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Más allá del cambio de élites, de las prioridades del
gobierno y de los símbolos del poder, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador
(AMLO) y Morena en las elecciones de 2018 ha implicado también un profundo
cambio en términos de comunicación. No sólo ha variado la forma en la que
hablamos de la política: el contenido mismo de algunos de sus conceptos más
relevantes también se ha transformado. Es por ello que, para entender el México
actual, es preciso comenzar a construir un glosario de la 4T, que dé cuenta de
estos nuevos significados. Intento comenzar a hacerlo aquí, a través de un
esbozo de los cambios experimentados en tres conceptos: democracia,
representación y gobierno. No es mi intención definirlos por completo, sino
mostrar apenas el sentido de su transformación, sus potencialidades y límites.
Democracia: del
gobierno para el pueblo al gobierno por el pueblo
Durante el siglo XX la democracia se convirtió en la forma
de gobierno más extendida en el mundo. The
only game in town, como se le llegó a definir desde la ciencia política.
Sin embargo, el concepto de democracia no ha estado exento de polémicas y
cambios. Tradicionalmente por democracia se entendía una forma de gobierno
formada por dos elementos: por un lado estaba lo que podemos llamar su “componente
constitucional”, que enfatiza la necesidad de pesos y contrapesos entre
instituciones, equilibrio de
poderes e implica un gobierno “para” el pueblo; por el otro
estaba el “componente popular”, el del gobierno “por” el pueblo a través de la
igualdad política y la participación electoral. Durante mucho tiempo se pensó
que este binomio, que llamamos democracia liberal, era indisociable. Ahora
bien, desde hace años comenzó a desarrollarse un proyecto —en la teoría y en la
práctica— para redefinir a la democracia en detrimento de su componente popular.
Como escribe Peter Mair1, la idea que se abrió paso en las últimas
décadas fue que si el binomio de la democracia liberal ya no podía existir tal
y como lo conocíamos —por causa de la globalización, del fracaso de los
partidos políticos o de las tendencias propias del capitalismo—, lo que había
que salvar era la parte liberal del conjunto, es decir, su componente
constitucional. En el caso más extremo esto significó hablar de una democracia
sin demos, de gobernar el vacío.
México no ha sido ajeno a esta tendencia, a pesar de haber
vivido una transición en que las elecciones fueron presentadas como la
quintaesencia de la democracia. Ejemplos de ello son la política de extender el
modelo de los bancos centrales, blindados a los vaivenes electorales, al mayor
número posible de ámbitos del Estado (los famosos organismos constitucionales
autónomos) o, más recientemente, la aparición en nuestra conversación pública
de términos como “democracia iliberal”. Lo que ha hecho la elección de 2018 es
darle la vuelta a este estado de las cosas. Para la 4T la democracia se define
sobre todo por su componente popular, de ahí su énfasis en los 30 millones de
votos, en las consultas ciudadanas y en propuestas como la revocación del
mandato. Uno de los principios del Plan Nacional de Desarrollo lo dice de forma
transparente: “democracia significa el poder del pueblo”. Al contrario de lo
que ocurría, ahora es el componente popular de la democracia el que gana
primacía y el constitucional comienza a perder peso. Esta nueva definición de
la democracia implica una apuesta por el empoderamiento ciudadano más que
bienvenida. No obstante, también entraña un problema, pues a partir de ella los
conflictos del gobierno con tribunales, organizaciones civiles y medios de
comunicación no son una anomalía sino una consecuencia lógica y, por lo tanto,
continuarán. En este sentido, el lopezobradorismo podría entenderse como una respuesta
democrática poco liberal a un liberalismo poco democrático2.
Representación: de la
diferencia a la semejanza
El nuevo significado de democracia en la 4T está ligado a la
transformación de un concepto fundamental para todos los gobiernos modernos: el
de representación. El lopezobradorismo no ha pretendido destruir este vínculo
entre la ciudadanía y las autoridades, pero sí ha buscado transformarlo
radicalmente. Cuando el concepto de gobierno representativo nace hace más de
200 años, explica Bernard Manin3, lo hace como algo muy distinto a
la democracia. Un célebre pasaje de The
Federalist Papers, uno de los primeros textos en impulsar esta nueva forma
de gobierno, lo deja claro: su objetivo era “la total exclusión del pueblo como
colectivo en el gobierno”. Esta exclusión estaba impulsada por razones de
índole práctica —la imposibilidad de reunir en un Estado moderno a toda la
comunidad en asamblea y la necesidad de profesionalizar la función pública—
pero también ideológica, pues detrás de ella había una clara desconfianza en el
pueblo como tomador de decisiones y una legitimación de los gobiernos de la
élite. El resultado fue un tipo particular de representación: una
representación “por diferencia” en que los representantes formaban un conjunto
de ciudadanos elegidos, en el sentido de que su cargo público era resultado de
un proceso electoral, pero también en que no eran individuos comunes, sino
notables, eminentes, mejores que el pueblo. Esta es la idea de representación a
la que apelaban las campañas de José Antonio Meade y Ricardo Anaya, con sus
títulos, idiomas y familias modelo. Es también el concepto de representación
que está en crisis alrededor del mundo.
