La extinción del Homo economicus

Toda acción humana requiere la toma de decisiones. El tiempo, la energía y el capital son recursos limitados y por eso debemos ser selectivos en cuanto a cómo utilizarlos. Para simplificar el estudio de la manera en la que el ser humano “economiza” sus recursos, los estudiosos de la acción humana hemos construido diferentes teorías […]

Texto de 02/02/18

Toda acción humana requiere la toma de decisiones. El tiempo, la energía y el capital son recursos limitados y por eso debemos ser selectivos en cuanto a cómo utilizarlos. Para simplificar el estudio de la manera en la que el ser humano “economiza” sus recursos, los estudiosos de la acción humana hemos construido diferentes teorías […]

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Toda acción humana requiere la toma de decisiones. El tiempo, la energía y el capital son recursos limitados y por eso debemos ser selectivos en cuanto a cómo utilizarlos. Para simplificar el estudio de la manera en la que el ser humano “economiza” sus recursos, los estudiosos de la acción humana hemos construido diferentes teorías del comportamiento a través de los años, y la mayoría de las escuelas de pensamiento económico reducen la complejidad del ser humano a ciertas premisas básicas. Para la mayoría de las escuelas económicas, la premisa de que el actor económico es racional y optimizador es medular. La economía ortodoxa asume que este frío y calculador Homo economicus1 es un agente perfectamente racional y optimizador de recursos. Esta simplificación del comportamiento humano nos ha llevado a concluir —erróneamente— que la “economización” es matemáticamente medible y consecuentemente optimizable. Los modelos económicos ortodoxos dependen del Homo economicus para sustentar su tesis y establecer un modelo que parta del “equilibrio”. A través de la observación empírica y el estudio del comportamiento humano en la realidad, los resultados de la “economía conductual” (behavioral economics, en inglés) comprueban que el Homo economicus no existe. Cuales cavernícolas en la alegoría de la cueva de Platón, al asumir que las decisiones humanas se basan en la optimización, hasta ahora, hemos estudiado únicamente sombras de la realidad. 

Al igual que la economía política de antaño, en la cual las decisiones humanas rebasan el ámbito económico y afectan lo social, y basada en observaciones empíricas del comportamiento humano, la economía conductual plantea la síntesis entre dos ciencias sociales: la sicología y la economía. Fue precisamente un sicólogo, Daniel Kahneman, quien, en 2002, debutó el primer Nobel en Economía para este nuevo paradigma. Kahneman y su inseparable colega Amos Tversky ilustraron para el mundo la importancia de los atajos mentales llamados procesos huerísticos (término introducido por Albert Einstein en 1905). La economía conductual se basa en la importancia de las herramientas huerísticas para la toma de decisiones cotidianas. Estas herramientas son atajos racionales que nuestra mente usa para resolver problemas sin mayores recursos. Esto tiene sentido en términos biológicos, ya que así se preserva la capacidad mental para aquellas cosas que requieren mayor atención o detalle. Kahneman y Tversky, ambos sicólogos, comprobaron que las decisiones que tomamos los humanos no tienen una lógica de optimización, demostrando sin lugar a dudas que hemos estado tentando a ciegas en cuanto a lo que hace que el ser humano decida.

Las conclusiones logradas por Kanheman y Tversky a lo largo de sus prolíferas carreras como sicólogos forman la columna vertebral de la economía conductual. En su libro Thinking, Fast and Slow, Kahneman compara los procesos conscientes de la mente con cualquier esfuerzo físico. Como cualquier músculo, la mente agota sus reservas de energía cuando hace esfuerzo. Visto de otra manera, mientras más complicada sea la pregunta, más recursos mentales se necesitan para resolverla. A fin de ahorrar energía, la mente constantemente “cambia de velocidad” entre pensar más rápido o más despacio, de allí el título de su obra.

