La moronga es el blog de La Murci y forma parte de los Blogs EP
La moronga: Una biblioteca dentro de una librería
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Texto de La Murciélaga 07/11/19
Hola amigos, acá la Murz. Hoy vengo a compartirles un chisme jugoso que descubrí. No lo saben pero bajo mis alas, cobijados, sometidos, trabajan cuatro muchachos. Soy muy bondadosa al llamarles así porque los cuatro ya tienen un pie en la tumba, pero da igual, aún se les aprecia un brillo de inteligencia animal en los ojos, así como una disposición entre juvenil e infantil hacia ciertos aspectos de la vida. ¿Y quién soy yo para juzgar?
El caso es que estos muchachones, como quien no quiere la cosa, se hicieron de un pequeño nicho dentro de mi cueva para armar una biblioteca, ¡en mi honor! ¡Me conmueven! Así, entre los más de siete u ocho mil libros que adornan mi morada y que están a la venta, hay también un puñado de libros que mis súbditos no están (hasta ahora, piratas) dispuestos a vender. ¿Y qué clase de libros aprecian estos libreros? Veamos.
Están, primero, los que abiertamente hacen algún tipo de referencia hacia mi curiosa ascendencia: en este sentido El vuelo del vampiro (1984) de Michel Tournier tal vez sea el más transparente de todos ellos. En él, Tournier hace un repaso por un grupo de “escritores naturales” que, al publicar, parecen “soltar una turba de vampiros sedientos que se desperdigan en busca de la sangre y del calor humanos”. ¿A quién me recuerda esa negra manada de libros-vampiro?
Con tino meramente nominal, en el mismo nicho guardan la novela La primavera de los murciélagos de J. Leyva; un curioso e ingenioso librito que sacó la SEP titulado Aleteo de colmilludos de Enrique Romo; Conferencia de vampiros de Francisco Segovia y Othón Téllez; una que otra antología de relatos de vampiros; y Murciélagos de Gustav Meyrink, que incluye una página en la que una mano anónima pero firme anotó a lápiz: “¡No se vende!”.
Estos títulos, para no dejar, también son acompañados por otros títulos, como un montón de libros sobre libros, como El libro y la imprenta de Francisco Beltrán; Bibliofilia y bibliofobia, refranes recopilados por Manuel Porrúa o Escritos y dichos sobre el libro (edición de Manuel Bartolomé y María Vidal). Como siguen aprendiendo, también en esta biblioteca reunieron un montón de libros sobre el oficio del librero, entre ellos Memorias de un librero escritas por él mismo, de Héctor Yánover, o Crónicas desde el piso de ventas, de Iván Farías. Además, hay un montoncito de libros que les han regalado amigos, como De perfil de José Agustín, La Biblia Vaquera de Carlos Velázquez o Los pornosonetos de Pedro Mairal.
Podría seguir enumerando los libros que atesoran pero sobre todo quiero llamar la atención a esa rara manía de guardar en mi cueva títulos que escapan a la lógica del mercado. Se me ocurre algo. Sé que mis libreros no son unos santos ni unos anacoretas (aunque uno ya se ganó el mote de Tere, por Teresa de Calcuta), y que en buena medida siguen tan apegados al mundo material como Costco. Pero en contra del espíritu de las librerías-supermercado, que exista ese corazón oscuro en uno de mis anaqueles, hace de esta cueva un lugar acogedor para el bibliómano, el bibliófilo y el lector. ¿Exagero? ¿Se me pasaron las copas de yugular? Tal vez el nicho donde se esconde esa pequeña biblioteca sólo sea un talismán, pero ya es algo, ¿no es cierto? Estos muchachos, cada tanto, me ofrecen gestos que me recuerdan que no soy sólo un animal chupasangre, también tengo un corazoncito que ofrecer. Se me intenta hermanar así con una tradición que poco tiene que ver con el espíritu rapaz de Amazon o el que anima las listas de los más vendidos, y más con el esfuerzo de los libreros que se ocupan de darle una segunda vida a distintas clases de libros, y a iniciar conversaciones con lectores. No lo sé, tal vez sólo me engaño con estas fantasías y apenas soy una alimaña a la que sólo le interesa chupar sangre ajena. ¡Pero se vale soñar! EP
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