Ni se te ocurra desmayarte el Día de la Bandera

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 26/02/20

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

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Nuestro lábaro patrio merecía una solemne ceremonia.

Por eso el Campo Marte se dividió en dos sectores. Al primero lo conformaba una amplia tribuna atestada de jefes militares, entre ellos los secretarios de Defensa y Marina. Ahí los acompañaban los políticos más poderosos de México: los secretarios de Educación, Gobernación, Relaciones Exteriores, Seguridad, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, la jefa de gobierno y el presidente de la república. Nada menos. Para ellos, asientos donde encabezarían cómodos la fiesta bajo un amplísimo techo que les brindaba frescura y protegía del furioso sol matinal del 24 de febrero.

¿Y cuál era el segundo sector en que se dividió el lunes el Campo Marte? El propio campo: el césped. Ahí no tenían asientos, ni agua, ni techo para protegerse del furioso sol matinal cientos de niños de escuelas públicas y tampoco los cadetes del Ejército. Menores y soldaditos esperaban de pie los discursos de los poderosos de enfrente. Los poderosos llegaron al iniciar la ceremonia. En cambio, niños y soldados fueron citados 2.5 horas antes del inicio. Casi sin pestañear, como obliga nuestro lábaro patrio, se mantuvieron paraditos 150 minutos. Sí, parados bajo el rayo de sol sin el atenuante de una nube: el termómetro trepó a 29 grados.

En el silencio sepulcral, el ministro Arturo Zaldívar, presidente de la Suprema Corte, decía al micrófono “la Constitución es el eje rector en el cual debemos fundar nuestra fortaleza y unidad”, cuando de pronto, frente a él y sin esa fortaleza, la abanderada de la escolta del Ejército se desvaneció con la bandera en las manos y tampoco recibió los beneficios de la unidad exaltada por el ministro: sobre la verde hierba, al lado de la joven, a solo centímetros, sus compañeros soldados de la escolta solo la vieron. No hicieron nada, no hubo la más ligera reacción. Firmes como soldaditos de plomo, la tenían a sus pies, y nadie, ninguno, se agachó para auxiliar a su compañera. Como estacas la vieron si acaso de reojo. 

¿Estaba infartada, desmayada por el sol? Quién sabe, pero sus superiores y la educación cívica desde la escuela primaria les han inculcado que más les vale no descuadrar las ceremonias. Importan las ceremonias, no las razones por las que existen.

Cerca de ella también se insolaron y desvanecieron unos 20 menores. Niñas, casi todas. ¿Qué hizo el gobierno? Las sacó de la fiesta, pero a los que no se cayeron les repartió dulces, como ayer exhibió Reforma en una videonota. Con la energía que les subieron los ositos Montes u otros caramelos, debían resistir estoicos el magno evento.

¿Cuántas miles, acaso millones de horas dedican los 25 millones de alumnos de Educación Básica del país a cantar los lunes el Toque de Bandera y el Himno Nacional? ¿Cuánto tiempo infinito dedicamos a eso mismo otras generaciones? ¿Cuántas horas han destinado los mexicanos a recordar el Grito, la Revolución, en tiesas ceremonias acartonadas que al final son un inmenso vacío, desoladores espacios huecos de significado porque lo importante es “derechitos, niños”, “hagan el saludo al lábaro patrio, mano derecha sobre el pecho”. Y luego pasamos al salón y a grabarse fechas, nombres, de malos y buenos, muy al estilo en como explica la historia nuestro presidente: Porfirio Díaz, malo. Benito Juárez, bueno. Maximiliano, malo. Hidalgo, bueno. Santa Anna, malo. Allende, bueno. Huerta, malo. Zapata, bueno. 15 de septiembre, Grito. 20 de noviembre, Revolución. 24 de febrero, bandera. 5 de mayo, Batalla de Puebla. “Apréndanselo bien, niños”.

Esa es la historia que nos cuentan.

La celebración del lunes y cada centímetro de este país en desgracia prueban que esas ceremonias repetidas ad infinitum en nuestras vidas son La Esterilidad. Por lo visto para inocular valores hay que crear otros caminos, pero desde el poder actual se sigue el mismo que adoptaron Díaz Ordaz, López Portillo, Carlos Salinas.

Algo muy malo pasa con la educación y la veneración embrutecida a nuestros símbolos si los poderosos gozan bajo techo mientras sus súbditos niños y soldados esperan bajo el sol. Si la solución a la deshidratación es darles a los niños caramelos (no vaya a ser que se moleste el presidente). Si la abanderada de la escolta del Ejército se desvanece, yace inconsciente en el suelo, y a los militares no les nace ayudarla porque los mandan estarse quietecitos. 

“Ay, muchacha, cómo se te ocurre desmayarte en la ceremonia del lábaro patrio frente a esos señores que están allá disfrutando el fresco.” EP

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