Para un glosario de la 4T

Para explicar la “Cuarta Transformación” es necesario entender el sentido que en ella han adquirido algunos conceptos fundamentales. En esta entrega, el autor comienza la construcción de un glosario a partir de tres conceptos: democracia, representación y gobierno.

Texto de 10/10/19

Para explicar la “Cuarta Transformación” es necesario entender el sentido que en ella han adquirido algunos conceptos fundamentales. En esta entrega, el autor comienza la construcción de un glosario a partir de tres conceptos: democracia, representación y gobierno.

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Más allá del cambio de élites, de las prioridades del gobierno y de los símbolos del poder, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Morena en las elecciones de 2018 ha implicado también un profundo cambio en términos de comunicación. No sólo ha variado la forma en la que hablamos de la política: el contenido mismo de algunos de sus conceptos más relevantes también se ha transformado. Es por ello que, para entender el México actual, es preciso comenzar a construir un glosario de la 4T, que dé cuenta de estos nuevos significados. Intento comenzar a hacerlo aquí, a través de un esbozo de los cambios experimentados en tres conceptos: democracia, representación y gobierno. No es mi intención definirlos por completo, sino mostrar apenas el sentido de su transformación, sus potencialidades y límites.

Democracia: del gobierno para el pueblo al gobierno por el pueblo

Durante el siglo XX la democracia se convirtió en la forma de gobierno más extendida en el mundo. The only game in town, como se le llegó a definir desde la ciencia política. Sin embargo, el concepto de democracia no ha estado exento de polémicas y cambios. Tradicionalmente por democracia se entendía una forma de gobierno formada por dos elementos: por un lado estaba lo que podemos llamar su “componente constitucional”, que enfatiza la necesidad de pesos y contrapesos entre instituciones, equilibrio de

poderes e implica un gobierno “para” el pueblo; por el otro estaba el “componente popular”, el del gobierno “por” el pueblo a través de la igualdad política y la participación electoral. Durante mucho tiempo se pensó que este binomio, que llamamos democracia liberal, era indisociable. Ahora bien, desde hace años comenzó a desarrollarse un proyecto —en la teoría y en la práctica— para redefinir a la democracia en detrimento de su componente popular. Como escribe Peter Mair1, la idea que se abrió paso en las últimas décadas fue que si el binomio de la democracia liberal ya no podía existir tal y como lo conocíamos —por causa de la globalización, del fracaso de los partidos políticos o de las tendencias propias del capitalismo—, lo que había que salvar era la parte liberal del conjunto, es decir, su componente constitucional. En el caso más extremo esto significó hablar de una democracia sin demos, de gobernar el vacío.

México no ha sido ajeno a esta tendencia, a pesar de haber vivido una transición en que las elecciones fueron presentadas como la quintaesencia de la democracia. Ejemplos de ello son la política de extender el modelo de los bancos centrales, blindados a los vaivenes electorales, al mayor número posible de ámbitos del Estado (los famosos organismos constitucionales autónomos) o, más recientemente, la aparición en nuestra conversación pública de términos como “democracia iliberal”. Lo que ha hecho la elección de 2018 es darle la vuelta a este estado de las cosas. Para la 4T la democracia se define sobre todo por su componente popular, de ahí su énfasis en los 30 millones de votos, en las consultas ciudadanas y en propuestas como la revocación del mandato. Uno de los principios del Plan Nacional de Desarrollo lo dice de forma transparente: “democracia significa el poder del pueblo”. Al contrario de lo que ocurría, ahora es el componente popular de la democracia el que gana primacía y el constitucional comienza a perder peso. Esta nueva definición de la democracia implica una apuesta por el empoderamiento ciudadano más que bienvenida. No obstante, también entraña un problema, pues a partir de ella los conflictos del gobierno con tribunales, organizaciones civiles y medios de comunicación no son una anomalía sino una consecuencia lógica y, por lo tanto, continuarán. En este sentido, el lopezobradorismo podría entenderse como una respuesta democrática poco liberal a un liberalismo poco democrático2.

Representación: de la diferencia a la semejanza

El nuevo significado de democracia en la 4T está ligado a la transformación de un concepto fundamental para todos los gobiernos modernos: el de representación. El lopezobradorismo no ha pretendido destruir este vínculo entre la ciudadanía y las autoridades, pero sí ha buscado transformarlo radicalmente. Cuando el concepto de gobierno representativo nace hace más de 200 años, explica Bernard Manin3, lo hace como algo muy distinto a la democracia. Un célebre pasaje de The Federalist Papers, uno de los primeros textos en impulsar esta nueva forma de gobierno, lo deja claro: su objetivo era “la total exclusión del pueblo como colectivo en el gobierno”. Esta exclusión estaba impulsada por razones de índole práctica —la imposibilidad de reunir en un Estado moderno a toda la comunidad en asamblea y la necesidad de profesionalizar la función pública— pero también ideológica, pues detrás de ella había una clara desconfianza en el pueblo como tomador de decisiones y una legitimación de los gobiernos de la élite. El resultado fue un tipo particular de representación: una representación “por diferencia” en que los representantes formaban un conjunto de ciudadanos elegidos, en el sentido de que su cargo público era resultado de un proceso electoral, pero también en que no eran individuos comunes, sino notables, eminentes, mejores que el pueblo. Esta es la idea de representación a la que apelaban las campañas de José Antonio Meade y Ricardo Anaya, con sus títulos, idiomas y familias modelo. Es también el concepto de representación que está en crisis alrededor del mundo.

