
¿Cómo respondemos a la violencia que vivimos diariamente? Leonel Narváez nos invita a reflexionar sobre la capacidad humana de perdonar.
¿Cómo respondemos a la violencia que vivimos diariamente? Leonel Narváez nos invita a reflexionar sobre la capacidad humana de perdonar.
Texto de Leonel Narváez & Andrés Padilla 03/02/25
¿Cómo respondemos a la violencia que vivimos diariamente? Leonel Narváez nos invita a reflexionar sobre la capacidad humana de perdonar.
El retorno de Donald Trump a la presidencia del país más influyente y poderoso del mundo señala un cambio de época. Una serie de tendencias que han venido ocurriendo en los últimos años se consolidan como dominantes. Este nuevo imperialismo del siglo XXI, encabezado por tiranos, trae aparejadas acciones y discursos de odio antiinmigrantes, antiambientalistas, racistas, clasistas, misóginos, bélicos. Discursos excesivos que se reproducen en el ilimitado espacio de las redes sociales sin ningún tipo de filtro y que resuenan en distintos grados en todos los continentes del mundo. Asistimos a su proliferación en Rusia, China, Turquía, Israel, Alemania, Francia, España. Estados Unidos, México, Venezuela, Argentina, Brasil y muchos otros. En todos los rincones de este mundo en guerra hay víctimas de la violencia real y simbólica. Nace un ciclo de rabia, rencor y odio como manifestación del dolor de las personas.
Ante este escenario, invitamos a Leonel Narváez para platicar sobre la posibilidad de sanar las heridas que provoca la violencia. Él es sacerdote, presidente y fundador de la Fundación para la Reconciliación y de un proyecto llamado Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE). Además, ha participado en las negociaciones de paz entre el gobierno Colombiano y la guerrilla de las FARC.
Bienvenido Leonel, muchas gracias por estar en Este País.
Leonel Narváez: Me alegra muchísimo estar aquí con ustedes.
Andrés Padilla: Ante el panorama mundial que te presento, ¿cuáles crees que sean las emociones predominantes en la época actual?
Leonel Narváez: Me parece primero muy interesante la introducción que hiciste, es muy realista. Una de las palabras que pienso predomina en el contexto que nos presentas es la palabra odio. Y junto con el odio, sus expresiones, la violencia y la guerra. Hoy en día tenemos, en lo macro, la violencia tipo Israel y Palestina, tipo Ucrania y Rusia, y otras que están por ahí in crescendo. En lo micro, tenemos las rabias y rencores a nivel interpersonal, que son las que más producen la elevación de los índices de homicidios, muy claro en el caso de Colombia, pero con las debidas diferencias, también en cada país. Entonces, el odio está tanto en lo macro como como en lo micro. Me parece que la presencia de Trump es una representación muy real y peligrosa de ese tipo de imperialismo del que tú hablas. Imagínate que por allá hace diez o doce milenios antes de Cristo fue cuando los seres humanos descubrieron la propiedad privada, con los primeros cultivos y animales para domesticar. Para ello se necesitaba tierra, idealmente la mejor tierra. Así fue que las personas comenzaron a proteger los predios, chicos o grandes. Entonces nacen las armas. Con las armas nacen inmediatamente los ejércitos. Una primera conclusión es las armas o los ejércitos, fueron creados para proteger la propiedad. Y hoy en día, las armas y los ejércitos, con toda la sofisticación que tienen y que conllevan hoy en día, están ahí para defender la propiedad y sobre todo para defender la riqueza, independiente de que esa riqueza está perjudicando a otras personas, a los que tienen mucho y tienen poco. También están perjudicando el medio ambiente, como es el caso de la producción llevada a escalas mayores, sin preocuparse sobre qué daño se le está haciendo a la naturaleza, al agua, a la foresta, al aire y a la salud de las personas. Lo que quisiera resaltar es la tendencia perversa de la humanidad que, con los gobiernos imperialistas que están surgiendo, está multiplicando a la enésima potencia lo que fue micro hace doce milenios y hoy en día está en su punto más álgido. Trump es una concreción perversa de esta tendencia.Sin embargo, yo quisiera pensar que esto también es el anuncio de que es insostenible este sistema y se va a caer solo.
