Los pastizales son un ecosistema no tan conocido en México y ocupan el 6.1% (118, 320 km²) de nuestro territorio. Medidas como la ganadería regenerativa son un paso más hacia su conservación.
Al rescate de los pastizales
Los pastizales son un ecosistema no tan conocido en México y ocupan el 6.1% (118, 320 km²) de nuestro territorio. Medidas como la ganadería regenerativa son un paso más hacia su conservación.
Texto de Claudia Luna Fuentes & Lorenzo Rosenzweig 17/08/20
Ante el sol, los pastizales parecen oros mecidos a voluntad del viento. Puede ser una postal nostálgica. Tal vez solo eso, pues como ecosistema son poco valorados; son casi unos desconocidos. Y es que los pastizales no suelen generar tantas emociones como las selvas, los bosques templados, las montañas, las costas y los arrecifes. Vistos desde lejos, parecen terrenos pacíficos, océanos de verde o dorada paz, según la época del año.
Sí, carecen de una topografía emocionante y de enormes árboles centinelas. Sus más fascinantes e importantes aliados, los bisontes, fueron eliminados casi totalmente de estos paisajes hace cien años. Aun así, sí son ecosistemas interesantes, ricos y vitales. Los pastizales tienen vasta complejidad y abundancia. En sus suelos, en los continentes de América y África, se gestan alimentos, forraje y energía para casi mil millones de personas. Su valor es tal, que almacenan agua y carbono, y son hogar de una gran variedad de especies residentes y migratorias. Vistos así, son espacios indispensables, por decir lo menos.
En México existe una región de pastizales llamada Valles Centrales, que se expresa en 26,943 kilómetros cuadrados del centro del estado de Chihuahua. Es la porción sur de un gran corredor de pastizales compartidos entre Canadá, los Estados Unidos de Norteamérica y México. La Comisión para la Cooperación Ambiental de Norteamérica -un organismo internacional que agrupa a estos tres países-, le dio la categoría de Área Prioritaria de Conservación de Pastizales. Y es que la importancia de esta región es internacional, ya que ahí pasan el invierno decenas de especies de aves migratorias de Estados Unidos y Canadá, y es el hogar de las últimas manadas del berrendo mexicano (Antilocapra americana mexicana) y de las últimas parejas del halcón aplomado (Falco femoralis septentrionalis), una especie amenazada en México. Es también morada de apenas un par de centenas de bisontes americanos que se resguardan en el Rancho el Uno, en corazón de la Reserva de la Biosfera de Janos. Lamentablemente, no hemos hecho suficiente para proteger estos privilegiados y amplios espacios naturales en los cuales nuestro horizonte, aserrado de montañas, abraza el cielo.
Si bien, la tierra y el ser humano conforman una alianza indisoluble, hay relaciones que lastiman, como las prácticas de monocultivo y otras acciones que empobrecen la tierra y sus frutos, y que en esta región se practican a gran escala.
La agricultura industrial ha crecido a un ritmo del 6% anual durante las últimas décadas, provocando la pérdida de más de 70,000 hectáreas de ecosistema de pastizal, tanto conservado como degradado. Como una enorme bestia que succiona desde el corazón de la tierra, borbollones de agua salen de nuestros acuíferos fósiles para alimentar cultivos de riego utilizando la técnica por aspersión a través de un pivote central. Vastas áreas para cultivos agroindustriales como la soya, el algodón, la alfalfa, el maíz o el sorgo, son visibles en las imágenes de satélite marcando de manera circular, ordenada e implacable, el territorio.
La actividad agrícola en los Valles Centrales, se encuentran principalmente a cargo de comunidades menonitas, quienes cuentan con el capital y el conocimiento para invertir en complejos sistemas hidráulicos y otras sofisticaciones agro-tecnológicas. Desde una pantalla digital y con control en mano, una o dos personas operan el riego y fertilización de enormes extensiones de cultivos. Si bien, el riego con pivote es una poderosa y legítima herramienta para la agroindustria y economía tradicionales, aquí también comienza el alejamiento de la comprensión de los procesos de la tierra y el agua, un binomio vital si consideramos la viabilidad y funcionalidad a largo plazo de nuestros ecosistemas, nuestra tierra y este hogar vivo que llamamos México.
El cuidado y el manejo del territorio nacional carecen, hasta ahora, de una visión y un plan de largo plazo con fundamento científico y en beneficio de la vocación natural de nuestra asombrosa geografía. Como nación, no acertamos a definir un proyecto de país en el que saquemos el mejor provecho a la inmensa riqueza de nuestro territorio sin comprometer el futuro de los recursos. Un ejemplo, en esta degradada y árida región de los pastizales de la meseta central en Chihuahua, son las concesiones de agua que vulneran el equilibrio de los acuíferos, rompiendo el balance entre extracción y recarga. Si no consideramos en la ecuación criterios como la preservación de la vida, la salvaguarda de los ecosistemas, o el beneficio colectivo de los mexicanos, son un mal negocio para las siguientes generaciones.
Afortunadamente, hay alternativas de uso y producción primaria, compatibles con el ciclo natural y las relaciones entre especies que han caracterizado a esta región durante miles de años. Una de ellas es la “ganadería regenerativa”. Esta práctica innovadora, que utiliza ganado vacuno para hacer un pastoreo que replica el comportamiento de las manadas de grandes herbívoros silvestres del pasado, pero en la escala de un rancho, brinda resultados de restauración urgentes para la conservación de los pastizales, y un manejo eficiente y efectivo del agua disponible en ellos.
