Fantasías sexuales: otra cara de nuestros deseos… y miedos

¿Has tenido fantasías sexuales? ¿Te has sentido culpable por tenerlas? Sorpresa: todos las hemos experimentado, es parte de la naturaleza humana. No hay nada de malo en ellas y tienen siempre un sentido. Aquí, César Galicia te dice cuál.

Texto de 12/02/20

¿Has tenido fantasías sexuales? ¿Te has sentido culpable por tenerlas? Sorpresa: todos las hemos experimentado, es parte de la naturaleza humana. No hay nada de malo en ellas y tienen siempre un sentido. Aquí, César Galicia te dice cuál.

Tiempo de lectura: 9 minutos

“Un trío. Me da pena aceptarlo, pero la fantasía sexual más intensa que tengo es esa. No es tanto por el trío en sí, sino por la escena que imagino en particular: yo estoy acostada y un hombre me está penetrando mientras le hago sexo oral a otro. No conozco a ninguno o los conozco poco o no sé. Sólo imagino que estoy cogiendo con ellos. Y es sexo muy intenso, muy animal. Me jalan del cabello, me dan nalgadas, me hablan sucio. Y siento nervios, pero también me gusta. Estamos perdiendo el control. Cuando pienso en eso mientras me masturbo, me vengo riquísimo. Me da algo de culpa, pero me gusta”.

Como esta, he escuchado cientos de historias. Algunas veces, nuestras fantasías sexuales son bastante inocuas: tener sexo con ciertas personas que nos gustan, en escenarios románticos y posiciones sexuales poco trasgresoras, nada fuera de lo común. Pero en otras ocasiones, pueden despertar culpa o incomodidad. La gama de elementos que las hacen así es amplia: fantasías que involucran rudeza, falta de consentimiento, infidelidad, diferencias de poder o que involucran situaciones o escenarios que rechazaríamos para nuestra vida real pero que, en nuestras cabezas, son capaces de llenarnos del más intenso deseo. “La mayoría de nosotros nos excitamos en la noche por las mismas cosas que rechazamos durante el día”, dice Esther Perel, escritora y psicoterapeuta especializada en deseo sexual y tiene razón. A nuestras fantasías sexuales no les interesa ser aceptadas por nuestra ideología política o moral personal.

Esta disonancia, comprensiblemente, genera culpa. “¿Por qué me excita esto?”, me preguntaba la mujer con la fantasía del trío: “Obviamente no quisiera estar ahí, no los conozco, no soy tan fan del sexo así de rudo, incluso creo que todo el escenario es machista. Pero cuando fantaseo con esa situación, tengo orgasmos increíbles”.

Creo que gran parte de la culpa tiene que ver con no entender lo que son las fantasías sexuales. Escribo esto con el propósito de echar tantita luz al tema escabroso: las fantasías sexuales son una expresión de nuestros más esenciales miedos y deseos.

Por ejemplo, yo le pregunto a la chica que está hablando conmigo:

“¿Qué te excita de la fantasía? ¿Cuál es la imagen o sensación que la vuelve excitante?”

Y responde: “Creo que me excita mucho pensar en ellos. Me prende imaginar sus rostros, cómo tienen sexo conmigo, cómo siento su excitación en mi cuerpo, cómo parece que no piensan lo que hacen, sólo lo hacen. Eso me hace sentir muy caliente“.

“¿Te excita verlos perder el control?”, añado.

“Exacto”.

“¿Pero lo que más te excita es que pierdan el control… por ti?

“Sí, creo que sí”, responde.

Resulta que lo que le excita no es en sí la imagen de dos hombres teniendo sexo rudo con ella, sino lo que significaría ese acto para ella: la noción de ser tan deseada que dos hombres completamente desconocidos pudieran perder el control. Es decir: el centro donde converge todo el movimiento de su fantasía es ella: su propio ser erótico. Y la agresividad de la fantasía sirve como recurso para resaltar lo mucho que ella es capaz de despertar deseo en los otros. En la escena que imagina, la protagonista es ella y sólo ella, los otros hombres (anónimos, siempre anónimos) sólo son un medio para que ella pueda vivir y gozar de su erotismo sin ningún tipo de límite ni control.