AP: He escuchado eso mismo en distintos momentos, que el capitalismo se encuentra en su punto más álgido y que caerá por su propio peso. Sin embargo, es un pronóstico que no se ha cumplido. El sistema actual se recrudece, generando asombro y mucho miedo. Ahora bien, más allá de este aspecto sombrío, quisiera que nos hablaras de la cara luminosa, de la paz y el perdón. ¿Cómo la paz se relaciona con el perdón y las acciones que ustedes realizan en las Escuelas de Perdón y Reconciliación en Colombia?
Leonel Narváez: La fundación fue creada hace 22 años en medio de la guerra en Colombia, en medio del surgimiento y fortalecimiento de las guerrillas, de los grupos de izquierda y de los grupos de derecha, porque junto a los de izquierda van naciendo también los de derecha. En Colombia nos encontrábamos con esta guerra entre hermanos y hermanas. Una guerra que en los años 2000 a 2005 fue profundamente destructiva y triste. Una de las consecuencias de la violencia es siempre el odio y el rencor que causa, además del dolor y de la pérdida que eso deja. Entonces comenzamos a preguntarnos cómo hace un ser humano para superar el odio, la rabia, el coraje, el deseo de venganza que genera la violencia. También esa misma época coincide con el boom de los métodos alternativos de solución de conflictos y muchas instituciones, sobre todo universidades, crearon los centros de resolución de conflictos. Sin embargo, muchos de estos centros poco a poco perdieron vigencia porque no lograron responder a la violencia.
La violencia, bien sea en lo interpersonal, en lo individual o a nivel de pueblos y comunidades, deja una memoria ingrata. Deja una memoria tan triste que se convierte en el tema principal que tenían que resolver las personas ofendidas, directa o indirectamente. Esas personas se quedan con ese virus, con ese bicho de la rabia, del rencor y sobre todo de las ganas de retaliación. Nosotros en la fundación decimos que cuando a uno lo ofenden, inmediatamente se generan tres erres. La primera es la rabia. Y la rabia es tan salvaje que en menos de nada se convierte en rencor. La palabra rencor es onomatopéyica, nos recuerda cómo se repite la rabia en la memoria. La rabia repetida se convierte en rencor.Trágicamente, gran parte de las víctimas se quedan atrapadas en ese círculo vicioso de rabia y rencor, pero muchas veces, y yo diría la mayoría de las veces, caen desesperadamente en la urgencia de retaliación. Retaliación es la tercera erre.
No es extraño constatar, por ejemplo, que en Colombia más del 85 % de los homicidios es cometido no por las guerrillas ni por los narcotráficos, sino por la violencia social. Colombia sufre una preocupante violencia societaria: la violencia de la calle, la violencia del bar, de la escuela, de la familia, del trabajo. De hecho, la violencia de las guerrillas y del narcotráfico no supera el 18 % según las estadísticas anuales. ¿Cómo superar la rabia, el rencor y las ganas de retaliación?
“El perdón no es olvidar. El perdón no es negar la ofensa. El perdón no es negar la justicia. El perdón no es abrazarse con el enemigo. El perdón no es negar el dolor […]”
Ahí se inserta nuestra propuesta. Nosotros creemos que el ser humano no es solamente rabia, rencor y retaliación. Esas tres erres son las expresiones más salientes de la bestia que llevamos por dentro, pero los seres humanos también estamos habitados por el ángel. El ángel representa la bondad, el amor y, entre tantas otras, la posibilidad de perdón. ¿Qué es el perdón? El perdón no es olvidar. El perdón no es negar la ofensa. El perdón no es negar la justicia. El perdón no es abrazarse con el enemigo. El perdón no es negar el dolor que puede tener la persona que lo sufrió. Perdonar es comenzar a recordar, pero con otros ojos. Eso es posible. Todo ser humano puede saltar de la bestia al ángel. Desafortunadamente, en la cotidianidad nos acecha la bestia y tendemos a responder con rabia. Es la primera reacción, la primera emoción, tal vez la más fuerte en los seres humanos. Pero cuando cultivamos disciplinadamente nuestro interior y nuestro capital emocional, nos damos cuenta de que sí podemos reaccionar en una forma menos destructiva para nosotros y para los demás. Es lo que llamamos la capacidad de perdonar.