En la modalidad de ganadería regenerativa, los andares del ganado desempeñan las funciones que originalmente realizaban las manadas de bisontes, los imponentes ungulados nativos de Norteamérica, que al recorrer estos parajes en migraciones anuales norte-sur-norte, en grupos de cientos de miles de individuos, removían y aflojaban con sus pezuñas el suelo, depositaban nutrientes, desplazaban semillas en sus pelajes y estómagos, y restituían el equilibrio biológico a través del efecto simbiótico con el pastizal. Cuesta a una mentalidad monetizada colocar un valor más allá del mercado, a la propia dinámica de la naturaleza que se ayuda con seres vivos para que nosotros, esos otros seres vivos, compartamos los beneficios.
La mayor tecnología, imperceptible o invisible a ojos agroindustriales, se encuentra a la vista de todos que se detienen a observar: en las acciones de los organismos vivos que suman para lograr bienestar de un territorio que beneficia a comunidades humanas y animales. Nos cuesta compartir los beneficios de lo que creemos solo nuestro. Pero, por fortuna, hay quienes sí lo consideran, como lo hacían los grupos humanos que nos precedieron. Éstos son tiempos de volver los ojos a esos conocimientos.
En Chihuahua y otras entidades de México, hay grupos de ganaderos visionarios que modifican la ecuación tradicional a través de la ganadería regenerativa. Ellos son nuestra principal esperanza para que los pastizales y otros ecosistemas de México puedan ser rescatados, al ofrecernos una opción productiva que sí respeta y dialoga con la herencia y la vocación natural de los ecosistemas.
Nos basta señalar un par de ejemplos de estos heroicos pioneros que, frente al acelerado cambio de uso de suelo con fines agrícolas en los pastizales nativos del norte de México, y su consiguiente pérdida de biodiversidad son una esperanza para proteger estos ecosistemas, sus servicios y funciones ambientales y su conectividad biológica a escala continental. Ellos son Pasticultores del Desierto A.C. (www.pasticultoresdeldesierto.com) y Manejo Regenerativo de Ranchos A.C., dos redes que comparten experiencia, conocimiento y una misma visión que incluye formas de producir responsablemente y cuidar a la vez nuestra tierra. Los integrantes de estas redes buscan replicar, a través del pastoreo intensivo planeado, los modelos naturales altamente efectivos y eficientes que la naturaleza ya experimentó por decenas de miles de años en estas vastas praderas.
En este mismo espíritu, pero con métodos específicos para los ecosistemas tropicales de México que nunca fueron praderas, hay buenos ejemplos de ganadería responsable en el Rancho el Yaqui en el estado de Chiapas (www.ganaderiaregenerativa.com) y en Ganadería La Luna en el estado de Veracruz (www.ganaderialaluna.com).
Son estos esfuerzos de compromiso con la vida que debemos incentivar y divulgar, al tiempo que apoyamos con nuestro consumo responsable. Solamente así, podremos recuperar, poco a poco, nuestras selvas y pastizales y lograremos disminuir el apetito por convertirlos en espacios para cultivos agroindustriales, con una visión de corto plazo, que agota el agua, privilegia las utilidades y provoca sistemáticamente el agotamiento de nutrientes y minerales, hasta dejar a la tierra infértil.
Mientras, en los horizontes de los pastizales que prevalecen con salud, las semillas siguen en dispersión, los bisontes y el ganado huellan los suelos y todos los seres vivos se unen en procesos e intercambios de vida que nos sostienen y que la comunidad humana, en lo general, no comprende. Flora, fauna, agua y suelos siguen en el canto del hacer, con los tejidos de sus presencias, enlazando una columna vertebral de praderas, al centro septentrional de nuestro continente, de México hasta Canadá, migrando vida y generando riqueza natural.
Nuestros ganaderos, nuestros vaqueros, nuestra recia gente de campo, todos ellos suman, bien plantados en sus territorios, trabajándolos de sol a sol, con la presencia del fucilazo mayor o del hielo más ardiente, que cala en la madrugada al sacar el hato a pastar. Todo esto en nuestro beneficio.
Así, seguro esto puede cambiar.
Esperemos que no sea tarde, y como equilibristas de gran arrojo, tal vez sea posible sumar buen gobierno, política pública y trabajo efectivo de campo, para que la recuperación de nuestro capital natural no sea un discurso en una palestra, sino la importancia de la vida, de nuestro México, tatuada en el alma, tatuada en la piel.
Bisonte*
yo bisonte
un tumulto de pisadas
de pelambre
manada en movimiento
bisonte entre bisontes constantes
dando masajes a la tersura de humedades y pedruscos:
hoyar un poco
palmear notas graves a la tierra
bisonte en avance
yo era un rumor una vibración sobre esa epidermis diamantina
pelambre bruñida por las rocas entre troncos o semillas erizados
existencia y gratitud como una sola significación
ah la tierra y sus perfumes
percibíamos su deleite
su éxtasis como espuma en el río contiguo
todo ardor éramos
unidad de intención al suavizar el territorio
que debajo se movía imperceptible pero definitivo
éramos puro atrevimiento
pura certeza en movilidad para el vigor del núcleo y sus húmedos recursos
golpe rítmico de nuestras patas
masaje necesario para la resistencia del sistema
esa era mi tarea
y esto ocurrió en un valle
visto a la vez y a un tiempo por ojos míos que eran también ojos de quien se esparce es decir de ojos del viento
o de ojos colgados del cielo desde allí arriba nosotros vistos
tan abarcadora era la visión
respiración humeante
sosiego en tierras frías
éramos un río de sangre al galope
esa conciencia de unidad sin importar estas descripciones
inclusive sin importar los ojos o la ausencia de ojos
pues todo era trivialidad mientras fuera la vida ocurriera
y luz en agitación por supuesto
*Poema por Claudia Luna Fuentes. En su versión original se titula “Búfalo”, ya que fue escrito en Deutschlandsberg, Austria
**Fotografías de Lorenzo Rosenzweig.
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