
¿Prohibir la venta, consumo y publicidad de la comida chatarra en las escuelas es una buena decisión de política educativa?
¿Prohibir la venta, consumo y publicidad de la comida chatarra en las escuelas es una buena decisión de política educativa?
Texto de Irma Villalpando 22/04/25
¿Prohibir la venta, consumo y publicidad de la comida chatarra en las escuelas es una buena decisión de política educativa?
El programa “Vive saludable, vive feliz”, que la SEP ha implementado en el ciclo escolar vigente, tiene por objetivo reducir el porcentaje de obesidad infantil y juvenil en nuestro país. Una de sus medidas centrales es la prohibición a nivel nacional de la venta, consumo y publicidad de comida chatarra en las escuelas.
Este texto traslada el adjetivo “chatarra” (aplicado a los alimentos) a la política educativa actual. Se permite tal movimiento toda vez que la RAE define el término como algo de muy baja calidad.
El 29 de marzo del 2025 entró en vigor la prohibición de la venta de comida chatarra en las escuelas. La medida se toma en razón del preocupante diagnóstico de sobrepeso y obesidad en la población mexicana. De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Salud (ENSANUT) del 2023, el 37 % de la población entre 5 y 11 años tiene sobrepeso u obesidad, lo que representa casi 4 millones de infantes. Los adolescentes y jóvenes de entre 12 y 19 años presentan una prevalencia de 38.1 por ciento. El consumo habitual de bebidas endulzadas se presenta en un 90 % de la población encuestada. Los datos se disparan en la población de 20 años y más llegando a 76 % en la combinación de sobrepeso y obesidad. Todo ello es preocupante.
Estos datos han servido para argumentar, de manera causal, que la prohibición de comida chatarra en las escuelas es una buena decisión de política educativa. El problema con la causalidad es que resulta ser el método más limitado para comprender los fenómenos de las ciencias sociales y humanas. Los temas educativos pertenecen a un contexto social que anida en tramas culturales de alta complejidad. Así, la primera crítica a la medida proviene del reduccionismo que conlleva su construcción causal.
Entramar la ingesta de comida chatarra en la escuela —causa — con la obesidad infantil —efecto— tiene un supuesto tácito que resulta problemático: la idea de que los estudiantes adquieren y practican mayormente en la escuela el hábito de consumir comida chatarra. Bajo esta lógica, si se prohíbe el consumo de chatarra en las escuelas, el problema se resuelve. Esto es un error.
Los hábitos alimenticios son un tipo de aprendizaje social y no instruccional, es decir, se aprenden por los contactos con el grupo al que se pertenece, el primero y de mayor influencia: la familia.
Antes de ingresar a la escuela y durante gran parte del trayecto educativo, los estudiantes construyen sus gustos alimenticios y adquieren las formas de consumo que prevalecen en sus hogares. Así, el primer cuestionamiento a la prohibición es si apunta en la dirección correcta. Me parece que no.
En la escuela no se incuban ni se construyen los hábitos alimenticios. Recordemos que los niños pasan únicamente el 20 % del total de su tiempo en la escuela, que la única ingesta que se da en ella consiste en un refrigerio durante el receso y, en ocasiones, en las inmediaciones de la escuela, al finalizar las clases. Son los padres de familia quienes determinan el contenido de la lonchera, así como la decisión de dar dinero para la compra de los productos.
El segundo cuestionamiento a la prohibición es de carácter logístico. La vigilancia de la medida queda a cargo de directores y supervisores escolares, aunque también, dice el documento oficial, recae en funcionarios de la Comisión Federal para la Protección contra los Riesgos Sanitarios (COFEPRIS). Habría que preguntarle a la COFEPRIS si tiene la capacidad humana de visitar las 231,534 escuelas de educación básica. Haciendo cuentas, y dado que las escuelas sólo abren 200 días por ciclo escolar, tendrían que visitar 1,157 escuelas por día. Eso sin contar a las preparatorias y universidades, a las cuales, erróneamente, también se les aplica la prohibición.
