Alejandra Ibarra Chaoul, directora de Defensores de la Democracia, reflexiona sobre la relevancia del periodismo local en México.
Periodismo local para qué
Alejandra Ibarra Chaoul, directora de Defensores de la Democracia, reflexiona sobre la relevancia del periodismo local en México.
Texto de Alejandra Ibarra Chaoul 18/10/23
Mi primera incursión en el periodismo local fue a través de Ved Parkash —un hombre que había sido tildado “el peor terrateniente de Nueva York” por una asociación de activistas de la vivienda en Nueva York en 2016. Parkash tenía varios edificios en el Bronx —el borough (distrito) más pobre y con mayor índice de violencia de los cinco de aquella ciudad— y yo era parte de un equipo de reporteros cubriendo las condiciones de los inquilinos que rentaban un departamento a Parkash. Pasamos semanas entrevistando gente que batallaba con infestaciones de cucarachas y ratas; otros que habían sobrevivido al colapso de un piso entero donde se instaló una lavandería sin cumplir con los requisitos necesarios; y unos más que rentaban almacenes en sótanos habilitados como departamentos que se inundaban por las fugas de las tuberías adaptadas en sus baños hechizos.
Fue durante esos meses que entendí la importancia del periodismo local, ese que cubre sucesos relevantes (salud, educación, vivienda, seguridad, tránsito) de y para una zona geográfica delimitada y cuya relevancia no se traslada necesariamente a niveles nacionales o internacionales. Es local porque importa en y para la localidad.
Semanas después de publicar, nos enteramos de que los vecinos de uno de los edificios de Parkash, y luego vecinos de varios edificios, se habían organizado para hacerle frente al arrendatario en la corte. Para eso sirve el periodismo, y en particular el local, para: i) brindar información que ayude a exigir la rendición de cuentas, ii) propiciar el involucramiento cívico y político y iii) generar integración comunitaria. Esta última a partir de la publicación de aspectos cotidianos de la vida (además de los informativos), según el profesor Rasmus Kleis Nielsen, Director del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo en la Universidad de Oxford.
Sin embargo, cubriendo al terrible terrateniente del Bronx también entendí la precarización de este tipo de periodismo: los reporteros del equipo éramos estudiantes de la maestría y la publicación, el Bronx Ink, era un sitio de internet auspiciado por nuestra profesora, una empedernida reportera que creía fervientemente en la necesidad de producir periodismo local, especialmente en lugares como el Bronx, donde la cobertura periodística había disminuido dramáticamente en los últimos años.
No es extraño que el periodismo local sufra, especialmente en lo económico. Después de todo, es el que se encarga de fiscalizar a los poderes de la región: el político, el económico (y, donde existe, también el criminal), mismos que suelen constituir las élites económicas que rara vez invertirán en patrocinar a los reporteros —al menos no a los críticos—. De manera que el financiamiento del periodismo local termina dependiendo de las audiencias, la publicidad o las donaciones. Pero es cierto que, en los últimos años, el periodismo local también empezó a sufrir a causa de la polarización en el discurso político en el que mandatarios en todo el continente americano han vilipendiado a la prensa, señalándola como enemiga del pueblo. La intolerancia por parte de las élites locales ha llegado al punto de amedrentar a los periodistas desde el gobierno, incluso en lugares donde eso hubiera parecido impensable.
Por poner un par de ejemplos, en el condado de McCurtain en Oklahoma, un padre e hijo —fundadores del periodico local MacCurtain Gazette—, cerraron su periódico local y huyeron del pueblo este año después de que el sheriff los amenazara de muerte por cubrir el aumento de sus prácticas nepotistas. También este año, en el condado de Marion en Kansas, un grupo de policías allanó las oficinas del periodico local, el Marion County Record, y la casa de su fundadora llevándose teléfonos celulares, computadoras y otros objetos; esto ocasionó, con su paso, la muerte de la fundadora de 98 años que presenció la incautación —algo sin precedentes ahí—. Sobra decir que el hostigamiento a periodistas alcanza niveles extremos en lugares como México, donde muchos conflictos se solucionan con el homicidio de quienes resultan incómodos. Desde el año 2000 a la fecha han asesinado a más de 161 periodistas en el país; todos eran reporteros locales y algunos más eran periodistas ciudadanos.
En la organización que dirijo, Defensores de la Democracia, nos dedicamos a rescatar y resguardar los trabajos de los periodistas asesinados en México. De los más de 17 000 trabajos que hemos catalogado, producidos por 51 periodistas asesinados, el 41% son notas policiacas; el 20% son notas de política; el 6% tratan de justicia y derechos humanos y otro 6% tocaba cultura y sociedad; el resto abarca otros temas. De las notas policiacas, el 40% son “sucesos”: accidentes, incendios, coches, atropellados, ahogados; el 30% narra eventos relacionados a crimen organizado: masacres, balaceras, fosas clandestinas; el 22% cubre nota roja: cuerpos en la vía pública, feminicidios, etc. De las notas sobre política, la gran mayoría relata eventos cotidianos, seguido de cobertura de elecciones y después corrupción. Esto nos da una idea sobre los temas que se dejan de cubrir cuando asesinan a un periodista local.