Por el contrario, lo que el lopezobradorismo parece impulsar
es una representación “por semejanza”. En esta concepción, el pueblo y sus
representantes deben compartir características y circunstancias similares que los
acerquen entre sí, de modo que instancias como el Congreso sean un reflejo más
o menos fiel de la población mexicana. Se trataría, en resumen, de una
representación que busca ser representativa. Este cambio es perceptible en el
habla del propio López Obrador —más parecida a la de la mayoría de mexicanos
que la de otros políticos—, en la inclusión como candidatos de Morena de perfiles
hasta hace poco impensables —un “Mijis”, sin ir más lejos— o en la recuperación
del sorteo, un método para la selección de candidatos o cargos públicos tan
antiguo como la democracia. Desde luego, todo ello no impide que el
lopezobradorismo gobernante funcione como una élite. Y es natural: ya decía
Maquiavelo4 que un país sin hombres ilustres no puede mantenerse ni
gobernarse. No obstante, es una élite que se presenta como distinta al subrayar
lo que la une con las mayorías, no lo que la diferencia.
Gobierno: de la
administración a la política
Una de las discusiones que ha generado la representación por
semejanza de la 4T tiene que ver con la capacidad de este tipo de políticos
para ejercer su oficio. Incluso en las manifestaciones más clasistas de la
oposición, como el regatearle al presidente su segundo apellido para criticar
su origen popular5, el argumento de fondo es que no posee las
facultades necesarias para gobernar. Lo que ha ocurrido, más bien, es que la
concepción del gobierno también se ha transformado a partir de 2018. Desde hace
ya un buen tiempo, se asentó entre nosotros la idea de que gobernar era, ante
todo, un asunto técnico y, por lo tanto, un patrimonio de los expertos,
especialmente de los versados en economía. En esta concepción el gobierno era,
en esencia, un trabajo despolitizado. Este espíritu tecnocrático no sólo
caracteriza a los planteamientos de la cada vez menos Nueva Gestión Pública,
sino también a muchas de las novedades que se presentan cada tanto para
resolver los problemas gubernamentales, desde el Big Data hasta los nudges.
En sus manifestaciones más extremas, esta creencia ha producido la usurpación
de la lógica democrática por parte de criterios pretendidamente técnicos y
neutrales, en una especie de paternalismo ilustrado. En la práctica, algunos
grupos políticos han utilizado sus credenciales técnicas para hacer avanzar su
agenda.
El cambio que ha significado la llegada de AMLO a la
presidencia es una crítica a esta visión del gobierno en dos sentidos. En
primer lugar, al ampliar la concepción de
lo que se entiende por gobernar. En la 4T este oficio no sólo requiere
administrar y hacer análisis costo-beneficio, sino también contrastar
posicionamientos morales, movilizar emociones y afectos. En segundo lugar, al
buscar defender la primacía y la autonomía —siempre relativas— de la política
frente a otras lógicas. Germán Martínez lo resumió bien en una de sus
intervenciones en el Senado: “López Obrador es un presidente, no un gerente”.
El propio AMLO confirmó este cambio cuando declaró que
gobernar “no tiene mucha ciencia”. Más que como una apología del
antintelectualismo o un rechazo al uso de evidencia, la experiencia técnica y
la burocracia, habría que entender esa frase como una declaración de
intenciones de quien entiende su labor de forma más cercana a los clásicos que
a los departamentos universitarios de economía; como un saber práctico anclado
en virtudes como la prudencia y la capacidad de leer (y adaptarse) a la
coyuntura. Si anteriormente los gobiernos mexicanos podrían haber suscrito la
máxima porfiriana de “poca política y mucha administración”, la 4T bien podría
afirmar lo contrario. El punto, sin embargo, es no quedarse ahí e intentar
romper la inercia de ese movimiento pendular, ya que, para resolverse, los grandes
problemas nacionales requieren de mucha política, pero también de mucha
administración pública
La discusión que han generado los cambios en el significado de estas palabras está lejos de haber concluido. En la permanencia de este debate está quizá una de las consecuencias más interesantes del lopezobradorismo en el gobierno: la intensa politización por la que está atravesando la sociedad mexicana. Por un lado, a través de la inclusión en la comunidad política de amplios sectores de ciudadanos que antes se sentían ajenos a las decisiones colectivas y, por el otro, al hacer objeto de debate una serie de cuestiones que antes permanecían fuera de la deliberación pública. “Democracia”, “representación” y “gobierno” no son sólo unas cuantas palabras cuyo significado es materia de especialistas. Son una parte esencial de nuestro sentido común, eso es lo que hoy vuelve a estar en disputa. EP
1 En su obra Ruling
the void (2013).
2 Paráfrasis de la célebre definición de populismo del
politólogo Cas Mudde.
3 En su clásico Los
principios del gobierno representativo (1998).
4 En los Discursos
sobre la Primera Década de Tito Livio.
5 Como ha explicado la lingüista Violeta Vázquez-Rojas.
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