AP: En un libro que escribiste en coautoría con Alessandro Armato, La revolución del perdón, cuentas un caso muy impactante. Teresa, una joven madre de 22 años, experimenta una tragedia suprema. El hombre que la pretendía mató a su hijo de 3 años a tiros de pistola. Teresa, después de atravesar un año de duelo, se interesa en conocer al asesino, Antonio, que cumplía una condena en la cárcel. En diferentes visitas y a lo largo de sus conversaciones, Teresa se encuentra con la historia de Antonio, quien vivió una vida dura, llena de abuso, abandono y carencias. Teresa lo perdona. Pero no sólo eso, ahora están casados y tienen tres hijos. Esa historia me sorprendió muchísimo. ¿Cómo perdonas a la persona que asesina a tu hijo o hija?
Leonel Narváez: Eso ocurrió hace casi ya 15 años. ¿La pareja todavía vive? Sí. ¿Y están juntos? Sí. Ese un bonito ejemplo de cómo una mujer fue capaz de pasar de la bestia al ángel. ¿Cómo lo hizo? Ella logró sacar lo mejor de sí y superó esa memoria triste, tan triste, del asesinato de su propio hijo. Hoy en día tiene tres hijos con quien fue el criminal de su primer hijo.
En esa época, cuando la noticia circuló en los periódicos, muchos psicólogos decían que esa señora estaba loca, que eso no era posible. Esta historia es una sola. Ahora en Colombia unos pocos millones de personas ya han perdonado. El perdón es posible. El perdón es benéfico. El perdón es una necesidad. La persona que no perdona se queda amarrada, esclava del pasado y de la ofensa. Sin embargo, la superación del pasado es una de las herramientas que nosotros utilizamos para ayudar a la persona a convertir una memoria triste en una memoria transformadora, en una memoria grande.
AP: Después de leer el caso de Teresa me quedé pensando en si existen límites al perdón, si hay algo imperdonable.
Leonel Narváez: Yo, de hecho, te debo decir lo contrario. El verdadero perdón es de lo imperdonable. Lo que se puede perdonar ya no se llama perdón. El perdón es de lo imperdonable. Todavía más, el perdón se da a quien no lo merece y a quien no lo pide. Eso es lo hiperbólico del perdón. Lo absurdo, si así lo prefieres. El perdón es la expresión más elevada del amor.
“El verdadero perdón es de lo imperdonable. Lo que se puede perdonar ya no se llama perdón.”
AP: ¿Cómo pasamos de la dimensión personal a la social? ¿Cómo podemos crear espacios de encuentro comunitario en donde escuchar estos relatos de dolor? Porque quizás el dolor es un elemento que nos permite vincularnos como humanos, entre humanos.
Leonel Narváez: Sí, conozco un poco de estas realidades sociales o comunitarias. Hay comunidades enteras caracterizadas por la misma rabia. Cuando, por ejemplo, la guerrilla golpea a comunidades enteras, o se lleva sus niños, o las extorsiona, o las obliga a salir de sus tierras. ¿Cómo puede perdonar una comunidad entera? La modalidad clásica es el ejemplo de algunas personas de su grupo que inspiran el perdón poco a poco en todos los miembros de la comunidad.
Te menciono, por ejemplo, uno de los dolores más graves en temas de violencia: la desaparición de un ser querido. Es un dolor más grave que si lo hubieran matado. Cuando se sabe que lo mataron, se le pudo dar sepultura y, de pronto, llorar sus huesos, las personas encuentran cierta calma en eso. El tormento es enorme para una mamá que pasa todos los días y todas las noches esperando al hijo o hija que secuestraron o desaparecieron. Tanto en México como en Colombia tenemos muchas personas secuestradas. Yo tuve la fortuna de estar muy cerquita de los familiares de los estudiantes de Ayotzinapa en la zona de Chilpancingo. Estuve ahí en muchas ocasiones y pude ver su rabia. Estoy seguro de que todavía existe esa rabia, porque el caso aún no se ha resuelto. Las personas que siguen buscando a sus desaparecidos no logran superar el sufrimiento. Una mamá aquí, en Colombia, después de 18 años, ¡lo que son 18 años de una hija desaparecida!, decía que todos los días le sobraba la comida que guardaba para su hija porque esperaba que esa noche regresara. Han pasado 18 años y no llega. He podido observar que muchas personas con traumas complejos, así se llaman en psicología, son las que más fácilmente llegan al perdón. Es tan duro el trauma, el dolor, la herida, que es otra vez el ángel quien las lleva a encontrar la solución. Y cuando tú llegas a esas personas y les das herramientas para fortalecer eso que ellas mismas encontraron, entonces las personas se fortalecen, se empoderan y, digamos, se lanzan a esas dimensiones sociales del perdón. Es ahí cuando algunas personas logran infectar a otras y, poco a poco, se van generando comunidades enteras que van abriéndose a la posibilidad del perdón. Aquí en Colombia hay grupos de mujeres que han logrado expresar el perdón en público; han logrado sentir el perdón y, en fin, viven orgullosas de eso, incluso en situaciones en que todavía no han podido encontrar a sus seres queridos. Entonces, podemos concluir que el perdón es un proceso muy personal, pero que afortunadamente se puede transmitir e influenciar a otros positivamente.
