Entre la ansiedad y la confianza: los sentimientos en las campañas de 2024

Los sentimientos son mejores predictores de resultados electorales que las creencias políticas. Antonio Villalpando destaca que entender las emociones en los discursos de los candidatos es clave. Analizar qué emociones proyectan revela a quién le hablan y qué buscan. En la política, las emociones son más poderosas que las propuestas.

Texto de 03/06/24

Los sentimientos son mejores predictores de resultados electorales que las creencias políticas. Antonio Villalpando destaca que entender las emociones en los discursos de los candidatos es clave. Analizar qué emociones proyectan revela a quién le hablan y qué buscan. En la política, las emociones son más poderosas que las propuestas.

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Los sentimientos son mejores predictores de los resultados electorales que las creencias de política pública. Aunque buena parte de la comentocracia mexicana es reacia a salir del oscurantismo del rational choice, saber qué sentimientos proyectan las candidaturas sirve mejor que el análisis de propuestas para saber qué pretenden y a quién le hablan las y los candidatos. Por ello, en este texto se hace un breve análisis de sentimientos de los discursos de las candidatas y candidato a la presidencia de la República y se discute el papel que desempeñan las emociones en su estrategia electoral.

Zoon aisthimatikón

Es muy improbable cursar la carrera de ciencia política sin hacer referencia en los primeros semestres al concepto aristotélico de zoon politikón. El animal cívico –o la “fauna de la polis”—, podemos intuir, era un hombre libre y, probablemente, con cierta influencia para realizar de forma concreta aquello de organizar sociedades. El leitmotiv de este hombre de la polis era vivir conforme a las leyes en la dorada mediocridad y seguridad de la ciudad-Estado, dejando fuera sólo a los idiotas y a los hombres que, por su supuesta superioridad, se gobernaban a sí mismos.

A esta interpretación sumamente indulgente con la propia posición social de Aristóteles le siguieron otras, entre las que destaca aún el homo œconomicus, un intento anticientífico de naturalizar las consecuencias sociales de la avaricia al tenerlas como un accidente de la agregación de los intereses de personas esencialmente racionales. Aún hoy, en pleno 2024, hay quienes caracterizan el comportamiento humano como el resultado de elecciones racionales, o en su defecto, como la consecuencia de un déficit en la información o las capacidades que ‘deberían’ dirigir a todo el mundo a maximizar su utilidad con la tecnología y la ley como únicas restricciones.

“Aún hoy, en pleno 2024, hay quienes caracterizan el comportamiento humano como el resultado de elecciones racionales”.

A las y los científicos políticos podemos achacarles muchas cosas, entre ellas, haberle comprado a ciertos(as) economistas esta simplificación y haberla llevado más lejos que una mera posibilidad o un simple prototipo del mecanismo que lleva a la gente a militar, adherirse políticamente y votar. No obstante, lo que no podemos achacarles es ser cortos(as) de miras o remilgosos(as) con las ideas, la cualidad que hace de la ciencia política la ciencia social más ecléctica.

En esta ciencia está de moda hablar de las emociones y los sentimientos como el contenido de la adhesión, la militancia y el proselitismo. Aunque las emociones nunca estuvieron fuera del guion, durante décadas de economicismo se pensaron como un epifenómeno de la racionalidad o como algo anecdótico en la formación de preferencias políticas. Afortunada o desafortunadamente, la fuerza con la que la gama de populismos desplazó la oferta de partidos cártel, políticos(as) jet set y coaliciones oportunistas en la segunda década del siglo XXI —el Pacto por México, el Partido Democrático italiano, el socialismo panhelénico, el PSOE, el Partido Liberal de Filipinas, el Partido Socialista Húngaro, la Obywatelska en Polonia, entre otros— cimbró los esquemas analíticos de muchas(os), lo que terminó por convencerles de que los sentimientos son mejores predictoras de la adhesión y la votación que el juicio prospectivo o retrospectivo sobre las políticas públicas, los clivajes de la estructura social o su relación con los esquemas fiscales.

