
En esta columna, César Morales Oyarvide discute sobre la campaña masiva de afiliación a MORENA y sus posibles implicaciones en la organización interna del partido.
En esta columna, César Morales Oyarvide discute sobre la campaña masiva de afiliación a MORENA y sus posibles implicaciones en la organización interna del partido.
Texto de César Morales Oyarvide 22/01/25
En esta columna, César Morales Oyarvide discute sobre la campaña masiva de afiliación a MORENA y sus posibles implicaciones en la organización interna del partido.
“La pequeña ciencia” es el título de un célebre libro que, hace casi medio siglo, realizó un balance crítico de la ciencia política estadounidense desde México. El objetivo de esta columna, que toma su nombre, es analizar la coyuntura política a la luz de los más recientes hallazgos de esta disciplina. Una ciencia a ratos megalómana y a ratos acomplejada, pero que cuando se ejerce con ese “orgullo modesto” que aconsejaba Machado ofrece siempre una mirada útil, novedosa y fascinante para entender nuestro mundo.
Decía Jorge Ibargüengoitia que los habitantes de Pedrones —esa versión ficticia de León que aparece en sus novelas— confundían “lo grandote con lo grandioso”. Recordé la frase al leer sobre una de las últimas declaraciones que realizó la dirigencia de MORENA el año pasado: iniciar una campaña masiva de afiliación para convertir al partido en “el más grande del mundo”.
“convertir al partido en “el más grande del mundo”.”
Como señaló en su momento el historiador Harim B. Gutiérrez, volver realidad ese propósito es sencillamente imposible. Los partidos más grandes del mundo están, como cabe esperar, en los países más poblados del mundo: India y China. La organización a la que MORENA tendría que destronar para convertirse en el partido con más miembros sería el Bharatiya Janata Party (BJP), del ultraderechista hindú Narendra Modi, que tiene hoy alrededor de 198 millones de militantes. Según datos oficiales, México tiene hoy aproximadamente 126 millones de habitantes. Es decir, que incluso si todos los mexicanos, sin importar su edad o filiación política, se afiliaran a MORENA, el partido estaría aún muy lejos de su contraparte india.
La afirmación de la dirigencia morenista es, qué duda cabe, hiperbólica. Un recurso retórico para el mitin. Sin embargo, me gustaría tomarla en serio. ¿La razón? Porque, más allá del chiste fácil, en los partidos políticos el tamaño sí importa. Desde la ciencia política se ha llamado repetidamente la atención sobre la relación entre el número de militantes de un partido y temas fundamentales como la democracia, el tipo de organización interna y los diferentes estilos de liderazgo, con hallazgos realmente interesantes.
Para uno de los referentes clásicos de la disciplina, Roberto Michels, el crecimiento de los partidos políticos está asociado con el aumento de su complejidad técnica y organizativa, lo que contribuye a la creación de una burocracia especializada, cada vez más separada del militante de a pie y con cancha libre para perseguir sus propios intereses. Es lo que Michels bautizó como la “ley de hierro de la oligarquía”. Desde otras disciplinas como la economía, algo similar se ha dicho a la hora de explicar las organizaciones sociales: a medida que los grupos incrementan su tamaño, sus miembros individuales ven reducida su influencia, lo que redunda en menor motivación, más apatía y menos participación. El resultado en ambos casos sugiere que, a mayor tamaño, los partidos podrían acabar por ser más fácilmente dominados por sus elites en detrimento de sus militantes. Esto es especialmente relevante en nuestro contexto, pues uno de los propósitos que MORENA ha reiterado en su discurso es el de democratizar la vida pública, empezando por la propia organización, que se concibe a sí misma como un partido-movimiento.
Hasta hace poco, las afirmaciones en torno a los efectos del tamaño de los partidos eran respaldadas por datos centradas en unos cuantos casos. De hecho, el estudio del propio Michels, realizado hace más de un siglo, se centró en un solo partido, el Partido Socialdemócrata (SPD) alemán —uno de los primeros partidos de masas, junto al PSOE español— como el caso “menos probable”. Si el SPD, de ideología izquierdista y base obrera, se había oligarquizado, nos plantea Michels, ¿qué podría esperarse de los demás?
Ahora bien, en los últimos años, la evidencia recabada al respecto se ha vuelto más robusta. En 2017, por ejemplo, los politólogos Gigs Schumacher y Nathalie Giger publicaron un trabajo al respecto en la revista Political Studies: “Who leads the party? On membership size, selectorate and party oligarchy”. Lo más novedoso de su investigación no es la pregunta que se hacen, sino las fuentes a las que recurren. Estos autores construyen una base de datos monumental, combinando diversas fuentes de información sobre partidos, a través del tiempo y con información de distintos países. Aunque sus resultados sugieren que la ley de Michels no es tal (en otras palabras, que no se trata de una afirmación determinista), lo cierto es que la evidencia sí apunta a que, para la mayoría de los partidos, un mayor número de miembros está asociado con un mayor dominio de los líderes y con una menor participación de los militantes de a pie.