AP: Dar el perdón no es lo mismo que encontrar justicia. Me parece que hay ahí un binomio entre justicia y perdón que se vuelve necesario en las sociedades de hoy. ¿Qué tipo de justicia necesitamos para superar la fiebre de castigo?
Leonel Narváez: Ahí entra una discusión muy interesante. La cultura occidental que nos han transmitido tiene fuerte influencia en el derecho romano. El derecho romano creó, en buena medida, la justicia punitiva, es decir, la justicia de la culpa y la proporcionalidad del castigo. En la teoría, para una ofensa existe un castigo proporcional. La proporcionalidad entre la ofensa y el castigo es lo que hoy en día llamamos justicia punitiva. Entonces, si usted hirió a una persona, pues se te darán 10 años, pero si la mataste, te dan 40 o 50 años en cárcel. Hasta ahora los seres humanos han encontrado que la única forma para castigar la violencia es la cárcel, es decir, la privación de la libertad, con tan mal resultado que hoy en día las cárceles son la peor expresión de la maldad de otros seres humanos que alejan, esconden, guardan a otros seres humanos en condiciones muchas veces inhumanas. El castigo se convierte en una forma de revancha, de retaliación, de venganza. Por fortuna, cada vez ha tomado más fuerza en muchos estratos de la sociedad el tema de la justicia restaurativa.
“[…] hoy en día las cárceles son la peor expresión de la maldad de otros seres humanos que alejan, esconden, guardan a otros seres humanos en condiciones muchas veces inhumanas.”
Cuando uno se pone a pensar, la mayoría de las personas que cometen crímenes y están en la cárcel son personas que no tuvieron una educación adecuada, una familia funcional, personas que no tuvieron atención a sus necesidades básicas y en fin, personas carentes de muchas de las necesidades que tenemos todos los seres humanos. Y es que la sociedad debió haber respondido por esas carencias. Por fortuna, hoy en día gana terreno la creencia de que la justicia, para ser una justicia nueva y positiva, tiene que ser restaurativa.
Las ideas de justicia tienen gran influencia en el sistema escolar. Antes se decía “la letra con sangre entra” y se creía que el niño aprende sólo si hay castigo. Hoy en día no se le adjudica la culpa entera al niño. Si hay responsables, entonces los profesores también lo son; la institución también lo es y lo es también la familia. Entonces, ya desde la escuela se puede generar justicia restaurativa, eliminando el concepto de calificaciones que, a veces, solo son el arma de venganza del profesor con un alumno que no rinde lo que él quiere que rinda. Eliminar estas prácticas nocivas de nuestra sociedad es parte de esta revolución cultural que creo que poco a poco va ganando espacio en nuestra sociedad.
AP: Me ha llamado la atención que a lo largo de nuestra conversación has hablado de la bestia y del ángel que todos llevamos dentro. ¿Cómo introduces tu experiencia como creyente religioso a estas nuevas metodologías para alcanzar el perdón y la reconciliación? Por ejemplo, un concepto que ha resonado en mi es ahimsa. Una palabra en sánscrito que se refiere a la no violencia; no violencia en el sentido de no hacer la guerra, pero también en el de no ejercer violencia hacia nosotros mismos. ¿Qué pueden aportar las filosofías espirituales fuera del ámbito religioso, es decir, en en el ámbito secular?