Para ilustrar las reglas heurísticas del comportamiento humano, Kahneman divide a la mente en dos sistemas. El Sistema 1 es aquel que lidia con lo común y mundano, mientras que el Sistema 2 requiere de esfuerzo dedicado (concentración). Por ejemplo, la pregunta “¿cuánto es 3 x 3?” tiene una respuesta inmediata y cuasi reflexiva, pero al preguntar “¿cuánto es 347 x 22?” la respuesta demora. Esta demora es el resultado de sobrepasar las capacidades del Sistema 1 y empezar a utilizar también las capacidades de procesamiento del Sistema 2. Una vez activado el Sistema 2, las cosas cambian a nivel fisiológico: fruncimos el ceño, se acelera el ritmo cardiaco y se dilatan las pupilas. Activar el Sistema 2 gasta más recursos que el Sistema 1, por lo cual es ahorrativo usarlo menos que el Sistema 1. Usar los recursos del Sistema 2 todo el tiempo sería fatigante en extremo. Para lograr resolver muchos problemas dentro del Sistema 1, y no utilizar los recursos del Sistema 2, los seres humanos recurrimos a las reglas heurísticas —o “atajos mentales”— millones de veces cada día, ya que son eficientes mecanismos de preservación de nuestros recursos mentales. Adicionalmente, la capacidad total de procesamiento del Sistema 2 se consume hasta descargarse completamente, por lo que se requieren distracciones para recargar su capacidad. Por eso, dice Kahneman, el Sistema 2 es deliberadamente vago: quiere hacer el menor esfuerzo posible y pasarle la tarea de resolución de problemas al Sistema 1. A raíz de ello, en general, tomamos decisiones basándonos en aproximaciones y atajos en vez de una introspección masiva de cada alternativa. Estas aproximaciones nos ayudan a simplificar la vida y poder funcionar sin racionalizar todo al infinito.

La contribución más relevante de Kahneman y Tversky, sin embargo, está en su descripción de la fuente más importante de errores en la aproximación heurística: la parcialidad o prejuicio (bias, en inglés) que el sujeto introduce ante un resultado esperado. Esta parcialidad puede ser manipulada de tal forma que los errores sean inducidos y rara vez conscientes. La introducción de parcialidades sistémicas (systemic bias) en la toma de decisiones tiene implicaciones directas en cuanto a las que se consideran decisiones racionales. Estos errores sistemáticos y persistentes cambian radicalmente lo que suponíamos se consideraba un resultado racional. A través de ingeniosos experimentos, Kahneman y Tversky demostraron una 
y otra vez la persistencia de parcialidades cognitivas aun en aquellos entrenados a evitarlas. En una de sus primeras publicaciones académicas propusieron la ley de los pequeños números en referencia a la famosa ley de los grandes números, la cual predice que mientras más grande la población de datos, todo nuevo dato se asemejará a la media de la población. Kahneman y Tversky comprobaron que aun aquellos altamente entrenados en estadística caían en el “error” de extrapolar estadísticas de pequeños grupos hacia la totalidad de la población. A pesar de nuestra formación y conocimiento, las reglas heurísticas siempre ganan. 

Kahneman y Tversky comprueban que el proceso de toma de decisiones es substancialmente más “irracional” de lo que habíamos imaginado. Esto tiene implicaciones en toda acción humana y nos brinda un nuevo lente con el cual tratar de descifrar el comportamiento humano. Las conclusiones de la economía conductual afectan todas las esferas de la acción humana por lo que este enfoque merece la especial atención de todos los que estudiamos al simio humano.

Un clavo en el ataúd del Homo economicus se da al comprobar la falacia del costo hundido. El costo hundido se refiere a aquello que fue gastado (tiempo, dinero, etcétera) y que no puede ser recuperado. Según la visión optimizadora del Homo economicus, una pérdida sufrida en el pasado no tiene relevancia cuando se está considerando ejercer una nueva acción. El cadáver del Homo economicus se sostiene con la premisa de que la pérdida sufrida luego de una inversión fallida no debe influir la siguiente decisión, ya que no sería consecuente con una visión optimizadora. En otras palabras, la pérdida que ya hayamos sufrido en el pasado no debe influir en nuestra futura inversión de recursos ya que no tiene relevancia. Esta pérdida se considera costo hundido y debe ser inmediatamente eliminada del cálculo frío y racional del optimizador. Al comprobar que el costo hundido sí tiene relevancia, y mucha, en la toma de decisiones futuras, Kahneman y Tversky pusieron en tela de juicio mucho de lo cual se habría convertido en dogma económico.

