Ayuujk es el blog de Yásnaya Aguilar Gil y forma parte de los Blogs EP
Ayuujk Marginalia marginal: Memoria y transcripción
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Texto de Yásnaya Aguilar 07/10/19
“Por un instante, me parece entender cuál debe haber sido el sentido y la fascinación de una vocación hoy inconcebible: la de copista. El copista vivía simultáneamente en dos dimensiones temporales, la de la lectura y la de la escritura; podía escribir sin la angustia del vacío que se abre ante la pluma; leer sin la angustia de que el propio acto no se concrete en algún objeto material.”
Si una noche de invierno un viajero
Italo Calvino
I.
Los libros son objetos. Se humedecen en la sierra durante la larga estación de las lluvias. Mi abuela solía secarlos al sol en un petate: un petate de libros entre otros que oreaban el maíz nunca sucifientemente amarillo. Los hongos, y ese olor que desprenden, habitaban las hojas curveadas por la neblina. Tostar los libros, colocarlos de un lado y luego del otro en un ángulo adecuado de acuerdo con el movimiento del sol, abrir sus páginas para resecar las olas del papel y devolverlos al anochecer en el librero de cuatro anaqueles me reforzó esa idea: los libros son objetos, objetos al cuidado de mi abuela que no podía leerlos. Yo tampoco podía entonces.
Esos abanicos de hojas cosidos por los costados constituían un bien familiar que había sido construido gracias a las aventuras escolares de mis tíos: libros sobre comunismo, historias heroicas de adolescentes rusos durante la Segunda Guerra Mundial, hagiografías, literatura renacentista, ciencias naturales, antiguos y nuevos testamentos, rezos para las exequias, clásicos de Editorial Progreso y libros de texto gratuitos de mi mamá en los que vagaba la sombra del proyecto vasconcelista. Seguro había algunos más pero son éstos los que recuerdo de manera más nítida. Trataba de descifrar los títulos arqueando la cabeza: El mono desnudo, Desmond Morris; Poema pedagógico, Makarenko; El origen de la vida, Oparin. Fueron pocos pero suficientemente contrastantes.
El culto a esos objetos llamados libros era inobjetable: siendo un bien común aprendí muy pronto la imposibilidad de transportarlos, abrirlos sin lavarme las manos y muchos menos dejar en ellos la marca de mi lectura. Mis primeras interacciones se establecieron al escucharlos cuando mi madre o mis tíos los oralizaban y, a menudo, traducían al mixe, nuestra lengua materna. Era inpensable marcarlos de algún modo. Marcarlos negaba las interacciones colectivas y simultáneas que podíamos establecer con esas encuadernaciones de láminas de papel.
II.
Subrayar, doblar o anotar evidencian una relación individual, una relación que se establece casi siempre entre un sólo lector en un momento determinado de lectura. Además de la marca y de la información que nos ofrece sobre la persona que la hizo, nos informa también que la lectura se realizó como un acto personal. No conozco en la historia de la marginalia, aunque eso no signifique que no existan, anotaciones colectivas de un libro, huellas físicas de un acto de lectura común, no sólo múltiple sino simultáneo.
Si la marcación colectiva es posible, me lo imagino así: dos o más personas leen al mismo tiempo el mismo libro, ya sea en voz alta, ya sea en silencio; después de cambiar impresiones proponen marcas posibles y pasajes dignos de ser marcados; sugieren anotaciones, defienden líneas suceptibles de ser subrayadas, unos argumentan a favor del marcador en amarillo flourescente, otros a favor de doblar una esquinita, otros más dudan entre la marca de un lápiz de buen grafito o la contundencia de la tinta azul. Una vez establecidos los acuerdos, marcan el libro a modo de acta que guarda los acuerdos de una asamblea lectora, acuerdos que ahora se asumen como colectivos. No conozco algo así. Conozco, en todo caso, marcas sucesivas de muchas lecturas individuales que se hicieron en tiempos distantes y que están siempre dispuestos a dialogar con la lectura de un nuevo lector. Incluso es posible pensar en marcación simultánea sobre un mismo texto digital, pero ese conjunto de marcas será, en todo caso, un cojunto de marcas individuales y no una marcación verdaderamente colectiva.
Conforme pude prescindir del servicio que hacían mis tíos al leer en voz alta y traducir, la relación con los acordeones grafiteados fueron haciéndose cada vez más personales aunque el culto al objeto permaneció. Podía leer por mí misma, podía leer sola, lo que implicaba, por otro lado, que podía prestar el servicio de leer en voz alta a los demás.