Leonel Narváez: Bueno, me estás hablando de la no-violencia como la pensaba Mahatma Gandhi. Y sin duda es una inspiración muy fuerte. La no-violencia fue también adoptada por Jesús, por Luther King, por Nelson Mandela, y millones de personas más en el mundo.
Hay un autor, un poco más reciente pero también muy importante que se ha redescubierto últimamente, llamado Marcel Mauss. Marcel Mauss se puso a investigar las culturas primigenias que todavía hoy en día existen. Él, como buen arqueólogo y antropólogo, descubrió que estas culturas tenían y tienen un elemento en común. Y es que entre ellas no existía la economía del capital, de acumulación. Ellas tenían una economía del don. Todo era un don. Marcel Mauss encontró que había una triangulación poderosa que tenía un gran dinamismo en las comunidades primitivas: el dar, el recibir y el contracambiar. Esa práctica hacía que las personas evitaran usar las armas o practicar la violencia.
La persona que da se llena de una energía positiva tan grande que encuentra gusto en seguir dando. La persona que recibe, también, y además siente la necesidad de seguir dando, de contracambiar. El don, dice Mauss, fue el contrato social de las culturas primigenias. Se expresa todavía hoy en los festivales, ya sea en México, en Colombia o Brasil. Todas esas expresiones de fiesta, de alegría, de intercambiar danza, poesía, música, son expresiones del intercambio de dones. Por milenios la humanidad vivió no la cultura del dinero, ni la cultura del tener y del amontonar, sino la cultura del don, allí las personas encontraban la realización personal. Con Jesús de Nazaret el don fue elevado a lo hiperbólico: el perdón. El prefijo “per”, como en la palabra perfecto, señala intensidad. Perfecto quiere decir algo súper bien hecho. Y el perdón es el don intensificado, excesivo, exagerado, el don mejor.
AP: Estas festividades, si las pensamos como actos rituales, están cargadas de simbolismo. Atan a los seres humanos entre sí, con la naturaleza, con las divinidades. Yo creo que esos actos rituales se han ido perdiendo poco a poco desde la modernidad, digamos desde la Revolución industrial. ¿Podemos restaurar el simbolismo ritual para encontrar un camino hacia la construcción de paz profunda?
Leonel Narváez: Todos estos festivales tienen raíces históricas. Y considero que son expresiones culturales o valores culturales que no se van a perder nunca. De hecho, el ser humano tiende a ser cada vez más festivo. Y entre más va avanzando la humanidad hacia niveles superiores, nos vamos a dar cuenta de que las personas serán más festivas; habrá más festivales que nos llevarán a ser cada vez más felices y generosos. Todo gira alrededor de la felicidad, para eso nacimos. De hecho, regresando al ejercicio del perdón, el momento en que las personas logran perdonar es terriblemente festivo.
AP: Sin duda en ESPERE realizan una labor muy importante ahora que se instala una época de mucho dolor con la llegada de Trump. Si hace poco hablábamos de una era de incertidumbre, ahora transitamos hacia una era de miedo. ¿Cómo salir del ciclo de violencia y construir uno de virtud?
Leonel Narváez: Fue Nelson Mandela el que dijo “Sin perdón no hay futuro”. Después lo repitió Desmond Tutu. El que sin perdón no hay futuro es un tema muy real, porque el que no perdona se queda esclavo del pasado. Por eso nosotros decimos que el que no perdona no evoluciona. El ejercicio grande que le queda a la humanidad es descubrir que no todo es dinero, que no todo es poder, que no todo es armas. Y que no todo es imperio. No todo es dominar al otro. La verdadera humanidad es “encontrar” al otro. Ahí encontramos la felicidad que tanto venimos buscando. Con el gobierno de Trump, conformado por los ricos más ricos del mundo, nos vamos a dar cuenta de que ese no es el camino. Pienso que van a resultar liderazgos y personajes que dirán “no, es de otra forma”. Pues no es con la bestia como se domina y progresa la humanidad. Es desde el ángel de la bondad, de la generosidad, del don. El problema de la humanidad no es de falta de dinero, ni de comida, ni de propiedad; es un problema de repartición, de generosidad, de don y de perdón. EP