La política de lo trivial

En este texto, Antonio Villalpando Acuña reflexiona sobre los motivos de las trivialidades presentes en las campañas políticas de cara a las próximas elecciones.

Texto de 19/05/21

En este texto, Antonio Villalpando Acuña reflexiona sobre los motivos de las trivialidades presentes en las campañas políticas de cara a las próximas elecciones.

Tiempo de lectura: 8 minutos

La palabra ‘trivial’ viene del latín trivium, “tres vías”. Algunos afirman que esto hace referencia a las encrucijadas que conectaban varios caminos para viajar entre Roma y sus provincias. En dichos cruces, como en la era moderna, se podían hallar descansos donde los viajantes se detenían a abrevar y pasar la noche. Una conversación trivial era, entonces, este intercambio entre extraños que buscaban informarse sobre los posibles peligros del camino y, a cuenta de olvidarse un poco de la incertidumbre, distraerse un tanto. La acepción negativa y más aceptada de lo trivial fue adoptada después del Imperio Carolingio, donde las conversaciones triviales versaban sobre otro trivium: la gramática, la lógica y la retórica —las tres vías inferiores de las artes liberales de la época—. Las conversaciones triviales, que en sus inicios fueron ejercicios plebeyos de cohesión y apoyo mutuo, fueron capturadas por élites y despojadas de su función prosocial.

En el contexto de los comicios venideros, una gran cantidad de candidatos y candidatas se ha volcado a las redes sociales, especialmente TikTok, para promover sus aspiraciones políticas. En la pasarela han sucedido cosas cómicas: bailes caseros, coreografías pobremente ejecutadas y hasta striptease. Este despliegue de bufonería ha sido recibido con una mezcla de recelo y simpatía, ambas emociones totalmente justificadas. 

Por un lado, parece casi una profecía autocumplida que quien use de semejante forma la mercadotecnia política no dudará en seguir usándola para eludir su deber de rendir cuentas. Además, hay un gran riesgo de que no se trate sólo de una estrategia electoral, sino que el futuro o la futura gobernante o representante dé la misma importancia a los asuntos públicos tanto frente a la lente como detrás de ella. 

Por otro lado, al igual que en los convivios de los descansos de las viae romanae, las campañas son un momento de preparación para un momento que aún no ha llegado. En un contexto tan sombrío, y ante el presagio de tiempos aún más interesantes, no viene mal un poco de variedad.

“Nuestro régimen político está experimentando un violento giro sobre uno de sus ejes fundamentales: la sustancia de la representación política.”

Si esta trivialización del momento está “bien” o “mal”, es una discusión para pasar el rato, una trivialidad en sí misma. Lo que subyace a este fenómeno es lo que vale más la pena discutir: esta fuga de la realidad, este despliegue circense, es la manifestación de un cambio más profundo en las claves de la política mexicana y una consecuencia no esperada de la pandemia de SARS-CoV-2. Nuestro régimen político está experimentando un violento giro sobre uno de sus ejes fundamentales: la sustancia de la representación política. Mientras que el régimen actual nació como una democracia fiduciaria —la gobernante o representante es elegida para hacer lo que, de acuerdo con sus conocimientos, crea mejor para la comunidad—, la llegada meteórica del lopezobradorismo al poder ha puesto sobre la mesa una forma alternativa: la democracia delegativa —el gobernante o representante es elegido para ejecutar, sin meditar, la voluntad ciudadana—. Sin embargo, la evolución de esta sustancia política, que se debate entre el proyecto de la tecnocracia y el de los populistas, está siendo colonizada y trastocada por un componente más orgánico, psicológico y emotivo: la necesidad de identificarse con el otro ante un entorno atemorizante, funesto e incierto, así como la añoranza de una vida colectiva normal.

Democracias de expertos y de delegados

Ambos modelos democráticos tienen sus claroscuros. Si bien la relación entre los criterios con los que la ciudadanía elige a sus representantes y el carácter del gobierno que estos conforman depende de muchos factores —el sistema de partidos, la distritación electoral, los principios de votación, la cultura política y cívica, etcétera—, seguramente el lector puede identificar, grosso modo, dos tendencias en la experiencia contemporánea.

Por un lado, el gobierno de los expertos basado en la democracia fiduciaria —cimentado en el principio de representación activa— parece debatirse entre dos polos. Su capacidad para producir políticas públicas de alta calidad que responden a la complejidad de los asuntos del Estado gracias a la racionalización y al enfoque científico de la visión economicista del gobierno (Christensen & Mandelkern, 2021), bajo ciertas condiciones institucionales —como la cartelización de los partidos políticos— a veces degenera en cleptocracias donde la clase política aprovecha que conduce el gobierno como una caja negra para instituirse en una mafia de cuello blanco.

