Más allá del padre proveedor: la madre como eje de movilidad ocupacional

Mónica Orozco y Cynthia Velázquez analizan las labores de cuidado y su impacto en el desarrollo profesional de las mujeres y madres, así como su posibilidad de movilidad social.

Texto de & 27/10/25

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Mónica Orozco y Cynthia Velázquez analizan las labores de cuidado y su impacto en el desarrollo profesional de las mujeres y madres, así como su posibilidad de movilidad social.

Durante décadas, los estudios de movilidad social en México han tomado como referente exclusivo al padre, en buena medida por la predominancia tangible de su rol social como generador de ingresos. Sin embargo, esta elección no solo refleja una mirada sesgada del trabajo, sino que perpetúa la invisibilización del aporte económico de las mujeres, especialmente en el ámbito doméstico y de cuidados. Las madres han trabajado siempre: cocinando, cuidando, gestionando el hogar y sosteniendo el bienestar familiar, aunque sin salario ni reconocimiento. Ese trabajo no remunerado, históricamente excluido de los análisis económicos, representa hoy el 26.3 % del PIB nacional si se le contabilizara como actividad productiva (INEGI, 2024).

Mientras cada vez más mujeres se insertan en el mercado laboral y trastocan los roles tradicionales de género, la movilidad social sigue midiéndose como si el eje económico de la familia fuera exclusivamente masculino. ¿Qué ocurre cuando miramos la movilidad social desde la posición de la madre? La imagen cambia: se revelan dinámicas de desigualdad, carga de cuidados y trayectorias laborales que transforman por completo nuestra comprensión de las condiciones estructurales y desigualdad de oportunidades en México y, sobre todo, que desestabilizan la idea de que la movilidad social es, ante todo, una historia de hombres.

La exclusión histórica de las madres como referentes en los estudios tradicionales de la movilidad social estuvo respaldada por una serie de supuestos profundamente arraigados en las teorías sobre la estratificación social. Autoras como Joan Acker (2017) señalaron que estas perspectivas asumieron explícita o implícitamente que la familia era la unidad básica de estratificación, pero siempre representada exclusivamente por la figura masculina: el estatus social familiar era determinado únicamente por la posición del hombre, quien fungía como jefe del hogar. Según esta lógica, las mujeres no tenían un estatus independiente; vivían siempre en relación con un hombre (padre o esposo) y su posición social se consideraba derivada de o equivalente a la de él. De hecho, solo se asumía que podían definir su propio estatus cuando estaban desvinculadas de un varón. Aunque estas ideas podrían parecer superadas, su influencia continúa vigente en gran parte de los estudios actuales, lo que perpetúa la invisibilización del trabajo doméstico y de cuidados que las mujeres han realizado a lo largo de la historia, así como las desigualdades propias del género y de la división sexual del trabajo que enfrentan al insertarse en el mercado laboral. Reconocer estas suposiciones implícitas y desmantelarlas es fundamental para avanzar hacia una comprensión más precisa y justa de la movilidad social, en la que las madres dejen de ser figuras invisibles y sean consideradas protagonistas reales de las trayectorias familiares.

En la investigación que realizamos desde el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), se han impulsado innovaciones clave en el estudio de la movilidad social en nuestro país mediante la Encuesta ESRU de Movilidad Social en México 2023 (ESRU-EMOVI). Este esfuerzo se ha marcado por hitos metodológicos importantes: en su segunda edición, en 2011, se incorporó por primera vez la medición de la movilidad social de las mujeres, con lo cual se reconoció una realidad antes invisibilizada en los análisis tradicionales. Pero fue en 2023 cuando se dio un paso aún más significativo, al introducir un módulo sobre cuidados. Este módulo nos ha permitido medir con detalle los efectos del trabajo doméstico y de cuidados en las trayectorias laborales de hombres y mujeres. Para ello, resaltan dos decisiones metodológicas fundamentales: tomar a la madre como referente de origen social y considerar explícitamente el trabajo no remunerado de cuidados directos como una categoría que se suma a las demás ocupaciones.

El análisis desde la perspectiva tradicional, centrada en el padre, muestra que las mujeres tienen más movilidad social ascendente que los hombres (el 60 % frente al 49 %), resultados consistentes con otros estudios de segregación por sexo (Solís, 2016; Solís y Cortés, 2009; Yaschine, 2015 y 2017). No obstante, parte de ese efecto aparentemente mayor obedece a que la estratificación ocupacional ha sido creada con criterios del trabajo masculino, no del femenino. Además, en este tipo de comparación, las mujeres enfrentan casi el doble de riesgo de movilidad social descendente (el 31 % frente al 16 %); es decir, tienen casi el doble de probabilidades de moverse hacia empleos más precarios o con peores condiciones que los que ocuparon sus padres.