Por el contrario, lo que el lopezobradorismo parece impulsar es una representación “por semejanza”. En esta concepción, el pueblo y sus representantes deben compartir características y circunstancias similares que los acerquen entre sí, de modo que instancias como el Congreso sean un reflejo más o menos fiel de la población mexicana. Se trataría, en resumen, de una representación que busca ser representativa. Este cambio es perceptible en el habla del propio López Obrador —más parecida a la de la mayoría de mexicanos que la de otros políticos—, en la inclusión como candidatos de Morena de perfiles hasta hace poco impensables —un “Mijis”, sin ir más lejos— o en la recuperación del sorteo, un método para la selección de candidatos o cargos públicos tan antiguo como la democracia. Desde luego, todo ello no impide que el lopezobradorismo gobernante funcione como una élite. Y es natural: ya decía Maquiavelo4 que un país sin hombres ilustres no puede mantenerse ni gobernarse. No obstante, es una élite que se presenta como distinta al subrayar lo que la une con las mayorías, no lo que la diferencia.

Gobierno: de la administración a la política

Una de las discusiones que ha generado la representación por semejanza de la 4T tiene que ver con la capacidad de este tipo de políticos para ejercer su oficio. Incluso en las manifestaciones más clasistas de la oposición, como el regatearle al presidente su segundo apellido para criticar su origen popular5, el argumento de fondo es que no posee las facultades necesarias para gobernar. Lo que ha ocurrido, más bien, es que la concepción del gobierno también se ha transformado a partir de 2018. Desde hace ya un buen tiempo, se asentó entre nosotros la idea de que gobernar era, ante todo, un asunto técnico y, por lo tanto, un patrimonio de los expertos, especialmente de los versados en economía. En esta concepción el gobierno era, en esencia, un trabajo despolitizado. Este espíritu tecnocrático no sólo caracteriza a los planteamientos de la cada vez menos Nueva Gestión Pública, sino también a muchas de las novedades que se presentan cada tanto para resolver los problemas gubernamentales, desde el Big Data hasta los nudges. En sus manifestaciones más extremas, esta creencia ha producido la usurpación de la lógica democrática por parte de criterios pretendidamente técnicos y neutrales, en una especie de paternalismo ilustrado. En la práctica, algunos grupos políticos han utilizado sus credenciales técnicas para hacer avanzar su agenda.

El cambio que ha significado la llegada de AMLO a la presidencia es una crítica a esta visión del gobierno en dos sentidos. En primer lugar, al ampliar la concepción  de lo que se entiende por gobernar. En la 4T este oficio no sólo requiere administrar y hacer análisis costo-beneficio, sino también contrastar posicionamientos morales, movilizar emociones y afectos. En segundo lugar, al buscar defender la primacía y la autonomía —siempre relativas— de la política frente a otras lógicas. Germán Martínez lo resumió bien en una de sus intervenciones en el Senado: “López Obrador es un presidente, no un gerente”.

El propio AMLO confirmó este cambio cuando declaró que gobernar “no tiene mucha ciencia”. Más que como una apología del antintelectualismo o un rechazo al uso de evidencia, la experiencia técnica y la burocracia, habría que entender esa frase como una declaración de intenciones de quien entiende su labor de forma más cercana a los clásicos que a los departamentos universitarios de economía; como un saber práctico anclado en virtudes como la prudencia y la capacidad de leer (y adaptarse) a la coyuntura. Si anteriormente los gobiernos mexicanos podrían haber suscrito la máxima porfiriana de “poca política y mucha administración”, la 4T bien podría afirmar lo contrario. El punto, sin embargo, es no quedarse ahí e intentar romper la inercia de ese movimiento pendular, ya que, para resolverse, los grandes problemas nacionales requieren de mucha política, pero también de mucha administración pública

La discusión que han generado los cambios en el significado de estas palabras está lejos de haber concluido. En la permanencia de este debate está quizá una de las consecuencias más interesantes del lopezobradorismo en el gobierno: la intensa politización por la que está atravesando la sociedad mexicana. Por un lado, a través de la inclusión en la comunidad política de amplios sectores de ciudadanos que antes se sentían ajenos a las decisiones colectivas y, por el otro, al hacer objeto de debate una serie de cuestiones que antes permanecían fuera de la deliberación pública. “Democracia”, “representación” y “gobierno” no son sólo unas cuantas palabras cuyo significado es materia de especialistas. Son una parte esencial de nuestro sentido común, eso es lo que hoy vuelve a estar en disputa. EP

1 En su obra Ruling the void (2013).

2 Paráfrasis de la célebre definición de populismo del politólogo Cas Mudde.

3 En su clásico Los principios del gobierno representativo (1998).

4 En los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio.

5 Como ha explicado la lingüista Violeta Vázquez-Rojas.

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