México ante los desafíos de un mundo en transición

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030, presenta la sección Replantear la presencia de México en el mundo, coordinada por Susana Chacón y Olga Pellicer.

Texto de 19/02/24

El Centro Tepoztlán Víctor L. Urquidi, en su proyecto México próspero, equitativo e incluyente. Construyendo futuros 2024-2030, presenta la sección Replantear la presencia de México en el mundo, coordinada por Susana Chacón y Olga Pellicer.

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La transformación del orden internacional, que se aceleró notablemente durante los últimos años, nos obliga a peguntarnos sobre los desafíos que presenta para la política exterior de México. La pregunta es particularmente pertinente si atendemos al nuevo tipo de acuerdos, demandas y tomas de posición que se manifiestan desde el llamado Sur global.

México, socio ambivalente del Sur global

Para empezar, debemos reflexionar sobre el grado en que México pertenece al Sur. La respuesta no es fácil porque el país tiene una doble pertenencia. Para algunos (pregúntenle a Brasil, por ejemplo), México pertenece al Norte. Geográficamente es cierto, pero desde el punto de vista cultural, de idioma y costumbres, pertenecemos a la región de América Latina.

Al interior de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en donde la asignación de puestos para sus diversos órganos la pertenencia regional es importante, somos miembros del Grupo de América Latina y el Caribe (GRULAC). Visto de otra manera, si hago una breve encuesta en México preguntando si se sienten latinoamericanos o norteamericanos, estoy segura que una notable mayoría diría latinoamericano.

Cabe recordar que en el siglo XX, México fue un importante líder latinoamericano. Fue el país que más influencia tuvo al hacer sentir la voz de la región durante la creación de la ONU (Conferencia de Chapultepec) y el que mayor independencia adquirió en la Organización de los Estados Americanos (OEA) (mantenimiento de relaciones con Cuba). En breve, es un país que se atrevió a disentir de Estados Unidos en los foros multilaterales en los años difíciles de la Guerra Fría.

No es trivial que en aquella época haya tomado una posición independiente ante un problema de seguridad hemisférica, como fueron las guerras de Centroamérica. Se creó entonces el Grupo Contadora, del que nació el Grupo de Río, el primer órgano de coordinación política en América Latina.

En aquellos momentos, México tuvo iniciativas que dejaron huella, como su propuesta para la Declaración sobre los Derechos y Deberes Económicos de los Estados; la lucha por el desame nuclear; la propuesta para la desnuclearización de América Latina, consagrada en el Tratado de Tlatelolco; las reuniones sobre el Diálogo Norte-Sur, etc.

Semejante liderazgo se perdió en el siglo siguiente. Su campo de acción, su liderazgo, sus iniciativas y su presencia se han ido desvaneciendo. México no es hoy un vocero importante del Sur global, de la manera que lo son Brasil, la India o Sudáfrica. No puede serlo porque, desde el punto de vista económico, es uno de los países más integrados a Estados Unidos. A partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994, y el abandono del Grupo de los 77, México ingresó, desde la perspectiva económica, a la región de Norteamérica.

México, un socio cercano y distante de Estados Unidos

México es, junto a China y a Canadá, uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos. El tráfico por la frontera entre los dos países es el más intenso del mundo. En ninguna otra parte se ve la cantidad de cruces que tienen lugar, por dar un ejemplo, entre Tijuana y San Diego.

Ahora bien, lo anterior no significa que México sea un aliado de Estados Unidos de la manera en que lo es Canadá. Somos socios comerciales, no somos aliados. Los aliados cooperan de manera decidida en el ámbito militar. Asimismo, tienen objetivos comunes respecto a lo que consideran amenazas a su seguridad nacional.

México no es un aliado militar, no pertenece a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y se ha resistido siempre a la instalación de bases militares en su territorio, por lo que su oposición a la fuerza militar interamericana es conocida; la desconfianza a las agencias estadounidenses de cooperación en materia de seguridad, como la Administración de Control de Drogas (DEA), ha dado origen a frecuente desencuentros. Uno de los más recientes fue la detención por Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos, su liberación por parte de México y el reconocimiento otorgado en octubre de 2023 al General por el presidente Andrés Manuel López Obrador.

“Relaciones económicas robustas, relaciones políticas distantes”, es una frase que resume bien la compleja relación que, con notables altibajos de cordialidad, frialdad, acercamientos y distanciamientos ha caracterizado las relaciones México-Estados Unidos desde finales del siglo XX.