Ahora bien, resulta revelador el contraste al tomar como referencia a la madre y, con ello, reconocer el trabajo no remunerado. La fotografía de la movilidad social cambia por completo: las mujeres presentan menor movilidad social ascendente que los hombres (el 48 % frente al 61 %), lo cual revierte el patrón que se observa cuando se utiliza al padre como referente. Una de las aportaciones más significativas ha sido identificar la transmisión intergeneracional del trabajo no remunerado de cuidados, con claras diferencias por género: el 37 % de las mujeres cuyas madres realizaron cuidados no remunerados repiten esta trayectoria; en contraste, esta transmisión es prácticamente inexistente en los hombres (menos del 1 %). Este hallazgo sugiere que el trabajo de cuidados no es una decisión libre e individual, sino una dinámica profundamente socializada, que condiciona la trayectoria laboral de las mujeres desde muy temprano en sus vidas.

A ello se suma una clara penalización en términos de movilidad social. Al considerar a la madre como origen ocupacional, observamos que quienes llevan a cabo labores de cuidados no remunerados tienen tasas mucho menores de movilidad social ascendente (el 33 %), en comparación con quienes no cuidan o lo hacen con remuneración (el 63 %). Este dato revela una segmentación estructural del mercado laboral, donde no basta con participar en el trabajo: el tipo de labor desempeñada define el margen de movilidad social. El trabajo de cuidados no remunerado, aunque indispensable para la vida y la economía, es socialmente penalizado: no genera ingresos, no otorga derechos laborales ni confiere experiencia reconocida. En consecuencia, limita el acceso a ocupaciones más estables y mejor valoradas. Así, las mujeres que cuidan no sólo sostienen a otros, sino que lo hacen a costa de su propia trayectoria.

Esto revela una realidad que ha permanecido oculta bajo el enfoque tradicional centrado en el padre: las mujeres enfrentan obstáculos estructurales mucho más profundos para lograr el ascenso social, muchos de ellos vinculados al peso histórico y generacional del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. La transmisión de estos roles de género y las penalizaciones asociadas a quienes los asumen no son meros efectos colaterales, sino mecanismos centrales en la reproducción de las desigualdades.

Quienes estudiamos las desigualdades tenemos la responsabilidad metodológica y ética de visibilizar estas dinámicas. No se trata sólo de ampliar el análisis, sino de transformarlo: incorporar la figura de la madre como referente de origen y reconocer el trabajo no remunerado como una categoría ocupacional válida son pasos indispensables para entender la movilidad social con perspectiva de género. Estos ajustes no sólo mejoran nuestras herramientas analíticas, sino que  también iluminan caminos posibles para la política pública. Comprender cómo la división sexual del trabajo condiciona las trayectorias laborales permite hacer visibles los efectos concretos de la falta de corresponsabilidad social, al tiempo que abre la puerta a debates más justos sobre la igualdad de oportunidades. Si aspiramos a una sociedad donde el origen no determine el destino, es imprescindible reconocer todo lo que ha sostenido, y sigue sosteniendo, la vida desde lo invisible. EP

Referencias

Acker, J. (2017). Mujeres y estratificación social: un caso de sexismo intelectual (L. Duclos, trad.). Revista Punto Género, 8: 103-114. (Trabajo original publicado en 1973).

INEGI. (2024, 25 de noviembre). Cuenta Satélite del Trabajo No Remunerado de los Hogares de México (CSTNRHM) 2023 [Comunicado de prensa número 680/24].

Orozco, M. y Vélez Grajales, R. (2025). Informe de cuidados y movilidad social en México. Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Por publicarse.

Solís, P. (2016). Movilidad intergeneracional de clase en América Latina: una perspectiva comparativa. En P. Solís y M. Boado (coords.), Y sin embargo se mueve… Estratificación social y movilidad intergeneracional de clase en América Latina (pp. 75-132). El Colegio de México; Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

Solís, P., y Cortés, F. (2009). La movilidad ocupacional en México: rasgos generales, matices regionales y diferencias por sexo. En C. Rabell, Tramas familiares en el México contemporáneo. Una perspectiva sociodemográfica (pp. 395-433). El Colegio de México; Universidad Nacional Autónoma de México.

Yaschine, I. (2015). ¿Oportunidades? Política social y movilidad intergeneracional en México. El Colegio de México; Universidad Nacional Autónoma de México.

Yaschine, I. (2017). El proceso de estratificación ocupacional de los habitantes de la ciudad de México. ¿Igual para mujeres y varones? En P. Solís (Ed.), Desigualdad, movilidad social y curso de vida en la Ciudad de México (pp. 55-96). El Colegio de México.

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