Pronto, el ejercicio personal de la lectura reclamó su registro, palabras que deseas, pasajes que exigen su consignación. Pero el libro, ese objeto venerable:
Libro purísimo
Libro castísimo
Libro inmaculado
Libro digno de veneración
Libro concebido sin pecado en el original
Libro insígne de devoción
Libro digno de honor
Libro siempre virgen
Libro libre de marcas
debía quedar a salvo de las improntas. No existen, sin embargo, demasiadas soluciones. Había que crear espejos en los cuales doblar, subrayar y anotar. Otros corpora hechos a imagen y semejanza pero imperfectos. Naturalmente es posible, hallar, ante esta situación, dos posibilidades: la memorización y la transcripción.
III.
La memorización selecciona los pasajes y los reimprime en los recuerdos, forma un subtexto, se anotan en los bordes del recuerdo con imágenes asociadas, sonidos que rememoran y razonamientos relacionados que conforman al final una marginalia al que los demás sólo pueden acceder por medio de la recitación y la plática. Los pasajes, palabras y líneas a memorizar se sujetan al mismo tipo de proceso de las marcas físicas: jerarquización, selección, olvido.
Los poemas y los incipit, me doy cuenta ahora, eran los más vulnerables para el apetito de la memoria, para ser transcritos al recuerdo, marcados, anotados, alterados. El salvaje comienzo de La Vorágine de José Eustasio Rivera o de “Eleonora” de Édgar Allan Poe contienen anotaciones visuales, garabatos mentales rayoneados en una tarde de distracción. Con el marcador de una entonación chillante que sucede en silencio cuando recito sin mover los labios, los poemas pueden ser intervenidos en una una copia que habita en la memoria.
El espacio mental que ocupan los recuerdos se vuelve entonces el borde de las páginas de una novela en el cuál anotar al margen. La selección que se realiza al memorizar equivale al subrayado, a la marca que jerarquiza las frases en rememorables y dignas de olvido. La memoria como borde, como soporte sobre el que se crean los apéndices y las huellas de los ejercicios de lectura. Mediante la memorización utilizada como marcatexto, el libro puede continuar impoluto en un mundo y marcado en su realidad mental, realidad virtual. Poco importa que el objeto burle el bolígrafo, el marcador, el doblado, la anotación al margen si es que le “labra prisión mi fantasía”.
IV.
Para consignar las impresiones diarias, las palabras de otros pueden ser útiles, palabras que uno desearía reclamar como suyas porque describen las impresiones sobre las experiencias cotidianas que se resguardan en un diario. Cuando tuve conciencia de ello, comencé un diario de citas, un diario que hablaba de mí pero que estaba conformado por retazos de los libros que leía. La selección de las palabras transcritas estaba guiada sólo por un criterio: la relación y la relevancia que establecían con los acontecimientos de mi vida. Las palabras “subrayadas”, o más bien transrayadas, fueron seleccionados por su poder de evocación.
Un diario de citas podía cumplir una triple función: podía registrar mi ejercicio de lectura y dejar sin marcas al libro como objeto, podía escribir entre líneas sobre mis propios andares cotidianos y podía quedar a salvo de los ojos y los juicios de posibles lectores que gustan irrumpir en diarios ajenos. Desde entonces llevo un diario de citas, un diario de palabras que evocan mis preocupaciones específicas con palabras de otros.
La transcripción acompaña desde entonces mis ejercicios de lectura. Cuadernos completos con citas transcritas en los cuáles después puedo hacer anotaciones y subrayados. El objeto queda impoluto, el libro queda marcado.
Los libros se desdoblan en la memoria y en los cuadernos, toman cuerpo susceptibles de ser intervenidos para registrar el paso de una lectura individual. El marcatextos que supone la memorización puede compartirse cuando la situación amerita recitar. Los cuadernos con transcripciones, objetos también, pueden compartirse y tal vez después, no sé, transcribir otra selección en otro cuaderno como una acción recursiva.
Las maneras de marcar los libros sin intervenirlos como objetos, marcar sus contenidos y dejar evidencia del acto personal de lectura suelen imbricarse. Algunas veces las palabras transcritas al diario de citas suelen quedarse en mi memoria en donde activan su propia red de anotaciones asociadas; otras veces, los pasajes aprendidos de memoria terminan siendo transcritos a libretas de pasta dura.
Los libros, los objetos siguen ahí, sin esquinas dobladas, sin subrayados con grafito o tinta, sin anotaciones en el margen. La neblina y la humedad no opinan lo mismo. Se cuelan, dejan sus ondas, apuntan rugosidades. Leo cada vez menos en voz alta y en colectivo. Nunca he anotado o subrayado ningún libro. Nunca. Y sin embargo… EP
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