Al adentrarnos en la tercera década del siglo XXI, diversas circunstancias confluyen para profundizar la complejidad, las oportunidades y los peligros de la relación entre los dos vecinos. De una parte, la disputa entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial, aunada a problemas de abastecimientos de semiconductores como resultado de la pandemia de covid-19, precipitó la decisión de inversionistas estadounidenses de relocalizar sus inversiones en China hacia territorios más cercanos. El famoso nearshoring que, en opinión de muchos, representa un verdadero punto de transición para el desarrollo industrial de México. De tener éxito, profundizará la pertenencia económica de México al Norte.

No me voy a detener en los múltiples aspectos del fenómeno que merecen un análisis más detallado. Basta recordar que son muchas las tareas que México debe cumplir en materia de generación eléctrica, infraestructura de transporte, aprovisionamiento de agua y Estado de derecho para que las mencionadas empresas lleguen al país.

No obstante el entusiasmo por las oportunidades económicas, desde el punto de vista político se viven momentos de alta tensión. Dos temas en particular ensombrecen en estos momentos las relaciones entre México y Estados Unidos: por una parte, el tráfico de drogas, y, por la otra, el crecimiento, cuantitativo y cualitativo, del número de personas que desean llegar a Estados Unidos desde su frontera sur. No se trata de problemas nuevos, aún menos son problemas fáciles. Por el contrario, son temas que han adquirido enorme complejidad y son origen de la violencia y las violaciones a los derechos humanos tan presentes en la actualidad a lo largo del territorio nacional.

Elecciones: una situación que acrecienta los desencuentros

Lo tema difíciles en la relación con Estados Unidos han adquirido dimensione distintas al ser utilizadas para fines electorales por el ala más radical del Partido Republicano. Los problemas de México (según se advierte claramente en las elecciones primarias de dicho partido), se han colocado al centro de su propaganda electoral. Utilizar a México como motivo de movilización electoral no es nuevo. Se hizo con éxito en la campaña de Donald Trump o cuando el slogan que mayormente entusiasmaba en sus mítines era llamar a construir un muro para separarse de México, el cual “pagarían los mexicanos”.

Esta vez no se trata de construir un muro. Ahora va mucho más lejos. Se trata de calificar como terroristas a los cárteles de la droga mexicanos para, a partir de ahí, solicitar la intervención militar en territorio mexicano para perseguirlos.

Los escenarios del futuro son, pues, inciertos y plenos de riesgos. Mucha influencia tendrá sobre la marcha de los acontecimientos el resultado de las elecciones en Estados Unidos. Prever esos escenarios y reflexionar sobre cómo enfrentarlos es una tarea obligada. Le queda poco tiempo al presente gobierno para preparar su respuesta a los problemas que se avecinan.

La larga lista de problemas pendientes con Estados Unidos, que van de la migración y el tráfico de drogas, en particular el fentanilo, a los paneles de controversias sobre la interpretación de las normas establecidas en el Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), requiere de un equipo muy profesional, listo a equilibrar la defensa de principios de soberanía con la conciliación necesaria con el socio fundamental para la marcha de la economía mexicana. Lograrlo es uno de los mayores desafíos que enfrenta la política exterior del país. No se pueden descuidar, sin embargo, ciertas condiciones que ejercen un contrapeso a los graves problemas descritos.

Caerse juntos al precipicio

En el caso de México y Estados Unidos, no podemos mirar solamente al cuadro de inquietudes y desencuentros que hoy se observan. Es necesario ver otra cara de la moneda.

Los problemas que enfrentan las relaciones entre los dos países en estos años de elecciones deben verse a la luz de la interdependencia estructural que eleva notablemente el costo de no resolver los problemas pendientes. Es posible que Trump gane las elecciones. Ello no significa que pueda tomar acción contra México, cuyo costo sería muy alto para los intereses de diversos sectores en su país. El muro no resuelve, sino empeora los problemas. La interdependencia México-Estados Unidos es mutua. Hay múltiples ejemplos de producción compartida. Unas piezas se fabrican aquí, otras allá. Si por motivos políticos se cierra la frontera, el costo que ello representa para la producción de automóviles, para solo dar un ejemplo, perjudica seriamente a la industria automotriz en Estados Unidos.

El cierre de la frontera decretado por funcionarios de Texas ha costado miles de millones de dólares, pero no solo en el lado mexicano, pues las consecuencias son para todos. Los que no reciben provisiones y tienen que pagarlas mucho más caras son los consumidores estadounidenses.

México y Estados Unidos tienen producción compartida de diversos bienes. Detener los intercambios perjudica de inmediato a los dos países. Otro tanto ocurre con el movimiento de mexicanos hacia Estados Unidos. Mucho se ha hablado ya de lo que sería “un día sin mexicanos” en el país vecino para la recolección de diversos cultivos, la industria de la construcción, el cuidado de jardines, la atención a niños y ancianos, el funcionamiento de hospitales, etc.

