La pequeña ciencia: La dinastía Monreal y otros casos de (no) nepotismo

César Morales Oyarvide escribe sobre las “dinastías políticas” a raíz de la propuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum en contra del nepotismo.

Texto de 26/03/25

nepotismo

César Morales Oyarvide escribe sobre las “dinastías políticas” a raíz de la propuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum en contra del nepotismo.

La pequeña ciencia” es el título de un célebre libro que, hace casi medio siglo, realizó un balance crítico de la ciencia política estadounidense desde México. El objetivo de esta columna, que toma su nombre, es analizar la coyuntura política a la luz de los más recientes hallazgos de esta disciplina. Una ciencia a ratos megalómana y a ratos acomplejada, pero que cuando se ejerce con ese “orgullo modesto” que aconsejaba Machado ofrece siempre una mirada útil, novedosa y fascinante para entender nuestro mundo.

Si algo había que objetar a la reforma contra el nepotismo que envió hace unas semanas al legislativo la presidenta Claudia Sheinbaum es que pecaba por defecto, no por exceso. La iniciativa, para quien aún no esté familiarizado con ella, establecía que los parientes de quien ocupa un cargo de elección popular como alcalde o gobernador tienen que esperar un ciclo electoral para aspirar al mismo puesto.

A pesar de lo breve de ese “periodo de enfriamiento” —apenas 3 o 6 años—, la iniciativa fue suficiente para que varios “barones” (y “varones”) de MORENA y sus partidos aliados montaran en rebeldía. Tal parece que la presidenta que tiene la mayor aprobación popular en democracia enfrenta, al mismo tiempo, las mayores resistencias dentro de su coalición para hacer avanzar su agenda. En este caso, la oposición interna consiguió aplazar de 2027 a 2030 la aplicación de la reforma, posibilitando que personajes como Félix Salgado Macedonio, Ruth González o Saúl Monreal puedan aspirar a suceder a sus hijas, maridos o hermanos en la gubernatura de sus respectivos estados.

Monreal y las definiciones

Entre las declaraciones sobre la iniciativa, una de las más previsibles fue la de Ricardo Monreal, hermano del actual gobernador de Zacatecas, hermano también de quien hoy aspira a ser el próximo gobernador de Zacatecas y él mismo ex gobernador de Zacatecas. En síntesis, el diputado negaba la mayor obviedad. Lo de su familia, decía, no es nepotismo. Lexicógrafo, Monreal Ávila explicaba que “el nepotismo se da cuando un superior jerárquico beneficia a una persona que es su familiar”. Como sus hermanos ocupaban puestos de elección popular, no era el caso.

Para juzgar las declaraciones del diputado no es necesario el auxilio de nuestra pequeña ciencia. No obstante, sí puede ayudarnos a profundizar en lo que está detrás de ellas, comenzando por una aclaración de las definiciones. Para empezar, hay que dejar claro que el nepotismo es una práctica que no se refiere solo a los hijos. De hecho, nepotismo viene de la palabra ‘nipote’, que aún existe en el italiano moderno y que hace referencia al ‘sobrino’ o, en una acepción más relajada, al ‘ahijado’.

Como explican los politólogos Julio Figueroa Ríos y Luis Soto Tamayo en un artículo recientemente publicado en la Revista de Ciencia Política de la Universidad de Chile, para entender el fenómeno del nepotismo hay que distinguir dos atributos: en primer lugar, la existencia de un lazo familiar, cualquiera que este sea; en segundo, un mal uso de este vínculo para obtener alguna posición, empleo, ventaja o beneficio que no podría haber sido alcanzado de no existir tal relación.

El primer elemento es fundamental, no porque haya que distinguir entre esposas, hijos o hermanos, sino para diferenciar al nepotismo de otras formas de patronazgo que tienen que ver con amigos, correligionarios o, sin ir más lejos, compañeros de partido (recordemos aquello de la “gran familia revolucionaria” en tiempos del PRI). El segundo atributo es igual de importante, pues no todos los vínculos familiares en política son signos de nepotismo. Imaginemos, por ejemplo, a dos personas que se conocen mientras trabajan en una misma dependencia del gobierno, se enamoran y se casan. Resulta obvio que, en esos casos, no es posible que los implicados hayan utilizado su status conyugal para recibir un trato preferencial a la hora de ser contratados, porque ese vínculo no existía.

No es nepotismo, son dinastías

Ahora bien, en algo sí tiene razón el diputado Monreal. Y es que lo suyo no es simple y llanamente un caso de nepotismo. Es algo más. Lo que pretende construir su familia es, en realidad, una “dinastía política”.

En un trabajo de 2021 publicado en Latin American Policy, la investigadora Jacqueline Behrend define “dinastías políticas” como la sucesión de dos o más familiares en un mismo cargo electoral, ya sea de forma inmediata o después de pasado un tiempo. Las dinastías políticas a menudo incurren en nepotismo, pero son fundamentalmente distintas en tanto se refieren al mundo electoral, no al burocrático.