“¿En la fantasía cómo te sientes tú?”, le pregunto.

“Muy bien. Yo también pierdo el control. Como que me suelto y sólo me importa dar placer y sentir que ellos están obteniéndolo. Y al hacer eso, me excito muchísimo y siento mucho”.

Otra vez yo: “¿Soltarte es algo que te cuesta trabajo?”

“Mucho. Casi siempre estoy pensando, ‘¿Le gustaré en verdad?¿Lo que hago lo está disfrutando? ¿Y si le pido algo y se molesta? ¿Y si no lo estoy haciendo bien? Y no sólo en el sexo, vaya, en general en la vida me cuesta trabajo disfrutar”.

“¿Y crees que esa sensación de tú también perder el control podría influir en que disfrutes tanto la fantasía?”, le devuelvo.

“Sí, creo que sí. Si me sintiera así de deseada, si en verdad supiera que soy así de deseada, podría disfrutar más”.

“¿En general te cuesta trabajo sentirte deseada?”

Responde: “A veces. Creo que no tanto, o al menos ahora no tanto, pero cuando era más joven sí tenía mucho miedo de no ser aceptada, ni querida, ni deseada. Y ahora aunque ya tengo más resuelto ese tema, todavía hay ocasiones en las que pienso, ‘¿Qué tal que a mi pareja no le gusta mi cuerpo? ¿Qué tal que se va con alguien más? ¿Qué tal que no le atraigo lo suficiente?’ Estos miedos no suelen estar tan presentes todo el tiempo, pero cuando aparecen, me carcomen por dentro”.

Y aquí se evidencia una de los aspectos que me parecen más fascinantes de las fantasías: que, en ocasiones, nos buscan proteger. Los miedos y los deseos son dos caras de una misma moneda, dos hermanos gemelos puestos espalda con espalda sosteniendo nuestra mente. Una de las funciones de las fantasías es simular escenarios en los que nuestros más profundos miedos y deseos puedan ser expuestos para intentar resolverlos.

Por esto es que muchas veces podemos erotizar situaciones que nos lastimaron o escenarios que nos dejaron muy vulnerables:

Un hombre es humillado de niño, crece con la idea de que no merece amor y ahora se excita simulando escenarios que recreen la vergüenza. El hombre odia sentirse humillado y escapa de cualquier posibilidad que recree la sensación, pero en la cama, le encanta que le digan que es un inútil, que no vale nada, que no sirve de nada. Hacer esto lo libera de su peor miedo: si de hecho, no vale nada, aceptarlo le permite, precisamente, no hacer nada y solamente disfrutar.

Una mujer creció con pánico de que la consideraran una puta y ahora le excita que le griten eso en la cama. La mujer sabe que la connotación patriarcal de la palabra es perjudicial y rechaza categóricamente juzgar a cualquier mujer por su vida sexual, pero en la cama, sentir que encarna eso que toda la vida le prohibieron ser y descubrir que para ella hay mucho gozo asociado es una forma en la que se siente poderosa, fuerte, valiente, transgresora, capaz.

Un hombre tiene miedo a nunca ser suficiente y fantasea con un harén de mujeres dispuestas a complacerlo sin que él tenga que hacer nada. El hombre rechaza la objetificación de los cuerpos de las mujeres y si tuviera enfrente al harén no sabría qué hacer, pero en su fantasía, el sentirse validado sin necesidad de ningún esfuerzo por un grupo de mujeres hermosas es una forma de lidiar con su miedo.

Una mujer está casada con un hombre que viaja mucho. Ella tiene pavor a que su relación termine debido a una infidelidad. Sin embargo, en su mente, hay una fantasía que se repite una y otra vez: él sale de trabajar, va a un bar, conoce a una chica hermosa y terminan acostándose en su hotel. Obviamente no desea que pase y le destrozaría el corazón vivir eso, pero en su fantasía, el erotizar una situación que en la vida real le provocaría tanto dolor es una manera de apaciguar la angustia que genera el miedo a ser abandonada.