Además, la mayoría de los reporteros asesinados en el país eran fundadores y directores de sus propios medios y, tras su homicidio, es muy complicado que sus proyectos periodísticos sobrevivan. Cuando falta ese periodismo local, la comunidad en cuestión deja de tener esos tres puntos de los que hablaba Kleis Nielsen: información para la rendición de cuentas, involucramiento de los ciudadanos en lo cívico y lo político y sensación de comunidad.
El Observatorio del Sur, por ejemplo, dejó de cubrir el carente trabajo del ayuntamiento en Tejupilco de Hidalgo tras el homicidio de Nevith Condés Jaramillo (asesinado en 2019) y las inauguraciones de restaurantes o coperachas para ayudas económicas de algunos vecinos. Nadie en Acapulco continuó realizando la sátira política que hacía Leslie Ann Pamela Montenegro (asesinada en 2018) en El Sillón Magazine, tampoco nadie retomó las notas que hacía avisando de descuentos en el supermercado o sobre temas culturales en la ciudad. La cobertura diaria de accidentes, asaltos y homicidos se detuvo en Zitácuaro tras el asesinato de Armando López Linares y Roberto Toledo (asesinados en 2022) y el cierre de su medio: el Monitor Michoacán. El Semanario Playa News en Playa del Carmen despareció tras el homicidio de su fundador, Rubén Pat Cauich (asesinado en 2018), el de su corresponsal de Carrillo Puerto, José Guadalupe Chan Dzib (asesinado semanas antes en 2018), y el de su reportero de nota roja, Francisco Romero Díaz (asesinado en 2019). Quizá una de las excepciones más honrosas en ese sentido es el caso de RíoDoce, el semanario sinaloense cofundado por Javier Valdez Cárdenas (asesinado en 2017), proyecto periodístico en el que estaban involucradas más personas, con el que la población local se continúa involucrando directamente y que ha recibido apoyos internacionales para continuar con su importante labor informativa.
Así como me enamoré por primera vez del periodismo local en el Bronx, hablando con madres solteras dominicanas y ancianas afroamericanas batallando con cucarachas y fugas de agua, a inicios de octubre refrendé mi convicción para apoyar y consumir el periodismo local en el marco del Premio de Periodismo de Investigación organizado por la Comisión Estatal de Atención y Protección al Periodismo (CEAPP) de Veracruz donde tuve la oportunidad de formar parte del jurado.
Gracias a este premio leí la investigación Poder Judicial: el arte de simular contratos, que examina los desfalcos millonarios del poder judicial en Veracruz. También, en Tuzandépetl: la oscuridad de una tragedia en Veracruz, conocí el caso de cinco trabajadores de Pemex que murieron en una explosión de un centro de almacenamiento en el sur del estado en lo que pareció ser un caso de falta de mantenimiento. Me asomé a la comunidad de Las Barrancas, en Alvarado, donde el cambio climático ha acelerado un fenómeno conocido como erosión costera que está destruyendo, ola con ola, las casas de la gente en el pueblo. Entendí, con sorpresa, no solo la negligencia oficial sino la obstrucción activa de la justicia y la verdad en el caso de Viridiana Moreno Vázquez, donde el gobierno del estado mintió en repetidas ocasiones sobre el paradero de una mujer desaparecida y el presunto hallazgo de sus restos. Finalmente, aprendí sobre la ataxia, una enfermedad genética, bastante extraña, que parece afectar de manera desmedida a una población alejada en el municipio de Tlaltetela.
Sin este periodismo, que es local por la región que cubre y para la que la cubre, la población veracruzana se hubiera quedado solamente con la frustración y la impotencia de saber que los crímenes en su estado no se resuelven, pero no hubieran obtenido una explicación para las causas de esas falencias que además representa una herramienta para exigir rendición de cuentas. Sin el reportaje de Pemex, mucha gente no se hubiera enterado siquiera de la muerte de los tres trabajadores de la petrolera y, mucho menos, hubiera sabido que la responsabilidad de esas muertes yace en la burocracia y su falta de mantenimiento. La gente de Las Barrancas hubiera continuado viendo cómo el mar se lleva sus viviendas en soledad. El caso de Viri hubiera pasado a engrosar las cifras de feminicidio, sin dejar registro de que además del crimen que le quitó la vida, está la responsabilidad del Estado en usar la desinformación para ocultarlo y entorpecer todo el proceso. Y la gente de Tlaltetela, seguiría cuidando a sus niños enfermos de ataxia, aislada y lejos de la atención de la población, enfocada en el trajín de sus cuidados cotidianos. EP
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