Boca de lobo: “Tu obligación es asumirte judío.”

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 07/08/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

Alguien me contó que mi apellido materno, Fridman, significaba en otro idioma “hombre libre, aunque es tan común como Pérez”, aclaró, como para que no me creyera mucho. No importaba, me gustó la traducción: que seas niño y tu apellido incluya la palabra “hombre” es un crecimiento exprés en un momento de la vida en que ser adulto prefigura algo divertido y trascendente (ay, es dura la realidad). Y lo de “libre” sonaba aún mejor: imaginaba un nuevo superhéroe, yo, Free Man, volando con mi capa entre rascacielos de una emocionante metrópolis.

¿Y cuál era el idioma en que significaba eso? “Yiddish -me dijeron-, lo que hablaban tus bisabuelos judíos”. Esa noticia -tener gotitas de sangre judía por unos parientes antiguos de un remoto país llamado Polonia- era una extrañeza. ¿Yo era judío? No usaba patillas largas, no vestía saco negro ni una gorrita cubría mi nuca. Tampoco iba a la sinagoga, ni el sábado era sagrado, ni celebrábamos jamás una fiesta judía, ni tomábamos sopa de betabel. Y otra vez alguien me dijo: “Si tu mamá es judía, eres judío”. Punto. Implacable como martillazo de juez, la declaración fue algo injusta porque de niño mi papá tomó su comunión: él también tenía derecho a reclamar mis gotitas de sangre católica.

Un día –con seis o siete años- me acerqué a mi abuelo nacido en la aldea polaca de Biala Podlaska en 1921, para de una vez sacarme las dudas y cotejar si yo era judío o no.

-Abuelito, ¿qué es ser judío?

Vendedor de tenis baratos pero con mirada honda de rabino sabio, mi abuelo Simón no inspiró con filosofía, ni hizo un silencio ensimismado, ni se reacomodó en su trono del comedor para soltar una enseñanza de la Torá, ni se acarició la barbilla para recordar un episodio de la vida del patriarca Abraham. Veloz, contestó:

-No sé qué es ser judío, pero si en el mundo hay un antisemita, tu obligación es asumirte judío.

Y se calló. Él sabía que a esa edad no tendría idea de qué era un antisemita, el “enemigo de los judíos, su cultura o su influencia”, como precisa el diccionario. Y que tampoco comprendería eso de “asumirme judío”. Pero como su respuesta fue tan simple, quizá sí sabía que yo la guardaría. Con el tiempo supe que en el Holocausto los macabros nazis mataron seis millones de judíos. Y que desde muchísimo antes ese pueblo había sufrido pogromos, linchamientos masivos en barrios que solía promover el poder político y que fueron una razón para que siendo un niño de cinco años, mi abuelo, sus dos hermanos y sus padres huyeran de Europa en barco hacia América.

Siglos después, el poder político, otra vez y ahora en Estados Unidos, inspira a hombres a asesinar mexicanos por su piel, cultura, influencia.

¿Qué hacer ante el homicidio en la ciudad de El Paso de ocho mexicanos por ser mexicanos? ¿Cómo luchar desde México contra el discurso supremacista blanco? ¿De qué modo se enfrenta desde aquí al presidente del país más poderoso del mundo que repite que los mexicanos invaden su país, somos una invasión, somos invasores?

Cuando murió -yo ya con 25 años-, mi abuelo me dejó una carta donde escribió: “he asumido mi judaísmo como una realidad no elegida que me obliga día a día a librar la batalla contra el antisemitismo”. Es decir, con la respuesta que le dio a un niño dos décadas atrás, mi abuelo me estaba explicando que lo más importante de asumirse judío -o lo mismo negro, homosexual, indígena, musulmán- era que desde esa posición, reconociendo lo que uno es, sobran razones para luchar contra cualquier forma del racismo y la discriminación.

O como él pudo decir:

-Si en el mundo existe un solo antimexicano, tu obligación es asumirte mexicano.

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