¿Por qué existen esas fantasías? Porque al recrear en nuestra mente situaciones sexuales que se asemejan a una situación que nos lastimó podemos sentir algo que no tuvimos en el momento: control. Como el descontrol en la fantasía del trío, la violencia, el dolor y la humillación que rodean estas otras fantasías sólo son pretextos, digamos, recursos narrativos, para generar situaciones donde exista mucha intensidad emocional al mismo tiempo que mucho poder sobre la situación. Por eso, muchas de las fantasías que más nos generan culpa tienen que ver precisamente con eso: con juegos de poder.

Digo: “Creo que es posible que la fantasía te resulte tan intensa porque tienes la herida de no sentirte querida y deseada y, en ese escenario, esa herida desaparece para hacerte la mujer más deseada del mundo. ¿Qué piensas de eso?”

La mujer suspira, como aliviada: “Sí. Creo que sí. Tiene mucho sentido y lo entiendo”. Se queda unos segundos en silencio. Se ríe un poco, como resignada, y me dice:  “Pero, ps, qué patriarcal está esto, ¿no?”

¿Es patriarcal la fantasía? Sí, absolutamente. Sería absurdo negarlo y no es ninguna coincidencia que nuestras fantasías estén tan cargadas de contenido que versa sobre dominación-sumisión, sobre violencia, sobre distintos roles de poder, sobre reproducir o confrontar roles estereotípicos de género. La cultura modela nuestra mente erótica y nuestra mente erótica se encuentra en un perpetuo diálogo con la cultura, como señalaron John H. Ganon y William Simon en su teoría sobre los guiones sexuales. Por eso las discusiones que se tienen desde los feminismos respecto a la pornografía (que en parte es la representación visual de nuestras fantasías) es tan importante y necesaria. El cerebro es un órgano cultural.

En un mundo ideal, estas fantasías probablemente no existirían, pues no habría experiencias traumáticas o dolorosas que resolver. Como una persona muy querida me hizo ver: “sin patriarcado, tal vez podríamos imaginar diferentes fantasías”. No hay manera de saber, pero posiblemente sea verdad.

Sin embargo, hay otro asunto: no sólo las fantasías problemáticas son patriarcales, en realidad todas lo son. Elijo hablar de las fantasías “problemáticas” porque son las que más naturalmente cuestionamos (y las que más angustia generan), pero no existe tanta diferencia entre masturbarse pensando en cualquiera de estos escenarios o en tener relaciones sexuales en la playa, o con el amor de nuestras vidas, o muy lentito y romántico. Sé que esto puede sonar alarmante, pero matizo: todas las fantasías, sean como sean, se alimentan de referentes culturales compartidos e impuestos. Si el objetivo de la fantasía es hacer a una persona sentirse deseada, no es tan distinto que sea a través de coger intenso con personas desconocidas o de tener sexo romántico con el amor de tu vida, cuando ambas nacen de los mismos referentes culturales hegemónicos. “La mayoría de nuestras fantasías se dividen en tres géneros: sexo grupal, sexo novedoso, y fantasías sobre el poder y el control”, dicen en el episodio “Fantasías sexuales” de la miniserie de videoensayos de Vox “Sex: Explained“. Es decir: la diferencia no es tan narrativa como subjetiva: la forma en que una persona entiende y experimenta la fantasía. Incluso las fantasías y prácticas que nacen como respuesta y disenso al patriarcado parten de ahí: de los mismos límites ideológicos. El patriarcado y el capitalismo, en tanto ideologías dominantes, moldean toda nuestra mente y cuestionar y reconstruir eso es una tarea de toda la vida.

“¿Te gustaría realizar la fantasía algún día?”, pregunto después de un rato.

“No… no creo. La verdad es que no es un escenario que me atraiga mucho, sobre todo por lo que implica: estar con hombres desconocidos nunca me ha encantado y la posibilidad de que me puedan hacer daño me da miedo. Además, incluso con lo que me dices todavía no reconcilio la posibilidad de llevarla a la práctica con la noción de que la fantasía es patriarcal. Creo que sólo voy a disfrutarla y ya”.

“Eso suena bien. Desde hace mucho tiempo sabemos que no todas las cosas con las que fantaseamos son cosas que quisiéramos experimentar en realidad. A veces sí, claro, pero no siempre. Así de misteriosa es la mente”.

