Seis grados de separación es el blog de Sylvia Aguilar-Zéleny y forma parte de los Blogs EP
Miedo, terror y lo que se le parezca
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Texto de Sylvia Aguilar-Zéleny 16/01/20
Anais Nin decía que la gente que vive profundamente no tiene miedo a la muerte. Me aventuro a decir que la gente que vive profunda y totalmente no tiene miedo, punto. Pero, todos tenemos miedo a algo. Converso con mis amigas –y con las amigas de mis amigas—sobre eso, sobre los miedos: los miedos de la infancia, los miedos absurdos, los miedos serios y sobrecogedores. Descubro, pues, que mientras una les tiene miedo a las cucarachas voladoras, una teme aún a cierta portada del grupo Kiss, otra a la intro musical del programa La hora marcada, y una más me confiesa que –cuando niña—tenía miedo a ser abandonada en el cine. Mi hijo, sin pensarlo mucho, me ha dicho que temía, teme y temerá siempre ir al dentista. Conozco alguien que recién me confesó que tiene miedo a nunca ser feliz. Y sí, quien no vive profundamente teme lo más básico: la muerte.
El miedo, sin embargo, convertido en arte se vuelve irresistible. O eso pienso cuando se cruzan en mi mente Emil Ferris, Jenny Saville y Mónica Ojeda. Cada una de ellas hace del miedo un filtro a lo más profundamente humano.
Lo que más me gustan son los monstruos es una novela gráfica en la cual Emil Ferris explora la forma en que la luz se muestra en la oscuridad. La protagonista es Karen, una niña que, libreta en mano, investiga la muerte de una vecina y aprende de la violencia que la rodea. Karen es fanática de los cómics y las películas de terror y, como es incapaz de ver la belleza en sí misma, se dibuja como un pequeño hombre lobo. Y este pequeño hombre lobo une y cura piezas de arte, resuelve en dibujos su vida.
Esta novela es visualmente esplendorosa, increíble lo que un bolígrafo puede hacer, pero sobretodo la narrativa de Ferris conjuga misterio, memoir, ficción histórica, arte, humor, romance, thriller y un crítico comentario a movimientos sociales y políticos de diversas épocas. Este es un libro de todo y que no puede dejar nada fuera. Uno de mis momentos favoritos es cuando, al hablar del cáncer de su madre, Karen dice: “Me imagino que es como piedra, papel o tijeras, bala de plata, estaca, fuego le gana a un monstruo. Pero monstruo siempre le gana al cáncer y mi mamá, Deeze y yo seremos una tribu de monstruos con nuestra propia guarida y todo”. El miedo, parece decirnos Ferris, es una enorme lección de autoaprendizaje.
Hay algo más terrorífico detrás de este libro. Ferris lo escribió después de haber sido infectada por el Virus del Nilo que le provocó encefalitis y meningitis y la dejó paralizada por largo tiempo. ¿No es increíble que justo el miedo a no volver a dibujar la haya hecho dibujar un libro de miedo precisamente?
No me acuerdo cuando o dónde vi el primer cuadro de Jenny Saville, pero sé que anoté su nombre, el título y sé que lo memoricé y vive en una parte de mi cabeza a la que suelo recurrir cuando no sé qué hacer. Rosetta II es de 2005 y es una acuarela enorme que retrata –en riguroso close up— el rostro de una mujer con los ojos azules de ceguera, ojos que acaban de ver lo que más se teme. Los brochazos muestran la fuerza de la muñeca que no teme decir lo que tiene que decir. Los brochazos dan el mismo miedo que los puños de un desconocido.
El estilo de Saville es muy particular, sobresale la belleza de sus trazos que son finos y de pronto, se niegan a serlo, de pronto hace de los pincelazos un acto de fuerza y rebeldía. La artista, como Ferris, investiga lo bello y lo violento o bien lo violento de lo bello o lo bello de lo violento. Pero encima de los trazos están los colores, los azules antes del moretón, los blancos que se anhelan, los rojos un intento por hacernos a nosotros sangrar aún cuando en sus cuadros nadie sangre.
Jenny Saville nos acerca al cuerpo, la obesidad, a la realidad tangible, no la endulza, nos muestra una tristeza profunda, miradas que han perdido todo o que saben que pueden perderlo todo. Sus personajes lastimados, ¿por sí mismos o por otro? son un campo de guerra que una no quiere ni puede dejar de ver.
Si la oscuridad se dibuja en Ferris y en Saville, en Mandíbula de Mónica Ojeda se dice y se vive. Esta novela es una pesadilla para todo profesor de preparatoria. O no la novela, sino sus personajes. Se parte de una adolescente atada de manos y piernas en una cabaña, presa de su profesora. Pero ella no es la víctima. O no del todo. Ella y sus compañeras son el terror de una preparatoria Opus Dei. Este grupo de chicas, como la Karen de Emil Ferris, son fanáticas del horror pero no solo lo profesan, sino que lo llevan a cabo sin medir consecuencias. Pincelazos a lo Saville, pues.
Mónica Ojeda fabrica un miedo que yo no sabía que podía tener, el miedo a la mente de otrx. No se trata de una historia de bullying gone bad, sino de los monstruosos motivos a los que mujeres jóvenes y mayores recurren por diversión o vulnerabilidad, por miedo o por venganza. Los personajes femeninos de Ojeda son capaces de “disfrazar su hambre de violencia con ingenuidad fingida” como resultado de la violencia o la pasividad en casa, de la sobreprotección o la anulación, de la imaginación o del deseo.
Yo no sé si de niña creía y/o le tenía miedo a los monstruos, pero sé que de haber visto los cuadros de Saville entonces, hubiera pensado que eran monstruos, y no seres violentados por la vida cotidiana. Me hubiera gustado leer más joven a Ferris y a Ojeda, y permitirme entrar a ese miedo con la posibilidad de cerrar el libro antes del anochecer. Antes de verlo a diario en las noticias. Ese miedo, cualquier miedo, es preferible al que tengo y que no es a las cucarachas voladoras o a ir al dentista, sino a los seres que, incapaces de resolverse a sí mismos, nos volvemos monstruos incapaces de vivir con la profundidad esa de la que hablaba Anais Nin.
No sé si son seis grados lo que separan a estas tres mujeres o si, en realidad, solo las unen. Eso, las une el miedo. Nos une el miedo. EP
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