Con el otorgamiento del Premio Nobel de Economía a Richard Thaler, en el 2017, la economía conductual se ha consagrado como uno de los más importantes avances en pensamiento económico. Thaler fue temprano contribuyente a las nacientes teorías de Kahneman y Tversky, y su íntima relación y admiración por ellos es notable en su libro Misbehaving: The Making of Behavioral Economics. Thaler es el padre de la teoría del empuje (nudge, en inglés), la cual establece que mediante cambios en el entorno y refuerzos positivos es posible manipular la toma de decisiones humanas. Las implicaciones de la teoría del empuje son amplias y sus consecuencias son importantes (tanto así que ayudan en la descomposición del Homo economicus). El impacto de poder “empujar” una decisión política no deja de tener implicaciones significativas y consecuentes. Aunque esto no sea noticia para los que hemos vivido el populismo, la relevancia de los prejuicios y la posibilidad de manipular decisiones abre muchas puertas para la futura investigación del comportamiento humano, uniendo una vez más el campo político con el económico. Las teorías de Thaler le dan mayor credibilidad a la tesis de que la manipulación de los medios sociales tenga efectos reales en las elecciones y, consecuentemente, las acciones de Rusia en las elecciones electorales en los Estados Unidos, por ejemplo, podrían haber influido significativamente en el resultado final.

La economía conductual nos permite entender mejor un aspecto de la acción humana: su propósito. A juicio de Kahneman, la parcialidad a ser optimistas bien puede ser el prejuicio más importante del ser humano. La parcialidad hacia el optimismo no discrimina por género, raza ni edad: es universal. Sin ella es difícil imaginar cómo se lograron todos los descubrimientos humanos. Según Kahneman, esta predisposición nos brinda una ilusión de control en nuestras vidas; a mi criterio, el optimismo trasciende lo cognitivo y podría ser parte de la naturaleza del Homo sapiens. Sin embargo, de cualquier tesis sobre la fuente de optimismo, lo cierto y demostrable es que sin éste, el ser humano —en especial el emprendedor— no estaría tan presto a tomar riesgos e innovar. La constante innovación que fomenta la división del trabajo sería imposible sin constantes fracasos. Los seres humanos innovamos y tomamos riesgos constantemente precisamente porque somos optimistas (y a pesar del costo hundido). De lo contrario, la exploración sería imposible.

La economía conductual nos recuerda que el estudio del ser humano no puede estar separado del estudio de la moralidad. Esta lección se ha perdido con el tiempo, pero debe recordarse que, antes de escribir La riqueza de las naciones, en la que inmortalizaría la “mano invisible”, Adam Smith escribió The Theory of Moral Sentiments, dedicada enteramente a la moralidad subyacente en las acciones humanas. En este aspecto, cabe mencionar el trabajo de otro naciente talento en la disciplina de la economía conductual, Dan Ariely. Los experimentos sobre la honestidad diseñados por Ariely y su equipo han sido replicados miles de veces con el mismo resultado en todo el mundo: la honestidad no es un concepto blanco o negro como normalmente pensamos que es. En sus libros Predictably Irrational y The Honest Truth About Dishonesty, Ariely comprueba, entre otras cosas, que todos somos deshonestos hasta cierta medida, pero que, sin embargo, no podemos soportar considerarnos deshonestos. Dicho de otra manera, aunque dejemos de cooperar a menudo, nuestro yo interior siempre piensa que somos netos cooperadores en el juego de la vida.

La economía conductual abre un nuevo paradigma en el estudio del comportamiento y la toma de decisiones del ser humano. A medida que avanzamos en la comprensión de la acción humana, se derrumban viejos preceptos que habrían sido la base sobre la cual presumimos comprender la complejidad de la economía. Por eso, luego de comprobar la “irracionalidad” con la cual actuamos diariamente, el Homo economicusoptimizador está en vías de extinción. EP

 1. <https://en.wikipedia.org/wiki/Homo_economicus>.

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