Boca de lobo: A los mexicanos nos toca festejar

Boca de lobo es el blog de Aníbal Santiago y forma parte de los Blogs EP

Texto de 26/06/19

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Tiempo de lectura: 3 minutos

La revista donde escribía no tenía un peso para enviarme al sureste del país. Sin recursos, sin viaje, no encontraba opciones para escribir por primera vez en mi vida sobre los migrantes centroamericanos. La junta acabó, el director y los reporteros nos despedimos y avancé frustrado a la escalera que me devolvería a Eje 3 para ir a casa. Pero el periodista Carlos Acuña me detuvo. “Los encuentras aquí cerca –me dijo-, deambulando en Huehuetoca”.

Lo busqué en la pantalla. Devorado por el monstruo de la urbanización mexiquense, Huehuetoca surgió pequeñito en Google Maps muy cerca de la ciudad. “Ahí no pueden ir solos”, nos avisaron. Por eso, el día que con el fotógrafo entramos a esa llanura amarilla que el sol maceraba, nuestro guía era Adrián “La Polla” Rodríguez. Melena rubia y piel tostada por miles de horas bajo aquel ataque solar, el joven protector de migrantes que les daba agua, alimento, ropa y albergue desde hacía diez años (y que había visto a varios morir), vigiló nuestra caminata desde el primer minuto.

Lo primero que encontramos fue la antigua estación ferrocarrilera de Huehuetoca. Aunque abandonada, decía cosas: “Valle de Siria-El Racha, Agua Blanca Sur-Noel, Zúñiga de Cedros-Johanna Cruz”, leí entre montones de leyendas que los expulsados de Honduras, El Salvador, Guatemala, escribieron a navajazos en los muros de madera para perpetuar su nombre, su paso por ese rincón mexicano, su pueblo natal. ¿No así su destino? No, lo ignoraban. Acaso una ciudad gringa si con fortuna cruzaban la frontera; o México, si no podían. O la muerte, si el desierto, el Bravo, la Border Patrol o civiles antiinmigrantes no tenían piedad.

Seguimos. Sólo árboles, zanates, pastos, sol, basura. ¿Y la gente, por qué no había nadie en este espacio del Estado de México donde los centroamericanos, en su fuga, trepan al último de los trenes que los lleva al extremo norte aprovechando que frena en una gran curva?

Adrián, “La Polla”, nos subió a una camioneta Yukon. Arrancó. Miraba a un lado y otro como buscando fantasmas. Pronto, aparecieron. Mendigaban con harapos. Dormitaban bajo árboles flacos. Bebían chorritos turbios en botellas aguardando que el tren irrumpiera en el horizonte. Extenuados, hambrientos, enfermos, sedientos, sucios, Diego, Tinito, Rafael y tantos más deambulaban.

Adrián y sus ayudantes los detectaban y bajaban del vehículo: les daban agua, alimento, vestido, información y charla. Famélicos, los morenos relataban historias: La Mara les mató un hermano, Barrio 18 los amenazó de muerte por no pagar “la cuota de guerra”. No hallaban trabajo, sus hijos rogaban comida y eso en sus tierras ya no había.

Y entonces, a escapar con los más queridos o sin ellos (para algún día ayudarlos) a través de otro infierno ineludible, México, en cuyos caminos experimentaban y atestiguaban lo peor: colegas mutilados que caían de La Bestia y otros trenes, mujeres y niñas violadas y raptadas por los cárteles, gente saqueada hasta quedar en cueros. Y claro, hermanos a los que, en sus travesías, la policía mexicana martirizaba con golpes y torturas criminales.

Poco después de publicar ese reportaje (hoy parte del libro “México, Tierra Inaudita”) llegó un mensaje a mi celular: “Mataron a Adrián”. El domingo 23 de noviembre de 2014, mientras iban a ayudar a los migrantes, “La Polla” y su pareja fueron acribillados en Huehuetoca.

Son ya casi cinco años de aquello. ¿Cómo honra el gobierno la memoria de Adrián? Manda 15 mil agentes a cazar migrantes como si fueran plagas, con furia los intercepta aunque divida familias, los mete en camiones para regresarlos, los embute en centros de detención sin camas ni alimento (ya se documentó), los amenaza con armas por pretender vivir y no ser mexicanos.

¿Qué imágenes nos llegan? Por ejemplo, la de Oscar y Valeria, un padre y su hijita ahogados en el río al intentar huir, o militares atacando gente sin misericordia porque Estados Unidos nos ordena esas razzias si no queremos sanciones económicas. Mejor nos doblegamos.

Mientras tanto ayer, en plena ebullición del desastre humanitario, Andrés Manuel avisó que habrá bailongo en el Zócalo por el 1 de julio. A los mexicanos nos toca festejar. EP

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