El resguardo también es ideológico

El resguardo social podría hacernos creer, en un principio, que nuestros lazos sociales están en riesgo —lo cual es un hecho—, sin embargo, esto no significa que no estuvieran rotos y desatendidos desde hace años.

Texto de 04/06/20

El resguardo social podría hacernos creer, en un principio, que nuestros lazos sociales están en riesgo —lo cual es un hecho—, sin embargo, esto no significa que no estuvieran rotos y desatendidos desde hace años.

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Dentro de las diferencias que se pueden encontrar entre las sociedades para señalarlas como distintas entre sí, existe una característica que marca una diferencia tajante entre unas y otras; de ella depende, de hecho, completamente el rumbo de cualquier población: su relación con el autoritarismo.

Por un lado están aquellos habitantes que fueron absorbidos por la fuerza del autoritarismo gubernamental, despojados de toda capacidad crítica del contexto en el que viven, como ocurre en China. Por el otro, están las sociedades en las que el autoritarismo llega de otras formas, a través del consumo global, la publicidad, las modas y el entretenimiento, entre muchas otras. Este autoritarismo posee en sí mismo una inteligencia inigualable y terrorífica, puesto que entra por atajos en la conciencia colectiva y se escabulle de forma sigilosa y audaz para determinar las conductas humanas. Sin embargo, esta imposición ideológica deja una posibilidad abierta: a nosotros, los que nos cubrimos con el paraguas del neoliberalismo, no nos han robado por completo nuestra capacidad de cuestionamiento; nos desarrollamos en un violento sistema del que al menos —o eso pensamos— podemos formar parte agarrados de una gran cantidad de dudas, inconformidades y exigencias. Sin embargo, cuestionar la vida actual no es la constante colectiva, puesto que la lógica en la que se codifica el funcionamiento político económico se basa en la indiferencia, el individualismo y con ello la descolectivización. Así, podemos decir que tenemos de alguna forma más libertad para ser críticos con nuestro entorno, pero, quizá, ni siquiera hay un real interés por hacer esas preguntas, algo que peligrosamente nos inserta en el mismo papel de la población china.

En referencia a la posibilidad de cuestionamiento que nos atañe, y durante el primer trimestre de 2020 bajo las políticas de resguardo social por el virus nombrado COVID-19, Néstor García Canclini se pregunta: ¿Cómo ser ciudadanos durante la cuarentena?, y va más allá al señalar que estamos en un momento en el que reaprendemos qué diablos significa ser ciudadanos. En este sentido, habría, primero, que traer al presente qué tipo de ciudadanos éramos antes.

El siglo XIX y XX nos colocó en un escenario del que hasta hoy en día formamos parte a nivel global. Para Gilles Lipovetsky hay dos tipos de desiertos: el primero es el momento de guerras, genocidios, etnocidios y una serie de acontecimientos aniquiladores de los que la modernidad tiene autoría. El segundo es la consecuencia del anterior, que nos convirtió en seres indiferentes y cuerpos vacíos de sentido. 

El sistema capitalista —sumada la complejidad de formar parte de la sociedad del espectáculo, como lo llama Guy Debord— nos desconecta a los unos de los otros para colocarnos en el flujo de una agria apatía colectiva y en un desinterés por el compromiso social. Este, por mucho, permanece de manera enraizada en nuestro sentido ciudadano contemporáneo, al habitar un mundo altamente dañado bajo un sentido de ciudadanía bastante pobre, si no es que ausente. 

No estamos en un Estado de excepción únicamente político y económico: en términos generales, las iniciativas sociales también son excepcionales

En el caso de México se puede reconocer que somos ciudadanos sólo porque compartimos un marco de leyes y vivimos bajo una constitución común, lo cual nos hace relacionarnos de una forma bastante limitada y banal, si consideramos que las leyes protegen a quienes se benefician del sistema egoísta. Estamos en un país en el que existe un gran déficit en las instituciones gubernamentales que se despliega al menos desde cuatro décadas atrás en cuanto a salud, educación, políticas laborales y muchas más, razón por la que podríamos, de forma beneficiosa, llevar el deber ciudadano hacia la colaboración y a crear redes de apoyo colectivo, autónomas, de beneficio común. Urge ver hacia afuera, urge priorizar los derechos humanos sin exclusiones. 

La descolectivización es una de las principales columnas que sostiene a esta vida emancipada de las causas trascendentales. El resguardo social actual podría hacernos creer, en un principio, que nuestros lazos sociales están en riesgo —lo cual es un hecho—, sin embargo, esto no significa que no estuvieran rotos y desatendidos desde hace años. No estamos en un Estado de excepción únicamente político y económico: en términos generales, las iniciativas sociales también son excepcionales; nuestro sentido de apoyo colectivo se presenta de manera ocasional para llegar cuando las situaciones de emergencia se han desbordado.

Hoy en día es innegable que vivimos bajo una limitación ideológica hasta cierto grado silenciosa. En este sentido, tenemos dos panoramas: el actual resguardo de los cuerpos y el antiguo —aún vigente— resguardo del ideal de la vida colectiva. El panorama más esperanzador es que no sólo salgamos del confinamiento físico, sino que de una vez por todas salgamos de la indiferencia que nos ha llevado a tener una vida desigual que se atrofia con la misma velocidad que produce. Resulta útil imaginar que cuando la vulnerabilidad ya nos alcanzó, no queda más que recibirla con redes de apoyo colectivo y hacer, de esto, nuestra vida común. 

El panorama más esperanzador es que no sólo salgamos del confinamiento físico, sino que de una vez por todas salgamos de la indiferencia que nos ha llevado a tener una vida desigual que se atrofia con la misma velocidad que produce.

Por último, Alain Touraine nos dice que urge identificar las condiciones que permitan un orden que respete por encima de todo los derechos humanos, en el que la solidaridad resulte ser un fuerte incentivo político puesto que reconoce los derechos de los otros; esta última puede ser la premisa que nos lleve a vincularnos más allá de las rígidas instituciones. Y en respuesta a la pregunta de García Canclini: en México no estamos reaprendiendo. Nosotros, con suerte, estaremos por primera vez formando una conciencia de lo que verdaderamente significa ser ciudadanos, bajo un compromiso social, formas más justas y, por supuesto, sin exclusiones. EP

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