Esto ha sido comprobado decenas de veces desde que se introdujo el análisis de sentimientos de las redes sociales (un buen meta análisis reciente lo encuentras en Skoric et al., 2020). Aunque no se niega que las personas piensan en los impuestos o las transferencias cuando votan, los análisis de la formación de preferencias, intención de voto y resultados electorales de esta ‘nueva’ escuela de la ciencia política echan mano de conceptos psicológicos o sociológicos para elaborar un argumento más refinado: que hay un proceso de socialización o exposición a ciertos estímulos que crea respuestas emocionales que consolidan o concatenan lo que creemos que es deseable con lo que sentimos sobre quién es, cómo se ve o de dónde viene quien lo propone. Desde hace más de una década se dice, por ejemplo, que las campañas van dirigidas a generar un proceso llamado ‘imprimación afectiva’, que es cuando el enfrentamiento con ciertas emociones detona procesos cognitivos que se consolidan en intenciones o acciones (Kuhne et al., 2011).

Hablar de un “zoon aisthimatikón”, o “animal sentimental”, parece una buena forma de sintetizar la idea: que los sentimientos políticos –disgusto, admiración, resentimiento, esperanza— que sustentan procesos tan complejos como la representación simbólica, proceden de estímulos que producen ciertas emociones como miedo, tristeza, ira, entre otros. Si los sentimientos –estas amalgamas de emociones y experiencias subjetivas— guían nuestras elecciones de pareja(s), de amistades y de carrera, ¿por qué no habrían de guiar nuestras intenciones de voto?

Las emociones y los sentimientos de las campañas a la presidencia de México

Si las comparamos con 2018 y pensamos en dos grupos de fuerzas políticas, en estas campañas para la presidencia de la República se invirtió la polaridad de los sentimientos: la campaña oficialista fue más positiva que negativa y las campañas opositoras, al contrario. Ello es bastante lógico: ser crítico es parte de ser oposición y ser optimista es parte de ser oficialista.

Ahora bien: si hacemos una lectura general sobre los discursos de cierre de precampaña de las candidatas y el candidato a la presidencia de México (por ser los más comparables hasta ahora), observamos que cada una(o) apela a una combinación específica de emociones y sentimientos. Para este análisis usé el lexicón de sentimientos del Consejo Nacional de Investigación de Canadá (NRC) en su versión en español.

Jorge Álvarez Máynez, en su apelación a la construcción de un “México Nuevo”, utiliza la tristeza y el miedo como emociones centrales de su retórica. Estas emociones resuenan particularmente con cierta clase de clase media: millennials educados, casados (o cohabitantes) y con un ingreso ligeramente menor que la media aritmética nacional. Esta clase media, que hace ya algunos años el Pew Research Center llamara “la media ansiosa” (“III. The Anxious Middle”, 2008) tiende a combinar las emociones del miedo y la tristeza con un diagnóstico informado para producir un sentimiento muy común hoy en día: la ansiedad. Para este segmento de la población, la cotidianidad tiende a producir una sensación generalizada de tristeza ante realidades como la dificultad de acceder a la propiedad, así como un miedo sofocante generado por vivir en un país que se ha militarizado y no por razones insignificantes. Esta imprimación emocional conduce, por ejemplo, al compromiso de tener fiscalías que sirvan para combatir la impunidad, lo que refuerza la necesidad de una clase social vulnerable de sentir que, al menos, su vida y sus posesiones tienen cierta protección por parte del Estado.

Por su parte, Xóchitl Gálvez utiliza una retórica que también se recarga sobre el miedo, el cual está dirigido hacia las condiciones de inseguridad y violencia que imperan en el país. Sin embargo, usa el miedo de una forma distinta: en una yuxtaposición permanente con la esperanza (“sin miedo”). Esta estructura emocional es propia de las clases dominantes o con aspiraciones de dominio, una observación que ha sido tamizada a través de los lentes de la ciencia política –como el trabajo de Robert Putnam sobre el capital social en Estados Unidos— y de la psicología social (ver el trabajo clásico de Ajzen & Fishbein, 1970). El trayecto del miedo a la esperanza suele ser el camino de menor resistencia para quienes, subjetiva u objetivamente, las cosas han salido bien aunque sea un par de veces. Esta combinación de emociones resuena en dos grupos que, vistos desde otra óptica, no parecen tener nada qué ver: por un lado, las y los medianos empresarios (quienes son dueños de un negocio que tienen que atender personalmente), muchos de los cuáles viven la dualidad de esperar una reforma fiscal más agresiva y la esperanza de que, como sucedió con la pandemia, al final del túnel se pueda salir adelante y, por otro lado, las mujeres, quienes experimentan una dualidad más seria: estar en uno de los peores países para ser mujer en el Occidente y, al mismo tiempo, uno en el que el movimiento feminista ha tenido victorias recientes y constantes. Este trayecto del miedo a la esperanza es una clara estrategia para flanquear al obradorismo y granjearse la simpatía de dos grupos a quienes el presidente de la República ha descalificado no en pocas ocasiones. Esta codificación emocional es consistente con una interpretación estética y de clase de los sentimientos que son permisibles para quienes es importante mantener cierta cara, pues se busca cultivar la indignación, una forma “correcta” y bonita de enojo.