“Oye, ¿y hay forma en que pudiera cambiar esto?”

¿Podemos cambiar nuestras fantasías? No lo sé. No hay todavía conclusiones, como señala Justin Lehmiller, autor del libro Tell Me What You Want, es más probable que agreguemos nuevas formas de erotizarnos a que cambiemos las que ya tenemos. Y la evidencia clínica tampoco ofrece mucha claridad: hay personas que tras resolver la situación emocional y contextual que hizo nacer a la fantasía la pierden, hay otras que no. Hay personas que tras cuestionar los elementos incómodos detrás de sus fantasías pierden interés y hay otras que no (mi hipótesis: porque ciertas heridas, necesidades e inseguridades emocionales pueden ser resueltas a través de cuestionarlas… pero no todas). Es incierto.

Me parece que el cuestionamiento de las fantasías no siempre es una herramienta apropiada para trabajarlas. La experiencia clínica me ha demostrado que, en ocasiones, un trabajo terapéutico y pedagógico profundo puede llegar a cambiar el contenido de nuestras fantasías, a veces provocando que nos exciten nuevas cosas. Desde luego, es entendible que existan fantasías que nos puedan asustar o de las que nos queramos deshacer. Sin embargo, y aunque dé miedo, hay que aceptarlo: no tenemos control sobre nuestras fantasías sexuales. Y que podamos llegar a cambiarlas o alterarlas en cualquier sentido es algo completamente impredecible y, quizás, improbable. 

Lo que sí podemos hacer es decidir qué hacer con ellas o, al menos, la actitud que tomamos frente a ellas. Varias religiones, poderes y corrientes ideológicas han intentado reprimir nuestros deseos y fantasías con poco éxito, así que suerte con eso. También podríamos irnos al otro extremo y decir: no pasa nada, haz todo, disfruta todo. Ambos polos me parecen demasiado simplista. Si las fantasías están ahí en parte para protegernos es porque hay contenido peligroso que no siempre estaremos listos para afrontar y del que la culpa o el daño que generan puede llegar a sobrepasar el placer. Por ejemplo: disfrutar de ciertas fantasías en el porno muchas veces significa apoyar una industria que se ha cimentado a través de la explotación de personas (sobre todo de mujeres, aunque también de los hombres, particularmente en el porno gay). Y recrear o experimentar en vida real todas las fantasías podría llegar ser no sólo traumático para quien lo hace sino también para otras personas (¡y hasta ilegal!), especialmente si la fantasía en cuestión involucra violencia o juegos de poder extremos. Hay que irse con cuidado.

Esto es lo que yo pienso: antes de rechazarlas o actuarlas, creo que lo ideal es dar un paso atrás y simplemente reconocerlas. Aceptar su existencia, entenderlas y escucharlas. Comprender de dónde vienen, qué nos dan, qué nos quitan, por qué nos excitan, por qué pueden llegar a darnos culpa, de qué nos buscan proteger. Ya de ahí podremos decidir si queremos simularlas, si queremos compartirlas, si queremos experimentarlas o si queremos hacerlas a un lado. También creo que si ya están ahí y están en nuestras cabezas, muchas veces lo mejor es intentar disfrutarlas en la intimidad. A nadie le debemos justificaciones por lo que nos excita. Desde luego, esta última opción no es para todos. Existen fantasías que podrían surgir de lugares de tanto dolor o estar envueltas entanta vergüenza que su disfrute es demasiado angustiante. Incluso en ese caso, sostengo: quizás lo mejor sólo sea observarla, ver de dónde viene, qué nos dice y a partir de eso pensar qué hacer (o si hay que hacer algo). Es decir: no juzguemos nuestras fantasías sexuales. Que la actitud que tomemos ante ellas provenga de observarlas con atención, de considerar el contexto y de no intentar censurarlas antes de escucharlas.

Detrás de nuestras fantasías se esconde lo que somos. Y si nos atrevemos a mirarlas, podremos escuchar lo que nos están diciendo, podremos aprender de ellas y podremos sanar. EP

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