Igual de relevante que la relación entre el tamaño de la militancia y la dinámica interna de los partidos es lo que Schumacher y Giger estudian sobre su “selectorado”, una palabreja que requiere explicación. Hablando en cristiano, se le llama ‘selectorado’ al grupo de actores políticos que eligen a un candidato para ocupar un puesto de liderazgo en una organización, cuando este grupo es distinto al padrón de votantes (el electorado). Se trata de un término importado de la sub-disciplina de las relaciones internacionales, pero que se ha usado con éxito al explicar la forma, por ejemplo, en que son elegidos los líderes en regímenes autoritarios. La idea puede aplicarse también a los partidos.
De forma intuitiva, podría pensarse que en la medida en que el “selectorado” de un partido es más amplio e incluyente, los líderes elegidos tendrán un comportamiento menos vertical. Pues bien: lo que Schumacher y Giger encuentran es lo contrario. En la mayoría de los casos, ampliar el selectorado —por ejemplo, dejando que la totalidad de los militantes elijan a la dirigencia partidista— exacerba la dominación del liderazgo. Lo anterior viene a cuento en el caso de MORENA, pues este partido ha ampliado su “selectorado” al máximo grado posible. ¿Cómo? Utilizando encuestas abiertas para elegir a sus candidatos. Aunque este no ha sido el caso a la hora de elegir a sus dirigentes, vale la pena preguntarse cuál es el lugar de la militancia ante este tipo de procesos.
Llegamos por fin al “convidado de piedra” a todos estos debates: los propios miembros de los partidos. Hay que reconocer que, desde la ciencia política, los hombres y mujeres afiliados a los partidos políticos hoy son un actor muy poco estudiado. Una de las razones de este “peluseo” académico es que, desde hace algún tiempo, el número de militantes partidistas ha disminuido de forma constante en todo el mundo. Hay quienes han llegado a considerarlos una reliquia del pasado. Sin embargo, desde hace algunos años, se ha argumentado que la tesis del declive no ha afectado a todos los partidos por igual. Investigadores como Anne-Kristin Kölln y Paul Whiteley han planteado que, al menos en Europa, los partidos populistas han “revertido” esta tendencia, lo que podría ser una señal del carácter movilizador (y democratizantes) de estas organizaciones. La nueva campaña de afiliación de MORENA con miras a convertirlo en el partido más “grandote” pasa por ahí.
Con todo, volviendo a la distinción que planteaba la frase de Ibargüengoitia, creo que donde está realmente la clave es en la dinámica interna de los partidos y, más allá del número de sus militantes, en el poder efectivo que estos tienen.
Y aquí, más que voltear a China o India, la dirigencia de MORENA podría observar a un país mucho más pequeño, pero también más cercano y, desde mi punto de vista, ejemplar: Uruguay. Como mostraron las elecciones del octubre pasado, una de las claves del éxito sostenido del Frente Amplio (FA) es que se toma muy en serio a su militancia de base. En una región donde muchos de los partidos de la izquierda han navegado entre las fracturas internas y la dependencia hacia liderazgos carismáticos, la trayectoria del partido de Pepe Mujica es un fenómeno peculiar. En pocas palabras, lo que distingue al FA del resto de los partidos es no solo el número de activistas de base —que no son ni meros burócratas ni engranajes de estructuras clientelares— que mantiene la organización, sino el contar con una estructura y unas reglas internas que garantizan que estos activistas tengan un papel político fundamental en la toma de decisiones. El resultado ha sido, por un lado, una tensión entre la militancia y los líderes que, lejos de producir un impasse, ha sido una fuente constante de vitalidad para el partido. Por el otro, la posibilidad de seguir vinculándose con organizaciones sociales para recoger sus demandas desde abajo.
“un mayor número de miembros está asociado con un mayor dominio de los líderes y con una menor participación de los militantes de a pie.”
La campaña de afiliación de la actual dirigencia morenista es una buena noticia. Especialmente si se compara con aquellos tiempos en los que el partido no solo no sabía cuántos miembros tenía, sino que resultaba imposible afiliarse a él. Sin embargo, lo que sugiere nuestra “pequeña ciencia” es que lo que hace realmente “grandioso” a un partido no es el número de sus militantes, sino el peso que estos tienen en el devenir de su organización. Empezando por su papel a la hora de elegir a sus dirigentes y candidatos. Es decir, su democracia interna. Y eso requiere de mucho más que expandir el padrón. EP