“Para mí la tierra / es solamente este palmo que piso / y el otro / que pisas / tú: / el resto / es aire / en el cual navegan balsas / dispersas para encontrarnos.”
Antonia Pozzi: La vida soñada
“Para mí la tierra / es solamente este palmo que piso / y el otro / que pisas / tú: / el resto / es aire / en el cual navegan balsas / dispersas para encontrarnos.”
Texto de Antonia Pozzi & Roberto Bernal 25/12/20
Traducción y presentación de Roberto Bernal
Sin duda, el habla sencilla y el tono conversacional son los elementos más notables en cada uno de los 312 poemas que escribió Antonia Pozzi, a los que, progresivamente, se incorporaron palabras que pertenecen al Lombardo Occidental, lengua con la que la poeta estaba vinculada desde el nacimiento. Esta relación con el Lombardo Occidental se intensificó cuando, en en el año 1929, Antonia Pozzi estableció su residencia de manera definitiva en la localidad de Pasturo, provincia de Lecco, al norte de Milán, donde sus vecinos eran mayormente campesinos y pescadores analfabetas. De éstos, la poeta no sólo atendió las conversaciones y el lenguaje concreto que nombraba el trabajo, las montañas, la sombra de los árboles sobre la nieve y los frutos del campo; sino también prestó atención a la oración religiosa, a la “curva de entonación” ―como lo llamaba Antonia― en el rezo, que corresponde, según nos dice la Enciclopedia del Italiano, a “una incesante variación que se manifiesta como una secuencia de porciones ascendentes y descendentes, de máximos y mínimos, acompañado de un alargamiento de la duración de los sonidos y las sílabas y, a veces, de pausas”, como, efectivamente, ocurre en gran parte de la poesía de Antonia Pozzi.
Todos estos elementos los podemos apreciar en La vida soñada, cuaderno de poemas que Antonio Pozzi escribió en el año 1933, y que presentamos aquí. En él, como en ningún otro, aparecen temas muy íntimos y dolorosos para la joven poeta: la ruptura con el profesor Antonio María Cervi, y un hijo muerto, también fruto de esta relación. En todo caso, después de la muerte de Antonia Pozzi, éste y demás cuadernos fueron censurados y alterados por el padre de la poeta, el abogado Roberto Pozzi, sobre todo donde Antonia Pozzi alude la relación amorosa que sostuvo con el profesor Antonio Maria Cervi.
La vida soñada
Quien me saluda no sabe
que he vivido otra vida,
como quien narra
una fábula
o una parábola sagrada.
Porque tú eres
mi inocencia;
tú como una ola blanca
de tristeza cayendo sobre el rostro
si te llamaba con labios impuros;
tú como lágrimas dulces
corriendo en lo profundo de los ojos
si mirabas a lo alto
y de ese modo te parecía más bella.
Tú
velo de mi juventud,
mi vestido claro,
verdad desvanecida
o nudo
reluciente de toda una vida
que fue —quizá— soñada.
Oh, por haberte soñado,
mi vida querida,
bendigo los días que quedan,
las ramas muertas de todos los días que quedan
que necesito
para llorar por ti.
25 de septiembre de 1933
La alondra
Después del beso, salimos de la sombra
del olmo para regresar
sobre la calle:
sonreíamos a la mañana
como niños contentos.
La unión
de nuestras manos
creaba una concha
sólida
que custodiaba
la tranquilidad.
Y yo lloraba
como si fueras un santo
que calma la absurda
tormenta
y camina sobre el lago.
Yo era el alba
en el cielo
inmenso del verano
sobre interminables
extensiones de trigo.
Y mi corazón,
una alondra que conciliaba
la serenidad
con su canto.
25 de agosto de 1933
Agrupamiento
Si entiendo
eso que quisiste decir
―no verte más―,
creo que mi vida
aquí se acabaría.
Para mí la tierra
es solamente este palmo que piso
y el otro
que pisas tú:
el resto
es aire
en el cual navegan balsas
dispersas para encontrarnos.
De hecho, a veces surgen
hilos de algodón en el cielo limpio
o plumas de pequeñas
nubes a la distancia,
y quien miré desde allá, verá una nube
sola que se aleja
en un pequeño instante.
17 de septiembre de 1933
Comienzo de la muerte
Cuando te regalé
mis recuerdos de niña,
lo agradeciste: mencionaste que era
como si quisiera
comenzar de nuevo la vida
para dártela entera.
Ahora ya nadie
extrae de las sombras
a la pequeña y ligera
persona que fue
un alba breve, la muñequita.
Ahora nadie se inclina
a la orilla
de mi cuna perdida.
Alma,
y tú has entrado
en el camino de la muerte.
28 de agosto de 1933
Ibas a permanecer
Aseguraste
que ibas a permanecer
para eso que no fuimos,
para aquello que fuimos
y no seremos más.
Que en ti podría
fluir el agua
sepultada,
retornar los muertos
y habitar los que no han nacido.
Que la poesía,
tan querida por nosotros pero nunca
dispersa por el corazón,
la ibas a cantar
con gritos de niño.
La única espiga
entre dos cultivos difusos,
eres tú,
el retoño
de nuestra inocencia
bajo el sol.
Pero te quedaste allá abajo,
con los muertos,
con los que no han nacido,
con el agua
sepultada.
El alba ya se apagó con la luz
de las últimas estrellas:
ahora no necesita tierra,
sino solamente
el ataúd
de tu corazón enterrado.
22 de octubre de 1933
Maternidad
Pensé lo mantendría conmigo, antes
de que naciera,
mirando el cielo, las hierbas, el vuelo
de las cosas livianas,
el sol,
para que toda la claridad
descendiera en él.
Pensé lo mantendría en mí, tratando
de ser buena, tierna,
para que cada amabilidad
creciera en él
hecha una sonrisa.
Pensé lo mantendría conmigo, hablando
continuamente con Dios,
para que lo mirara
y nosotros fuéramos
redimidos en él.
24 de octubre de 1933
El niño en la avenida
Tiempo atrás le dije: “el niño
tendrá el nombre de tu hermano muerto”
en una tarde de octubre, oscura,
bajo los grandes árboles, sin
poder vernos los rostros
él estaba vivo. Y cuando nos detuvimos
en la avenida, en nuestro pies quietos jugaban
insectos con la grava
y las hojas caídas.
Por eso nuestros
pasos eran lentos, y fue dulce
―tan dulce― cuando
los ojos distinguieron una margarita
sobre la orilla del pasto
y sabíamos que un niño, apenas
inclinando su pequeño brazo,
podía agarrarla y no pisotear la hierba.
25 de octubre 1933
Los ojos del sueño
Tú me decías: “Quiero
que el niño tenga los ojos como los tuyos”.
Y yo me tocaba los párpados,
miraba el cielo
para sentirme la mirada
convertirse más azul. “Por eso
quiero que ya no llores”.
Oh, por respeto
de aquello que fue tuyo,
por amor
de aquello que has amado:
mira, ya no lloro;
mira, mis ojos ―todavía
puros y azules―
llevan el relámpago del sueño,
en el cielo todavía
hablan de él.
12 de octubre de 1933
Decisión
Y es tanta la tranquilidad,
que yo digo:
“Oh, tú podrías encontrar a la mujer
que te devuelva
a la criatura que habíamos soñado
y que ha muerto”.
Digo:
“Que al menos se haga
un surco en la tumba
y que mi llanto para ti se confunda
con la lluvia:
que bañe tu crecimiento
sin que nadie lo note”.
8 de septiembre de 1933