Con esto, es posible inferir que los vigilantes de la norma serán, en los hechos, los directores y supervisores. Aquí entramos en el nebuloso terreno de si los reglamentos escolares son letra muerta o viva.
Un antecedente cercano. En 2020, Oaxaca se convirtió en la primera entidad del país en prohibir comida chatarra en las escuelas. Coloquialmente le llamaron “ley antichatarra”. La medida tuvo amplia cobertura mediática. Además, se generaron recetarios tradicionales para la población escolar y se organizaron charlas para docentes y directores. En suma, se creó, al igual que ahora, la expectativa social de que se resolvería el problema. En el 2024, el Poder del Consumidor publicó un estudio donde informó que el 95.4 % de las escuelas continuaban vendiendo comida chatarra y sólo el 27 % ofrecía frutas y verduras. Hasta ahora, la medida ha sido un rotundo fracaso.
¿Qué sucedió? Probablemente que los directores y supervisores no acataron la norma. Quienes tenemos larga historia en el mundo de las escuelas sabemos que existe, en mayor o menor medida, entre docentes, directores, supervisores y hasta jefes de sector, la cultura de la simulación. Aparentar que cumplo con la norma cuando en realidad no lo hago.
A esto hay que sumar que los seres humanos somos, en general, rebeldes, complejos, difíciles; no cambiamos nuestros hábitos por decreto ni obedecemos con suavidad y agrado las normas. En el mundo real, cuando se impone una medida contracultural se requieren mecanismos eficaces para vigilar su cumplimiento. Tengo la impresión de que la suerte de este nuevo procedimiento no tendrá correlato en la vivencia cotidiana de la mayoría de las escuelas.
Con esto no quiero decir que nadie intentará cumplir la regla. Seguramente habrá directores que intenten aplicarla, otros, como dije, recurrirán a la simulación; algunos más, de plano serán omisos. ¿Qué porcentaje de cada cual? No lo sabremos, como tampoco sabemos, por ejemplo, el nivel apropiación o resistencia de la Nueva Escuela Mexicana. Y no lo sabremos porque, además de que el Sistema Educativo Mexicano (SEN) es complejo, al carecer de instrumentos de evaluación del impacto de sus políticas, también es ineficaz.
La política educativa del anterior y actual gobierno son, en realidad, emprendimientos superficiales de muy baja calidad. A pesar de los cambios recientes y de las reformas educativas decretadas, la escuela continúa intacta, opera como sabe y puede hacerlo.
Una política educativa adecuada sobre nutrición se plantearía estrategias de largo alcance y de mayor profundidad. En uno de sus últimos informes, la Comisión para la Mejora Continua de la Educación (Mejoredu) dio a conocer que únicamente el 32 % de las secundarias del país cuenta con profesor de educación física. ¿Qué acaso las autoridades desconocen que el sedentarismo está relacionado con la obesidad? ¿Qué políticas implementarán para resarcir la falta de maestros de educación física? También podríamos preguntar a la autoridad educativa ¿en qué estado se encuentran los bebederos en las escuelas (las que los tienen o, aún más, las que tienen agua) y los comedores escolares que se tenían en las escuelas de tiempo completo?, ¿por qué, en lugar de responsabilizar a la escuela, no se le apoya con personal especializado en salud, por ejemplo, con nutriólogos? Podrían dar acompañamiento a padres de familia y a docentes. En fin, ideas hay muchas; lo que no hay es presupuesto.
Por último, hago un llamado para dejar de ver a la escuela como la solución a problemas estructurales de la sociedad. Rechazar la idea de que los docentes o directores somos padres supletorios, vigilantes, trabajadores sociales, psicólogos o guardias de seguridad. Debemos recordar que la tarea sustantiva de la escuela es el aprendizaje y, por supuesto, el desarrollo integral de los niños, pero eso no se logra con medidas inanes sino por el trabajo arduo, constante y profundo de la comunidad escolar a través, principalmente, de un cuerpo docente bien capacitado. Aquí es donde debemos poner el acento. EP