Por otra parte, el gobierno de los delegados parece desplegar dos subclases de representación que privilegian el contenido político del Estado sobre su función técnica y racionalizadora. Quienes conducen el Estado suelen tener un papel de delegados y delegadas sea porque representan la unidad social al aludir a la “esencia” o el espíritu nacional —representación simbólica—, o bien, porque representan la diversidad social al parecerse, lo más posible, a quienes votaron por ellos y ellas —representación descriptiva— (Caramani, 2017, p. 56). La representación simbólica, al privilegiar el consenso de la identidad por encima del acuerdo sobre las políticas, es propia de movimientos fundacionales o refundacionales de la comunidad política y sus reglas, pero acarrea el peligro de generar un estado de miopía cívica que dé un cheque en blanco a gobiernos crónicamente insolventes e inamovibles. Como lo muestra una investigación reciente sobre el apoyo a los regímenes latinoamericanos, los gobiernos se pueden sostener con un alto nivel de aceptación cuando la gente se percibe incluida y se identifica con los gobernantes, ello sin importar que las políticas públicas del gobierno nacional sean un fracaso total (Rhodes-Purdy, 2017). 

“Cada principio de representación no solamente da origen a un tipo de gobierno, sino que tiene su propia lógica electoral.”

Este relato sobre el final del camino —dos formas de representación en la gobernanza democrática— viene a cuento por dos razones: 

  1. Esta nutrida elección es el momento cumbre de la pugna entre los dos modelos de democracia representativa en México. Por primera vez en la historia, ambos modelos ya han sido experimentados a escala nacional. Esta elección, en el fondo, es una consulta sobre estos principios.
  1. Cada principio de representación no solamente da origen a un tipo de gobierno, sino que tiene su propia lógica electoral. Un estudio publicado por la Universidad de Chicago encontró que, cuando los votantes privilegian la capacidad como criterio electivo, el sistema político tiende a decantarse hacia una democracia fiduciaria; en contraste, cuando los votantes privilegian la congruencia ideológica, el sistema político se inclina más hacia el extremo de la democracia delegativa (Fox & Shotts, 2009).

En el caso mexicano, la congruencia ideológica sólo explica una parte de la deriva de la política mexicana hacia la democracia delegativa, aquella relacionada con los principios políticos de la llamada Cuarta Transformación (4T) y su discurso nacionalista y moralizante que, al tratar de estandarizar, invoca la representación de tipo simbólico. La otra parte de este deslizamiento hacia una democracia delegativa está creciendo como una anomalía en el espacio que nunca ocupó el proyecto tecnocrático de la transición y que, al parecer, la 4T tampoco tiene potencial para llenar: la política de la semejanza, de la representación descriptiva, de la confianza del parecido

La política como un comercial

Si bien generar empatía en las y los votantes a través de la imagen es algo que hace y debe hacer cualquier político o política que busque la elección o reelección, el cambio en el peso relativo de este contenido psicológico en el ambiente de las campañas es el síntoma de que una importante proporción del electorado mexicano no es receptivo a la comunicación política de las “propuestas”. Esto no sería ninguna sorpresa si no fuera porque, a la par, también hay una pérdida de receptividad a la comunicación política de los “principios políticos” —lo que la oposición y la 4T creen que hacen, respectivamente—. Aquello que aparenta ser un alud de trivialidad, un vaciamiento del contenido de la política, en realidad es la manifestación de una clase política que ha leído correctamente —y con cierto cinismo— el momento: la búsqueda de frugalidad y de seguridad después de una calamidad.

El politólogo César Morales Oyarvide, en un artículo publicado en esta revista, menciona que “lo que el lopezobradorismo parece impulsar es una representación ‘por semejanza’”; es decir, una que promueve perfiles políticos más parecidos sociológicamente al mexicano o la mexicana típicos. Visto desde este punto en el tiempo, esta característica parece más una imputación proveniente de la visión clasista y racista de ciertos sectores de la oposición y por los sectores progresistas de la coalición que llevó a AMLO al poder, que un elemento explícito de su retórica o de sus políticas. Esta idea, sin embargo, está razonablemente fundada si se compara el habitus de la administración actual con el de la anterior, cuya imagen sólo podía producir una identificación aspiracional como lo hacen las telenovelas mexicanas. 

