierte que la pérdida de energía disponible para hacer un trabajo debe incrementarse a lo largo del tiempo; el futuro de la Tierra, el sistema solar y el universo mismo debe acatar esta norma. No hay excepciones, ni exámenes extraordinarios para evadir Termodinámica 1 y 2. Los planetas, con el paso del tiempo, abandonarán sus órbitas, las estrellas agotarán su combustible y el universo seguirá expandiéndose, o encogiéndose, hasta desaparecer.

El espectáculo del fin del mundo no se detiene. Se encuentra latente sobre el horizonte, observándonos, listo para hacer su gran entrada. Si esto es inevitable, ¿cómo podemos comprender un evento de esta magnitud? En Ilusiones, Richard Bach escribe: “Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo, es lo que su sueño denomina mariposa”. No podemos temer el destino que la propia existencia ha creado. Ya es ganancia comprender que vivimos en constante cambio. Una realidad que recorre su condena en la milla verde de su propia existencia.

No vale la pena luchar contra la ley natural de las cosas, pues aquello que llamamos “cambio” seguirá sin importar si existimos o no; en 15,000 años la presión de los polos moverá el monzón del norte de África, convirtiendo el desierto del Sahara en un clima tropical. En 50,000 años viviremos una nueva era del hielo, y en 100,000 años el propio movimiento de las estrellas en la bóveda celeste hará irreconocibles las constelaciones.

Esta última ejemplifica la idea máxima de nuestra existencia: todo cambia, nada permanece. El fin del mundo en realidad es la transformación de todo lo que nos rodea. Nuestra existencia es un cambio más en una larga cuenta sin terminar. No somos menos especiales que una supernova, ni más que una oruga. Al final, nadie se escapa de vivir el fin de todo lo que conoce. Las estrellas masivas colapsarán al término de su vida, las orugas del mundo podrán volar algún día, mientras que nosotros volveremos a ser polvo de estrellas. Y si aún existimos es innegable que el espacio exterior alberga transformaciones que podemos catalogar como catástrofes apocalípticas, pero visto a través del otro lado del espejo es tan natural como ver caer las hojas en otoño: en 600 millones de años el sol aumentará su luminosidad, creando una interrupción en el ciclo carbonato-silicato; al disminuir los niveles de dióxido de carbono, la fotosíntesis no podrá completarse.

El resultado hará que el 99 % de las especies que dependen de este ciclo desaparezcan. Y si teníamos aspiraciones de adaptación, el sol, al fusionar todo el nitrógeno de su núcleo, se transformará en una gigante roja, proceso que le llevará completar otros 600 millones de años. Este aumento de volumen sería equiparable a colocar una semilla de papaya, como nuestro sol, al lado de un neumático todo terreno, ya como gigante roja. Siguiendo el orden natural de la existencia, el sol devorará a Mercurio, Venus, y con gran certeza, a la Tierra.

“Hallar un propósito en el vasto mundo de lo inexplicable nos permite encontrar un significado a nuestra vida…”

El arte que hemos creado, las edificaciones que habitamos, la comida que disfrutamos en convivencia, todo lo que pasó por nuestra existencia desaparecerá al presenciar el glorioso espectáculo del fin del mundo. Pero no todo es malo. Sin importar lo que ocurra en el futuro, nadie, más que nosotros mismos, puede dar una razón de ser a nuestra propia existencia. Hallar un propósito en el vasto mundo de lo inexplicable nos permite encontrar un significado a nuestra vida, de la mano del siempre confiable carpe diem; no podemos más que vivir la vida que nos tocó lo mejor que podamos. Si lo intentamos, el terrorífico espectáculo del fin del mundo no podrá impedir que, con una sonrisa, sigamos disfrutando de nuestros caramelos. EP

DOPSA, S.A. DE C.V