La investigación de Behrend se centra en los gobiernos estatales de México entre 1989 y 2021 y sus hallazgos son, incluso para los entendidos, bastante sorprendentes. En esos casi treinta años, 27 de los 32 estados de la República (es decir, 84 %) fueron gobernados por personas unidas a otros políticos, ya sea por lazos maritales o de sangre. Solo 5 estados —Aguascalientes, Durango, Guanajuato, Hidalgo y Sinaloa— no habían sido gobernados por personajes pertenecientes a familias políticas. En el mismo periodo, 17 estados (53 %) fueron gobernados por “dinastías”.

Zacatecas es uno de ellos. De hecho, el estado de los Monreal ha sido gobernado por dos dinastías políticas en las últimas tres décadas: una, la de la familia García: la gobernadora Amalia García (2004-2010) era hija de Francisco García (1956-1952). Su hija, Claudia Corichi, es también diputada y senadora. La segunda dinastía es la de los Monreal, que no solo atañe al ámbito estatal, sino al municipal. En Plateros, por ejemplo, tres miembros de la familia fueron presidentes entre 2004 y 2012. No es nepotismo, no: es una dinastía. Y no es el único caso. La transición a la democracia no eliminó este tipo de sucesiones familiares en el gobierno. Y tampoco lo hizo la llegada de la 4T: Layda Sansores, por ejemplo, es hija de Carlos Sansores Pérez, gobernador de Campeche de 1968 a 1973. ¿Su rival en la pasada elección por la gubernatura de Campeche? También descendiente de un exgobernador. Lo mismo ocurre con Lorena Cuéllar en Tlaxcala, que es nieta del exgobernador Joaquín Cuéllar Cisneros. O, en el lado de la oposición, con la gobernadora Maru Campos, que es hija de María Eugenia Galván, diputada chihuahuense y hoy su empleada. La lista podría continuar con los Murat, los del Mazo, los Moreno Valle, pero podemos darnos ya una idea. Tal parece que, en México, la política es un negocio de familia. Salgado Macedonio, Saúl Monreal y Ruth González podrán ser burdos en sus aspiraciones, pero no son de ninguna manera casos únicos.

El extraño caso de la “democracia hereditaria”

Quizá los Monreal pregunten: “¿Y qué hay de malo en ello?”. La cuestión aquí es, nuevamente, la democracia. Quien dice dinastías políticas dice también oligarquías locales. Si el gran problema del nepotismo es que es una práctica que contraviene toda idea de mérito en el servicio público, las dinastías hablan de un acaparamiento de oportunidades políticas, de un régimen en el que un puñado de familias se disputan el poder mientras el resto son espectadores (o víctimas de sus abusos). No hay que olvidar que, para los pensadores clásicos, la oligarquía determinada por la sangre era una de las peores formas de gobierno, solo por encima de la tiranía. En ese sentido, la iniciativa de la presidenta Sheinbaum apunta oportunamente a un grave problema que, hasta hoy, parecía ser ignorado.

Con todo, sospecho que hay un punto ciego en el planteamiento de la mandataria. Cuando Sheinbaum respondió a quienes se rebelaron contra la reforma, lanzó una advertencia: se aplique la reforma en 2027 o en 2030, a la gente no le va a gustar que un familiar de un gobernador o gobernadora les pida el voto por el mismo puesto. El asunto, me temo, es que la evidencia dice lo contrario. Y es que, por alguna razón, nos gusta votar por apellidos conocidos. En las elecciones se premia la hidalguía.

A esa conclusión llegó hace poco James Loxton, de la Universidad de Sidney. En una reciente investigación publicada en The Journal of Democracy, Loxton demuestra que, en muchas democracias, los votantes eligen a sus líderes siguiendo el principio más monárquico: los vínculos familiares con líderes pasados. En junio de 2024, cuando publicó su texto, 11 democracias tenían jefes de gobierno cuyos padres o esposos lo habían sido antes que ellos: Canadá, Estonia, Grecia, Guatemala, Honduras, Mauricio, Nauru, Filipinas, Samoa, Santo Tomé y Príncipe y Uruguay. De 1945 a 2010, nos dice el mismo autor, 40 % de los países considerados democráticos eligieron a un presidente que era hijo, cónyuge o hermano de un anterior gobernante. ¡40 por ciento!

Resulta paradójico que, en una época que enaltece el mérito y critica a los nepobabies, los votantes les den continuamente su voto. Loxton lo llama “democracia hereditaria”. Esta transmisión familiar del poder ha sido habitual en los autoritarismos, de la Siria de los Assad a la Cuba de los Castro; sin embargo, ahora es más común en los regímenes democráticos. Y eso nos presenta una paradoja: estos líderes no están siendo impuestos a la población por las reglas de sucesión de las viejas monarquías o los caprichos de los dictadores. Son votados. La razón de esta preferencia sigue siendo un misterio. En parte, hay aquí un mecanismo atado a las expectativas. Esperamos que las hijas o hijos de gobernantes exitosos sean ellos mismos también exitosos. El problema viene cuando esas expectativas no se cumplen, pues no tienen por qué cumplirse.

Hasta ahora, la 4T se ha presentado con éxito como un proyecto que ha logrado popularizar el acceso al poder político, sacudiendo viejas estructuras oligárquicas. La iniciativa de la presidenta contra el nepotismo es un ejemplo de ello. Previsiblemente, la propuesta ha incomodado a patriarcas e hidalgos dentro de su movimiento, especialmente dentro de las dinastías estatales. La ciencia política advierte que podría no entusiasmar tampoco a los votantes. EP

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