“El trayecto del miedo a la esperanza suele ser el camino de menor resistencia para quienes, subjetiva u objetivamente, las cosas han salido bien aunque sea un par de veces”.

Finalmente, Claudia Sheinbaum proyecta en su lenguaje lo que debe proyectar quien se encuentra defendiendo una posición: confianza y alegría. Estas emociones resuenan, no sorpresivamente, entre quienes ya se benefician o perciben beneficios de las políticas actuales. Propuestas como la continuidad de los programas sociales existentes o las Farmacias del Bienestar para complementar los medicamentos gratuitos refuerzan una relación de pertenencia y validación de lo que el oficialismo percibe como logros de la administración saliente. En el caso particular de la promotora del “segundo piso” de la 4T, es curiosa la forma en que se ha dado el salto del resentimiento —el pariente incómodo de la indignación— que cosechó el presidente para ganar la elección de 2018 a la confianza (una muy buena reflexión sobre el resentimiento y su uso como arma política puede leerse en Morales, 2021). Aunque es una elaboración relativamente sencilla, ese trayecto emocional implica el riesgo de desmovilizar a grupos que regularmente son escépticos de las declaraciones triunfalistas. La continuidad es difícil de vender a una ciudadanía acostumbrada a las promesas de cambio desde antes de que ese cambio fuera posible por la vía electoral.

Conclusión

En conclusión, el análisis de los sentimientos proyectados en las campañas electorales de 2024 revela la centralidad de las emociones en las estrategias políticas. Las emociones, más que las propuestas de política pública, son los verdaderos motores de la adhesión y la militancia política y de cosas más importantes (la vocación, el matrimonio en Occidente, la salud, etcétera). Los seres humanos, como animales sentimentales, formamos nuestras preferencias políticas en gran medida basándonos en respuestas emocionales. La tristeza y el miedo utilizados por Jorge Álvarez Máynez, la combinación de miedo y esperanza en la retórica de Xóchitl Gálvez, y la confianza y alegría proyectadas por Claudia Sheinbaum, son ejemplos claros de cómo las emociones moldean las campañas y las estrategias electorales.

Este enfoque emocional no sólo afina las plataformas políticas, sino que también transforma la percepción de los votantes sobre quiénes son los candidatos y qué representan. La imprimación afectiva, es decir, la capacidad de las campañas para detonar procesos cognitivos a través de estímulos emocionales, es el mecanismo último y el santo grial de la política electoral de esta década y, tal vez, de este siglo. Se puede decir que ha dejado sin efectos el microtargeting que pusiera de moda Sasha Issenberg en 2012 con su libro The Victory Lab, pues las personas nos parecemos mucho en muchos sentidos, y las emociones no son la excepción.

Es curioso: a veces parece que volvemos sobre nuestros pasos y que estamos reinventando la dominación carismática de Max Weber. Por eso las y los sociólogos tendemos a decir: “te lo dije”. EP

Referencias

Ajzen, I., & Fishbein, M. (1970). The prediction of behavior from attitudinal and normative variables. Journal of experimental social Psychology, 6(4), 466–487.

III. The Anxious Middle. (2008, julio 29). Pew Research Center. https://www.pewresearch.org/social-trends/2008/07/29/iii-the-anxious-middle/

Kuhne, R., Schemer, C., Matthes, J., & Wirth, W. (2011). Affective Priming in Political Campaigns: How Campaign-Induced Emotions Prime Political Opinions. International Journal of Public Opinion Research, 23(4), 485–507. https://doi.org/10.1093/ijpor/edr004

Morales, C. (2021, noviembre 5). En defensa del resentimiento. Revista Común. https://revistacomun.com/blog/en-defensa-del-resentimiento/Skoric, M. M., Liu, J., & Jaidka, K. (2020). Electoral and Public Opinion Forecasts with Social Media Data: A Meta-Analysis. Information, 11(4), 187. https://doi.org/10.3390/info11040187

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