«“Sólo el pueblo puede salvar al pueblo” es la continuación de “la solución somos todos” de José López Portillo.”»

El cambio en las claves de la política que cristalizó como proyecto de régimen en 2018 no significó el reemplazo de una élite por una “fuerza emanada del pueblo”, sino por una desplazada por la tecnocracia que se había anidado en una posición autoreportada como de izquierda, pero que siempre conservó el comportamiento paternalista y demagógico de sus orígenes priistas. Por ello, esta imagen de una presidencia “fuerte” —como la califican sus simpatizantes— y centralista tiene mayor arrastre electoral entre las generaciones de mayor edad, para quienes la retórica nacionalista, uniformadora y paternalista de la 4T evoca los últimos tiempos de bonanza económica del régimen priista pretransición. La comunicación y representación de esta fuerza política enfatiza una totalidad homogénea en la que no cabe un relato sobre la vida de la gente común más que a través de símbolos unificadores moralizantes. “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo” es la continuación de “la solución somos todos” de José López Portillo.

Las generaciones más jóvenes —los mayores consumidores de TikTok—, sin embargo, no cuentan con los referentes para identificarse con este cuento. Además, es válido suponer que tampoco les resulte especialmente atractivo lo que representa el proyecto de la transición, bajo cuyos gobiernos han experimentado una creciente tormenta de violencia, carencias e inmovilidad política. Aunado a esto, la crisis provocada por la COVID-19 ha exacerbado los sentimientos de inseguridad y ansiedad en toda la población, no solamente en las y los jóvenes. Esto es especialmente importante, pues cuando la gente se expone a ambientes de incertidumbre —como una pandemia—, esta tiende a “pausar” o desechar aquellos sistemas de creencias más nuevos, racionales y que demandan mucha información, como el que se necesita para confiar en una democracia fiduciaria. Es normal que nadie esté especialmente receptivo a creer que es buena idea votar por expertos para que decidan por nosotros, después de que llevamos más de 420 días viviendo sus decisiones sin poder hacer mucho al respecto más que desobedecer y arriesgar la vida.

Ahora bien: para llenar el espacio de esas ideas pausadas o desechadas, las personas tienden a retroceder hacia sistemas de creencias más antiguos, intuitivos y que no son intensivos en información, como la fe, el parentesco y lo cotidiano. La combinación de esta tendencia general observable en cualquier calamidad con el limbo de representación que experimentan las y los votantes más jóvenes, es el escenario perfecto para esta ola de campañas triviales que buscan el voto evocando una confianza más primitiva: “yo me parezco a ti: bailo como tú, como tacos en la esquina como tú, quiero lo mismo que tú”. Al igual que los comerciales que se ven hoy día en la televisión, en los que todo el mundo parece estar siempre de fiesta, estas campañas triviales explotan no solamente esta representación descriptiva de los mexicanos —muy burda en realidad—, sino también el anhelo que tiene la gente de poder volver a salir a bailar, comer tacos en la esquina y divertirse sin preocuparse de una amenaza invisible que habita en el aliento del otro.

El próximo 6 de junio, México vivirá lo que muchos consideran los comicios más importantes en la historia del país hasta el momento. Esto es cierto en la medida en que es una consulta sobre los principios de nuestra democracia: ¿queremos expertos o queremos delegados? Pero, a la par, también es un enfrentamiento con un proceso de trivialización de la política que puede ayudarnos a pasar mejor el rato, o bien, que puede adulterar esa vital consulta entre los “bandos” que tenemos prisa por resolver. EP


Referencias

Caramani, D. (2017). Will vs. Reason: The Populist and Technocratic Forms of Political Representation and Their Critique to Party Government. American Political Science Review, 111(1), 54-67. https://doi.org/10.1017/S0003055416000538 

Christensen, J., & Mandelkern, R. (2021). The technocratic tendencies of economists in government bureaucracy. Governance, n/a(n/a). https://doi.org/10.1111/gove.12578 

Fox, J., & Shotts, K. W. (2009). Delegates or Trustees? A Theory of Political Accountability. The Journal of Politics, 71(4), 1225-1237. https://doi.org/10.1017/S0022381609990260 

Rhodes-Purdy, M. (2017). Beyond the Balance Sheet: Performance, Participation, and Regime Support in Latin America. Comparative Politics, 49(2), 252-286. https://doi.org/10.5129/001041517820201350

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