Los programas de Joseph R. Biden en materia de infraestructura de carreteras y vías de ferrocarril requieren de mano de obra migrante. Más que nunca, los migrantes son necesarios para el crecimiento económico de Estados Unidos.

A su vez, el envío de remesas de mexicanos que laboran en Estados Unidos contribuye al bienestar de numerosas familias mexicanas. Paralizar tales envíos produciría una crisis financiera y social que ahondaría, justamente, las actividades ilícitas que pretenden detener mediante el envío de fuerzas militares.

México y Estados Unidos no son aliados militares, no coinciden en sus visiones de las amenazas a la seguridad nacional, pero deben coincidir en que disolver las fuertes conexiones que existen entre ellos causaría graves daños de ambos lados de la frontera.

Reflexiones finales

El cuadro general de los momentos difíciles que se avecinan para 2024 lleva a reflexionar sobre propuestas específicas de acciones a llevar a cabo para enfrentar los desafíos. Entre ellas propongo las siguientes:

1.- Reconstruir, mejorar y fortalecer el andamiaje institucional para conducir las relaciones entre los dos países. La debilidad de las instituciones en México que conducen la política exterior es un problema tradicional que ha empeorado considerablemente los últimos 5 años.
Hay una gran confusión sobre cuáles son las funciones que corresponden a las diversas secretarías de Estado que tienen que ver con el diálogo con Estados Unidos. Múltiples ejemplos se pueden dar de la manera que asuntos de seguridad y migración carecen de una ubicación clara al interior de la administración pública.
La pertenencia del Instituto Nacional de Migración a la Secretará de Gobernación y la casi total indiferencia de la Secretaria de la misma sobre el tema son un buen ejemplo de la dificultad para tener interlocución adecuada con sus contrapartes estadounidense cuando se conversa sobre el tema.

2.- Es necesario modificar ese manejo y recurrir, como ya ocurrió en el siglo XX, a la creación de grupos binacionales independientes, integrados por expertos de ambos países que, más allá de la coyuntura electoral, puedan proponer una nueva narrativa para que los temas difíciles de la relación se estudian y resuelven desde otra perspectiva.
El complejo tema de la migración se debe abordar desde el punto de vista de las necesidades laborales en uno y otro país. En el centro debe estar la posibilidad de complementarse, no de centrarse en “amenazas a la seguridad nacional”. Es posible, entonces, encontrar formas de cooperación en las que la capacitación de recursos humanos que requiere Estado Unidos en estos momentos se lleve a cabo en México, contribuyendo, simultáneamente, a mejorar la formación de jóvenes mexicanos y fortalecer la competitividad de las empresas estadounidenses que se relocalicen en nuestro país.
Esas y otras ideas pueden superar los desencuentros en diversos campos, como la creación conjunta de centros de inteligencia dirigidos a combatir el tráfico de drogas. La creación de confianza es indispensable. Debe estar basada en respeto mutuo y reconocimiento de los derechos soberanos de cada Estado. Esto no solo es posible, pues ya se ha experimentado en ocasiones anteriores con resultados muy positivos.

3.- Para México, ese cambio de perspectiva no se refiere únicamente a Estados Unidos. En los 5 años del gobierno de López Obrador, el abandono de la política exterior ha sido inmenso. México ha disminuido, al grado de casi desaparecer, su presencia en el mundo. Basta señalar que López Obrador solo ha visitado algunos países, pocos, en América Latina y solo ha estado tres veces en Estados Unidos, por muy pocas horas y nunca en una visita de Estado.
No será fácil para el nuevo gobierno reconquistar la presencia de México en foros multilaterales y en diversas regiones de mundo. Tres espacios deberán tener prioridad al buscar esa reaparición: foros multilaterales, en particular las agencias de la ONU, que se ocupan de cambio climático, salud y nuevas tecnologías. En segundo lugar, dos regiones: Asia, sobre todo China, y Europa. Finalmente, los países del Sur global (América Latina, Asia y África), con quienes se tienen que encontrar coincidencias y ampliar posibilidades de acción conjunta, sin por ello perder de vista nuestra estrecha relación económica con Norteamérica.
Para terminar, no es ocioso referirse a la necesidad de lograr, como lo hicimos con bastante éxito en el siglo XX, la capacidad de entendernos bien con Estados Unidos, manteniendo siempre márgenes de independencia. Dicho con otras palabras, estar de acuerdo en estar en desacuerdo. EP

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